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Pedófilos ocultos en Chillán: cómo teólogo creó red de depredadores para violar y grabar a hijastra

Pedófilos ocultos en Chillán: cómo teólogo creó red de depredadores para violar y grabar a hijastra

Viernes 13 diciembre de 2024 | 06:00

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Ilustración: Mistral Torres

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Resumen automático generado con Inteligencia Artificial

"Miguel", un teólogo adventista y modelo ciudadano en Chillán, es descubierto como el cerebro de una red de violación que operaba bajo la fachada de una vida intachable. Manipuló a su hijastra, Camila, desde los 8 años, utilizando la persuasión para cometer abusos sexuales durante más de una década. Otros hombres reclutados violaron también a Camila. La fiscalía no investigó a un importante implicado llamado "Daniel". Tras una larga investigación periodística, se revelan detalles escalofriantes de perversiones y abusos.

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Aberrante, escandaloso y repugnante. Esos son algunos adjetivos que se escuchan en medio del juicio contra los responsables de uno de los peores casos de violencia sexual contra menores del último tiempo en Chile. Fiscalía adjuntó 16 mil fotografías y 130 videos de pornografía infantil, detuvo a 14 implicados, y aún así se quedó corta. El principal imputado, un teólogo que proyectaba una vida de bondad, fue quien sometió a su hijastra para que fuera violada por más de una década por diferentes hombres desconocidos. Él mismo se encargó de maquinar una red de explotación. Pero no era el único. El segundo a cargo, que también reclutaba a pedófilos, sigue libre.

Pese a que quisimos dar los nombres de todos los imputados, el tribunal lo prohibió. Las identidades fueron modificadas u omitidas, salvo “Daniel”.

Miguel tiene 64 años. Los últimos dos los pasó en prisión preventiva. Para quienes lo conocieron antes de ser capturado por la policía, dirán que es un hombre muy recto, persuasivo y bondadoso. En este mundo de apariencias, él era un modelo a seguir. Teólogo adventista, casado, con tres hijos profesionales, impartía clases en colegios y en la cárcel. La gente de Chillán, una ciudad que apenas sobrepasa los 200 mil habitantes, lo reconocía, y para peor, lo querían.

Pocos sabían que detrás de esa careta de ciudadano ejemplar se encontraba un parafílico. Un adicto a las prácticas sexuales más retorcidas. Un depredador sexual. Mucho menos que detrás de esas arrugas y ese pelo blanco estaba el cerebro de una de las peores redes de violación que ha conocido Chile. Su mente, que le alcanzó para dos licenciaturas, magísteres y un doctorado a medias, la utilizó para “programar” a su hijastra desde los ocho años. Con eso pudo violarla por más de una década sin utilizar la fuerza, sólo la manipulación. Más tarde, se demostraría que ella jamás pudo oponerse.

La vida de Miguel es sólo comparable al líder de una secta: proclamaba una vida lácteo vegetariana, el alcohol le era impuro y sus reflexiones estaban plagadas de versículos bíblicos. Precisamente, esa fachada le sirvió para reclutar a decenas de hombres que también sometieron sexualmente a su hijastra de la misma forma que él lo hacía. O incluso peor.

Después de tener una causa dormida por dos años, fiscalía logró identificar a 13 de los pedófilos que figuran en los 130 videos y más de 16 mil fotografías que, por casualidad, cayeron en manos de la policía. Ocho de ellos pactaron con el organismo persecutor procesos abreviados que les permitieron cumplir penas en libertad. Mismo destino que corrió la madre de la víctima, quien —pese a consentir las violaciones— zafó de la cárcel, al ser procesada sólo como cómplice. Miguel y otros cuatro implicados fueron llevados a juicio.

Toda esa red no es ni la mitad de quienes participaron en los abusos: el Ministerio Público dejó fuera a una pieza clave del entramado, un tal “Daniel”. Sindicado como el brazo derecho de Miguel —y catalogado por la propia víctima como un “pedófilo” y el “peor de todos”—, nunca fue investigado ni mucho menos capturado. Según la fiscalía, no pudieron llegar a él y ni siquiera dieron con su identidad. Esto, a pesar que otros imputados entregaron sus datos personales y accedieron incluso servir de guía hasta su casa. Hoy alterna su vida como funcionario de la salud, de manera normal, entre Concepción y Chillán.

La detención

Camila dice que el 13 de septiembre de 2022 fue el día peak. Camila no es Camila. Ella misma pidió que no dijéramos su nombre ni expusiéramos su rostro. El tribunal también lo prohibió. Las razones, ante todo éticas, son obvias: es la víctima.

Es un martes de noviembre, tuvo un día pesado en la universidad y aún así accedió a conversar. Está hambrienta después de varios certámenes que dio y aún le quedan algunos pendientes. No pierde el tiempo mirando la carta digital: ordena un jugo de frambuesa y un pie de limón. Son las 18:49 en la Fuente Alemana de Chillán.

—Uffff, ese día. Por eso le digo el día peak. Para mí, fue el día que cambió mi vida —dice Camila. Su voz es tan delicada que a veces se pierde entre el bullicio del local que está a rebosar. Incluso ahora, con 21 años, fácilmente podría confundirse con una menor de edad.

Ese miércoles, recuerda, se levantó temprano. Tenía unas actividades en la universidad y necesitaba aprovechar el día. Miguel también estaba despierto porque iba a entregar su notebook a un informático para que le arreglara un programa que le había instalado. La única que dormía era Tatiana, la madre de Camila.

Miguel cruzó la puerta de la casa con el notebook y se subió al auto. Camila comía unos cereales con leche cuando notó que su padrastro no se movía. Pensó que había olvidado algo.

—Entonces abro un poquito la puerta para ver y observo a la PDI. En ese momento quedé en shock —recapitula.

Lo siguiente fue un caos. Los policías entraron a la casa, despertaron a la madre y le explicaron que tanto ella como Miguel estaban detenidos. Camila, por su parte, tendría que acompañarlos al cuartel para declarar. La dejaron cambiarse el pijama y la sentaron en el sillón mientras incautaban todos los notebooks y celulares, incluido el de ella. Le hicieron firmar un consentimiento de que pasó voluntariamente los aparatos.

Se la llevaron al cuartel sin poder avisarle a nadie. Días después se enteró que sus amigas pusieron una denuncia en Carabineros porque pensaron que estaba desaparecida. Sentada frente a los policías, ese mismo 13 de septiembre, pensó que la mejor idea era culparse.

—Miguel me dijo que tenía que echarme la culpa. Entonces dije cosas para defenderlo, para que no le pase nada. Yo me tengo que estar siempre echando la culpa.

Un programa bíblico

En ese entonces ella no lo sabía, pero el mismo informático ya había delatado a Miguel a la PDI. Lo hizo el 30 de agosto de 2022, dos semanas antes de que cayera detenido. Miguel se había presentado ante el técnico y le habló de su vida, de sus estudios en teología y le explicó, después de muchas vueltas, que necesitaba instalar un programa específico de la Biblia en su notebook. Según él, nadie había podido hacerlo y las recomendaciones del mundo cibernético lo llevaron hasta su escritorio.

El proceso de instalación no era simple. El problema principal era el sistema operativo. Miguel tenía Windows 11 y el programa requería la versión anterior. La única solución era formatear.

Miguel fue claro: no borres nada, respalda todo. Sin saberlo, esas instrucciones precedieron su propia condena.

El informático esperó que su familia se durmiera para seguir trabajando. Estaba en la mesa de su comedor: un disco duro y el notebook eran sus herramientas. Traspasó todas las aplicaciones y prosiguió con los archivos. Estaba en eso cuando vio que el Facebook de Miguel estaba abierto y no dejaban de llegarle notificaciones de mensajes. Le sorprendió que la foto no era de él, sino de una niña bajo el nombre de “Rosemary”. Más tarde, sabría que esa niña era Camila.

Quedó extrañado, pero prefirió terminar el trabajo. A medida que se traspasaban los archivos fueron apareciendo carpetas, con nombres explícitos, que le revolvieron el estómago. Las abrió y se encontró con las miles de imágenes de pornografía infantil. Nunca había visto a la víctima antes, pero supo inmediatamente que era menor de edad. En algunas fotos aparecía con el uniforme escolar.

Esa noche no durmió. Ni siquiera podía verbalizar lo que estaba sintiendo. Al día siguiente citó a Miguel para devolverle su notebook con la Biblia instalada. Sentía náuseas. No podía ni mirarlo a los ojos. Miguel, por su parte, le agradeció una y otra vez. Antes de irse, lo abrazó y le volvió a dar las gracias. Él quedó petrificado en medio de la calle.

Una semana después, el programa se le echó a perder. Por eso, la mañana del 13 de septiembre debían verse otra vez. Miguel no llegó a la cita: estaba detenido.

Un experto manipulador

Camila cuenta que a Miguel lo conoció cuando ella tenía siete años y le hacía clases particulares. Llegó por una recomendación de la señora que ayudaba en las labores de su hogar. Camila admite que le costaba un poco más y el reforzamiento le venía bien. Además, su padre biológico, que hasta entonces vivía con ella y su madre, era muy exigente. Tanto que podía ir al colegio a pedir que le repitieran la prueba si le iba mal. Eso afectó también su autoestima:

—Empecé a sentir, inconscientemente, que no valía. Al final, todo lo que hacía no servía, como que para mi papá nunca fue un orgullo el tema de las notas.

Con esos sentimientos presentes apareció Miguel, de lunes a domingo. Él, cuando declaró en el juicio, corroboró que las clases eran todos los días porque “Camila no retenía”. Se sentaban en el comedor solos y sus padres se encerraban en la pieza para no desconcentrarlos. Camila dice que esos recuerdos los había borrado, pero volvieron recientemente.

—Él me mostraba material pornográfico. Me tocaba (…) Cosas así.

Esos fueron los primeros abusos, entre los siete y ocho años. Camila nunca se lo contó a nadie.

—Me quedaba callada. Me sentía como temerosa, con miedo. Si hablaba, sentía que nadie me iba a creer. Y al final, yo estúpidamente creía que me tenía que sacrificar. No sé por qué pensaba eso, era chica, y él también me decía que nadie me iba a creer y que yo supuestamente lo incitaba a eso. Yo no hice nada. Estaba sentada.

Las clases continuaron incluso cuando sus padres se separaron y Miguel inició una relación con su madre. Camila decidió irse con ella porque consideraba que su padre biológico era muy estricto. Al principio, vivieron solas en un departamento y Miguel se convirtió en la figura paterna que iba de visita. Así lo sentía Camila, aunque cada uno de esos recuerdos está empañado.

—Mi mamá no se daba cuenta porque estaba en la cocina y yo estaba en la pieza con él. Y estábamos jugando, no sé, él me hacía cosquillas, cosas así. Y cuando me empezaba a hacer cosquillas además me tocaba.

Ella dice que era una manipulación psicológica y emocional. Que Miguel siempre estaba presente cuando se sentía agobiada y menoscabada por sus notas. Era él quien le daba consejos y “charlas motivacionales” para mejorar su autoestima. Lo prefería antes que a su propia madre. En el juicio, frente a fiscales, jueces y abogados, Miguel simuló una de esas conversaciones:

—Siempre le señalé a Camila que a todos nos tocan a veces momentos de intensa desilusión y profundo desaliento, días en que nos embargan la tristeza. A veces, es difícil creer que Dios sigue siendo el bondadoso benefactor de sus hijos terrenales. Dicen que las dificultades acosan el alma, que la muerte a veces parece preferible a la vida. Entonces, le decía a Camila, que es ahí cuando muchos pierden la confianza en Dios y caen a veces en la esclavitud de la duda y la servidumbre de la incredulidad.

Camila suelta una carcajada después de escuchar aquello. Y es que las palabras que resonaron en la 1° sala del Centro de Justicia de Chillán no eran de Miguel. Lo sacó textual del libro Conflicto y Valor de Ellen G. White, autora que llevó a la creación de la iglesia Adventista del Séptimo Día.

Miguel tenía el talento de la manipulación, es indudable. Basta con escuchar su voz templada, pausada y con un timbre absorbente, para darse cuenta de que cada palabra que dirá al interior del tribunal fue meditada. Viste bototos cafés, jeans y un polar blanco que combina con el chaleco amarillo que dice “imputado” en su espalda, utiliza una postura acorde a sus intenciones: convencer que él jamás cometió ningún delito, sólo errores, por tener una “mente tan liberal”.

Él siempre fue así. Hasta estudió tres años de Psicología, un diplomado en Intervención Educativa y un truncado doctorado en Psicología. Sus diplomas colgados en su pared no eran su único orgullo, su persuasión era su mayor logro. Él lo sabía. Esa elocuencia lo llevó a convencer a Camila que iniciar con “masajes” a su corta edad, era lo mejor que le podría pasar.

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El “hechizamiento”

Tatiana, la madre de Camila, siempre estuvo enferma. Ella fue la primera en partir con los “masajes”, pero no con cualquiera, con los tailandeses o thai. Esta práctica, que se supone que es de estiramiento y compresiones, tenía un componente adicional en la vida de Tatiana: incluía relaciones sexuales. Al principio era solo Miguel quien se los hacía. Más tarde, incluyó a otros hombres.

Camila siempre supo que su madre tenía estos masajes. Él mismo le sinceró que también incluían sexo y la involucró a ella en las mismas prácticas pese a que no superaba los 10 años.

—Por ejemplo, me hacía comparar a cómo se fue y cómo llegaba mi mamá (a la casa). Yo cuando la veía llegar la veía tranquila, la veía así como más pausada, la veía más feliz. Yo en un momento la miraba y veía los beneficios de lo que me decía él. Y después, poco a poco, me empezó a hablar de los masajes y que yo podía empezar.

Los primeros “masajes” fueron a sus nueve años. Quizás menos. Camila ya no lo recuerda tan bien y es mejor que así sea. Sí sabe algo: todos incluyeron abusos sexuales. Miguel le llamaba “estimulaciones”. Esos duraron menos de un año. Los siguientes se convirtieron, derechamente, en violaciones.

Para someter a Camila, Miguel no utilizó la fuerza. Más bien ideó un mecanismo de “programación” para hacerle creer que sus propias parafilias eran parte de una sexualidad sana y normal. Además de los abusos y la exposición a pornografía desde temprana edad, él la convenció que estas prácticas le ayudarían a adelgazar y disminuir sus dolores de cabeza. Camila tenía 10 años.

Ella, desde esa edad, creyó que todo era real porque consideraba que se lo decía alguien con muchos estudios y diplomas colgados. Alguien a quien admiraba e idolatraba.

—Yo no quería perder mi virginidad. Pero al final lo hice para complacerlo a él. Él me decía: “¡Hazlo!”. Y para no defraudarlo, para después no ver su cara manipuladora o que me dijera: “Oh, mira Camila, estás gordita. Oh, mira, un rollito. Camila, subiste de peso…”

—¿Tu mamá sabía?

—No, mi mamá siempre creyó inocentemente que eran solamente masajes, porque tampoco ella nunca estuvo presente, porque siempre él intentó que los masajes fueran cuando ella estaba ocupada o en el trabajo.

Camila defiende a lo largo de toda la conversación que su mamá se enteró de las violaciones cuando tenía 15 años. Según ella, su madre nunca pensó que la abusaban desde tan pequeña. Pero tampoco hizo nada para impedirlo.

De hecho, cuando fue detenida, no lo negó. En su declaración policial, fechada el 13 de septiembre de 2022, horas después de caer junto a Miguel, Tatiana aseguró que “presumía” que a Camila “le podían realizar el mismo tipo de masajes, finalizándolos con sexo”.

Una manada de violadores

Los ultrajes no se detuvieron hasta que cumplió 19 años. A lo largo de ese periodo, Miguel, no satisfecho con cometer él mismo las perversiones, invitó a otros hombres para que hicieran lo mismo. Camila seguía teniendo 10 años cuando desconocidos comenzaron a violarla. La excusa de Miguel, que hasta suena burda, fue que supuestamente tenía un problema en su mano y se agotaba mucho, por lo que otros sujetos tendrían que ejecutar los “masajes”.

Los primeros en sumarse se relacionaban cotidianamente con Miguel. Uno fue su alumno cuando hacía clases en un liceo. Otro era el auxiliar del mismo recinto. También aparece un colectivero y un vendedor de leña. Cuando se le agotó su parrilla de pedófilos comenzó a contactar a sujetos mediante perfiles falsos de Facebook. Usaba la foto de Camila, pero con nombres cambiados.

Esa práctica de robarse identidades para crear perfiles falsos era recurrente. Su entonces nuera descubrió que Miguel también usaba las fotos de su hija menor cuando iba en segundo básico. Incluso a la fecha, todavía mantiene una cuenta con su nombre y la imagen de su pequeña nieta.

Cuando la hija biológica de Miguel declaró en el juicio, confesó que de niña supo que su padre almacenaba pornografía en su computador. Ella se encontraba con el material descargado cuando lo usaba para ver películas o hacer tareas. Lo más difícil fue contar que su papá llevaba una cámara y grababa por debajo de la falda a colegialas en los buses. Ella misma lo vio todas las veces porque lo hacía después de recogerla del colegio.

—Nunca quise preguntar, pero sí sabía que era algo malo. Era muy chica para entenderlo —reconoció entre lágrimas.

También contó que hubo un tiempo donde dormían juntos. Una mañana despertó y Miguel la estaba tocando. Ella lo atribuyó a que estaba durmiendo. Pero hubo más. Siempre hay más:

—Una de las cosas que me llamó la atención fue cuando yo estaba un poco más grande y un poco más desarrollada físicamente, y encontré una carpeta en su computador, donde era una carpeta exclusivamente con fotos mías que no había hecho yo.

La hoy exnuera, que encontró toda la evidencia y fue la primera en denunciar el caso en noviembre de 2020, lo corrobora:

—Las fotos estaban tomadas por debajo de la mesa o por arriba de la cortina del baño —dice a BBCL Investiga.

La denunciante cuenta que en esa oportunidad los policías anotaron su acusación y le dijeron que la llamarían en una semana. Nunca lo hicieron. Para todos, lo que ella contó no era más que una película de ficción sacada de un buen guionista. La fiscal Claudia Zárate, quien quedó a cargo en un principio del caso, jamás le creyó, asegura. Ni ella ni nadie.

—Me dijo que la investigación era de índole privada, pero que no había ningún indicio que fuese cierto. Que cada cierto tiempo se inventaban relatos así por despecho. Y, en este caso, yo era muy cercana al demandado —afirma.

No fue hasta casi dos años después que la investigación se reactivó tras la denuncia del informático. Recién ahí la fiscalía ató los cabos y concretó las detenciones de Miguel y Tatiana.

“Daniel”

Miguel no era el único que buscaba a los hombres. Al menos dos condenados mencionan a un tal “Daniel” como quien se encargó de reclutarlos para las violaciones. Según consta en sus declaraciones policiales, el “desconocido” los contactó a través de plataformas web que, precisamente, son utilizadas para conocer gente y concertar citas.

Camila también lo sindica como el brazo derecho de Miguel. En el juicio, lo describió como “un pedófilo” y “el peor de todos”.

—Le gustaba mirar, estar con los hombres también. Y le gustaba también verme, todo.

Y aunque uno de los condenados incluso se ofreció para guiar a la policía hasta la casa de Daniel, lugar donde ocurrieron algunas de las violaciones, la fiscalía nunca lo investigó ni mucho menos lo capturó.

Casa “Daniel” | Felipe Diaz Montero

Ver Pedófilos ocultos en Chillán: el “brazo derecho” de depredador sexual que la fiscalía nunca indagó (link de acá abajo)

—Las personas que fueron invitadas nunca la violaron. Jamás yo traje personas para que Camila fuese sometida a ese tipo de masajes. Yo nunca la violenté, nunca abusé de ella. Por ese motivo encuentro que es impropio que se esté acusando a los imputados de violación o a mí de violación reiterada, porque eso jamás en la realidad se dio —se defendió Miguel en el juicio, pese a la abundante evidencia en su contra que lo tiene al borde de pasar el resto de su vida en la cárcel.

Destruir evidencia

En los 130 videos y más de 16 mil fotos que sirvieron de prueba en el juicio, la fiscalía identificó, además de Miguel, a 12 de los violadores. Otros tres, incluido uno al que se le ve directamente el rostro, nunca pudieron ser ubicados.

Las primeras diligencias que ordenó el organismo persecutor, a raíz de la denuncia de la exnuera, no contemplaron la declaración de Camila. Esa entrevista tardó 520 días en materializarse. Esto, pese a que desde un principio la familiar la identificó, con nombre y apellido, como la víctima. O sea, recién el 22 de abril de 2022 le consultaron a Camila si era cierto lo que se acusaba. Ella negó todo. Dijo que era un invento de la denunciante.

—¿Esa primera declaración que diste fue falsa?

—Fue mentira —Camila responde en seco—. La segunda también es mentira. Dije puras mentiras. Dije que todo era mi culpa. Y la tercera declaración es la única verdadera que di.

Camila admite que esa “diligencia” sólo sirvió para destruir evidencia que podría haber inculpado a otros violadores que nunca serán identificados.

—Después de ese día empezamos a ponernos muy nerviosos, sobre todo Miguel —revela—. Yo igual me sentía nerviosa y él empezó a borrar material de cuando yo era más chica.

—¿Eso tú lo viste?

—Sí, lo vi. Y me dijo “Camila, tranquila, porque borré las fotos”.

Es imposible calcular cuántos involucrados fueron parte de este entramado. Camila lamenta que se pueda definir así:

—En periodo de estudios eran como cada una semana o dos semanas. En las vacaciones, de repente, eran como dos veces a la semana.

La mayor investigación

En el juicio, la fiscalía argumentó la tesis de que Camila estaba impedida para oponerse a las violaciones. Explicaron que no fue por fuerza ni amenaza, sino porque Miguel la “programó mentalmente”.

—Camila fue sometida a una sexualización traumática desde muy temprana edad, siendo sometida a agresiones sexuales reiteradas de todo tipo, de manera persistente y progresiva, desde los ocho hasta los 17 años por parte de Miguel. Este proceso abusivo alteró su capacidad para discernir entre relaciones saludables y actos abusivos —concluyó el Ministerio Público en el juicio.

Prácticamente toda la investigación estuvo a cargo de un abogado asistente de la Fiscalía Local de Chillán, Richard Urra Blanco, quien fungió como fiscal subrogante.

—Nosotros logramos establecer durante la investigación que quien ejerció el secreto en la víctima, quien ejerció este síndrome del hechizo y esta programación fue el acusado principal —explica Urra en diálogo con BBCL Investiga.

Pese a que ellos mismos lo catalogan como una de las causas más grandes en la historia de la Fiscalía de Chillán, el fiscal (s) reconoce que hubo falta de recursos y que muchas cosas se pudieron hacer mejor.

—Yo entiendo que no fue una mala investigación, se hicieron muchas diligencias con el equipo. Con pocos recursos, con poco personal, se hizo un análisis súper dedicado de toda la información.

Por ejemplo, el persecutor no ordenó periciar los celulares incautados a 12 de los imputados que pudieron haber arrojado pistas de otros violadores, además del tal “Daniel”. Los aparatos, hasta la fecha, siguen llenándose de polvo y cualquier información relevante quedó, junto con los dispositivos, en alguna bodega de fiscalía.

—Se podría haber revisado todo, pero evidentemente no íbamos a alcanzar con el tiempo que nos quedaba —dice Urra.

—¿Está la posibilidad de que existan violadores sueltos?

—No sólo él (Daniel), existen muchos otros imputados que no han sido identificados, entonces de que existe la posibilidad, claramente existe.

Perdonar y seguir

Después que se llevaron detenida a Tatiana y a Miguel, Camila volvió con su padre biológico. Lo más difícil fue hacerse cargo de su madre que estaba presa y enferma. No tenía los recursos para hacerlo e ir a verla allá, al único centro penitenciario ubicado frente a la plaza de la ciudad, le generaba malestar. Fueron días horribles.

—Yo sé que querían castigar a mi mamá, pero me castigaban a mí —confiesa.

Miguel tampoco la dejó tranquila. Le escribió cartas desde la prisión que parecían libros. La única que alcanzó a leer, que fue la primera, tenía 50 páginas. Las otras más de 100. Las misivas arrancaban como el hombre bondadoso que proyectaba ser. Le escribía que era el amor de su vida o le preguntaba por la universidad. En el desarrollo mostraba su verdadera faceta. Por eso, sólo leyó la primera carta y las otras se las entregó a la fiscalía.

—Era pura manipulación. Me hacía sentir mal. Me hacía sentir como cuando era chica y me costaba mucho. En la media igual me costó un poco, porque de verdad era una cuestión que yo no podía sentirme bien si Miguel no estaba ahí conmigo. Entonces, al final, me enrostraba mis debilidades, que ahora me di cuenta que eran puras mentiras. Me di cuenta en la universidad que podía por mí misma.

Camila siguió con su vida. Sus amigas la ayudan y su padre biológico también. Le costó al principio, pero ahora dice que se llevan bien. Hay días y días para ella. Un día despierta y lo recuerda todo. En otros, sigue adelante de la mejor forma que puede. Con su madre restableció una relación. Dice que ya la perdonó por todo y eso es lo único que importa. Ella sabe por qué hizo todo.

—Mira, yo igual soy creyente en Dios, y creo que gracias a eso y a la terapia es que pude seguir adelante. Al final, decidí seguir y espero que mi caso pueda servir para ayudar a las demás mujeres que han sido abusadas. Ojalá que nadie de tal grado como a mí, pero puedo entenderlas un poco más. Al final, se trata todo de ayudar y seguir adelante y no darles en el gusto de yo estar mal. Es un proceso lento, no es algo rápido.

—¿En todo el proceso sentiste que te juzgaron más a ti que a Miguel?

—A mí era más. Me decían: “¡Cómo no te das cuenta!”,”¡Cómo no te diste cuenta!”. Me quitaron mi infancia. Me quitaron mi inocencia en esa parte (…) Me quitaron todo.

De acuerdo con antecedentes recopilados por BBCL Investiga, el Ministerio Público, antes del juicio, ofreció procedimientos abreviados a la mamá de la víctima y otros ocho imputados. Para ello, calcularon penas inferiores a 5 años y un día, lo que les permitió cumplir su castigo bajo libertad vigilada intensiva. Tatiana, por los delitos consumados de violación reiterada y estupro, en calidad de cómplice. Y el resto, como autores de los delitos de estupro, abuso sexual y/o producción de material pornográfico infantil.

El juzgado no pudo oponerse a esos acuerdos.

Según explica el presidente del Tribunal de Juicio Oral en Lo Penal de Chillán, Juan Pablo Lagos, los jueces sólo pueden objetar un procedimiento abreviado en tres escenarios distintos: en caso de que exista un querellante que solicite penas mayores respecto de los imputados, cuando el acusado no apruebe de manera libre las condiciones de la fiscalía o si el Ministerio Público pide una sentencia por sobre lo que establece la ley.

Nada de eso ocurrió en esta causa.

Miguel y los otros cuatro que fueron a juicio, terminaron condenados. Este 14 de diciembre se zanjará la cantidad de tiempo que pasarán tras las rejas. Las penas solicitadas por el Ministerio Público van desde los 8 años hasta presidio perpetuo simple

Desde la Iglesia Adventista aseguraron que actualmente Miguel, no figura “como miembro ni colaborador” de la institución. Leer aquí su comunicado.

No olvides leer la segunda parte de este reportaje:

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