Los hippies de Woodstock querían cambiar el mundo con flores, drogas, paz y amor, hasta que el mundo terminó cambiándolos. Para aquellos que asistieron al festival de rock en Bethel al norte de Nueva York -del 15 al 16 de agosto de 1969- el evento anunciaba el advenimiento de una nueva era. Se definían como la “Nación Woodstock”.
Pero la euforia del ayer se convirtió hoy en resaca, porque 40 años después no queda claro si Woodstock logró cambiar algo.
El profesor de periodismo de la Universidad Quinnipiac, Rich Hanley, dice que el festival marcó en realidad el fin -y no el principio-de la revolución de los 60 y la contracultura. “En 1971, ya todo había terminado. Las protestas cesaron. La generación Woodstock salió a buscar trabajo y el trabajo puso fin a la diversión” señaló el profesional.
Según Hanley, “los hippies ahora se convirtieron en republicanos, perdieron el pelo y cambiaron el consumo de LSD por el de Viagra”
El Director del Museo de Woodstock de Bethel, Wade Lawrence, dice que la generación de las flores no tuvo que esperar demasiado antes de volver a la realidad. Menos de 4 meses después de Woodstock, en diciembre de 1969, un concierto similar organizado en el autódromo de Altamont en California terminó en una violenta y alucinada batalla campal.
Woodstock dejó, en todo caso, un legado que va más allá de la música y de los pantalones acampanados. Irónicamente, el resultado más palpable fue la apropiación de la música rock por las empresas como fuente de ingresos. Los conciertos pasaron de reuniones improvisadas a operaciones que generan grandes sumas de dinero. (AFP)