Es difícil, lo sabemos. Realizar cambios voluntarios en nuestras vidas y comenzar a seguir todos esos consejos que escuchamos con majadera insistencia a diario es complicado. “Que reduce, que recicla, que reutiliza, prefiere lo local, prefiere lo orgánico, prefiere la feria, prefiere un producto verde, cambia la ampolleta, aliméntate sano, haz ejercicio, prefiere la bicicleta, aprende compostaje, consume responsablemente”, y así podría seguir y seguir. ¡Es mucho!
Pero lo entendemos. Éste es un proceso que está siendo, forzosamente a veces, impulsado por los cambios en el clima, por la escasez de recursos, por las campañas educativas, por nuestros hijos e hijas que nos presionan desde el hogar o por decisiones políticas. El tema es que hoy somos ciudadanos por una causa, ciudadanos que buscamos evitar el deterioro dramático de los recursos naturales, que tenemos la intención de cuidar nuestro entorno y buscamos cómo hacerlo efectivamente. Es decir, practicar un “comportamiento sustentable”.
Y es ahí donde no está lo fácil, porque siempre tiene cierta complejidad convertirse. Requiere deliberación (“yo decido hacerlo”), una meta (“quiero lograr algo”) y sobre todo ACCIÓN (“cómo lo hago”).
Ese es el tema, la acción materializa este cambio y nos anima a comprometernos. Es el desarrollar esa conciencia más sustentable -ambiental, social y económica- lo que nos permite tomar decisiones más responsables. Es entender que mi comportamiento tiene un impacto en el tiempo y en el espacio. Soy parte de una cadena y un equilibrio mucho más grande que me lleva a pensar con humildad en mi contribución.
Este comportamiento sustentable se empieza a meter en tus hábitos diarios y, lentamente, comienzas a ver que tu estilo de vida cambia deliberadamente. Tú tomas el control, tú eres la acción.
Empezamos a reutilizar cosas, reciclamos algo, visitamos un punto limpio, pienso dos veces antes de comprar algo que “quizás” no necesito, que quizás recorrió miles de kilómetros para terminar en mi mesa, reviso si tengo útiles escolares que puedo utilizar este año, empiezo a generar la costumbre de pasar la ropa entre mis hijos, hijas, sobrinos y amigos. Convierto en costumbre comprar en el almacén de Don Manolo con mi bolsa de tela y, en un momento de osadía o locura, hago un huerto en el patio o empiezo a producir compost.
El tema es que ese proceso, empezar con acciones y transformarlo en un estilo de vida, tiene sus días buenos y sus días malos. A veces, en esos días más desafiantes, añoro la ignorancia de pensar que era la más ecológica del colegio porque botaba la basura en los basureros, o pensar en las duchas eternas e irresponsables que me daba hace 25 años atrás. Luego, la realidad me golpea y veo que es necesario cambiar, que mi comportamiento tiene un impacto. Ejerzo ese poder, tratando de decidir con información y responsabilidad. Comenzamos a sentirnos más empoderados, nos afecta lo que vemos y las decisiones que se toman, tenemos una opinión, una crítica, participamos más porque tenemos una causa que nos da una voz.
Lo que tienes que entender es que tu esfuerzo vale, que aunque te digan que es poco, vale de todas maneras. Ese es el primer paso. Me apropiaré de las palabras de Iván Fuentes en ese discurso macizo y conmovedor que dio hace unos días: “Con sentido de manada, con sentido de cardumen”. Avancemos hacia una sociedad más armónica, preocupada más allá de nuestro metro cuadrado, más empática y solidaria con el planeta. Así, todos ganamos.
Paula Muñoz es administradora pública egresada de la Universidad de Chile. Trabajó como encargada regional de Educación Ambiental en la Comisión Nacional del Medio Ambiente, Conama, de la región de O’Higgins.