“Gioia” es un espectáculo que pone en escena a Pippo Delbono (1969), a Gianluca, una persona con Síndrome de Down, a un hijo de refugiados de la dictadura argentina, y una serie de personajes que fueron pacientes de algún psiquiátrico o mendigos.
Sucede que Delbono sufrió una grave depresión cuando, en 1996, fue diagnosticado como VIH positivo. Internado en un hospital psiquiátrico, conoció a Bobò, un sordomudo con hidrocefalia que llevaba 40 años allí. Vincenzo Cannavacciuolo, Bobò, se transformó en amigo entrañable de Delbono y cabeza de la compañía de teatro, hasta su muerte en febrero de 2019.
“Gioia” es un viaje, un rito donde el centro son los sentimientos, los afectos, la inclusión, la reunión de estas almas heridas, segregadas, apartadas. Es un espectáculo al que el espectador -simple o difícilmente- debe entregarse porque no es racional, y en varios pasajes no sólo no es sofisticado, puede resultar básico, obvio.
“Gioia” son sensaciones, necesidades del creador y de los actores por reconocerse, por ser reconocidos, de salir del dolor -esos profundos que sufren los pacientes de los hospitales psiquiátricos- y, a ratos, alcanzar la “gioia”, una alegría con algo de melancolía.
Gioia es un espectáculo que, a punta de imágenes y sensaciones, resultará muy personal, con percepciones muy diversas, incluso disonantes.
En mi caso, recordé la niña con Síndrome de Down que vivió con mi abuela hasta llegar a ser adulta, a los pacientes del Hospital Psiquiátrico Dr. José Horwitz que participaban de un taller de máscaras que hacía una polaca, historias de exiliados e hijos de éstos que he escuchado, de familiares de detenidos desaparecidos, y a algunas personas que han pasado por depresiones profundas (y no entendí).
“Gioia”, para mí, es un canto y una invitación a mirar a los demás de manera más abierta, con menos prejuicios, entendiendo que en los afectos está la esencia para, después del dolor, de la angustia, poder llegar a la “gioia”. Aunque sea por un rato.