Queridos amigos. Soy Mario Waissbluth y en esta ocasión iniciaré lo que será una ventana frecuente de opinión de diversos integrantes de nuestro movimiento ciudadano a través de este blog, con una reflexión sobre lo que llamaré “el incidente de la publicidad en los textos escolares”.
Comenzaré confesando que cuando me enteré de este asunto me desquicié. Más allá de lo razonable. Si uno lo piensa con calma, no pasa de ser un incidente menor en el complicado panorama de la educación chilena. De mal gusto tal vez. Puede decirse incluso que es una falta de criterio de los autores del texto y de la editorial el poner a los chicos a cantar obligadamente el slogan de una empresa telefónica. Pero en realidad no constituye un evento mayor, es una mera gota en los litros de consumismo y mercantilismo que se inocula en el cerebro de los niños de Chile a toda hora.
¿Por qué, entonces, me desquicié? En retrospectiva, lo que me pasó es que el incidente fue como la “guinda de la torta” de un sistema educativo que crecientemente me revuelve el estómago por su mercantilismo. La punta del iceberg de un sistema diseñado bajo el supuesto de que es la mano invisible del mercado la que va a optimizar la educación de los chilenos. Ese ha sido, desde septiembre del 73, el criterio ordenador fundamental de la educación chilena.
Se traduce en muchas cosas: escuelas privadas que compiten por alumnos entre sí y con las escuelas municipales, hasta ahora sin una mínima regulación. Escuelas que seleccionan a sus alumnos para poder tener mejores resultados… y así mostrarlos en el mercado. Escuelas que dejan a los peores alumnos en la casa el día del SIMCE… para mostrar mejores resultados en el mercado. Universidades que literalmente venden títulos profesionales al que tenga la capacidad de pagarlos, sin la más mínima regulación, como lo hemos visto en la más reciente prueba INICIA para egresados de pedagogía.
Los padres que tienen más recursos pueden pagar por accesos a escuelas y universidades más caras. Un mercado de libros de texto que valen 10 veces más en el sector privado que en las escuelas públicas. Un mercado de asesorías técnicas educativas (ATEs) para las escuelas, completamente desregulado y de una calidad inaceptable. Un sistema de acreditación universitaria que está completamente desacreditado, y que opera… en base a incentivos de mercado. Un mercado espurio de cursillos de capacitación para profesores y directivos escolares que todos sabemos que sirve de poco pero rinde mucho.
Aclaro: no tengo nada contra el mercado de la pasta de dientes, ni del cemento, ni de los automóviles, ni de los bancos… siempre que esté adecuadamente regulado para que los clientes no estén desprotegidos. Esto a veces no ocurre, pero en principio lo podríamos regular bien. Pero las consecuencias sociales del “mercado” en la educación son tenebrosas. No sólo porque es un mercado opaco, poco transparente, y con consumidores desprotegidos. No sólo porque hay gente enriqueciéndose en forma descarada con cargo a los bolsillos de estos consumidores y del fisco. Lo que me desquicia es la segregación social que este mercado impulsa.
Recientemente, un trabajo conjunto entre la U. de Chile y la U. Diego Portales produjo el “Expediente PISA”, un prolijo análisis de los resultados 2009 de este test. Tenemos el triste honor –medido por el Indice de Duncan- de tener el sistema educativo socialmente más segregado de los 34 países de la OCDE a la cual decimos orgullosamente pertenecer.
Puesto en simple, es un país en que los niños más ricos estudian con los más ricos, los de clase media con los de clase media, los pobres con los pobres, iniciando así un ciclo de reproducción del clasismo y el elitismo que se prolonga luego en la universidad y así sucesivamente hasta la vida adulta. Los profesores más precarios se concentran en las escuelas más precarias. Los colegios particulares parecen clubes de campo, y los padres en realidad pagan 300 ó 400 mil pesos mensuales para comprarles una red social a sus hijos, más que una educación de calidad.
Alguien podría pensar que esto se debe a otras razones, como por ejemplo la segregación social territorial. En parte, es verdad. En nuestro clasista y racista país, los pobres también viven y estudian lejos de los ricos. Pero, como lo explica el investigador Juan Pablo Valenzuela: “lo más impactante del estudio es que el sistema educacional no sólo refleja la segregación urbana que existe, sino que la acentúa: es 50% más segregado que los barrios donde residen los estudiantes”.
No es la segregación geográfica la que explica la segregación escolar. El tenebroso modelo de mercado educativo es la locomotora que arrastra el carro de la segregación social. La aplicación irresponsable y desenfrenada del mercado en la educación me es crecientemente intolerable, y es por eso que me desquicié con el pequeño incidente de la publicidad en los textos escolares.