Los accidentes en el mundo del deporte motor son cotidianos, pero gracias a las diferentes medidas de seguridad que se han implementado en la actualidad, como por ejemplo el halo, han salvado más vidas de las que se pueden contar.
Sin embargo, en el pasado los accidentes eran mucho más graves, tenían mayores consecuencias y sobre todo, cobraban muchas más vidas en los diferentes circuitos que se disputan a lo largo y ancho del planeta.
En 1955, las reconocidas 24 horas de Le Mans fueron protagonistas del accidente automovilístico más grande en la historia del deporte, luego de que un auto saltara sobre otro, estallara en el aire, pasara por encima de los aficionados y decapitara a decenas, para finalmente aterrizar y dejar un saldo de más de 80 muertos.
Todo ocurrió en 11 de junio de 1955 en el circuito de la Sarthe en Francia, pista no permanente que utilizaba caminos locales que permanecían abiertos al tráfico el resto del año y las tribunas se montaban y desmontaban en cada ocasión, sin mayores medidas de contención para los autos en casos de sufrir algún accidente.
Ese día, más de 250.000 personas se habían reunido en el el circuito de la Sarthe para disfrutar de un nuevo duelo entre Mercedes, los dominadores en ese momento, y Jaguar, sus rivales ingleses.
La estrella de la escudería germana era el mítico Juan Manuel Fangio, considerado el mejor piloto de todos los tiempos, mientras que el crack de los ingleses era el rubio de 26 años Mike Hawthorn, que odiaba por encima de todas las cosas a los alemanes (Mercedes) y su obsesión era derrotarlos en cada carrera.
Fue así como comenzó la carrera de las 24 de Le Mans, una competencia agotadora donde el vencedor era – y todavía es – aquel vehículo que cubra la mayor distancia en 24 horas de carrera continuada. Para la década del 50 se permitían dos pilotos que se turnaban en cada auto, pero en algunos casos corría uno solo durante las 24 horas.
Transcurridas unas dos horas de carrera, Hawthorn, en plena lucha con Juan Manuel Fangio, adelantó a un Austin Healey conducido por su compatriota Lance Macklin a la entrada de la línea derecha de las tribunas pero, de repente, frenó y decidió entrar a los pits.
Sorprendido, Macklin hizo una brusca maniobra hacia la izquierda sin ver que dos Mercedes, a toda velocidad, acechaban. El primero lo conducía el francés Pierre Levegh, con una vuelta de retraso, y el segundo, el Chueco Fangio.
El caos y la tragedia se desató segundos más tarde…
En un último acto reflejo, Levegh levantó la mano para advertir a Fangio del peligro. Poco después, chocó contra el Austin y, a más de 250 kilómetros por hora, su Mercedes despegó del suelo para precipitarse, explotando, sobre las tribunas repletas de espectadores.
Levegh salió eyectado de su coche y murió tras el impacto, en una macabra casualidad, a pocos metros de su esposa. Además, su cuerpo permaneció varios minutos en la pista revelando la mala organización e improvisación tras el desastre ocurrido.
Desintegrado, el Mercedes de Pierre Levegh – cuyo cadáver fue despedido del auto y quedó tendido en la pista – voló en decenas de piezas encendidas y lanzadas a toda velocidad sobre la tribuna, donde causó 82 muertes, muchas de ellas por decapitación y otras por aplastamiento.
Las voces en pista de lo ocurrido
“Yo me aferro al volante y espero el golpe que no sé por qué no llega. Mi Mercedes pasa por un pelo acariciando el Austin que, atravesado, ralla con su chapa el asfalto de la pista. Detrás de mí, dejo el infierno”, contó después Fangio.
Por su parte, Jacques Grelley, testigo de la tragedia, aseguró que “estaba pisando sobre cadáveres, estaban por todas partes. No fui capaz de hablar durante tres horas”. Su amigo acababa de ser decapitado con sus espejos aún alrededor del cuello.
“No entendía lo que estaba pasando. Veía caer fuego hacia nosotros y la gente gritaba. Ví caer una bola de fuego que aplastó a varias personas y otras quedaron en llamas, con las ropas prendidas. No sé todavía por qué estoy vivo”, trató de explicar Jacques Renaud horas más tardes a un periodista de Le Figaro.
Lo más insólito, la dirección y organización de la carrera decidió no terminar la carrera argumentado posteriormente que si hubiera desatado el pánico eso habría dificultado las labores de rescate de los heridos– aunque Mercedes retiró a sus pilotos como muestra de respeto. A Hawthorn se le ordenó continuar y logró una triste victoria en su Jaguar.
La prensa especializada no demoró en señalarlo – que, además, en un gesto poco solidario, celebró la victoria descorchando una botella de champagne en el podio – como responsable del accidente que le costó la vida Levegh y generó una verdadera la tragedia en la tribuna.
Otros factores apuntados como causas de la tragedia que costó decenas de vida fueron los componentes con los que estaba construido el auto de Levegh.
Una aleación de magnesio incorporada en su auto, lo hacía más ligero y rápido, pero también inflamable.
Así también, durante años se especuló con que un aditivo secreto en el combustible del bólido del francés había hecho que explotara en el accidente, pero nunca se pudo demostrar.
Le Mans 1955 no fue el fin para Hawthorn, pero tarde o temprano llegó y fue sobre la pista.
Una mañana lluviosa de 1959, su jaguar se salió de la autopista y chocó contra un árbol. Murió prácticamente en el acto. Irónicamente, su sentimiento anti-alemán pudo ser la causa de su muerte.
Un amigo cercano declaró haber visto a un Mercedes adelantarle poco antes, y Hawthorn decidió que él iba a correr más que su rival favorito. Y así, el hombre al que muchos siguen considerando responsable de la peor tragedia del automovilismo ocurrido en Le Mans, encontró su propio fatídico final.