4 años después de su inicio, una erupción de barro viscoso sigue devastando una región industrial de la isla indonesia de Java, sin que haya señales de que vaya a cesar algún día.
¿Terminará la erupción dentro de unos meses o dentro de 100 años? Nadie puede decir cuándo dejará de extenderse el líquido espeso, hirviente y nauseabundo que escapa de las entrañas terrestres desde el 29 de mayo de 2006 cerca de la ciudad de Sidoarjo, en el este de Java.
Desde ese día, un inmenso “lago” de más de 700 hectáreas ha cubierto ya más de diez pueblos, fábricas, una carretera y una vía férrea. Cuatro años después, lo único que sobresale del fango es parte del techo de una mezquita y la copa descarnada de los árboles más altos.
El fenómeno puede “continuar entre dos y tres años, como también durante cientos de años”, decía el año pasado un experto australiano, Mark Tingay, de la Universidad Curtin de Sídney.
El experto evaluaba en 100.000 el número de personas amenazadas en esta región fuertemente urbanizada.
La catástrofe ya ha obligado a evacuar a más de 40.000 habitantes, y provocado la muerte de 12 personas, según las autoridades.
La principal erupción ha perdido buena parte de su intensidad en los últimos meses, pero “el barro sale ahora de dos nuevos cráteres”, separados por unos cientos de metros, según Soffian Hadi, de la agencia encargada de gestionar la zona.
Ambos cráteres “expulsan una media de unos 10.000 m3 de barro cada día”, según él.
La causa de esta catástrofe única en el mundo sigue siendo objeto de debate.
Algunos científicos la atribuyen a una perforación exploratoria de gas mal ejecutada por una sociedad indonesia, Lapindo Brantas.
La compañía, perteneciente a uno de los hombres más influyentes del país, Aburizal Bakrie, nunca ha reconocido su responsabilidad, y afirma que el desastre se debe a un sismo ocurrido dos días antes en el centro de Java. No obstante, bajo la presión del gobierno, la empresa ha aceptado indemnizar con casi 400 millones de dólares a 10.000 familias.
El pago de la indemnización se ha retrasadao sin embargo, provocando la ira de las familias concernidas.
Lapindo también gestiona, junto con las autoridades, las estructuras levantadas para poner coto a la masa fétida de barro que sigue escupiendo la tierra. La tarea es muy difícil, porque hay que colmatar y elevar continuamente los diques, de más de 10 metros de altura.
Por su lado, todos los intentos por tapar el volcán mediante, por ejemplo, el lanzamiento de cientos de bolas de concreto en el cráter, han fracasado hasta ahora.
El espectáculo del paisaje desolador atrae ahora a los curiosos y forma parte de los circuitos turísticos de volcanes. El presidente indonesio, Susilo Bambang Yudhoyono, dijo en marzo que “con arreglos y un buen proyecto” se podría transformar la zona en un “lugar de atractivo geológico para los turistas”.
A esta idea, Mantep, una víctima que “no tiene trabajo desde hace cuatro años”, responde que “se trata de un lugar de sufrimiento, y no de placer”.