Cada día que sale a la calle Daniel Domínguez sabe que su vida está en riesgo: su labor en El Diario de Ciudad Juárez es relatar la dosis cotidiana de crímenes y violencia por la lucha de bandas narcotraficantes en la urbe más peligrosa de México.
Un periodista y un fotógrafo de ese periódico han sido asesinados desde 2008 y las llamadas amenazantes siguen llegando a la redacción, aunque últimamente son menos frecuentes.
Estas llamadas constituyen un recordatorio de la amenaza permanente que pende sobre la prensa en México, un país con 66 periodistas asesinados en diez años, según un reporte sobre libertad de prensa presentado a comienzos de junio por la ONU.
El lunes un periodista de Veracruz (costa este) fue asesinado por pistoleros que ingresaron a su vivienda y lo acribillaron a balazos junto a su esposa y su hijo de 21 años.
En Ciudad Juárez, de 1,2 millones de habitantes y vecina de la estadounidense El Paso (Texas), diariamente se suceden las muertes que las autoridades atribuyen a una confrontación entre bandas de narcotraficantes.
“Alrededor de veinte muertos por semana son los que tengo que ir a cubrir”, dice Domínguez, responsable de la información judicial.
Los pistoleros de grupos como los Mexicles, los Artistas Asesinos y los Aztecas, que trabajan para los carteles rivales de Juárez y Sinaloa, son responsabilizados de la mayoría de estos asesinatos, más de 3.100 el año pasado.
Desde que se inició en 2006 el operativo antidrogas en México sustentado en el despliegue de militares para perseguir a los carteles, los crímenes no sólo han crecido en número sino también en crueldad: víctimas decapitadas, incineradas, cortadas en trozos o envueltas en cinta son imágenes fecuentes en la prensa.
“Voy a (ver el cadáver de) un ejecutado. Son dos: un hombe y mujer. Parece este capitán de la policia que quisieron matar ayer, ya se lo echaron ahorita”, dice Domínguez por teléfono en su oficina, en un edificio con vidrios blindados que hasta hace poco conservaba huellas de disparos recibidos.
Domínguez reconoce que no es fácil salir a enfrentar los reportajes a su cargo y que frecuentemente llora, especialmente cuando las víctimas son niños, pues piensa en sus hijos.
“Hace poco nos estaban tratando de brindar apoyo del tipo psicológico por la cuestión de la cobertura. Del estrés verdaderamente que sufre uno, como periodista, por haber cubierto tanto muerto”, dice.
Pero ver muertos no es la única fuente de estrés. En noviembre de 2008, Armando Rodríguez, un avesado reportero de investigación de El Diario, fue asesinado cuando iba en su automóvil a dejar en la escuela a su hija de 8 años.
El año pasado un joven fotógrafo del mismo diario fue baleado. El Diario publicó entonces un editorial en su primera página, dirigido a los narcotraficantes, titulado “¿Qué quieren de nosotros?”.
“Ustedes son, en estos momentos, las autoridades de facto en esta ciudad”, porque el gobierno no ha impedido “que nuestros compañeros sigan cayendo”, añadía la nota dirigida a los “señores de las diferentes organizaciones que se disputan la plaza de Ciudad Juárez”.
“Fue una especie de reto con palabras para enfrentar la incapacidad de las autoridades”, señala Pedro Torres, editor de El Diario.
Estos crímenes, como otros contra periodistas, se mantienen en su mayoría impunes.
“Sería muy ilógico, incluso muy soberbio, decir que no lo hacen porque somos periodistas. Pues no, yo digo que no lo hacen porque son unos inútiles”, cuestiona Torres.