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El infierno en Santa Juana: testimonios de una tragedia

El infierno en Santa Juana: testimonios de una tragedia

Domingo 12 febrero de 2023 | 06:00

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Mistral Torres | BBCL

La Unidad de Investigación de BioBioChile visitó Santa Juana y sus alrededores, la comuna con más víctimas fatales por los megaincendios forestales que azotan el centro-sur del país. Testimonios recopilados en terreno rearman el puzle de una tragedia que aún no termina y que reflota un Chile olvidado en el que no todo funciona como debería. En lo rural, donde casi todo quedó en escombros y cenizas, el sentimiento es uno: "Hay que sacar todo y empezar de nuevo nomás".

—Pensamos que siquiera íbamos a poder tirarle un balde de agua a la casa. No alcanzamos. Fue como que llegó y hubo que salir altiro, si no nos quemábamos.

El fuego en Santa Juana lo destruyó casi todo. Al menos en la zona rural gran parte quedó reducido a cenizas, a humo y escombros. El escenario fue y sigue siendo devastador. No sólo por las viviendas perdidas, también por las vidas que cobró la tragedia.

Este incendio forestal dejó entrever la fácil propagación, pero también la precariedad y las condiciones arcaicas que han predominado durante años en la zona. Unido a eso, está el descargo de lugareños y autoridades que acusan un interminable abandono.

Y ahora, mientras existe el miedo de una propagación, los habitantes intentan volver a levantarse. Miran lo poco y nada que quedó de sus casas, esas que les costó levantar durante toda su vida y que en minutos desaparecieron. Son gente mayor, hundida en su dolor de ver que lo único que tienen es la ropa que llevan puesta.

La Unidad de Investigación de BioBioChile visitó la zona y conversó con las víctimas de esta catástrofe. Prevalece un sentimiento en común: salir adelante. Pero también son realistas.

—No le puedes pedir a una persona de 80 años que empiece de cero —aseguran.

La alerta

Las primeras alarmas de evacuación llegaron el viernes 3 de febrero, pasado el mediodía. Desde la madrugada, la región del Bío Bío estaba sin pestañear. Los incendios forestales devoraban todo a su paso y el viento agravaba la situación.

Santa Juana y Nacimiento estaban en la línea de fuego y decretaron Alerta Roja. Bomberos y voluntarios intentaban controlar las llamas, pero en menos de ocho horas la catástrofe se descontroló. En ese momento, Chile tenía 204 incendios forestales al mismo tiempo. El primer balance oficial de ese viernes confirmaba que, de las 13 víctimas fatales, 11 eran de Santa Juana.

Casi al final del día se habían quemado 14 mil hectáreas, 100 estructuras y los damnificados ascendían a 4.500. Sólo en esa ciudad. Las cifras, según la alcaldesa de la comuna, Ana Albornoz, se sumaban a las del incendio del mes anterior ocurrido ahí mismo.

Esa noche, Carmen González Silva estaba junto a sus padres mayores de 80 años y dejó las llaves puestas en la camioneta. Estaba preparada para arrancar con su familia, aunque creía que podía intentar combatir el fuego mojando sus casas y creando cortafuegos.

Vive en Colico Bajo, un sector rural de Santa Juana que incluso antes del incendio se caracterizaba por su mala señal. Para llegar, hay que adentrarse en caminos de tierra rodeados de árboles. Unos laberintos que te llevan a todas y ninguna parte.

No recuerda la hora exacta, pero sí que era de noche y no se veía nada por el humo. En el momento, cuenta, no le llegó una alarma de evacuación, por eso cuando arrancó lo hizo con el fuego casi rozándola, con su ropa quemándose por las chispas que le caían. Y se salvó. Escapó junto a sus padres. Aunque sus cuñados se quedaron intentando salvar la casa.

—Nosotros salimos y el viento cambió. Había bosque y estaba el camino cortado, así que era como jugar: veíamos allá donde estaba prendiendo y nos arrancábamos donde no estaba quemándose. Después prendía allá y volvíamos donde estaba más apagado el fuego. Nos devolvimos y había una casa que se salvó y ahí nos refugiamos. Y desde ahí veíamos cómo se quemaba esto (apunta su casa) —rememora Carmen.

—¿Cuándo supieron que estaban en peligro?

—Es que venía en la carretera el fuego y nos avisaron por la junta de vecinos que venía el fuego ahí. El viento era tanto que era: “Sí, va a llegar acá”, pero no pensamos que iba a ser tan rápido y tan destructivo.

“No sé cómo me voy a levantar”

Juan González tiene más de 80 años. Es el padre de Carmen. Vivía frente a ella en una vivienda que consiguió hace casi 25 años por un subsidio, en el mismo sector de Colico Bajo.

Dos días antes del incendio trabajó cosechando papas. Las dejó amontonadas en el suelo formando un bulto, sin saber que 48 horas después las perdería, al igual que sus animales, su casa y sus recuerdos.

—No sé cómo me voy a levantar —repite una y una otra vez Juan con lágrimas. Se le ve tan destrozado que nadie sabe cómo responderle.

Juan González – Colico | Sandra M.

La familia González logró salvar una casa: la que sus cuñados mojaron mientras el fuego estaba incendiando las otras dos. Ahí viven los nueve ahora, pensando cómo volver a empezar. Juan repite que se cansa sacando los escombros, y claro, 80 años en sus hombros y la carga emocional de una tragedia así, no es para menos.

—Ahora queda el consuelo de que estamos bien, no hay ninguno quemado. Bueno, aparte de los animalitos —se lamenta Carmen— Ahora hay que sacar todo y empezar de nuevo nomás, nada más que hacer. Y antes de que empiece el invierno.

Hospital a cinco horas

El domingo 5 de febrero las cifras ya espantaban. Santa Juana tenía el 50% de sus viviendas quemadas en el sector rural y 13 víctimas fatales. A nivel nacional el panorama no era más alentador, con 24 muertos y 260 incendios activos.

A esa altura, la posta de Colico Alto era una masa de escombros. Eso significa que desde ese punto de partida, la posta rural más cercana es la del sector de Tanahuillin. Cercana entre comillas, porque caminando queda a dos horas y media. El hospital de la ciudad, casi a cinco.

Ambas postas funcionan a la antigua: hojas de papel en blanco, lápices y subrayadores. Por eso, la noche del incendio, la funcionaria encargada sólo se preocupó de salvar las fichas de los pacientes. Arrancó con las carpetas. Que se quemaran significaba perder uno de los insumos más importantes del servicio de salud. Se estima que en los dos establecimientos, junto a la Estación Rural de Paso Hondo -también quemada- eran cerca de 800 los pacientes que allí se atendían.

320 familias son usuarias de la posta de Tanahuillin, una de las pocas que se salvaron. Gloria Contreras es su encargada. Es técnico en enfermería. Aclara que hasta ahora su principal rol es contener emocionalmente. Sólo está ella junto a otra colega. No por los incendios, sino porque sólo ellas trabajan ahí de manera permanente, junto a una auxiliar.

—En este momento, más que la atención crónica, estamos funcionando como un centro de emergencia para todo requerimiento, no sólo para los usuarios, sino también para los que vienen de afuera —comenta.

“Es difícil verlos llorar”

Su principal preocupación es tratar las quemaduras y repartir medicamentos. También hay otro objetivo primordial. Gloria evidencia:

—(Hay que) tratar de ubicar a la gente. Hay mucha gente que todavía no sabemos si están con familiares, si todavía están en la casa de algún vecino o albergue. Hay harta gente desaparecida. No se sabe si pasó algo con ellos o se los llevó algún familiar.

Su compañera y ella son de sectores rurales de Santa Juana. Sus casas no se quemaron pero sí la de algunos colegas. Intentan mantener la posta abierta porque creen que eso les da una sensación de seguridad a los habitantes.

—Gente aquí de repente nos ha llamado solamente porque necesita hablar con alguien —cuenta Gloria.

Mientras trabajaban el lunes, el fuego se reactivó. No les llegó ninguna alarma de evacuación porque sólo hay señal en puntos estratégicos de la posta. Arrancaron gracias al aviso de bomberos que pasaron por ahí. Tienen claro que no pueden vivir así. Casi a la suerte. La conexión es uno de los principales problemas, no sólo de señal telefónica. En transporte hay un bus al día y en un horario específico.

—Hasta ahora vamos bien, pero va a llegar el momento en que va a empezar el cansancio, porque igual escuchar a la gente es difícil; escucharla y no involucrarte emocionalmente con ellos, verlos llorar por sus cosas, que les costó años… No solamente perdieron sus casas, perdieron sus animales, su huerta. O sea, no hay nada, nada, nada —plantea Gloria.

Doblando refuerzos

El Bío Bío es la zona más afectada. De hecho, ya lleva 159 mil hectáreas consumidas. Por eso llegaron bomberos ecuatorianos para intentar menguar la tragedia. No son los únicos: hasta el epicentro de la catástrofe arribaron brigadistas de la Conaf para participar activamente del combate.

BBCL Investiga conversó en terreno con un equipo, cuyos integrantes relataron los pasajes vividos durante la emergencia.

—¿Cuáles son las emociones que han experimentado en estos días?

—Es complicado al principio, pero igual uno tiene que saber llevarlo. Tampoco podemos estar nerviosos nosotros, porque nuestro personal igual se pone nervioso. Así que tenemos que estar seguros de nuestra pega nomás y analizar bien, analizar bien lo que es el trabajo.

—Pero cuando ven que la casa se quemó, que la persona lo perdió todo…

—Es que ahí ves tu casa. Da pena, pero tú tienes que ser el cable a tierra en ese momento, no te puedes poner a llorar o demostrar debilidad ante lo que está pasando.

A lo largo de la conversación, los brigadistas recalcan que muchas veces la gente, entre la desesperación de ver arder sus casas, se enojan con ellos. Y por eso destacan un punto clave: la necesidad de informarse respecto a la efectividad de cortafuegos y que conozcan el trabajo de Conaf.

—Generalmente nosotros llegamos, el furgón queda abajo y nosotros desaparecemos. Nos metemos al bosque y no nos ve nadie. Entonces desconocen el trabajo que realizamos.

Una profesora en la tragedia

La región del Bío Bío suma 14 establecimientos educacionales dañados y La Araucanía siete. Eso se traduce en que 920 alumnos ven un futuro incierto para marzo, aunque el Ministerio de Educación comprometió su ayuda.

En Santa Juana, la Escuela F-720 de Colico Alto también se quemó. Iba a ser usada como albergue pero lo único que quedó fueron los cimientos.

Sylvia Díaz es profesora de matemáticas del establecimiento donde estudiaban 24 alumnos y trabajaban cuatro profesoras más tres asistentes de la educación. Sylvia no sólo enseñaba, también vivía en la escuela con su esposo. Oriunda de la zona, trabajó en Santiago un tiempo, pero decidió volver a su tierra para educar.

Cuando ocurrió el incendio estaba en Concepción y le pidió a una colega que rescatara algunas cosas. Salvó sus títulos, documentos y el computador. Un camión aljibe intentó apagar el fuego pero no dio abasto. Frente al colegio también se quemaba la posta. Imposible para un vehículo que no hace más de 10 mil litros.

—Fue muy terrible, traumático, pero he estado tratando de hacer contención a los niños. He ido a visitar a la mayor parte que viven en sectores bien aledaños, bien complejos de llegar, más ahora por el incendio. He ido a verlos, a dejarles dulces, a abrazarlos.

A dos estudiantes se les quemó la casa, pero todo el resto igual fue afectado. Perdieron sus animales, los fardos, las huertas o las leñeras. Algunos caminos tenían puentes de madera que desaparecieron después del incendio. Por eso, si antes la conectividad era engorrosa, ahora lo es mucho más.

—Como yo perdí todo, entonces yo puedo ir a ver a los alumnos, porque todos ellos seguían luchando con el fuego. Fui para ver si podía ayudarlos con la contención, porque eso igual me hacía bien a mí, porque yo me vine por el tema de educación. Entonces, al verlos a ellos, yo también me contuve emocionalmente.

“Mi primo vio prendiendo fuego”

En algún momento pensaron que la escuela iba a salvarse, pero la dirección del viento cambió y todos supieron lo peor.

Olga Lagos es apoderada del colegio y vive en Paso Hondo, otro sector rural de Santa Juana. Su casa se salvó gracias a los cortafuegos que hicieron su esposo con su hija en el mismo momento: él cortaba con la motosierra y ella empujaba con todo su cuerpo los troncos.

Frente a ellos vivía un vecino discapacitado. Olga estaba en Chiguayante cuando leyó en mensajes de WhatsApp que el fuego se acercaba. Le pidió a su familia que fueran a avisarle para que no dejara la puerta cerrada con llave.

—Mi esposo me dijo “no lo puedo contactar por teléfono”. Mi hija salió para arriba y ve que el fuego venía en el cerro. “¡Papá, sale!. Vamos a sacar al vecino”, le dijo (…) Y lograron sacar al vecino.

Tiene claro un punto: el fuego no inició producto de la naturaleza.

—Mi primo vio prendiendo fuego pero no alcanzaron a tomar foto y anotar la patente, los siguieron pero se arrancaron. Entonces son como muchos focos que fueron intencionales, es una maldad muy grande.

Después que pasó la catástrofe se fue con su familia para ayudar a levantar y limpiar los escombros del colegio. El miércoles 8 de febrero el ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, visitó lo que fue de la escuela y se comprometió a reconstruirla.

—Nos dieron buenas noticias, gracias a Dios se va a reconstruir el colegio arriba, donde está todo quemado (…) Así que eso me causó una alegría tan grande —dice Olga.

¿Y las antenas?

Durante la emergencia hubo un problema predominante: la señal telefónica fue intermitente o simplemente no existió. Los motivos principalmente son dos: el fuego afecta las antenas, o bien, corta los cables de transmisión. Al menos así lo explica Claudio Araya, subsecretario de Telecomunicaciones.

—Si se corta la fibra óptica, la antena queda funcionando, pero sin datos. Queda desconectada, así que no sirve para nada (…) El hecho de que se queden sin energía eléctrica es supernormal porque la energía sube a través de unos postes con unos cables de cobre, y el cobre se funde con el fuego. Entonces, claro, eso no hay forma de evitarlo.

Son las propias empresas de comunicaciones las que notifican los daños a la Subsecretaría de Telecomunicaciones (Subtel). Una vez adquirida la información, la entidad la administra en conjunto con el Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred).

—Lo que se está haciendo es correr para reparar. O sea, se están reparando en tiempos muy eficientes, pero son muchas las que caen, entonces las cuadrillas de reparación de las empresas van corriendo de un sitio a otro a reparar, en cuanto los deja entrar Conaf, porque usted comprenderá que tampoco podemos arriesgar a las personas.

En el caso particular del Bío Bío, la autoridad indica que al ser una región con “muchas localidades”, que a su vez cuentan con una gran población, existen “muchas antenas” para atender a la gente. Sin embargo, al haber diversos focos de fuego, justamente son varias las antenas afectadas, lo que produce una mala señal telefónica.

Según datos entregados por la Subtel, de acuerdo al último reporte de fiscalización, la región del Bío Bío cuenta con 42 estaciones caídas, lo que representa un 2% de afectación. De ellas, tres son de Santa Juana.

Mensajes que salvaron vidas

Desde que comenzó la emergencia se han enviado 97 mensajes del Sistema de Alerta de Emergencia (SAE) en el Bío Bío.

Consultado respecto a por qué este mensaje no fue recibido por habitantes de sectores rurales de Santa Juana, el director de Senapred Bío Bío, Alejandro Sandoval, informa que sí hubo un mensaje: el jueves 2 de enero a las 23:14 horas. Esto, específicamente en Colico Alto. Horas antes, expone, se envió el mismo mensaje a Palihue.

—En el caso particular que alguna persona no hubiese recibido esta alerta, esto se puede obedecer a diversos factores, como el daño de las antenas producto de los incendios, afectando la cobertura, o que el equipo móvil sea incompatible por antigüedad, entre otros factores.

Son estas variables las que buscan identificar en los procesos de prueba que realizan sobre el SAE. En ellos, aclara, trabajan junto a la Subtel para optimizar y mejorar el servicio de las empresas telefónicas y la respectiva evaluación de sus antenas repetidoras y la tecnología de sus equipos.

Sandoval puntualiza que además esta emergencia se desarrolló bajo condiciones adversas: altas temperaturas y fuertes ráfagas de viento.

—En el caso de Santa Juana, además, el territorio abarca una extensión de cerca de 570 km cuadrados, caminos con difícil acceso y con una alta dispersión de viviendas en la zona. Junto a lo anterior, se presentaban más de 40 incendios simultáneos en la región que estaban siendo combatidos por personal en terreno.

Con todo, destaca que pese al panorama, el aviso oportuno del SAE logró salvar más de 15 mil personas en Santa Juana.

Levantarse de la tragedia

Juan González pertenecía a Los Rancheros de Santa Juana. Tiene el mismo nombre que su padre y es hermano de Carmen. También vivía con ellos en Colico Bajo.

Ayudó en el incendio de diciembre que dejó 36 viviendas destruidas y 5.323 hectáreas quemadas en el sector rural. Junto a su grupo tocaron en el evento “Santa Juana ayuda a Santa Juana” para recaudar fondos.

Ahora, un mes después, todo lo que usó para el evento benéfico lo perdió. Sus instrumentos, parlantes y lo que más lamenta, sus teclados con mezclas de sonido únicas, quedaron desvanecidas e inoperables. Nunca pensó que le pasaría a él. Nadie se lo esperaba.

—De alguna manera nos vamos a tener que parar. La ayuda si llega bienvenida, pero si no llega tampoco nos vamos a poner a esperar. No podemos decir “nos tienen que ayudar” —sentencia.

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