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El sacerdote de los Sagrados Corazones de Providencia, Gerardo Joannon, es incombustible. Acusado de liderar una organización de adopciones ilegales en los 80’s, donde se daba por muertos a niños y niñas para ser entregados a otras familias, hoy enfrenta otra acusación: abuso sexual. La denunciante es Carolina Marín M. de 46 años, quien se educó en la congregación. Asevera que Joannon fue su guía espiritual para la primera comunión y que aprovechaba distintas oportunidades para acariciarle las piernas y aumentar sus pulsiones. En su testimonio, además involucra a Juan Andrés Peretiatkowics, otro “hermano” de la entidad religiosa, quien ya fue sancionado por el mismo actuar y vive -supuestamente enfermo- en la misma residencia eclesial que Joannon. Quien supo y no hizo nada, guardó silencio y se “hizo el loco”, hoy funge como párroco de la iglesia Espíritu Santo en Diego de Almagro, Región de Atacama. La historia y el audio donde la víctima revela la sordidez que vivió, los revela en exclusiva Radio Bío Bío.
“Cuando estábamos en la salita, siempre estábamos cara a cara y él se inclinaba hacia mí y me acariciaba las piernas…(…) Un día su mano subió a mi vagina”. Este es un relato que se repite entre las mujeres que han sido abusadas, salvo que estas palabras tienen nombre y apellido. Se llama Carolina Marín M. y hoy se empina por sobre los 46 años. Uno de sus victimarios es un sacerdote que ya conoció el brazo de la justicia. Se trata del mismo que actuó como cabecilla de una sórdida trama de adopciones ilegales en dictadura, donde se daba por muertos a niños y niñas para luego entregarlos a otras familias. ¿Su nombre? El cura Gerardo Joannon.
Carolina conoció el infierno con él. Desde los ocho hasta los doce años no solo Joannon abusó de ella e intentó violarla. Hubo otros dos religiosos que siguieron sus pasos, pero entre los quince y los veinte.
Todo comenzó cuando Carolina cursaba tercero básico en el colegio de los Sagrados Corazones de la comuna de Providencia, al amparo de monjas francesas. Por entonces se preparaba para cumplir con la primera comunión. Fue allí cuando Joannon se convirtió en su guía espiritual, incluyendo a otras menores.
Por esos días, Joannon bordeaba los 44 años y era un “cura choro”, popular y carismático, cercano a los jóvenes y que llegaba en moto al establecimiento.
La Carolina de hoy lo recuerda bien. En el colegio realizaban actividades en grupo y al menos una vez a la semana, debía mantener un encuentro personal con el sacerdote en una sala angosta que ubicaba al lado de la capilla.
“Al principio era muy afectuoso conmigo, era dulce con sus palabras, me tomaba de la mano”, asegura Carolina. Su recuerdo infantil las describe como “gigantes”.
“Cuando estábamos en la salita, siempre estábamos cara a cara y él se inclinaba hacia mí y me acariciaba las piernas”, continúa.
Pero un día todo cambió. A Joannon no le gustaba que Carolina usara panties. Le decía que Dios la había hecho fuerte y valiente para soportar el frío. De allí en adelante solo vistió calcetas que combinaban con su uniforme escolar.
“De las caricias a mis piernas pasó a la entrepierna (…) a susurrarme al oído que era nuestro secreto y que mi silencio era muestra de mi gran amor (…) con Dios, que me iba a recibir con mayor felicidad cuando comulgara con él (…) Un día su mano subió a mi vagina“, recuerda con los años transcurridos.
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La tónica duró al menos cuatro años. Carolina era tocada con lascivia, obligada a masturbarlo y realizarle sexo oral. Joannon le decía que eran actos que la acercaban a la santidad. Al amparo de la cruz, el sacerdote también intentó violarla.
El silencio… un aliado
Personas que conocieron a Joannon cuentan que en la congregación era un secreto a voces sus relaciones con monjas, alumnas, apoderadas, pesa a su obligación al celibato. Más de alguna se sentó en sus piernas y quienes supieron de sus “prácticas normales” nunca cuestionaron ni dijeron nada.
Quien sí decidió hablar fue Carolina. Lo hizo primero con su abuela a quien le relató los abusos. De nada sirvió porque la enviaron de vuelta a confesarse con Joannon, según el relato que entregó a Radio Bío Bío.
Y como en una historia que se repite, buscó ayuda en otros sacerdotes. La respuesta siempre llegó a la misma bifurcación: unos no le creyeron y otros no hicieron nada.
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Hasta hace unos días Joannon solo había sido investigado por las adopciones ilegales por el ministro Mario Carroza, quien lo sobreseyó atendido que los hechos ocurrieron entre 1976 y 1983.
Por insólito que parezca, Joannon fue reincorporado a fines de 2018 a los Sagrados Corazones y hoy reside en una casa de la congregación en la comuna de Ñuñoa, donde se dedica a prestar servicios de enfermería.
Con todo, el religioso enfrenta hoy otro escenario. Carolina Marín M. lo denunciará a la justicia por delitos sexuales, acción legal que, asegura, prepara con el estudio de Juan Pablo Hermosilla, el mismo que ha patrocinado a otras víctimas, entre ellas, las del cura Fernando Karadima. Si la querella deriva en una indagatoria penal en el Ministerio Público, es probable el secreto a voces que corría en la congregación, hoy salga a la luz.
Un apellido impronunciable
Carolina ingresó al Centro Pastoral Juvenil de la Anunciación ya estaba en segundo medio. En ese lugar conoció al sacerdote Juan Andrés Peretiatkowics, que en esa época estaba a cargo de la institución. Le contó sobre de los abusos de Joannon, pero Peretiatkowics tenía el hábito de saludar a todos con un topón en la boca. Otra práctica que era vista con total normalidad.
Por esta razón, cuando escuchó el relato de Carolina le respondió: “no inventes huevadas, él es un santo”. Allí, la entonces estudiante, comprendió que existía una mafia que se cuidaba las espaldas.
Peretiatkowics, apodado “el chico”, continuó los pasos de Joannon y pasó de los topones en la boca a masajearle la entrepierna, mientras se masturbaba. Todo ocurría en el sillón de su oficina, en el segundo piso de la parroquia. Jamás la penetró, pero lo hacía con sus dedos.
La de Carolina no es la primera denuncia contra Peretiatkowics. Hubo otras que el Arzobispado recibió entre abril y agosto del 2018 cuyos relatos fueron declarados verosímiles por la autoridad eclesiástica, los que fueron ratificados por la Congregación para la doctrina de la fe con sede en el Vaticano.
Mientras se desarrolló la indagatoria, a Peretiatkowics se le prohibió ejercer su ministerio sacerdotal y la obligación a permanecer en la residencia de la enfermería de la Casa Provincial SS.CC., debido a supuestos problemas de salud como parkinson y un síndrome neurológico. No hubo otras sanciones, pero los antecedentes del caso fueron entregados a la Fiscalía en mayo de 2019.
Desde que cursó ese segundo medio, hasta que cumplió veinte años, se repitieron los abusos, pero no siempre fueron ejecutados por Peretiatkowics, quien hoy comparte la misma residencia en Ñuñoa con Gerardo Joannon. Hubo otro.
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Escondido en Atacama
El párroco del Centro Pastoral Juvenil de la Anunciación era el sacerdote Jorge Prieto. Este último continuó la senda perversa de los dos anteriores, manoseándole los senos de forma recurrente.
“Una vez me encerró en la Sacristía, me empujó contra la pared y comenzó a manosearme. Primero en mis muslos luego trató de bajarme los calzones. Por suerte entró Alex Vigueras, quien era seminarista de los SSCC y se percató de todo”, recordó.
Pensando en que tenía un aliado a quien relatarle los abusos, conversó con Vigueras, pero de acuerdo al relato de Carolina, “se hizo el loco” y jamás dijo nada. Años más tarde, Vigueras se convertiría en el Provincial Superior de los SS.CC. Hoy ejerce su ministerio en la iglesia Espíritu Santo de Diego de Almagro, Región de Atacama, guardando por siempre el secreto que Carolina revela a Radio Bío Bío.
Nos Buscamos
Los hechos relatados por Carolina no son los únicos en contra de Joannon. En el libro “Nos buscamos”, publicado recientemente por Constanza del Río (Editorial Planeta) se relata el calvario en vida de Francisco. Se trata de un hombre que desde 1983 al 2005 buscó incansablemente a su hija, fruto de una relación con su entonces polola Carmen Celedón. A Francisco le dijeron que había muerto, apenas nació en febrero de 1983.
El denunciante explica su historia y asegura que se convirtió en una víctima del tráfico de niños. En este último, a su juicio, habría actuado como cómplices de Joannon el exdiputado y médico Fernando Monckeberg Barros, da cuenta el libro.
Entre las páginas 69 a la 75, Francisco revela que durante unas vacaciones en Zapallar, Celedón le confesó que mantuvo una relación sentimental y sexual con el cura Gerardo Joannon.
En su testimonio, dijo que encontró a su hija veinte años después. Luego la llevó a la casa de Celedón, su ex polola y madre para que se reencontraran. Sin embargo, al llegar a la residencia de esta última, ubicada en Lo Curro, se sorprendió: en la casa estaba nada menos que Joannon. Eso demostraría, de acuerdo al libro, que veinte años después seguía manteniendo su influencia y sosteniendo la mentira sobre la falsa muerte de niños que fueron entregados a otras familias.
El testimonio cobra sentido, según los antecedentes de Radio Bío Bío, ya que existirían otros casos similares al de Carolina Marín M., que acusan al sacerdote de abusar sexualmente de otras mujeres, mientras ejerció como guía espiritual en los distintos colegios de la congregación. En todos ellos Joannon dejó una marca. Una marca que pese a los años transcurridos permanece indeleble en sus víctimas.
Han pasado 38 años desde que Carolina comenzó a sufrir abusos, y cerca de 26 desde que terminaron, pero las secuelas conviven con ella hasta hoy. Las consecuencias han sido, como en casos como estos, de toda índole. Sus problemas con las relaciones de pareja son solo un ejemplo, explicó a este medio.
Ahora, junto a los abogados del estudio de Juan pablo Hermosilla, prepara acciones ante el Ministerio Público y una denuncia canónica. Asegura que hará “todo lo que pueda” para que la verdad salga a la luz y que casos como estos no se repitan.