Luego de soportar una avalancha de críticas y burlas respecto de la nueva campaña contra el SIDA, el gobierno decidió contraatacar este fin de semana presentando, cifras en mano, las repercusiones que generó en Internet la iniciativa.
El mensaje usado era simple: “Gracias a los que apoyando o criticando, permitieron poner el SIDA en mente”, citando a 3 usuarios de la red social Twitter que alababan el despliegue comunicacional, junto a otros 3 que la rechazaban.
(Curiosamente, esos 3 reacios eran políticos -los senadores Fulvio Rossi, Andrés Allamand y Lily Pérez- generando la impresión de que los únicos que no entendían la campaña eran… bueno, los políticos).
Pero fuera de que las cifras citadas no son tan imponentes cuando se analizan en detalle (5.000 “me gusta” entre 6.147.800 chilenos mayores de 18 años registrados en Facebook es el 0.08% del público; más aún, Alexa revela que tras sólo un mes de campaña, las visitas al sitio web oficial cayeron prácticamente a cero), tengo mis dudas si el debate generado por la calidad de una campaña es sinónimo de su éxito.
Verán, cuando estaba en la universidad, nuestro profesor de marketing nos enseñó que un principio al diseñar un aviso publicitario es que el “chiste” nunca debía ser demasiado bueno. Demasiado bueno como para quedarse con él y olvidar de qué se trataba el producto.
No me dirán que nunca les ha pasado: llegan el lunes a la oficina a contarle al colega de al lado lo divertido que es ese último comercial, ese donde la señora se enoja, detiene el auto y le dice al marido que…
- Muuuuy bueno. ¿Pero de qué era el comercial?
- No recuerdo. De algo para los dientes… o de toallas higiénicas, pero era divertido.
De igual forma, tengo la sensación de que la última campaña del SIDA es una nueva oportunidad perdida a la hora de generar conciencia sobre los riesgos de la enfermedad y las formas de evitar el contagio. Una que demuestra otra vez como, bajo los gobiernos de la Concertación o de la Alianza, los chilenos seguimos siendo los campeones de la abstracción a la hora de evitar llamar las cosas por sus nombre, muy lejos de la irreverente (pero divertida) explicitud francesa, o del simbolismo alemán que no trepida en echar el guante a un personaje tabú en su historia para remarcar el peligro que se oculta tras una relación sexual no protegida.
Por eso, si me lo preguntan, creo que la campaña contra el SIDA ha sido un éxito rotundo generando debate.
Si ese debate es sobre el SIDA, no estoy tan seguro.