Los asesinatos aumentaron en número y crueldad en 2010 en América Latina de la mano del narcotráfico y de las pandillas, que suelen justificar sus atrocidades a través de ritos o creencias, convirtiendo a la inseguridad en la principal preocupación de la región.
La matanza en agosto de 72 emigrantes clandestinos cuando iban hacia Estados Unidos en el noreste de México o los 37 muertos que dejaron operaciones recientes para controlar las favelas del Complexo do Alemao en Rio de Janeiro, son muestra de la complejidad que ha adquirido el fenómeno.
“Vivimos en una región donde la muerte violenta y la muerte lenta se transnacionalizó”, explica a la AFP Benjamín Cuéllar, director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana de El Salvador, tras recordar que desde hace más de una década América Latina ostenta niveles de homicidios que duplican los de cualquier otro continente.
México, que tiene involucrado a su ejército desde hace cuatro años en la guerra contra el narcotráfico, vivió su peor año de violencia no sólo por el número de homicidios -más de 13.000 según se desprende de las cifras oficiales- sino por su barbarie.
Esa crueldad ha quedado en evidencia con la frecuente difusión de videos y fotografías en portales de internet, que muestran ejecuciones de secuestrados, torturas de enemigos y el degollamiento de víctimas, en cumplimiento de ritos iniciáticos.
Uno de los capos del cártel de ‘La Familia Michoacana’, Nazario Moreno, al que el gobierno dio por muerto tras un operativo la semana pasada, escribió una ‘biblia’ para sus seguidores, conocidos por amontonar y quemar los cadáveres de policías o por decapitar a sus víctimas y tirar las cabezas en lugares públicos.
En la invasión del Complexo do Alemao, fue recapturado Elizeu Felicio de Souza, “o Zeu”, uno de los condenados por el asesinato del periodista Tim Lopes en 2002 mientras realizaba un reportaje en esa favela, ejecutado a golpes de sable de samurai, siendo su cadáver posteriormente incinerado.
“Los sicarios son cada vez más jóvenes y despiadados, y actúan muchas veces respondiendo a rituales como la decapitación o desmembración de sus víctimas relacionados con cultos esotéricos”, resume Facundo Rosas, comisionado de policía de México.
Detrás de la mayoría de los casi 3.000 asesinatos ocurridos este año en Ciudad Juárez, una urbe fronteriza con Estados Unidos de 1,3 millones de habitantes y considerada la más violenta del país, están -según las autoridades- pandillas como ‘Los Aztecas’ o ‘Los Artistas Asesinos’, convertidos en confraternidades del crimen.
En Honduras, las autoridades atribuyeron en septiembre a un enfrentamiento entre dos bandas, la Mara Salvatrucha o MS-13 y sus rivales de la Mara 18 (M-18), la matanza de 18 personas en una fábrica en San Pedro Sula.
Tres semanas después, en El Salvador, entró en vigencia una ley antipandillas que penaliza con 10 años de cárcel la pertenencia a esas organizaciones.
El ser sicario o narcomenudista “es la única puerta abierta” para jóvenes sumidos en la miseria, señala a la AFP el escritor Elmer Mendoza, autor de una serie de best-sellers sobre narcotráfico, quien considera que no es sólo cuestión de pobreza.
“No se trata sólo de comer, de llevarse alimentos a la boca, sino que se tiene la necesidad de establecer un espacio de pertenencia a un grupo y que te admiren, que digan: ‘Ahí va fulano’. Y eso lo vemos en México, en Colombia, en Brasil”, dice. Ese sentido de grupo suele estar mezclado con el cumplimiento de rituales.
Por eso, los pistoleros mexicanos recurren al culto de ‘La Santa Muerte’: una representación de la muerte, con guadaña y vestida a la usanza de los santos católicos, que cuenta con entre 2 y 5 millones de seguidores, según estimaciones no oficiales.
En Venezuela se hacen ofrendas a los santos de la ‘corte malandra’ como Ismael Sánchez; los sicarios colombianos rezan para tener buena puntería a la virgen de Sabaneta; mientras que en Argentina los narcotraficantes son devotos de San Expedito, que multiplica sus imágenes.
“Se trata de una desviación de las religiones históricas hacia un pseudo catolicismo y ocultismo, de modo que este tipo de personas esperan recibir los favores particulares”, en especial el dominio sobre la muerte, señala Carlos Montiel, autor del ensayo “La Fe de los Sicarios”.
En agosto, el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, admitió que América Latina vive “una ola de criminalidad como nuestra región no había conocido” y que “hay una cantidad de ciudades en que es una verdadera epidemia”.
“Hace unos cinco años se hablaba por separado de narcotráfico; de maras, bandas o pandillas; de secuestradores; de contrabandistas o traficantes de migrantes, ahora todas esas violencias parecen estar convergiendo en organizaciones criminales sui generis”, explicó el mismo Insulza semanas más tarde a la AFP, tras un evento académico en México.