El 18 de mayo de 2005 un sargento del Regimiento Reforzado Nº17 y 44 conscriptos murieron congelados en una de las laderas del volcán Antuco, en las cercanías de Los Ángeles, Región del Bío Bío.
En 2007 la Corte Suprema confirmó la condena a los oficiales responsables, el coronel Roberto Mercado y el mayor Patricio Cereceda, a 3 años y un día, y cinco años y un día, respectivamente. Cereceda fue el único que debió cumplir la sanción en el Penal de Punta Peuco, pero solo la mitad de esta última, ya que en noviembre de 2011 obtuvo el beneficio de la libertad condicional. En 2016, en tanto, las familias fueron indemnizadas con 25 millones de pesos cada una. Hasta ahí una triste y dramática historia conocida por todos y reconocida como la peor tragedia en la historia del Ejército de Chile en tiempos de paz.
A quince años de la tragedia, el entonces ministro de Defensa Jaime Ravinet y de Interior José Miguel Insulza, revelan qué sintieron, cómo enfrentaron la crisis, cómo se enteraron, cuando la cabeza del Ejército era el general Juan Emilio Cheyre, ahora en retiro, y por supuesto cómo se informó al Presidente de la República, Ricardo Lagos.
Se trata de los primeros momentos del 18 de mayo, los primeros llamados, la confusión, la renuncia de Cheyre que Lagos no aceptó, enfrentar a las familias que pedían saber qué había ocurrido y combatir la desinformación que se generó en las primeras horas.
En el lado de las víctimas María Angélica Monares perdió a su hermano Luis, entonces sargento segundo. Monares, cuenta que supo que algo andaba mal, cuando un suboficial la abrazó, como forma de responder que su familiar había fallecido.
Caminando en la nieve
Según Ravinet así vivió la primera voz de alerta: “El general Cheyre me informó el 19 de mayo que habían patrullas perdidas en Antuco”.
“Eso motivó a que nos fuéramos esa misma tarde en avión a Los Ángeles, con él y el general Aldunate, que venía llegando de Haití, (…) a poco andar las camionetas quedaron entrampadas en la nieve”, agrega Ravinet.
“Subimos caminando hasta el refugio La Cortina, donde habían llegado esa misma tarde algunos reclutas y también el primer muerto. El frío era salvaje y fue muy difícil” puntualizó.
“Tipo seis de la tarde llegamos arriba. Estaba oscuro y nevaba. Tuvimos que caminar probablemente unos cinco, diez kilómetros hasta llegar porque había mucha nieve. Ahí nos enteramos del desastre que se venía y de la cantidad de gente perdida”.
[Vea un especial sobre la tragedia de Antuco]
“Cuando llegamos al primer muerto, incluso él (Cheyre) se quedó velando ahí arriba tratando de precisar cómo se había cometido semejante brutalidad de dejar salir a los reclutas que no tenían equipamiento de nieve, cuando empezaba el mal tiempo. Además, mostró otra cosa que no se conoció inmediatamente: que las radios institucionales no funcionaban y podrían haber ayudado. Fue un desastre”.
“Entonces definimos que el general Cheyre se quedaría tratando de hacer un diagnóstico de la magnitud de los daños y yo bajaría a Los Ángeles a conversar con las familias que estaban en el regimiento preocupadas de sus hijos”.
“Volví a Los Ángeles tipo once de la noche, y fue una reunión muy caótica, muy difícil de manejar, y lo más terrible de todo es que además los responsables de ese regimiento no estaban”.
“Yo tuve personalmente que conversar con cientos de familiares de todos los reclutas que estaban arriba, y no podía sino darles ánimo y solidaridad porque no tenía información. En verdad no sabíamos qué había pasado porque no había contacto con el mayor Cereceda, la radio no funcionaba, fue un desastre”.
“(…) fue simplemente (…) un descriterio absoluto dejar salir a esos reclutas cuando venía un frente de mal tiempo. O sea, la verdad, ya con lluvia habría sido difícil, con nieve imagínese lo que significó eso con una nieve muy prematura”.
¿Qué es lo que más lo marcó?
“La irresponsabilidad de los mandos de ese regimiento de Los Ángeles, que estando en un cuadro difícil no estuvieron en sus lugares. La incompetencia (…) de quienes estaban a cargo de los reclutas de dejarlos salir y marchar hacia abajo, cuando venía un frente de mal tiempo (…) y no haberlos cuidado arriba. Por último, la pobre infraestructura del Ejército en materia de comunicaciones” sostiene Ravinet.
“Y lo otro, el dolor de esos pobres cabros perdidos, congelados muertos y que sufrieron el congelamiento. La cara de desesperación de los que llegaron vivos congelados, muertos de frío, tiritando. Fue muy terrible verlos arriba y después bueno tener que estar con las familias. Perder a un chiquillo de 18 o 19 años es muy terrible”.
La renuncia
El actual senador PS José Miguel Insulza, entonces ministro del Interior, también recibió la noticia en medio de una ola de datos sin confirmar.
“A mí me llamó por teléfono el entonces intendente de la Región del Bío Bío Jaime Tohá y me dijo que también estaba llamando al presidente (Lagos), para informarnos acerca de esta tragedia (…) y estaba tratando de recabar los antecedentes”, rememora Insulza.
“Entonces alcancé a comunicarme con el ministro de Defensa, Jaime Ravinet, quien tuvo que lidiar con todo el tema: viajar a la zona y hacer todas las cosas. Las primeras informaciones fueron bastante confusas, pero en la noche teníamos (…) el cuadro de que esto había sido un hecho bastante más grave de lo que se había pensado al principio. Primero, que eran más de cuarenta los conscriptos fallecidos; y segundo, que oficiales que les habían ordenado marchar hasta su regimiento a pesar de las tremendas condiciones climáticas que se vivían”.
“Según se supo después, yo lo supe en esos días, pero no me atrevo a asegurarlo, que Cheyre le había presentado inmediatamente su renuncia al Presidente Lagos y él la había rechazado, partiendo de la base que él debía a cumplir con todo lo que correspondía en esta materia” revela el exministro.
“Al presidente le afectó mucho la tragedia (…) y siguió la noticia todos los días. Él terminó su discurso del 21 de mayo y partió inmediatamente a los funerales en Los Ángeles. Y (…) le dijo a Cheyre que los que tenían que responder eran los que estaban en los mandos directos”.
El abrazo
En la tragedia, María Angélica Monares perdió a su hermano Luis Monares Castillo, entonces sargento segundo del Ejército e instructor. Se enteró de la noticia a eso de las cinco de la tarde del 19 de mayo y se trasladó a las afueras del regimiento.
“Había mucha gente tratando de saber nombres y qué sabían de los jóvenes que estaban en la cordillera. Había muchos padres preguntando, hermanos, tratando de entregar el nombre de su familiar al que buscaban y saber qué había pasado con él. Un caos. Realmente era un caos. Era un mar de gente emocionalmente muy mal”, recuerda.
“Le pregunté a un suboficial, a un hombre mayor. Me identifiqué y le dije que soy la hermana del sargento Luis Monares, y le pregunté si sabía algo de él. Y él me dio un abrazo. Ahí supe que algo no estaba bien. Intuimos que la cosa era grave”.
– ¿Usted perdonó al mayor Cereceda?
– “Es complicado. No me levanto todos los días pensando en que lo odio” sostuvo Angélica Monares que tras los hechos organizó y ha sido la cabeza visible de la Agrupación de Familiares y Víctimas de Antuco.
Versión institucional
Desde el Ejército de Chile manifestaron que la tragedia de Antuco “significó la revisión y actualización de procedimientos, junto a la adopción de medidas necesarias para disminuir los riesgos asociados a las actividades de instrucción y entrenamiento del personal de la Institución”.
“(…) se han efectuado rigurosas evaluaciones y revisiones de los procedimientos, generando modificaciones a la doctrina institucional, que han permitido contar con protocolos especiales para el desarrollo de las actividades de la profesión militar, según zona geográfica y sus condiciones, contemplando equipamiento adecuado e instrucción pertinente al tipo de operación, y readecuando los procesos asociados a la formación de sus mando”, sigue.
De acuerdo a la versión castrense, se creó Centro de Lecciones Aprendidas del Ejército (CELAE), en el que “se implementó el “Sistema de Lecciones Aprendidas”, el que permite readecuar y retroalimentar cada actividad que se realiza en cualquiera de los escenarios donde se desenvuelve el Ejército, con el fin de incorporar, modificar y/o eliminar aquellos aspectos donde se identifiquen falencias, en la formación de sus mandos, desarrollo de la instrucción y entrenamiento e implemento del material y equipo para el normal desarrollo de sus variadas, complejas y riesgosas actividades”.
Sobre el apoyo a las familias, desde la institución manifestaron que se “ha brindado los apoyos correspondientes a las familias de los soldados fallecidos y también a los familiares del personal de planta también afectados, según lo establece la normativa legal y reglamentaria, en materias relacionadas a beneficios, salud y asistencia social”.