Pese a que quisimos dar los nombres de todos los imputados, el tribunal lo prohibió. Las identidades fueron modificadas u omitidas, salvo “Daniel”.
Daniel está nervioso. Acaba de cancelar la entrevista después de ser él mismo quien pactó una hora y un lugar. Dice que la llamada lo alteró. Que tuvo que contactar a un abogado y su recomendación fue que no hablara nada con nadie, menos con periodistas.
—¿Por qué llamó a un abogado si asegura que usted no hizo nada?
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Daniel es Daniel Fuentes Yáñez. Tiene 61 años y alterna su vida entre Chillán y Concepción. A pesar de que lo niega, detrás de su rol público como técnico en enfermería, escondió una vida paralela: se le apunta como el brazo derecho de uno de los peores depredadores sexuales que ha conocido Chile. Miguel, sindicado como su compañero de parafilias, está condenado por urdir una red de pederastas y pornografía infantil que tuvo como principal víctima a Camila, su hijastra (ver primera entrega). La indagatoria concluyó que “programó” a la menor para que él y decenas de hombres la sometieran sexualmente durante más de una década.
Y aunque Camila reconoce a Daniel como “el peor de todos”, e incluso otros imputados lo sitúan físicamente en las violaciones, la fiscalía simplemente no lo indagó. Acusan que la falta de tiempo les impidió llegar hasta él, que recién se enteraron de ese nombre en el juicio oral, al final de la recta investigativa. Pero eso es falso.
El Ministerio Público también afirma que hizo diligencias para dar con su paradero, pero, de aquello, no hay registro alguno. Por eso, Daniel hoy camina libremente.
La cadena de errores hoy nadie la asume. Fiscalía está satisfecha con su trabajo. La Policía de Investigaciones recibió hasta un premio. Lo que faltó por hacer, quedó en una lista sobrante, en el tintero.
Daniel siempre fue una sombra en este caso para ellos. Hasta ahora.
Secretos de colegas
Son las 12:06 en el Cesfam Federico Puga de Chillán. Afuera el aire está caliente. Los 30° grados queman. Adentro, la situación también es álgida. Bastó decir el nombre de Daniel para percibir que todos en el edificio comenzaron a mirarse entre sí. Que todos saben algo y nadie quiere mover la boca. Hay un escudo: profesional, personal, ético. Quizás moral. El que sea, impide que alguno de sus compañeros hablen.
Nadie se atreve a señalar siquiera que Daniel trabaja ahí. “Es una situación delicada”, responde una enfermera a modo de defensa. “Vaya a hablar con Dirección”, replica otra. Todos empiezan a cuchichear en el pasillo principal. En menos de 10 minutos, todo el Cesfam sabe que lo buscan.
Daniel ese día no estaba ahí. Tampoco lo estuvo en los últimos tres meses. Sus compañeros le recomendaron que saliera con licencia psiquiátrica después que se muriera “Marito”, su pareja. Los más cercanos a él siguen en contacto y delatan que se fue a vivir a Concepción donde unos familiares. El resto, no lo volvió a ver.
Entró a trabajar en el Federico Puga en 2009 como técnico en enfermería. Sus colegas, los que se atrevieron a decir algo, describen que es “degenerado” con los hombres y que era un secreto a voces que estaba metido en un grupo de WhatsApp donde se compartía pornografía con otras personas.
Carolina Riquelme, la directora del centro de salud, sólo confirma dos cosas: que Daniel trabaja ahí y que está con licencia. Del resto, “no tiene información”. O prefiere no darla.
—Como dirección del establecimiento estamos en conocimiento de una publicación que hay, de un proceso judicial que se está realizando. Nosotros no tenemos mayor información del caso, no manejamos mayores datos —dispara—. Hoy día tomé conocimiento de esto que está pasando en las redes sociales. Si yo me entero a las 9:30 horas, no le puedo decir a usted a las 12:30 cuál es el trabajo que yo estoy realizando.
Es miércoles 11 de diciembre, el caso de Camila ya está en la última recta. Sólo falta que lean las condenas y asegura, que como jefa directa de Daniel, no maneja información.
—¿Existe algún sumario contra él?
—Yo no puedo dar esa información.
Apenas Carolina dé por finalizada esta reunión, los convocará a todos y les prohibirá hablar con la prensa.
Las confesiones
Los primeros en mencionar a Daniel, aunque sin conocer su identidad completa, fueron dos de los condenados que fiscalía logró identificar en los 130 videos y más de 16 mil imágenes que sirvieron de prueba en el proceso judicial. Lo hicieron de entrada. Pese a que no se conocían entre ellos y a que prestaron declaración de manera paralela en distintas salas del cuartel de la Brigada de Investigadora de Delitos Sexuales, reconocieron haber terminado participando de los hechos a través de él.
Ambos habían sido conducidos de madrugada junto a otros 10 imputados hasta el edificio de Vega de Saldías 350 tras caer detenidos en un procedimiento que la PDI decidió bautizar como Operación Tailandia, misma que le valdría a la unidad policial chillaneja el Premio de Excelencia en la Investigación Criminal: máximo galardón que entrega el alto mando de la policía civil. El nombre, por supuesto, alude a los “masajes tailandeses” que ejercía Miguel contra su hijastra.
Germán, un kinesiólogo que fue condenado en procedimiento abreviado, fue el más prolífico a la hora de entregar información concreta respecto de Daniel: aseveró que él lo había reclutado a través de un sitio web que servía para concertar citas. Lo describió físicamente y hasta le ofreció a los policías que lo interrogaban servir de guía hasta su domicilio.
En su declaración del 15 de junio de 2023, Germán contó que tras conversar brevemente por esa plataforma, intercambiaron teléfonos. Al poco andar, Daniel, sin escrúpulos, le lanzó una propuesta vía WhatsApp. Su foto de perfil era la de su perro chiguagua, mismo animal que el condenado reconocería más tarde en uno de los domicilios de su reclutador. Esa foto, es la que mantiene hasta la fecha.
“Me ofreció si quería estar con una mina mientras me miraban”, atestiguó el día de su detención.
Germán aceptó. De hecho, pactaron una primera reunión en la que también participó Miguel y Camila. La idea era conocerse. Había picoteo y jugos. Nada de alcohol ni drogas. Las reglas incluían respetar el culto a la “vida sana” que proclamaba Miguel, el líder del grupo.
Según relató Germán, todo dio paso a dos encuentros en los que Miguel lo grabó en actos de significación sexual con Camila cuando ella aún era menor de edad. De acuerdo a su versión, ambos episodios ocurrieron en dos domicilios diferentes de Daniel: uno en un barrio residencial de Chillán Viejo y otro en una parcela emplazada en la salida norte de la ciudad, específicamente en el sector Ninquihue. Ambos estaban adornados con diplomas de técnico en enfermería de los que dudó de su veracidad. Pero sí, Daniel se tituló en 2004 de la Santo Tomás.
El condenado también describió detalladamente los inmuebles y, consultado por los detectives que esa noche lo interrogaban respecto de las direcciones, Germán lanzó sin rodeos: “Sí, sé cómo llegar”.
Un pervertido al acecho
Mientras Germán describía a Daniel como un hombre de aproximadamente 1,65 metros de estatura, cabello café, con una calvicie incipiente, Carlos, —otro de los detenidos, egresado de Derecho— contaba su versión en una sala contigua. Las coincidencias son evidentes: también fue reclutado por Daniel a través de internet. Se encontraron luego de que tipeara en Google “conoce gente Chillán”.
“Oye, parece que tienes los mismos gustos que yo”.
Con esas palabras Daniel entró a la vida de Carlos, al menos así lo contó él. Se presentó como técnico en enfermería de un Cesfam y sellaron tres reuniones. En la primera le habló de Miguel, en la segunda este último llegó con Camila. En el tercero ocurrieron las violaciones.
Carlos atestiguó que Daniel, después de acompañarlo en micro hasta el domicilio emplazado en el límite oriente de Chillán, participó directamente de los ultrajes.
Camila lo confirma. En su tercera declaración ante la PDI, donde cuenta toda la verdad, detalló que Daniel “era amigo” de Miguel y que él “participaba de los videos”. Más tarde, en el juicio, la víctima volvió a mencionar a Daniel. Lo calificó como un “pedófilo”, el “peor de todos” y que buscaba hombres para que estuvieran con ella.
—Le gustaba mirar, estar con los hombres también. Y le gustaba verme (…) Era muy depravado, demasiado —reconoció.
Camila dice que fue Miguel quien le presentó a Daniel. No tiene mayores detalles, sólo sabe que se conocían de jóvenes. Camila confirma que en casa de él ocurrieron varias de las violaciones, también en su parcela, la que tenía una piscina donde ella nadaba. Entre las fotos que tiene fiscalía como prueba aparece Camila en esa piscina.
—A él le gustaba cocinar, entonces, por ejemplo hacía un pollo, una pizza, compartíamos y después siempre teníamos la sesión. Y después masajes aparte.
—¿La sesión?
—El acto sexual.
Cuando Camila cumplió 14 años se enojó con Daniel. Dice que se cansó de que la obligaran a estar con hombres que, tanto él y Miguel, reclutaban.
—Empecé a sentirme como una prostituta. Me sentía muy usada. Me enojé y no quise más.
Pero nunca se detuvo. Miguel le reconoció que estaban buscando a otra mujer para violentarla sexualmente, igual que lo hacían con ella. En otras palabras: si no era ella, sería otra. Sumado a eso, su padrastro le hacía creer que no era “sucia”, que todo era un beneficio para su vida. Y para Camila, si él lo decía, le creía.
—¿En cuanto al rol de Daniel, era la mano derecha de Miguel?
—Sí. Era su mano derecha. Se llamaban todos los días. Daniel lo llamaba a él.
Sin buscar
Richard Urra Blanco, abogado asistente que fungió como persecutor de la indagatoria, se sienta en la cabecera de la mesa de la sala de reuniones de la Fiscalía Regional de Ñuble. Son pasadas las seis de la tarde del miércoles 11 de diciembre. En el edificio de Independencia 124 quedan pocos funcionarios. Se le ve confiado. Dos días antes, el Tribunal Oral en lo Penal de la ciudad había dictado veredicto condenatorio en contra de los cinco imputados que llevó a juicio.
—Para nosotros es un resultado sumamente favorable (…) Logramos crear la convicción en el tribunal de que todo ocurrió en la forma que se planteó por parte del Ministerio Público —subraya de entrada.
Su conformidad, sin embargo, contrasta con todos los cabos sueltos que dejó su indagatoria. Y es que la postura inicial de fiscalía era que Daniel no había aparecido en la investigación sino hasta el juicio. Incluso, deslizan la posibilidad de que Daniel nunca existió o que es una invención de quienes buscaban desacreditar el trabajo que, efectivamente, permitió desarticular la red. Pero las declaraciones que él mismo supervisó, in situ, en el cuartel de la PDI, echan por tierra esa teoría.
Urra se defiende. Asegura que “se hicieron diligencias por parte del equipo para poder identificarlo”, pero que “no se logró”.
Sus dichos dejan más dudas: en el expediente que él mismo dirigió no existe registro alguno de pesquisas para dar con Daniel. No hay reportes de seguimientos, interrogatorios, ni intervenciones telefónicas. Peor aún, en la carpeta de investigación Daniel es un fantasma que ni siquiera figura con su nombre completo. Pero Urra insiste, garantiza que hasta se presentaron en los cesfam de Chillán para dar con él.
En la comuna de Chillán Viejo sólo existen dos Centros de Salud Familiar: Federico Puga y Michelle Bachelet Jeria.
—¿Fiscalía trabajó en conjunto con el Cesfam?
—Yo recién me entero de la situación —responde Carolina, directora del Federico Puga desde 2017, lugar donde trabaja Daniel hace 15 años.
Cualquier proceso judicial, o cualquier colaboración con fiscalía o PDI, ella es la primera en saberlo. Y, de esto, no sabe nada.
Las imprecisiones del fiscal se extienden a lo largo de la conversación. Ya no se le ve tan confiado. Asegura que “en las múltiples conversaciones con la víctima”, ella nunca les comentó nada respectó a Daniel.
—Nos sorprendió mucho lo que dijo en el juicio, porque tampoco lo había señalado ella anteriormente en las declaraciones —lanza.
Lo cierto es que Camila sí fue específica respecto del rol de Daniel en el entramado. Lo hizo en su tercera declaración ante la PDI, el 20 de febrero de 2023. Ese testimonio vino después de sesiones con psicólogos y entender que lo que vivió la última década fue una manipulación y un abuso de parte de Miguel.
“Daniel era amigo de Miguel, traía a masajistas (…) participaba de los videos”, se lee en su testimonio. Es más, también detalló la profesión de éste, su lugar de trabajo y arrojó pistas sobre la ubicación de unas de sus casas.
Sumando todo, la ecuación queda así. Para septiembre de 2023, la fiscalía contaba con la declaración de al menos dos imputados y la víctima que situaban a Daniel en los hechos. En su poder también estaba la ubicación e imágenes de los domicilios donde ocurrieron algunas de las violaciones. Uno de los detenidos se ofreció para acompañarlos a la casa e incluso, ratificó que, si revisaban su celular, se encontrarían con evidencia que lo implicaba.
Con todo eso, Urra nunca solicitó extraer información de los teléfonos que incautaron a los involucrados. Él mismo lo confirma:
—Era imposible, en la etapa procesal en que estábamos, por los plazos judiciales, poder periciarlos todos.
—¿A la fecha, esos teléfonos dónde están? ¿Qué está pasando con ellos?
—Entiendo que esos dispositivos se encuentran en fiscalía todavía.
—¿No se ha encargado a la PDI que se revisen?
—Entiendo que todavía no se encarga.
—¿Y se van a encargar?
—Entiendo que sí.
Al ser nuevamente consultado por las diligencias que no se hicieron para encontrar a Daniel, el fiscal intenta defenderse.
—Daniel quizá ni siquiera se llama Daniel (…) nosotros tenemos hartas conversaciones del acusado principal con otros imputados y a lo mejor alguna de estas personas es Daniel, pero (existe la posibilidad) que la identidad no sea Daniel. Todos los acusados que lo mencionan lo mencionan como Daniel, pero no tenemos certeza que su nombre sea “Daniel tanto”, no tenemos certeza que trabaje en el lugar donde se dice, porque es información que se entregaba a los acusados que no pudo ser corroborada.
—¿Daniel existe?
—Sabemos que existe esta persona, así como les señalé que existen otros imputados que no fueron identificados, sabemos que existe. Pero no sabemos si efectivamente su nombre es Daniel, no se logró en la etapa de investigación ubicar su domicilio.
—Usted podría haberle dicho al imputado (Germán) “abramos Google Maps y ubícame el punto exacto de la casa de Daniel” ¿Usted hizo esa labor?
—Así por curiosidad, no para que quede grabado, pero por ejemplo, ustedes con su trabajo periodístico y con toda la información que tienen, ¿han logrado identificar la casa?
Daniel
—Hola, mire, estamos tratando de ubicar, por razones personales, a Daniel Fuentes Yáñez.
Los carabineros al otro lado del mesón se muestran abiertos a colaborar. Tras una breve consulta se percatan que el domicilio de Daniel está a 650 metros de su retén. De hecho, ellos mismos lo han visto merodear. Las indicaciones para llegar a la parcela son simples. En dos minutos el destino final aparece de frente.
Son pasadas las una de la tarde en Ninquihue. Es un miércoles soleado de diciembre. Lo mejor es quedarse a la sombra. Todas las pistas recogidas hasta entonces apuntan a ese pequeño sector de la región de Ñuble que, a orillas de la carretera que une Chillán con San Carlos, pasa inadvertido.
Los cabos que la fiscalía y la PDI dejaron sueltos para dar con Daniel no fueron difíciles de atar. Las pruebas que constaban en la propia carpeta del Ministerio Público sirvieron de base suficiente para identificar a Daniel y dar con su dirección exacta.
En la casa de campo de Daniel nadie atiende. El antejardín luce descuidado, la vegetación lleva meses sin ser cortada, las cortinas están cerradas y la cerradura tiene telas de araña. Solo se escuchan los perros ladrando de la parcela del lado. Sus vecinos aseguran haberlo visto hace algunas semanas. Los mismos confirman que él vivía junto a su pareja hasta mediados de este año.
—Era medio raro. A veces se paraba en la carretera y paraba cualquier auto para que lo llevara —suelta una.
Y aunque nadie sale a mirar desde su casa, su número de teléfono sigue siendo el mismo con el que reclutó a los implicados hace ya cinco años. Al primer tono no atiende. Al segundo tampoco. En el tercero, aparece su voz: bastaron tres minutos con 29 segundos para que confirmara una cita en Concepción, ciudad que visita de manera asidua.
—¿A qué hora y en qué lugar?
—Puede ser en… ¡Uy! Es que me puse un poco nervioso, no es una situación tan sencilla —dice antes de fijar el Terminal de Buses de Collao como el punto de encuentro de una cita que no se concretará.
Daniel, a una hora del encuentro, cancela.
—Llamé a un abogado y él me dijo que no, que por nada del mundo, porque en el fondo me están funando por algo que alguien dijo nomás. No me ha citado en ningún momento la fiscalía ni nada de eso.
—Claro, porque la fiscalía no lo investigó…
—Por eso, por eso, por eso (…) Si me cita la fiscalía yo voy a ir a dar una explicación.
Daniel responde acelerado, titubea. Nunca niega haber conocido a Camila y a Miguel.
—Prefiero guardar silencio porque el abogado me dijo que guardara silencio.
—Pero, si usted no ha hecho nada, ¿por qué tiene abogado?
—No, le pregunté. Me asesoré con el abogado porque es una situación que me asusta. Si a usted le dicen que mató a alguien igual se asustaría.
—Aquí hay dos personas que no se conocen entre ellas, que no tenían una relación previa, que lo mencionan a usted en el inicio de sus declaraciones. Ellos lo sitúan a usted desde el minuto uno como amigo de Miguel, como su brazo derecho y encargado de reclutar a personas para las violaciones. Hay evidencia suficiente que lo sitúan a usted en los ilícitos(…) ¿Cómo explica eso?
—¿Y qué tiene que ver eso? —replica.
—A usted lo sindican como el encargado de reclutar gente.
—Esa es una versión que dan de locura nomás. Eso no es verdad.
—Son demasiadas las coincidencias. ¿Cómo va a ser locura eso?
—Todas estas explicaciones yo voy a ir a darlas a la fiscalía.
—Hay imágenes de Camila en su casa al momento que ocurrían las violaciones.
—¡¿Y eso qué tiene que ver?! Eso no es verdad, yo no tengo nada que ver con eso. ¿Qué tiene que ver que ella haya estado ahí?
—¿Usted reconoce haber violado a Camila o haber participado de los encuentros en los que otras personas violaron a Camila?
—Yo no participé en nada de eso. Nunca estuvieron en mi casa en esas condiciones (…) Yo daré mi versión de porqué razón conozco a las personas, pero no es la versión que usted me está diciendo.
—Camila lo califica a usted como “el peor de los pedófilos”…
—Sí, eso es lo que piensa ella. Esa es su versión (…) Lo que usted me está diciendo es algo completamente ajeno a lo que yo he hecho en mi vida. Yo jamás he hecho esas cosas, pueden haber otras razones, pero no se las voy a entregar a usted.
—¿Usted violó a Camila? ¿O usted solo miraba?
—Yo no miré ni hice nada. Nunca existió eso.
—¿Hay algo de lo que usted se arrepienta?
—Yo me arrepiento de haber nacido.
Falso sitio del suceso
Germán (41), el kinesiólogo, fue el último que aceptó un trato con fiscalía. A cambio de admitir culpabilidad en los hechos que planteó el Ministerio Público, recibió penas que suman exactos 5 años. Eso permitió que su condena, al igual que otros ocho implicados, la cumpla en libertad vigilada. Hoy sigue ejerciendo su profesión en la zona, igual que otros involucrados.
Lo particular de su situación es que en el acta del procedimiento abreviado, fiscalía anotó que los delitos que se le imputaban —estupro y producción de material pornográfico infantil— ocurrieron en la casa de Miguel. Eso es derechamente falso. Germán jamás estuvo ahí. Es más, fue el único imputado que cometió delitos sólo en casa de Daniel. Los videos corroboran su versión. Él mismo lo confirma. Cuando le tocó admitir todo, dijo que los “encuentros” ocurrieron en ambas casas de Daniel y las describió con lujo de detalles.
Pese a esto, la abogada asistente, en base a una minuta elaborada por el fiscal (s) del caso, expuso ante el juez que los delitos habrían sido cometidos en dos lugares distintos. Primero, se menciona como sitio del suceso la dirección exacta de la casa de Miguel, lugar donde Germán nunca estuvo realmente.
Respecto del segundo sitio del suceso planteado en la acusación, no se molestaron en especificar el nombre de la calle ni el número de la casa. Sólo mencionan el sector, que coincidentemente es el mismo donde se ubica la casa de Daniel en Chillán Viejo.
¿Por qué la fiscalía decidió acusar a Germán por delitos cometidos en un lugar distinto a donde él realmente estuvo? ¿Por qué no periciaron las casas de Daniel? ¿Por qué dejaron ambos sitios del suceso fuera de la indagatoria?
Pese a los numerosos intentos de BBCL Investiga, y a comprometer inicialmente una entrevista con la oficial del caso, la PDI no estuvo disponible para atender estas y otras preguntas.
Miguel y los otros cuatro imputados que fueron a juicio, terminaron condenados. Este 14 de diciembre se zanjará la cantidad de tiempo que pasarán tras las rejas. Las penas solicitadas por el Ministerio Público van desde los 8 años hasta presidio perpetuo simple.
No olvides leer la primera parte de este reportaje: