En la zona de exclusión alrededor de la central nuclear de Fukushima, en Japón, el silencio de los pueblos vacíos sólo se rompe por los mugidos del ganado abandonado por unos ganaderos enfrentados a la disyuntiva de tener que matar a los animales o dejarlos morir.
Tras el accidente ocurrido en esta central nuclear, provocado por un sismo y un tsunami ocurridos el pasado 11 de marzo, 85.000 personas han sido evacuadas de los alrededores de la planta de Fukushima Daiichi (nº1) y las autoridades han prohibido el acceso a la población en una zona de un radio de 20 km alrededor de la central, a excepción de cortas visitas.
La pequeña población de Katsurao, a 25 km al noroeste, también ha sido evacuada y se prohibirá el acceso a partir de finales de mayo. De hecho, ya nadie se acerca a ella, salvo algunos ganaderos que van a cuidar de sus vacas, cerdos y pollos.
Más de 10.000 vacas en esta región, reputada por su carne tierna y su leche cremosa, han sido abandonadas desde la evacuación urgente, según los ganaderos. Muchas de esas vacas ya han muerto, atrapadas en los establos.
Los ganaderos se enfrentan a una difícil elección: desplazar el ganado superviviente a otras regiones, una operación muy costosa, sacrificarlo, o simplemente abandonarlo a su suerte.
Las autoridades locales no han dado órdenes concretas, pero han “recomendado con fuerza” a los ganaderos que vacíen los establos antes de finales de mayo.
Si la carne está contaminada será imposible venderla. Y aún en el caso de que no lo esté, no aportará muchos beneficios: los animales están flacuchos y muchos deambulan alrededor de los establos buscando comida.
“Aquella vaca va a morir en unos días. Ya no tiene fuerza para unirse a las otras y comer”, declara Shinji Sakuma, ganadero de 55 años, apuntando con su dedo a una de sus 70 vacas lecheras, demasiado débil para mantenerse en pie.
“Estoy enojado”, asegura el hombre, que montó su explotación hace 35 años. “Nuestras bestias no han hecho nada malo”, dice entre lágrimas.
Las autoridades aún no anunciaron el monto de las compensaciones para los ganaderos y agricultores afectados por le desastre, pero el gobierno aseguró que la operadora de la central, la compañía Tepco, pagará la totalidad de los daños.
“No queremos dinero si podemos recuperar lo que teníamos antes”, declara Tetsuji, de 35 años e hijo de Sakuma. Tan solo reclama una explotación sin peligro, hierba en buen estado y vacas sanas.
Otro ganadero, Toshie Kosone, reconoce que “vamos a separarnos de nuestros animales, podamos o no venderlos”. “Incluso si podemos regresar, nadie garantiza que la contaminación pueda limpiarse. No tengo suficiente confianza para continuar con una explotación aquí”, agrega.
Antes del accidente de Fukushima, el peor de la historia tras el de Chernobyl en 1986, Katsurao tenía 1.500 habitantes, la mayoría de ellos ganaderos, 4.000 vacas y miles de aves de corral.
Ahora su mayor temor es el viento, que lleva al pueblo la contaminación. “La radiación es invisible, no huele. Una vez se haya arreglado todo, me marcharé de Fukushima por miedo a las radiaciones”, explica Ruriko, una joven de 33 años.
En Katsurao se registran radiaciones de 10 microsieverts por hora, cuando el máximo anual autorizado por persona es de 1.000 microsieverts.