En Valdivia, región de Los Ríos, hay personas que desaparecen sin dejar huellas, rastros, señales, marcas, ni nada que indique dónde, cuándo ni por qué ya no están. Valdivia es como un agujero negro que se traga a los vivos.
Entre 2007 y 2017 -de acuerdo a datos de la PDI- hay presentadas seis denuncias por presunta desgracia y el resultado es igual a cero: Fernando, Rafael, Luis, Reinaldo y Víctor. Todos hombres. La historia del sexto habla por todos los anteriores, porque fue el último que se esfumó.
Sebastián Ignacio Álvarez Bernales alcanzó a cumplir 34 años antes de ser visto por última vez el 28 de septiembre de 2017. Hizo música, fue geek de la tecnología, fotógrafo aficionado, fanático de bandas alternativas, rendía culto al alcohol y a la fiesta interminable. Se enamoró de Michael Rowe, un ex “marine” estadounidense proveniente de California, cuyo pasado hasta ahora es un misterio para todos quienes le conocieron.
Fotologuero de los dosmiles, -y entrevistado por “El Diario de Eva” en Chilevisión y Mentiras Verdaderas de La Red-, Sebastián se hizo conocido en el ciberespacio por su odio hacia la gente con sobrepeso y el encono a las mujeres. Y también por su otro yo, al que llamó “Mente Enferma”.
Durante la investigación para saber qué ocurrió, han pasado tres fiscales sin especialidad en búsqueda de personas ni homicidios. La primera, experta en delitos de Violencia Intrafamiliar (VIF); la segunda en perseguir a criminales de cuello y corbata; y la tercera, que asumió en agosto pasado, en ilícitos sexuales. Esta última enfrenta el peso de una indagatoria sin resultados y a los deudos que claman justicia y encontrar algún resto para no pensar un día más en huesos sin descanso.
Lo sorprendente es que ninguna de las tres perseguidoras penales pensó en la tesis de un crimen pasional, en una desaparición forzada ni en un sospechoso. Y lo anterior, porque el último que vio con vida a “Mente Enferma” fue precisamente su pareja, Michael Rowe, un soldado educado para matar sin dejar huellas que demoró ocho días en reportar la ausencia de Sebastián a la policía.
Según Carabineros, anualmente hay 25 mil denuncias por presunta desgracia. De ellas un 90% se resuelven con éxito, mientras que el resto son misterios sin aclarar. La PDI, en tanto, recibe cada año cerca de 8 mil casos de personas desaparecidas, de las cuales 600 no tienen respuesta. Sebastián integra la cifra.
Esta es la historia de un hombre que vivió bajo su propia ley y que hace más de dos años se le vio por última vez a 24 kilómetros de Valdivia, en una zona costera llamada Curiñanco, un lugar que los mapuches conocen como Águila Negra.
La cornisa endeble
Mucho antes de ser diagnosticado a los veinte años con personalidad limítrofe, de portar una boca incontinente, recibir golpes de puño en el Metro de Santiago, y cultivar un particular aprecio hacia una médium nazi, “Mente Enferma” nació un 26 de julio de 1985 en La Calera.
Tenía dos facetas según María José, su hermana mayor: una sensible y acogedora y otra rebelde y desafiante. Uno de esos sujetos que ama la vida y -al mismo tiempo- camina por una cornisa endeble que coquetea con la muerte. Pero “Mente Enferma” se enamoró y no tardó en gritarlo en Twitter a los cuatro vientos de las redes. Su amor era extranjero, de tez blanca, fornido, cabello corto pegado al casco, de talante militar, ojos ajaponesados, nariz respingada de principio a fin y una sonrisa que lo cautivó.
Se conocieron a mediados de 2016 en el puerto principal, en el dédalo de sus calles. Michael Rowe tiene 50 años, Sebastián 31. A ninguno de los dos le importó la edad. Atrás dejaron los cerros, la Avenida Pedro Montt, la Plaza de la Victoria y partieron al sur a iniciar una nueva vida. Recorrieron 978 kilómetros hasta llegar a Curiñanco, un pueblo que limita con el mar y que apenas supera los mil habitantes, según el último censo.
Curiñanco se ubica en la costa de Valdivia y tiene siete kilómetros de playa. Convive con una reserva nacional donde crecen ulmos, arrayanes, olivillos y el canelo, la planta sagrada de los mapuches. Curiñanco se llamaba el padre del toqui Caupolicán.
Certeros e implacables
Sebastián terminó la Enseñanza Media con un 5,8 en el colegio Saulo de Tarso de La Calera, donde fue criado por sus abuelos. Vivió en esa ciudad y en Peñablanca, Viña del Mar y en los cerros de Valparaíso.
Un 7.0 destaca en su concentración de notas en la asignatura de inglés, una coincidencia que de seguro lo unió a Michael Rowe.
Su enamorado, como solía llamarlo, recibía mes a mes el cheque emitido por el Departamento de Estado norteamericano -unos $2 millones de entonces- por su trabajo en los “marines”, un grupo de élite militar, certeros e implacables, los mismos que mataron en mayo de 2011 a Osama Bin Laden en un operativo en Pakistán.
El símbolo que los identifica es un globo terráqueo, atravesado por un ancla y coronado por un águila que sostiene un pergamino donde se lee: “Semper Fidelis”.
En uno de los videos que Mente Enferma publicó en YouTube se aprecia a Michael Rowe con vestimenta y mimetismo militar en el rostro. Hace las veces de líder de un grupo de niños que lo acompaña. Todos sonríen, caminando por una calle asfaltada de Curiñanco como si fueran en busca de aventuras.
El cementerio mapuche
Michael Rowe y Sebastián Álvarez (o Ignacio, como le gustaba que lo llamaran) vivieron en dos cabañas de Curiñanco. De la primera poco se sabe. Pero de la segunda hay historias de violencia, excesos, deudas impagas, insultos a los muertos y oscuros símbolos de la Segunda Guerra Mundial.
El arrendador de la pareja fue Cristian Bolton, quien les cobraba 400 mil pesos mensuales.
“Primero me pagó un mes de arriendo y el mes de garantía. Luego me canceló dos meses seguidos y después ya no pagó más”, recordó.
Bolton intentó cobrarle, pero Rowe lo agredió en dos oportunidades. Por eso lo denunció a Carabineros y logró desalojarlo.
Al recordar esos días de 2017, Bolton relata una escena que protagonizaron Mente Enferma, él y Rowe; que hasta ahora le provoca escalofríos: “Imagínate que se metieron a sacar tierra a un cementerio indígena. No sé qué cosas hacían, unas cosas medio terroríficas. Creo que los pilló un mapuche y casi los linchan”, recuerda.
Nadie sabe a ciencia cierta cuál era el motivo de profanar el sitio donde descansan los ancestros de los habitantes de Curiñanco. Lo único claro es que Sebastián publicó en su Twitter -el 21 de julio del 2017- una fotografía de una torre de libros. Sobre ella descansan dos gorras nazis.
Temperamento marcial
El clima en el norte de California tiene similitudes mediterráneas con Valparaíso. Esa podría ser una de las razones por las que Michael Rowe decidió radicarse en la ciudad donde los referentes inevitables son el cielo, los cerros y el mar.
Llegó en 2011 al condominio Costa Paraíso, ubicado en el cerro Placeres. Arrendó el departamento 1002, con vista a Viña del Mar. Los conserjes del lugar dicen que a hace casi diez años los precios podían llegar a los 280 mil pesos. Como fuera, Rowe pagó sagradamente sin atrasarse un día.
Rowe odiaba la impuntualidad. El que incumplía la norma se enfrentaba a su temperamento marcial. Golpeaba reiteradamente con sus dedos el vidrio del reloj, fijando una mirada severa en el infractor.
La comunicación con los vecinos del edificio era difícil. Y no por carácter, sino porque su manejo del español apenas alcanzaba para lo básico. Con Sebastián, en cambio, el inglés era fluido.
Demonios tutelares
Rowe prefería el dinero en efectivo. Más bien los billetes. Jorge Veche, exempleado del Costa Paraíso, recuerda que en su departamento Rowe mantenía una fuente de cobre, donde dejaba las monedas. De diez, de cincuenta, cien o quinientos.
“Cuando le hacía un trabajo o venía cargado con cosas, yo le ayudaba y él me pasaba monedas, siempre monedas”, recuerda Veche.
La escena es así: Rowe se comunica con señas. El conserje deja las bolsas a la entrada del departamento y sigue al dedo índice que le indica la fuente de cobre. Veche mete ambas manos y saca dos puñados. El resultado es siempre una sorpresa.
“Entre todas esas monedas me hacía 5 mil, 7 mil o 15 mil pesos”, detalla el exconserje.
De tranquilo a violento, el exmilitar, el gringo del barrio, tenía un envés: su personalidad cambia apenas lo acecha el vodka naranja. Una botella diaria, ojalá ruso, con o sin compañía. Si no hay naranja para mezclar. entonces vodka puro, a veces con hielo. El vodka era su demonio tutelar que en más de una oportunidad generó problemas con sus vecinos.
Una fotografía que Mente Enferma posteó en su Twitter -cuando residieron en Curiñanco- confirma el vicio. En la red social, escribió: “Llegaron mis 186 latas de cerveza y las 36 botellas de vodka. E incluye a Rowe sin mencionarlo: “We love drinking”.
La otra Fabiola
“Buscando dónde morir dignamente”. Ese fue el mensaje que Fabiola, su amiga y vecina recibió en su teléfono celular. Al menos eso consta en la investigación del Ministerio Público, pero no existe claridad que “Mente Enferma” lo haya enviado.
La mujer trabajaba como terapeuta holística en Curiñanco y de tanto en cuanto conversaban sobre la vida.
Pero en el universo de Sebastián había otra Fabiola. No era humana, sino una muñeca y se llamaba Fabiola Orsic. Los seguidores de Sebastián en la red, detallan que en realidad era la reencarnación de María Orsic, una médium nazi durante la Segunda Mundial, desaparecida en las postrimerías del conflicto bélico.
Paz interior
El mismo día en que la terapeuta recibió el mensaje de Sebastián, su hermana María José recibió otro.
“Hermana, esta vez sí lo voy a lograr. No le cuentes esto a mis mamás (abuela y madre biológica)”, redactó.
La joven tiene un recuerdo amargo y asegura que Sebastián le indicó “que pronto íbamos a saber de él, íbamos a tener noticias”.
Y agregó que “si mi hijo preguntaba por él, yo solo le contara las cosas buenas y no las malas”.
De lo que se sabe hasta ahora, “Mente Enferma” salió desde la cabaña que arrendaba con Rowe portando una mochila con ropa sin rumbo fijo, mientras era seguido por el perro de ambos. Es el 28 de septiembre de 2017.
María José recuerda que trató de contactarse con su hermano, pero el teléfono estaba apagado. Preocupada, le envió un correo electrónico a Rowe, quien confirmó que su pareja ya no estaba, que no era la primera vez que ocurría. Era una práctica. Cada vez que discutían, “Mente Enferma” se ausentaba buscando un lugar lejano donde encontrar paz interior.
La joven increpó a Rowe y lo conminó a presentar una denuncia por presunta desgracia ante la Brigada de Homicidios de Valdivia. Y así lo hizo, pero ocho días más tarde de que a Sebastián se le vio por última vez.
El testigo
La indagatoria ha sido tramitada por tres fiscales adjuntas de la región de Los Ríos. La primera fue María Isabel Ruiz-Esquide, especialista delitos de Violencia Intrafamiliar.
Con ocho días en contra -ese octubre de 2017-, decretó las primeras diligencias. La Armada y la policía peinaron la zona de Curiñanco -por mar y tierra- sin éxito.
La reemplazó su colega del Ministerio Público, Alejandra Anabalón, experta en delitos económicos.
En agosto de 2019 la perseguidora María Consuelo Oliva, cuya competencia son los delitos sexuales, se hizo cargo de la carpeta de investigación.
Con formalidad legal, Oliva explicó: “Esta causa se inició por una denuncia que partió el 2017. La pareja (Rowe) vino a la fiscalía. (Indicó) que Sebastián había manifestado algunas conductas suicidas y la Brigada de Homicidios realizó búsquedas en terreno”.
Rowe declaró dos veces en calidad de testigo, pero sin traductor, pese a su nula habilidad con el español. En el Ministerio Público de Valdivia explicaron que la situación ocurrió porque la fiscal Ruiz-Esquide hablaba inglés con fluidez. En materia criminal, sin embargo, ese testimonio podría ser objetado, ya que la traducción no la realizó una especialista certificada en el idioma.
Testimoniaron también los familiares de “Mente Enferma” y se realizó la búsqueda en las redes sociales de este último.
“Vamos a continuar con lo que sea necesario para poder encontrarlo”, sostiene la persecutora a más de dos años de la desaparición.
A diferencia de la fiscal, María José, hermana de Sebastián, tiene una visión crítica del actuar a quienes están llamados a indagar.
“Si tuviera que ponerle nota a la PDI, con suerte (…) les pondría un tres. (…) No hay nada concreto, no hay información”, acusa.
En los documentos que constan en la indagatoria, asegura, “no hay nada detallado, nada”.
Tesis olvidada
Ya sea en una serie policial cualquiera, en una novela negra o un libro de criminología, las primeras horas son cruciales cuando se busca establecer la muerte o desaparición de una persona.
El comisario (r) Carlos Collao lo sabe bien por sus años en la Brigada de Homicidios de la PDI.
Su impresión del caso es clara: Sebastián y el exmilitar mantienen una relación donde el alcohol era un infaltable. Allí, asegura, hay un primer elemento investigativo que no se puede obviar.
“Si estamos hablando de un exmarine que se viene a quedar a Chile, lo más probable es que el tipo podría tener actitudes violentas. Este último se demora ocho días en avisar que la persona no vuelve (por lo tanto) crece la hipótesis del homicidio (…) y que una desaparición forzada también es posible”, explica el exdetective.
Y agregó: “Si nosotros analizamos Curiñanco, es un lugar muy campestre. Tiene acceso a playa, tiene acceso al campo, es un lugar donde hacer desaparecer a una persona no es difícil”.
El análisis es compartido por la familia de “Mente Enferma”, sobre todo porque no confiaban en Rowe.
“Nosotros no tenemos pruebas ni nada, pero yo por lo menos desconfío de Michael”, dice María José.
¿Dónde está?
La Unidad de Investigación de Radio Bío Bío consultó hace algunas semanas a la Fiscalía de Valdivia
Se indicó que Rowe nunca estuvo dentro del círculo de sospechosos y que por el contrario colaboró con la investigación.
Hoy el paradero del exmarine se desconoce. ¿Está en Chile? ¿Volvió a Estados Unidos? ¿Sigue vivo? El Ministerio Público regional, al ser consultado, declinó responder.
Han pasado más dos años y organismo perseguidor levantó por primera vez como hipótesis la participación de Rowe en la desaparición de “Mente Enferma”. Lo hizo, solo porque la familia manifestó las dudas hacia la expareja de Sebastián.
Agujero negro
El pasado 22 de agosto de 2019, en la cuenta que mantenía en el sitio Soundcloud, apareció un audio. Las teorías conspirativas no tardaron en aparecer y los usuarios de Twitter intentaron descifrar el mensaje. Explicaciones no faltaron.
En octubre pasado, la familia de Sebastián viajó casi mil kilómetros para entrevistarse con la fiscal Oliva en Valdivia. Le indicaron que las especies de este último nunca aparecieron. Entre ellas un tablet donde mantenía las claves con las que accedía a las redes sociales. “Era una especie de diario de vida”, asegura su hermana.
Desde el organismo perseguidor valdiviano explicaron que decretarían una nueva orden de investigar a la PDI para dar con el paradero del aparato.
Pero el viaje a la región de Los Ríos dejó a la familia un sabor amargo.
“Estamos donde mismo, en cero”, se queja María José del avance de la indagatoria.
El caso de Sebastián no es el único sin resultados. Carlos Millán Cárdenas, estudiante de la Universidad Austral fue visto por última vez el 1 de octubre de 2005 en la misma ciudad. Su padre, Hugo Millán, se pregunta qué pasó, qué hizo para que después de 14 años no tenga una sola pista del paradero de su hijo. “La justicia no existe para los pobres”, ha dicho amargamente.
Coincidencia siniestra, Carlos se suma a Sebastián, Fernando, Rafael, Luis, Reinaldo y Víctor. Todos están desaparecidos sin dejar huellas. Valdivia es como un agujero negro que se traga a los vivos y donde los muertos se niegan a ser encontrados.