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Un incendio en una casa de reposo. 10 adultas mayores muertas. Un proceso judicial que todavía no concluye y con pericias tardías, sin culpables penales. A tres años de la tragedia, la Unidad de Investigación de BioBioChile recopiló 5 historias de vida de las víctimas. Los relatos incluyen a una aventurera que viajó por Chile, a la protectora del hogar que las cuidó a todas hasta las últimas horas, y una mujer que siempre quiso morir, pero que el hogar le dio una nueva oportunidad.
Juanita Arriagada vivió la mayor parte de su tiempo en Cabrero. Tuvo siete hijos. Se dedicó a criarlos y atender a su marido: un hombre de campo, bruto y mujeriego. Tenía varias mujeres por fuera, aunque siempre se hizo cargo de su hogar.
El 2000 sufrió un accidente vehicular y murió al instante. Juanita quedó sola junto a sus hijos. Nunca demostró estar mal. Era una mujer fuerte y acostumbrada a posponerse. Pero estar sin su compañía le provocó un dolor interno.
—En ese momento comenzó a decaer —dice su hija Nelly Balboa a BioBioChile— Nunca le vimos un psicólogo.
Poco a poco comenzó olvidando las cosas. Algunas situaciones ponían en peligro su vida así que decidieron contratar a una cuidadora. El problema fue que a ella nunca le gustó la idea, su respuesta era: “Si traen a alguien, yo la voy a agarrar de las mechas”. Así que una de sus hijas terminó cuidándola por tres años.
El empeoramiento del Alzheimer provocó un desgaste emocional que enfermó a quien se hacía cargo. Decidieron entonces buscarle un hogar. Su hija arrepentida dijo en ese entonces: “Nunca voy a perdonarme si la dejamos en un hogar”. La cuidó unos meses más hasta que terminó sufriendo una crisis.
El día que la trasladaron casi todos sus hijos se reunieron en casa. La abrazaron, le compraron toda su ropa nueva y se la marcaron con su nombre. Su madre a ratos no los reconocía. Cuando llegaron al Hogar Santa Marta -15 meses antes de la tragedia- Juanita le dijo eufóricamente a quien la recibió:¡Mira dónde nos vinimos a encontrar! Nunca antes la había visto.
Las poesías de la Deyita
Deyanira Venegas perteneció al coro de la sinfónica y al grupo de ballet de la Universidad de Concepción. Tenía una voz privilegiada y siempre estaba cantando o recitando algún poema. Fue profesora, aunque ejerció poco porque se dedicó a la crianza de sus hijos.
Su vida la vivió ligada al arte. Su encanto y alegría provocó que muchos pretendientes le escribieran cientos de poesías. Le encantaba opinar de todo. Fue una mujer independiente, activa hasta sus casi 85 años. Era capaz de ir en transporte público a visitar a su hijo al trabajo.
Un día comenzó a tropezarse y sufrió diversas lesiones. El diagnóstico fue irreversible: Alzheimer. Lo primero que hizo su familia fue contratar a diferentes cuidadoras. El problema fue que a veces nadie podía hacerse cargo. Su único hijo que vive en Concepción tomaba esos turnos de emergencia, pero su madre necesitaba a alguien permanente. La decisión fue trasladarla a un hogar.
El 2016, dos años antes de la tragedia, Deyanira llegó al Hogar Santa Marta. Tenía 97 años.
—Nosotros queríamos que estuviera bien. Queríamos un mejor bienestar porque ella lo entregó todo hasta el último día —explica Pierre Louit, su hijo menor.
Elsa, la protectora
Elsa Hidalgo vivía sola en Melipilla. No tuvo hijos y su familia era escasa. Fue profesora. Trabajó en la Cruz Roja y dedicó parte de su vida a cuidar a los abuelitos. Se conseguía financiamiento y se iban de viaje. Siempre destacó en ella un rol protector.
Un día llamó a sus “sobrinos” que residían en Concepción. Les pidió que la fueran a buscar. Estaba llena de moretones, casi sin hablar. Nunca contó qué le pasó. Sospechan que fue un asalto, pero no hay certeza. El trauma que sufrió en ese momento alteró su vida y necesitó que por primera vez, cuidaran de ella. El doctor le recomendó el Hogar Santa Marta.
Llegó con 87 años. 10 meses antes de la tragedia. Con el tiempo empezó a mejorar y estaba pendiente de todas las abuelitas.
—Ella nunca se iba a acostar si no estaban todas acostadas. Las cuidaba —cuentan sus sobrinos a BioBioChile.
Los últimos viajes
Laurentina Espinoza fue minadora en Huachipato hasta sus casi 60 años. Después se dedicó a viajar por Chile. Recorrió cada extremo del país, llegando a Tacna, Perú. Siempre recordaba la Laguna San Rafael porque le dieron un whisky a las rocas con hielo del mismo lugar. Su anhelo era llegar a Argentina para conocer la tumba de Carlos Gardel y Leonardo Fabio. Nunca logró concretar el viaje.
Vivió sola un tiempo en Chiguayante, pero se sentía desesperada de no poder sociabilizar. Fue ella misma quien pidió irse al hogar. Lo necesitaba. Cuando llegó con 91 años, 7 meses antes del incendio, se enamoró del lugar. Le encantaba sentarse al lado de la chimenea, conversar, que el almuerzo estuviera listo. Era fan de las pantrucas, siempre se repetía el plato.
—Aquí era bonito. Plantaban su comida, bailaban, pintaban, tenía ejercicios. Las cuidadoras eran excelentes, igual que los kinesiólogos —relatan a BioBioChile sus hijas Ana y Ximena Sáez junto a su yerno, Gregorio Cuevas.
Toda la familia se enamoró del hogar. La visitaban a diario e incluso participaban de las actividades.
—Fuimos ignorantes. Nunca nos fijamos que el hogar no cumplía. No había extintores, los pasillos eran estrechos… Pero ella era feliz, vivía muy bien.
Una mujer coqueta
Otra abuelita que pidió irse al hogar fue Amanda Riquelme. Era una de las más jóvenes. Tenía glaucoma así que veía poco, pero además sufría de una depresión con trastorno de personalidad. Su hija mayor, Isabel Marín, confiesa a BioBioChile que ella creció escuchándola decir que quería morirse.
—Si amanecía lloviendo ella levantaba sus manos y pedía “Señor, llévame”. Cada vez que íbamos a la playa ella se metía al mar y decía “Señor, ayúdame a morir”. Intentó suicidarse varias veces.
Amanda era una mujer coqueta y le encantaba estar “arregladita”. Le gustaba ser la más bonita de todas. Se enamoró del kinesiólogo del Hogar. Nunca quiso depender de nadie. Lloraba para que la llevaran a la casa de reposo y se iba cantando en el auto cuando iban a dejarla.
Alcanzó a estar dos meses antes del incendio.
El día de la tragedia
Horas antes del incendio la dueña del Hogar se quedó hasta las 23:00 horas esperando al personal que venía en camino. Ordenó que cargaran la estufa con poca leña y que la dejaran apagarse porque ya todos estaban durmiendo. La mayoría usaba frazadas térmicas o guateros. Las cuidadoras se encontraban en el salón del comedor, donde tenían la perspectiva de todo el pasillo, incluida la estufa.
Casi cuatro horas más tarde, la misma estufa que debió estar apagada a esa altura, comenzó a recalentarse y provocó un incendio desproporcional en el pabellón 2. El material inflamable, como la madera, provocó que en cosa de minutos todo estuviera envuelto en llamas.
Uno a uno fueron llegando los familiares. Todos pensaron que Elsita estaba viva. Albergaban la idea que hubiese salido caminando sola y que se escondió del fuego. Pensaron que en su rol protector, mientras ocurría todo, ella ayudó a alguien.
La madrugada del 14 de agosto de 2018, el cabo primero José Romero estaba de servicio nocturno junto a su colega. Recibieron tres llamados. El mensaje de los primeros dos era el siguiente: hay un principio de incendio. El último decía que se trataba de un incendio en un hogar.
Tardaron entre 7 y 10 minutos, siendo los primeros en llegar. En ese lapsus el pabellón 2 ya “estaba declarado”, es decir, nada se podía hacer. Adentro dormían 11 mujeres y se supone que debían haber dos funcionarias cuidándolas. Una de ellas declaró que escuchó una explosión, pero no se sabe si verdaderamente estaban en su lugar de trabajo.
—Cuando dijeron que habían más adultos mayores atrapados adentro de los otros pabellones y que estaban siendo alcanzados por el fuego, sin dudar comenzamos a sacarlos. Fue instinto natural —recuerda José Romero.
Cuando comenzó el incendio la mayoría estaba durmiendo. Ambos carabineros los tomaban en brazos y los sacaban del hogar. Algunos de ellos comenzaron a gritar y a preguntarse qué pasaba. Estaban totalmente desorientados. Lograron rescatar a 15 adultos mayores hasta que llegó ayuda.
Del pabellón 2 sólo sobrevivió una abuelita. No era Elsita. Logró escapar por la ventana con quemaduras, sin ayuda de nadie. Evocando esa noche el uniformado relata a BioBioChile:
—Cuando bajó la adrenalina sentí miedo. Actuamos sin pensarlo, sólo para salvar vidas. Pensé en mi familia, en mis hijos, en mi señora. Yo no me siento un héroe, sólo logré hacer lo que más pude en ese momento junto a mi colega.
A la espera de la pericia final
Labocar de Carabineros concluyó en su informe que la causa basal fue el recalentamiento del cañón de la estufa. Precisamente en la zona del cañón con el entretecho, donde se necesita una especial aislación.
Hasta ese momento todos pensaron que las 10 abuelitas murieron calcinadas, pero el informe, junto al del Servicio Médico Legal demostró que la causa de muerte fue por asfixia. Algunas de ellas fueron encontradas fuera de su cama, quizás en un intento desesperado de escapar o ayudar.
El abogado querellante Enrique Hernández representa a 7 familias. Es claro en los hechos y explica a BioBioChile:
—No se trata de un simple incendio fortuito, si no que existían elementos que podían haberse previsto para evitar esta tragedia.
Por lo mismo fiscalía solicitó una nueva pericia. Con ella esperan establecer con precisión responsabilidad de carácter individual. A través de manera científica buscan precisar qué sucedió esa madrugada y descartar cualquier factor externo. Dentro de unas semanas debería estar concluida.
Por ahora, la certeza es que el Hogar Santa Marta estaba construido de madera. El ancho de las puertas era más angosto que las camas donde dormían las abuelitas. No contaba con alarmas de incendio. Además, existe una investigación para determinar si las funcionarias tenían o no capacitación para usar el extintor y actuar ante una emergencia.
—Hoy hablamos de un cuasidelito de homicidio. Hoy no es posible imputar a nadie. Sí existe negligencia, en eso tenemos convicción, pero estamos a la espera del informe para indicar quiénes son las personas responsables penalmente —aclara el abogado.
Una herida que siempre estará abierta
Contrario a lo que dice la parte querellante, la dueña del Hogar, Marta López, declara a BioBioChile que el incendio jamás se pudo prever. Fue un accidente insospechado para ella. Confiesa que no tuvo responsabilidad alguna y que siempre se tomaron las medidas necesarias para evitar cualquier siniestro.
—Se había cambiado la chimenea del comedor grande por una estufa nueva Amesti. El sábado, antes del cambio, fui en la tarde y las visitas estaban calentándose la espalda, pegadas a la chimenea. Es más, la reja de contención estaba llena de ropa que estaba calentando para sus familiares. La hice retirar de inmediato y también ordené que se quitaran unos clavos que pusieron en la pared, contra mis órdenes, para colgar ropa —describe Marta.
La estufa nueva que describe la dueña no fue la que se quemó. Los motivos del cambio fue que el viento norte provocaba que saliera humo por el hogar de la chimenea, quedando esparcido en el comedor. El origen del incendio fue en otra estufa. Sin marca, con soldaduras rotas y con un cañón que provenía de una caldera.
El hogar se formó como Casa de Reposo en 1966. Desde el 2010 lo administraba Marta. Meses después del incendio cerró para siempre. Para ella es una herida abierta y latente por el resto de su vida.
—Dejé de ser feliz, salvo la alegría que me da ver a mi familia (…) Todos tratan de alegrarme el día a día, pero nunca sabrán el calvario que he vivido en estos 3 años. No hay noche que no despierte con las imágenes del incendio y las sirenas de los bomberos ingresando al predio. Esa llaga no cerrará nunca más.
Desde la Municipalidad de Chiguayante han intentado estar siempre presentes. Intentan honrar la memoria de las abuelitas y fortalecer su oficina del adulto mayor. Por lo mismo, a futuro quieren forjar una alianza con la Corporación de Ayuda Diez Abuelitas para el Adulto Mayor, creada por los familiares de las víctimas.
—Hoy día nuestra sociedad, nuestro Estado, tiene una deuda pendiente con nuestros adultos mayores y en ese contexto nosotros tenemos que por los menos, honrar la memoria de nuestras abuelitas, porque seguimos en deuda con ellas. —expone Gonzalo Díaz, alcalde subrogante de Chiguayante.
Los últimos días del Hogar Santa Marta
Marta Provoste fue una de las sobrevivientes. El día del incendio dormía en otro pabellón. Tenía demencia senil y un día la encontraron desnuda. Por eso mismo decidieron llevarla a una casa de reposo, para que la pudieran cuidar. No recuerda ese día. Murió un mes después de un ataque al corazón.
Su yerno, Mario Castillo, expresa que no se trató de un abandono, sino de una preocupación. Nunca dejaron de visitarla. Además, cuestiona que mucha gente necesita ayuda estatal y no la tiene.
—¿Qué preocupación tiene el país? Hoy los candidatos hablan, aparecen en las tragedias, pero ¿realmente se preocupan de que la población está envejeciendo?
El día antes del incendio Juanita llamó a todos sus hijos. Su hija Nelly la visitaba todos los días después del trabajo y esa tarde sintió la necesidad de que saludaran a su madre. Sólo contestaron 3 de 7.
Pierre visitaba a su madre 3 veces por semana. Recuerda que hasta el último día lo educó. Con una mirada sabía qué estaba bien o mal.
Cada 14 de agosto las familias se reúnen afuera del Hogar Santa Marta. Hacen una ceremonia, rezan, y luego forman un círculo para contar las anécdotas de las abuelitas. Todos ríen, lloran y se marchan con una herida que siempre estará presente.