Detrás del glamour y del éxito, golpes y humillación. Un nuevo libro sobre la legendaria gimnasta rumana Nadia Comaneci indaga en los archivos de la policía secreta de la era comunista y saca a la luz los abusos que padeció mientras alcanzaba la fama deportiva.
La joven prodigio, que con solo 15 años reinó en los Juegos Olímpicos de Montreal de 1976, al convertirse en la primera gimnasta que obtenía la calificación máxima de 10, estuvo constantemente bajo vigilancia en Rumania, cuyas autoridades la erigieron en una figura propagandística.
Los servicios de inteligencia de la Securitate, utilizados como un instrumento de terror de uno de los regímenes comunistas más represivos de Europa del Este, investigaron a millones de rumanos por sospechas ínfimas, como un chiste sobre el dictador Nicolae Ceausescu o un encuentro en el extranjero.
En el caso de Comaneci, se desplegó un dispositivo “impresionante” formado por agentes secretos, médicos, responsables de la Federación de gimnasia, pero también un pianista de su equipo o un coreógrafo, explica a la AFP el historiador Stejarel Olaru, cuyo libro “Nadia si Securitatea” (Nadia y la Securitate) acaba de llegar a las librerías en Rumania.
El libro es fruto de una extensa documentación del autor que consultó miles de informes desclasificados, en los que abundan las declaraciones y conversaciones telefónicas de los servicios secretos, que llamaban a la gimnasta con el nombre clave de “Corina”.
“Terror y brutalidad”
Según el historiador, estos documentos muestran la “relación abusiva” que sufrió la “hada de Montreal” por parte de su entrenador Bela Karolyi.
Los informes sobre Comaneci, transmitidos a menudo a Ceausescu, reflejan las humillaciones que sufrieron la estrella y sus compañeras.
“Las chicas eran golpeadas tan fuerte que sufrían hemorragias nasales”, asegura uno de los informes de los servicios secretos, en el que se habla del “terror y la brutalidad” que Karolyi imponía a sus gimnastas.
Un médico también acusa al entrenador de tratarlas de “vacas” o de “idiotas”.
“Por naturaleza, nunca estoy satisfecho. Nunca es suficiente, nunca”, respondía Karolyi a sus detractores.
“Mis gimnastas son las que están mejor preparadas en el mundo. Y ellas ganan. Es lo único que cuenta”, defendía.
Aunque los maltratos del entrenador fueron denunciados por numerosas gimnastas rumanas o estadounidenses, Comaneci prácticamente nunca habló de ello en público.
En una entrevista de 1977, a la que se refiere el libro a pesar de que nunca llegó a ser publicada, la estrella rumana reconocía que era “insultada” constantemente e incluso abofeteada por haber engordado 300 gramos.
“Pasaron demasiadas cosas […], no puedo más”, declaraba Comaneci, que seis meses después de los Juegos de Montreal se negó a que Bela Karolyi continuara siendo su entrenador.
“Prisionera” de la Rumania de Ceausescu
La gimnasta describía en su diario personal, que pudo consultar uno de los espías, los golpes que sufrían las gimnastas cuando cometían un error durante un ejercicio.
Obligadas a entrenarse hasta la extenuación, las atletas apenas recibían atención médica.
Comaneci, calificada de “heroína del trabajo socialista” por Ceausescu, también sufrió en sus carnes los métodos extremos de su mentor, que la “atormentaba, intimidaba y humillaba”.
Karolyi, oriundo de la minoría magiar (húngara) y que era sospechoso de “llevar a cabo actividades hostiles contra su país (Rumania)”, también era vigilado por los servicios secretos.
¿Por qué las autoridades lo mantuvieron al frente de las grandes esperanzas deportivas del país? “Por puro cálculo político”, responde el historiador. “¿Cómo se podrían haber jactado del alto nivel de la escuela de gimnasia y al mismo tiempo abrir una investigación sobre Karolyi?”
Tras haberse retirado del deporte de élite en 1984, Comaneci fue una “prisionera” en su país, que la impedía viajar al extranjero.
La joven gimnasta logró escapar de la Rumania de Ceausescu a finales de noviembre de 1989 y pidió asilo en Estados Unidos.
El último informe de la policía política sobre ella data del 20 de diciembre de ese año, es decir, solo dos días antes de la caída del dictador rumano.
“Lejos de haber sido una privilegiada, como se la solía presentar en esa época, Nadia fue una víctima del régimen”, defiende Olaru.