El domingo 19 de diciembre emprendí un viaje a otro país. Aunque no lo crean fui en bus y me demoré unas 6 horas en llegar a mi destino.
Apenas llegué me di cuenta de que era un lugar distinto, porque mi arribo fue a eso de las 6 de la mañana y ya estaba gran parte de la ciudad despierta. La locomoción colectiva ya corría. Las micros son grandes y algunas tienen un agregado en su parte posterior, se detienen en unos paraderos verdes y las personas hacen fila para subirse a ellos, algo que en mi país no se ve.
El país al que llegué goza de tener un metro. Sí, un tren subterráneo, el que en horas de la mañana va lleno, en medio del calor. Las estaciones son raras. En ellas se ven obras de arte, hay televisores plasma y LCD, unos ventiladores que tiran viento húmedo y guardias que visten de amarillo, los que te llaman a no traspasar la línea (también amarilla) antes de que lleguen los carros.
Eso sí, los guardias de amarillo no tienen muy buena disposición para atender consultas.
Para viajar tienes que tener una tarjeta que llaman “BIP!” y que efectivamente suena así cuando accedes a la locomoción. El metro es rápido. No es muy cómodo pero funciona, aunque sea difícil encontrar un lugar donde sentarse.
El metro pasa por una estación que se llama “Baquedano”. Nunca antes había estado ahí pero sí sabía que en este país, las personas celebran sus triunfos en ese lugar, al que llaman Plaza Italia. Es grande, hay que decirlo, y apenas uno se asoma por las escaleras de la estación del metro, ve que las calles son más anchas. Nunca había visto avenidas de 4 y hasta 5 pistas. En mi país de origen a lo más hay una avenida de 3 pistas.
Otra de las estaciones del metro se llama “La Moneda” y dicen que ahí se gobierna este extraño país. Es una casa muy grande, de un color blanco tirando para crema cuando se le ve de lejos. Dicen que por ahí se pasea la élite de este país, aunque nunca he visto a ninguno de ellos. Sólo por la televisión.
Este país es raro. La gente no te mira bien, todos te ven con desconfianza, como si fueras a quitarles algo. Las personas no te miran al pasar en la calle y muchos te pasan a llevar cuando caminas por la vereda. Las colas son pan de cada día, hora, minuto y segundo, teniendo que agregarte al final de una cada vez que quieres lograr algo, ya sea comer, comprar un remedio, subir a la micro, entrar al metro, cargar el teléfono celular o tomar un helado… así es acá.
En los locales comerciales nadie te saluda. No te dicen “buenos días”, sino que te preguntan de inmediato “qué quiere” sin cordialidad, y esperan que todo sea lo más rápido posible sin disfrutar de esos pequeños momentos que a veces regala la vida.
Este sitio es muy grande. Dicen que París cabe 6 veces en este lugar, yo diría que tal vez es mucho más grande de lo que uno cree. Eso sí, no me quejo, también tienen plazas muy grandes y las personas que ya no dan más por el ritmo del lugar caen desfallecidos bajo los árboles sin que nadie los mire.
En realidad, nadie se mira.
Y tienen un río. Es chico eso sí, no como el de mi país. El de mi país es grande e imponente y se llama río Bío-Bío. El de acá se llama Mapocho, es feo y hediondo… por lo que supe a pesar de ser tan pequeño en comparación al de mi país, da bastantes problemas y si pudieran eliminarlo, lo harían.
Cuando viajé me dijeron que podría ver la cordillera de Los Andes. Nunca la pude ver. Había una extraña capa de color gris que me impedía la visión. “Smog” le dicen y por lo que averigüé, es malo para la salud y la producen los autos y vehículos en general. Pese a ello todos quieren tener un auto, a pesar de lo mal que le hace a las personas.
Traté de encontrar un animal, pero prácticamente no los vi. Sólo palomas en las plazas y el único caballo estaba en una publicidad del metro. Otra cosa: el sol pega fuerte, aunque me contaron que en invierno hace mucho frío y cuando llueve un poquito se inundan altiro. Nada comparable a mi país, donde llueve por 3 y hasta 4 días seguidos a veces y donde la gente está tristemente acostumbrada a inundarse sin esperar ayuda.
Acá parece que no sufrieron mucho con el terremoto. Traté de buscar daños en edificios de altura o construcciones antiguas y saqué dos conclusiones: o el terremoto fue muy leve acá o repararon muy rápido los daños, algo que en mi país la gente todavía añora.
Nunca supe como se llamaba. Sólo lo supe cuando ya pasaba por la frontera. Mientras viajaba por una gran carretera vi un cartel verde, de esos que también hay en mi país, que decía “Límite Región Metropolitana”. Ahí supe que el lugar que visité se llama Santiago, el que -dicen- también es parte de mi gran país, aunque no sé si debo creerlo o no, pues la diferencias son muchas en relación a otros lugares que he visitado. Es muy distinto al país donde vivo el día a día.