Como una coincidencia trágica, el final de la Copa América (con Uruguay festejando tras golear a Paraguay) calza con la forma en que la madre de Amy Winehouse define la muerte de su hija: “era cuestión de tiempo”, dice ella.
Por José Manuel García
La Copa se la llevan los charrúas y ocurre con justicia… Como en 1987, cuando Chile llegó bien perfilado después de despachar a Brasil y Colombia, pero falló cuando no debía. ¿Y porqué ganan los dirigidos de Oscar Tabárez? Desde mi óptica, porque se trata de un equipo maduro, con jugadores conscientes de la oportunidad que tenían y que, además, saben regular los tiempos de los partidos, buscando el momento para marcar las diferencias. ¿Se caen los “otros favoritos”? La Celeste no falla. Y acá cabe subrayar la categoría de un equipo al cual también se le menospreció con ocasión del Mundial, como si las enormes defecciones de Francia o la existencia de un adversario “liviano” en su zona (Sudáfrica, el local) fueran asuntos que se le podían “cargar” a los orientales.
Uruguay gana la Copa porque estuvo a la altura de su historia. Cuando llegó el clásico con Argentina tuvo la suerte (en las manos y el cuerpo de Muslera) y la jerarquía en la serie de penales. Y después, en la final, cuando llegó el momento de ganar -porque era más equipo y “más pieza por pieza” que Paraguay- no desentonó. Es cosa de ver los partidos con Perú y los albirrojos: 2-0 y 3-0. El arco en cero y los goles precisos. Tres de Suárez y dos de Forlán, como para mostrar que esos delanteros -más allá de actuaciones opacas en la fase de grupos- sí llegaron a la Copa y no iban a fallar cuando un país estaba detrás y sólo cabía festejar.
De la alegría uruguaya cabe rescatar algunas lecciones para la Roja. En el caso de las bancas, la sapiencia de Tabárez en contraste con las dudas tácticas y la nominación injustificada de jugadores que terminó proponiendo Borghi. Si bien es claro que un entrenador se puede equivocar, lo razonable y esperable es que sus nóminas estén guiadas por el buen juicio y la necesidad de tener variantes. Me queda la sensación que Tabárez -un tipo curtido en la banca- sí las tuvo. Del lado de Borghi, los múltiples y recónditos lugares de la “mente bichista” nos dejaron, al cabo, sumidos en la evidencia de un plantel algo corto en ciertas posiciones, que el técnico no supo liderar y donde los desajustes tácticos (el escaso aprovechamiento de Vidal, por ejemplo) y la injustificada presencia de elementos como Fierro y Millar (uno que hace rato viene quemando aceite) mostraron porqué la Roja era, una vez más, prueba palpable de cómo “la chaucha siempre falta para el peso”.
Leo y escucho opiniones donde muchos se desgastan, por enésima vez, en torno a la idea de “¡Qué lástima! deberíamos haber estado en la final”. Lo que digo es que a la suerte hay que ayudarla y Chile, la Roja y su generación brillante, no lo hizo. Para mí, en parte por falta de liderazgo desde la banca, por ausencia de una mano técnica más marcada y menos soberbia (y también porque los jugadores, a diferencia de sus colegas de otras latitudes) fallan cuando no deben.
Pero para ser campeones sólo hay ocasiones contadas y al equipo de Borghi todavía le costaba caminar cuando ya quería ir corriendo. A no olvidarlo.
A diferencia de Winehouse, Uruguay se supera a sí mismo y le brinda a los suyos una nueva alegría de selección. Gana y convence cuando debe hacerlo. Suena fácil, pero sólo los elegidos lo hacen.