Cuando Kate Middleton se apee de su Rolls Royce frente a la abadía de Westminster para dar el ‘sí’ al príncipe Guillermo el 29 de abril, 2.000 millones de personas sólo tendrán ojos para su vestido.
El secreto mejor guardado de cualquier novia ha despertado una expectación aún mayor por tratarse de una probable futura reina de Inglaterra, y el palacio ha hecho lo posible para preservar hasta el final los más mínimos detalles de una prenda que pasará a la historia y dará algunas pistas sobre la personalidad de la nueva princesa.
“Su vestido no es simplemente su traje de novia sino una enorme bandera que simbolizará su gusto, su compromiso (o no) con la moda y su actitud respecto al dinero en una época en la que la economía está de capa caída”, escribió la directora de la edición británica de la revista Vogue, Alexandra Shulman.
“Es mucho más que un vestido”, afirmó en un artículo especial publicado este mes en el diario The Times.
Hasta ahora, Kate Middleton ha optado por un estilo más bien clásico en todas sus apariciones públicas, por lo que nadie espera que el modelo que dará la vuelta al mundo a través de internet en cuestión de segundos suponga un cambio radical.
“Kate debe mantenerse fiel a sí misma en el día de su boda”, opinó Lucy Yeomans, directora de la revista Harper Bazaar.
No se sabe a ciencia cierta quién lo diseñará o si estará basado en una idea de la propia novia, como publicó esta semana un diario sensacionalista. Cuando los rumores apuntaban hacia Sarah Burton, sucesora del desaparecido Alexander McQueen, irrumpió con fuerza en los últimos días el nombre de Sophie Cranston, joven fundadora prácticamente desconocida de la marca Libélula.
Ante el silencio oficial, se siguen barajando también otros hipotéticos creadores como Bruce Olfield, Philippa Lepley o Amanda Wakeley.
Sea quien sea el elegido, cargará sobre sus espaldas con una enorme responsabilidad. “Este vestido quedará para siempre ¡Es nuestra futura reina!”, subrayó la diseñadora de moda nupcial Caroline Catigliano.
Los expertos coinciden en que el modelo que lucirá la esbelta Kate será clásico y elegante, pero dado el contexto económico actual más sencillo que el traje de estilo merengue de princesa de cuento de hadas, con ocho metros de cola, que llevó Diana el día de su boda con el príncipe Carlos en 1981.
Debería tener sin embargo algún toque moderno, y sobre todo llenar la Abadía de Westminster, aunque el histórico templo gótico sea considerado un espacio menos imponente que la catedral de San Pablo donde se casaron los padres de Guillermo.
“A causa del escenario y de su papel, el vestido tiene que tener algún elemento dramático. La abadía de Westminster es un gran edificio y parecerá una minúscula manchita si no lleva algo con una cola un poco larga o volumen”, opinó Edwina Ehrman, que está preparando una exposición sobre la historia de la moda nupcial para el museo Victoria and Albert de Londres.
Ehrman está convencida de que Kate llevará velo, y posiblemente también una tiara, a lo mejor prestada por la reina Isabel, abuela del novio, aunque todo dependerá de la imagen que quiere dar al mundo en su presentación como princesa Catherine.
“La incógnita es hasta qué punto se va a presentar como la novia absolutamente tradicional y hasta qué punto el diseñador colaborará con ella para darle esa pequeña diferencia”, agregó la especialista.
No hay que esperar sin embargo ninguna originalidad del lado del color, que estará entre el blanco, el crudo y el marfil, ni seguramente en los materiales, entre los que debería dominar la mejor seda, tal vez combinada con algún motivo de encaje dado que una princesa difícilmente puede revelar mucha piel.
“Tiene que mantener un equilibrio entre llevar algo que creamos digno de la futura reina (…) pero sin excederse”, resumió Edwina Ehrman. “Es muy complicado”.