Yeo Moriba y Fassau Pogba tenían un plan. Desde el barco observaban como atrás quedaba Guinea y en el horizonte asomaba Europa con la ilusión de un futuro menos sombrío para su familia. Dos de sus hijos se tuvieron que quedar en África mientras ellos se asentaban en Francia. El tercero era el corazón del plan.
“En las garras del contrabando, Yeo y Fassou se embarcaron en una travesía que no auguraba nada placentero, pero que en precarias embarcaciones de caucho contra aletas de tiburón mostró blanquísimos dientes descubiertos por una sonrisa. El útero de Yeo, aguas sobre aguas, era una hecatombe, un gran disturbio sobre cubierta que no podía dejar de producirle una infinita seguridad en medio de la precariedad y la barbarie. Fassou, por su parte, estaba algo más temeroso: preocupado por los vaivenes de la contingencia, únicamente encontraba tranquilidad al depositar sus manos sobre el vientre de su mujer y sentir el fuego que allí habitaba”.
Este fragmento es parte de la historia de Paul Pogba narrada en “Pelota Cosaca” (La Pollera Ediciones), un libro escrito por Andrés Santa María y Jerónimo Parada que se mueve en el intersticio de la no ficción y la literatura para configurar relatos que trascienden la insipidez de las biografías de enciclopedia.
A pesar de algunos detalles, la historia Pogba no es muy distinta a la que aparece narrada en “Pelota Cosaca”. Su familia llevaba poco tiempo en Francia cuando Yeo dio a luz a Paul. El nacimiento les aseguró su estadía en Francia.
“La mayoría de los futbolistas inmigrantes fueron impulsados a la grandeza por historias terribles. Sus madres y las madres de sus madres viajaron a lugares lejanos buscando sobrevivir, sacrificaron la comodidad de lo conocido por la esperanza de que sus hijas e hijos tengan una vida digna. Muchos, cuando se criaron como futbolistas, enfrentaron la idiotez de los blancos, que seguramente los menospreciaron una y otra vez hasta que la belleza de su juego los abrumó. Estos jugadores nos ofrecen una última chance: encontrar a través de la estética las respuestas que ni el sentido común nos pudo esclarecer”, dicen los autores, que responden a dúo, tal como escriben en el libro.
Junto a sus hermanos, Mathias y Florentin, el pequeño Paul gastaba la suela de las zapatillas corriendo detrás de una pelota. Su juego lleno de matices, mezcla de músculo y técnica, lo hizo conocido entre los ‘ojeadores’ de toda Europa. Se fue como un niño al Manchester United, se hizo hombre en la Juventus y volvió a Old Trafford por un precio demencial.
Con Francia fue campeón mundial juvenil, finalista de la Eurocopa y es fijo hace rato en el once titular. Sin embargo, y a pesar de su éxito, las sombras funestas del racismo nunca han dejado de perseguirlo. Si juega bien, es francés; si juega mal, es el que viene de África.
“Lo que provoca un mundial en un contexto como este es que las personas cuestionen el absurdo del racismo, el sinsentido de su paranoia, el ridículo de sentirse mejores por el azar de la genética. Imaginamos toda la gente que es parte de la movida patriotera nacionalista de apoyo a Le Pen en Francia celebrando los colores patrios, yendo a las plazas de sus ciudades a celebrar la final conseguida, y sobre ellos esa maravillosa generación de afrofranceses gladiadores que los conducen a las puertas de la gloria. Sin dudas el fútbol provoca cosas especiales”, agregan Santa María y Parada.
Paul Pogba, Kylian Mbappé, Samuel Umtiti, N´Golo Kanté, Zinedine Zidane, Thierry Henry, Lilian Thuram y Patrick Viera, entre otros, son los herederos de Raul Diagne, el primer jugador negro de les bleus. En la era moderna, los colonizadores, blandiendo la bandera de la razón, pretendían iluminar esos desconocidos pueblos de África, pero ellos y su fútbol fueron los iluminados.
Fassau partió el 2017, pero Yeo Moriba estará en las tribunas viendo a su hijo. El viaje valió la pena.
Luka Modric, súper estrella del Real Madrid, fue a visitar Dalmacia, en Croacia. Aburrido de los restoranes de millonarios, fue con su esposa Vanja a Del Posto. Un camarero de sonrisa amplia y de un trato amable que fluía con naturalidad los atendió. Su nombre era Zdenko.
Por recomendación del hombre, comieron un sencillo atún a la parrilla acompañado de una botella de vino blanco. Un recordatorio de los tiempos sin el brillo cegador de la fama, en los que la felicidad se encontraba en las cosas simples.
Modric se quedó observando los movimientos gráciles de Zdenko. Su figura le recordaba su trazo elegante sobre la cancha. Así como el camarero repartía los platos, él repartía balones para que su equipo soltara amarras y terminara imponiéndose sobre el rival. Sin Zdenko, el restorán no podría funcionar. Sin Modric no habría fútbol, aunque a veces su presencia no se note demasiado. Modric podría haber sido Zdenko. En una entrevista declaró que de no haber sido futbolista habría trabajado como camarero.
Los que lo conocen dicen que al volante le gusta mirar hacia adelante y no pensar en lo que fue o pudo haber sido. El salvajismo de la Guerra de Los Balcanes acribilló a su abuelo y destruyó su pueblo. Se tuvo que mudar una isla y allí encontró alivio pateando una pelota. Fue su bálsamo.
Aprendió a ser valiente cuando el viento se levantaba. No se vino abajo cuando lo echaron del Hajduk Split por bajito. Tampoco cuando, recién llegado al Real Madrid, lo calificaron como uno de los peores fichajes de la historia. Hoy es el guía de una nación de 27 años que va por su primera Copa del Mundo. Luka lidera sin voz de general, con su enorme talento, pero también con un abnegado espíritu de sacrificio: es el que más ha corrido y el que más balones ha recuperado en Rusia.
“La nación croata y todas las que fueron parte de Yugoslavia tienen una historia brutal durante todo el siglo 20, y los que defienden hoy esa camiseta se criaron en un país de sobrevivientes, siendo testigos de cómo sus seres queridos eran masacrados por la guerra en los ’90. No es extraño que hayan forjado una generación de jugadores con una calidad y actitud tan excepcional. Tipos como Modric representan que es posible encontrar la felicidad en las más pequeñas cosas, no tanto por su vida como megaestrella del fútbol, sino por esa realidad alternativa que él mismo plantea, lejos de los flashes y del Real Madrid, en la que podría haber sido tan feliz como lo es ahora, siendo el mejor de los camareros de toda la región de Dalmacia, sirviendo platos en vez de dando pases. Historias como esta son sin duda una inspiración para sobrevivir en un mundo tan desastroso como el que habitamos”, explican los autores de “Pelota Cosaca”.
Sin ánimo de revanchas, hoy espera agigantar su leyenda. Siempre aterrizado, siempre con una pelota en los pies, moviéndose silente como un camarero entre las mesas para llevar la comida.