Temprano en la mañana del sábado 17 de marzo, dos autos bombas hicieron explosión sincronizada en el centro de Damasco, la capital de Siria. El lugar elegido fue frente a los edificios de inteligencias del gobierno, una avenida central, como si los terroristas quisieran asesinar y mutilar a transeúntes civiles que caminaban por ahí.
Si los terroristas querían provocar horror y repugnancia, lo consiguieron muy bien. La doble explosión mató a 27 personas y dejó a otras 140 con mutilaciones u otras heridas graves.
Por supuesto la OTAN y sus socios lanzaron alaridos de horror, culpando a Al Qaida, pese a que el material utilizado en el ataque indicaba que se trataba de los típicos explosivos proporcionados a los rebeldes por el rey de Catar y Arabia Saudita.
Pero los principales analistas coinciden en que ese horrible atentado terrorista tenía como objetivo imposibilitar que alcance algún éxito la misión de la ONU y la Liga Árabe.
Las declaraciones del gobierno de Barack Obama y de sus socios en la OTAN, publicitadas por las trasnacionales periodísticas mostraron desde el primer momento su hostilidad y su deseo de que la misión de paz fracasara.
De hecho, la Liga Árabe, en contra de los reyes petroleros, rechazó por amplia mayoría cualquier intervención armada en Siria y apoyó a las propuesta de China y Rusia, con un alto al fuego inmediato, supervisado por monitores internacionales.
Además, las elecciones para el 7 de mayo podrían ser postergadas para que todas las posturas políticas puedan prerra y realizar sus respectivas campañas electorales, es decir, la propuesta del delegado de las Naciones Unidas, de la Liga Árabe, China y Rusia, de un cese inmediato del fuego y el inicio bajo supervisión internacional de un proceso de reformas democráticas a partir de las elecciones generales.
Pero, por qué razón Estados Unidos y sus socios se negaron tozudamente a negar al camino abierto hacia la democracia, porque las propuestas de Washington invariablemente han sido incentivar la rebelión armada para derrocar al gobierno y reemplazarlo por una entidad títere radicada en Londres y que es despreciada por los propios combatientes.
La respuesta puede buscarse en la misteriosa alianza de la OTAN con las monarquías, brutalmente antidemocráticas, de la península arábica, más Jordania y el reino de Marruecos. Obviamente ni el califa de Catar, ni el rey de Arabia Saudita, sienten ni la menor simpatía por la democracia, de hecho, donde gobiernan esos ‘reyezuelos’ es crimen gravísimo referirse a las personas reales en términos pocos respetuosos, no hay ni un asomo de libertad de prensa y los sospechosos terminan confesando cualquier cosa, después de recibir una convincente tortura en los sótanos policiales.
Y lo anterior lo saben perfectamente bien los gobiernos de Estados Unidos y los europeos de la OTAN, es decir, la respuesta que resulta ostensible es que detrás de la poderosa arremetida de la OTAN y los reyes petroleros existen otros propósitos que nada tienen que ver con la democracia, el fin de la violencia y la defensa de los derechos humanos. El verdadero objetivo sería estratégico, es una movida en que no solo se busca poner en jaque a la república de Irán, sino también de armar una combinación de piezas agresivas penetrando hasta el mango en Asia Central.
Escucha aquí la crónica producida y dirigida por Ruperto Concha.