La guerra de las Malvinas que estalló hace 30 años aseguró la reelección a la vencedora, la primera ministra británica Margaret Thatcher, mientras que la derrota provocó la caída de la dictadura militar argentina, pero no acabó con la disputa de soberanía sobre las islas del Atlántico Sur.
La dictadura del general Leopoldo Galtieri, jefe de turno del régimen instalado en 1976, se cavó su propia fosa al invadir las islas la madrugada del 2 de abril de 1982, en lo que fue considerado como “una aventura militar”, sin “preparación ni organización”, según el Informe Rattenbach, nombre del general argentino que dirigió la investigación.
La presidenta Cristina Kirchner acaba de levantar el secreto que pesaba sobre dicho informe, una lapidaria investigación de posguerra hecha por jefes militares que sugirió considerar prisión perpetua o pena de muerte para Galtieri y otros altos oficiales.
Tres días antes del desembarco de comandos de la marina argentina en el desguarnecido archipiélago, la dictadura responsable de la desaparición de hasta 30.000 opositores, según organizaciones de derechos humanos, había sufrido un duro golpe con una huelga de la central obrera (CGT) que conmovió al país, cuya economía se desplomaba.
“Ante la agitación social, la dictadura sorprendió a la población con un acto antiimperialista. Asesinos de la talla de Galtieri no podían encabezar sinceramente ninguna gesta emancipadora”, dijo a la AFP el historiador Felipe Pigna, autor del best seller Los Mitos de la Historia.
Pero el llamamiento patriótico al sentimiento de toda una nación, educada en que las Malvinas “son y serán argentinas”, produjo un vuelco y las plazas se colmaron de fanáticos que apoyaban la recuperación de las islas, ocupadas por el Reino Unido en 1833, cuando echaron a las autoridades enviadas por Buenos Aires.
La Dama de Hierro británica atravesaba un mal momento por sus impopulares medidas económicas, pero emergió de la guerra como paladín de la democracia y liberadora de la pequeña población de las Falklands (denominación británica), que hoy apenas suma unas 3.000 personas, en su mayoría súbditos británicos.
“¡Hundan al Belgrano”!
Thatcher despachó una fuerza de tareas que combatió en las islas, e incluso en áreas aledañas donde asestó un duro golpe con su orden “¡Hundan al Belgrano!”, un antiguo crucero estadounidense de la II Guerra Mundial, que fue torpedeado por los británicos, provocando al hundirse 323 bajas argentinas.
Aquellos torpedos también destruyeron cualquier atisbo de solución pacífica en momentos en que naciones de Latinoamérica apoyaban una negociación y el retiro de tropas argentinas con intervención de cascos azules de Naciones Unidas.
Fueron 649 los muertos argentinos y 255 los británicos en 74 días de conflicto, con la rendición de las tropas de Galtieri, en su mayoría reclutas sin entrenamiento, el 14 de junio, tres días después de que el Papa Juan Pablo II influyera al llamar a la paz en una multitudinaria visita a Buenos Aires.
El Papa acalló a los halcones de la dictadura que se aprestaban a duplicar las tropas en defensa del rebautizado Puerto Argentino (Port Stanley según Londres).
La aviación argentina hizo gala de eficiencia al dañar y hundir buques de la flota británica, entre ellos la fragata “Sheffield”, pero las fuerzas terrestres, mal conducidas y mal equipadas, que sufrieron frío, hambre y hasta torturas de sus propios jefes, fueron aplastadas por la infantería y la aviación británicas.
“Había una Junta militar que estaba tratando de sobrevivir e hizo un cálculo erróneo de sus capacidades y posibilidades de éxito. El error más grande no fue operacional: fue la guerra”, dijo a la AFP Juan Recce, experto en defensa en el Centro Argentino de Estudios Internacionales.
Galtieri, aficionado al alcohol, cometió un error garrafal al creer que Washington no tomaría partido en favor de Gran Bretaña y sería neutral, a raíz de la cooperación militar argentina con los contras nicaragüenses y con los gobierno de El Salvador, Honduras y Guatemala, según el Informe Rattenbach.
Si antes de la guerra había colaboración y un ambiente de diálogo con Gran Bretaña, después de la guerra Londres se volvió más duro que nunca en la defensa de la autodeterminación de sus súbditos.
Nada de negociación: ni con ositos Winnie Pooh ni por las malas
Argentina ha probado desde entonces casi todos los métodos para que Gran Bretaña acepte negociar la soberanía como lo establece una histórica resolución con mayoría abrumadora votada por la Asamblea de la ONU en 1965.
Las relaciones las reestableció el expresidente Carlos Menem (1989-1999), quien además cristalizó sus sueños de viajar a Londres, ver a la reina, recibir al príncipe Andrés en 1994 y al príncipe Carlos en 1999.
Dicha estrategia de terciopelo llegó incluso a que su canciller, Guido Di Tella, mandara de regalo a los malvinenses simpáticos ositos Winnie Pooh y les ofreciera un millón de dolares para que aceptasen la soberanía argentina.
Todo fue inútil para lograr una negociación, así como tampoco da resultado la dureza de los Kirchner (el fallecido ex presidente Néstor y su esposa Cristina), al romper acuerdos e impedir que hasta cruceros turísticos de Malvinas hagan puerto en territorio argentino.
Los malvinenses viven ahora una era de prosperidad, bajo protección de tropas y barcos británicos, con elevados ingresos por las licencias de pesca y de petróleo.
“Lo nuevo es que las comprobadas reservas de petróleo son un activo estratégico de enorme valor. Esto le permite a Londres tener un recurso vital y le da a la isla un funcionamiento autónomo”, dijo a la AFP Juan Tokatlian, director de Ciencia Política en la privada Universidad Di Tella y master en la universidad estadounidense Johns Hopkins.
El politólogo Rosendo Fraga, miembro del Instituto de Historia Militar, dijo a la AFP que “el gran tema de largo plazo en el Atlántico Sur son los recursos naturales de la Antártida”.
“El Reino Unido –comentó– reclama soberanía territorial a partir de su presencia en Malvinas y esta pretensión choca con las que sostienen Argentina y Chile”.
Pero al margen de los análisis, aquella guerra de hace 30 años arrojó como ganadores a Margaret Thatcher, que ganó mucha popularidad y se convirtió en el Primer Ministro que más duró en su país en el siglo XX (1979-1990) y a la sociedad argentina, que mientras lloraba a sus muertos y mutilados, recuperó la democracia cuando el agonizante régimen tuvo que llamar a elecciones en 1983.