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El uso de drogas para la concentración esconde un silencioso mundo en el que universitarios ignoran los peligros a los que se exponen al "dar todo por salvar el ramo". BBCL Investiga accedió a testimonios de jóvenes que revelan cómo burlan al sistema para acceder a los fármacos y exponen los efectos adversos sufridos. Y aunque ya en 2016 el Instituto de Salud Pública alertaba de los riesgos de consumir modafinilo y metilfenidato sin supervisión de un profesional de salud, hoy un nuevo estimulante llama la atención de los estudiantes: la lisdexanfetamina. Todo ello, en medio de una salud mental universitaria ya deteriorada que ve en este fenómeno un “grito desesperado”, según expertos.
—Empecé a tener visión borrosa de repente, me empezó a dar como ansiedad y angustia (…) Ando acelerada y con una presión en el pecho. Me muerdo las uñas…
Fue en 2018, durante su segundo año de Derecho, cuando Claudia (25) comenzó a consumir lisdexanfetamina. Un psicotrópico -popularmente conocido como Samexid o Vyvanse- que pese a comercializarse bajo estrictas normativas, hoy es compartido indiscriminadamente en círculos universitarios junto a otros fármacos: el metilfenidato (más conocido como Ritalín, Aradix o Concerta) y el modafilino (Mentix, Alertex o Resotyl).
¿El objetivo? Aumentar la concentración, de modo de mejorar el rendimiento académico. ¿El problema? Tanto la lisdexanfetamina como el metilfenidato tienen un mecanismo de acción similar al de la cocaína. Así lo explica el doctor Carlos Ibáñez, jefe de la Unidad de Adicciones de la Clínica Psiquiátrica Universitaria de la Universidad de Chile.
En sus palabras, el consumo de estos medicamentos -a nivel cerebral- produce aumento de la ansiedad, insomnio, irritabilidad y, en casos extremos de sobredosis, podría causar confusión y episodios psicóticos. Por esto, enfatiza en que el acompañamiento médico es clave.
Por su parte, el neurólogo y académico de la Universidad de Santiago de Chile, el doctor Pedro Chana, identifica en el abuso de sustancias, un problema social.
—Estamos cuidando muy poco a nuestra juventud (…) Tenemos una sociedad capacitista que está presionando a la gente joven a formarse y no sólo formarse, sino que formarse rápido —cuestiona.
Y aunque no existen cifras oficiales del consumo de estas dos drogas, bastó una simple consulta a grupos de estudiantes para acceder a testimonios que revelan cómo burlaron las restricciones para acceder a ellas y los efectos adversos de su consumo sin indicación profesional.
“Hola, busco recetas”
Para acceder a la lisdexanfetamina y al metilfenidato hay dos vías: la legal y la informal. La primera consiste en contar con un diagnóstico que haga necesario su consumo. Para ello, un médico especialista debe indicarlo a través de una “receta cheque”. En simple, esta es el tipo de prescripción médica que cuenta con mayor regulación en el país. Corresponde a un talonario especial que se solicita a las Seremi de Salud junto a una serie de documentos.
En buenas cuentas, las recetas cheques son el nivel más estricto de supervisión de la prescripción y venta de fármacos con potencial adictivo. Por esto, dentro del listado del Instituto de Salud Pública (ISP), el metilfenidato y la lisdexanfetamina figuran como “psicotrópicos”. Una estrella verde dispuesta en el envase advierte su distinción.
Pese a los límites, testimonios recopilados por la Unidad de Investigación de BioBioChile dan cuenta de que los universitarios se comparten los comprimidos cual paracetamol. Aquí viene la vía informal.
En internet, por ejemplo, es posible encontrar las prescripciones sin diagnóstico. Así lo constató este medio mediante una simple búsqueda en redes sociales. Tanto en Marketplace (Facebook), como en grupos de esa misma plataforma, los usuarios consultan, venden y compran distintas recetas y fármacos. Entre ellos, la lisdexanfetamina.
Santiago, Los Ángeles y Concepción figuran dentro de las ciudades de los compradores. Otros, en tanto, no mencionan su lugar de origen.
“Presión en el pecho”
El mercado negro, sin embargo, no es el único mecanismo informal para conseguir la droga. Claudia lo sabe bien. Consumió Samexid diariamente por dos meses en 2018, para retomarlo en 2020, por el mismo periodo de tiempo.
Dice que en la carrera de Derecho es más común usar Aradix, porque la lisdexanfetamina es más cara. Con receta médica, recuerda que la caja le costaba entre 38 y 42 mil pesos en la Liga Chilena Contra la Epilepsia.
Entre la carga académica y los textos a memorizar, conoció el fármaco de oídas. Tras decidirse, lo compró para concentrarse. Sin embargo, después su motivación cambió.
—Me las tomaba todos los días para ir a clases. Y voy a ser súper sincera, después cuando me empecé a dar cuenta que las pastillas me quitaban el apetito, yo las empecé a usar más que nada para bajar de peso —confiesa.
Claudia consiguió la receta cheque de la mano de una amiga. Le pidió que su papá, un médico pediatra, la hiciera. Para su sorpresa, recibió la prescripción sin inconvenientes.
Al principio tenía mucha energía. Afirma que comía poco, pero que no sufría porque no le daba hambre. Estima que bajó ocho kilos, pero que después sintió el efecto rebote. Tras acabarse los comprimidos, subió de peso y lo dejó por un periodo.
—Partí con las de 30 mg. Después le dije a la misma persona que el papá me hiciera una de las de 50. Me las empecé a tomar y ahí me empezaron los efectos secundarios —rememora.
No fue una sino varias las repercusiones que sintió Claudia, al aumentar la dosis.
—Empecé a tener visión borrosa de repente, me empezó a dar como ansiedad y angustia. Yo sufro de ansiedad en general, entonces cuando me las tomo ando como muy acelerada y queriendo hacer todo, pero todo. Cuando me levanto quiero hacer la cama, quiero hacer el aseo, quiero hacer todo menos estudiar.
Suma que le daban muchas ganas de fumar, aún cuando ella no tenía ese hábito. De estar bien, pasó a sentir distintos efectos propios de la ansiedad.
—Ando acelerada y con una presión en el pecho (…) Me muerdo las uñas…ando como angustiada —relata.
Tras los efectos adversos, Claudia dejó de consumir el medicamento. Dice que aún le quedan comprimidos, pero que no los toma porque no le hacen sentir bien.
“Todo por pasar el ramo”
El caso de Ignacio (23) es distinto. El estudiante de Ingeniería Civil Química decidió tomar Samexid sólo para estudiar en época de exámenes, no diariamente como Claudia.
Fue estando de cara a los certámenes finales, que el joven consiguió el fármaco. Sus amigos le compartieron comprimidos, algunos de ellos tenían receta médica y otros no.
—Mis amigos (…) se conseguían el medicamento cuando iban al neurólogo. Le decían que tenían problemas de concentración y cuando vay al neurólogo te recetan el medicamento súper fácil. Se lo recetaban así, altiro.
Ignacio estima entre 10 y 15 las veces que consumió fármacos para aumentar su concentración al momento de estudiar. Comenzó a buscarlos a finales de junio, cuando la universidad cerraba el primer semestre de 2022. Peligraba un ramo y se dispuso a hacer lo que fuera para pasarlo. Así llegó al Aradix y al Samexid.
—Podía estar ocho horas haciendo ejercicios con breaks de 10 minutos cada dos horas. Como que me dejaba pegado, literalmente pegado al asiento haciendo puros ejercicios. Tomé de 30, 50 y 70 mg. (…) En mi mente era como “todo por salvar el ramo” —indica respecto de esta última droga.
—¿Sabías de los efectos secundarios?
—Sí, sabía que podían haber efectos secundarios, pero como que al mismo tiempo, los ignoré nomás.
Con todo, cuenta que el Aradix es el medicamento con el que sintió más consecuencias: ansiedad y la cabeza pesada.
—¿Te fue fácil dejarlo?
—Quizás el día de mañana lo volvería a tomar, entonces no sé si lo consideraría fácil de dejar.
Respecto a los distintos efectos que puedan sentir las personas al consumir Samexid, el doctor Ibáñez plantea que a nivel corporal, lo que ocurre es aumentar, por ejemplo, la presión arterial y la frecuencia cardíaca.
—Ahí de alguna manera va a depender de qué otras patologías tenga la persona —complementa.
De igual forma, advierte que en los usos prolongados tiende a producir un efecto más bien depresivo. De ahí la importancia de que las dosis y su prescripción sea guiada por un profesional.
Sobre el consumo arbitrario de estos fármacos, el doctor Chana repara en que pueden llegar a ser la puerta de entrada a abusos de otro tipo de sustancias más complejas.
—Si tú lo mezclas con problemas de autoestima, con problemáticas personales o estructurales de la personalidad, pudiera ser la puerta de entrada para el consumo de otro tipo de drogas y de producir patologías bastante más complejas.
“¿Quieres probarlo?”
La carga de estudio, sumada a los prácticos en hospitales, confluyen como factores de estrés para quienes estudian Medicina y conversaron con BBCL Investiga. Tres alumnas, pese a pertenecer a distintas casas de estudio, identifican como puntos en común la búsqueda de medicamentos en sus últimos años de carrera. ¿El propósito? Estar despiertas y atentas al momento de estudiar y trabajar.
—Todo partió en internado. Yo al principio no necesitaba ningún medicamento para estudiar, pero notaba que a medida que me iba cansando con el paso de los meses, me rendía menos el estudio. Por ejemplo, si antes me demoraba dos horas en estudiar un tema, ahora me estaba demorando cinco o más —comenta Isidora (26).
En medio del cansancio, decidió hablarle a un primo que estudiaba Derecho, porque sabía que él tomaba Ritalín. Se lo prescribió su neurólogo y le dijo que notó un antes y un después en sus estudios. La conversación terminó en un ofrecimiento. El futuro abogado le dijo que si quería, le podía mandar unos cuantos comprimidos para que probara.
—Y me los mandó y efectivamente sí, me rendía mucho más— recuerda.
Dice que al comienzo “era todo bueno”, porque al demorarse menos en estudiar, tenía más tiempo libre. Sin embargo, comenzó a presentar distintos efectos adversos.
—Sentía taquicardia, se me secaba la boca, la garganta, a veces me daban efectos gastrointestinales, náuseas y esas cosas. Entonces, intentaba no tomarlo tan seguido.
Con el tiempo vio que sus compañeros consumían otro medicamento en los turnos hospitalarios: Samexid.
—Cuando estudiábamos todos juntos, me decían ‘¿quieres que te dé Samexid?’ ‘¿quieres probarlo?’ Básicamente se compartía, pero no tan libremente porque si no me equivoco es caro.
—¿Cómo lo conseguían ellos?
—Le pedían la receta a los mismos doctores del hospital que tenían para hacer receta cheque y los compraban en la Liga de la Epilepsia.
—¿Los médicos no les decían nada al hacer las recetas?
—No, no cuestionaban nada porque algunos eran compañeros que de verdad se los había recetado un médico y necesitaban renovar la receta. Pero, por lo general, esos médicos que les hacían las recetas, eran médicos jóvenes.
Afirma que nunca compró ni tomó el medicamento varios días seguidos, sino que consumía lo que sus compañeros le ofrecían. Una vez hacía efecto no sentía ni sueño ni hambre.
—Y bueno, eso obviamente después me traía como consecuencia insomnio. Igual estaba un poco más irritable. Disminuía el apetito y no comía muchas veces al día. Pero en el fondo la exigencia del internado fue lo que me llevó a tomar Samexid, sabiendo los efectos adversos y sabiendo que ningún médico me lo había recetado —reflexiona.
Al salir del internado no volvió a consumirlos.
Riesgo de uso inadecuado
Andrea (32), que también estudió Medicina, accedió al Samexid gracias a su pareja, quien fue diagnosticado con déficit atencional.
La ahora médica recuerda que en la carrera era común usar medicamentos para estudiar. No sólo se consumía Samexid, sino también modafinilo y metilfenidato. Descansaban poco, por lo que utilizar estimulantes para estar “más despierto y alerta” estaba normalizado.
Con todo, su primer consumo se remonta a cuarto año de Medicina.
—Una compañera que era hija de una psiquiatra llegó con las pastillas a la biblioteca y ahí tomábamos y estuvimos todo el día, creo que más de ocho horas sentadas, estudiando y tomando agua (…) sentía que nunca había estado tan entretenida estudiando —recuerda.
Más tarde, al acercarse una ronda de exámenes que le exigiera harta memoria, su pareja era quien le proporcionaba comprimidos. Andrea sabía que Samexid inhibía el apetito, por lo que a diferencia de Claudia, se preocupaba de comer e hidratarse. Sin embargo, admite que sí hubo días en que se saltó el almuerzo.
—Yo tengo una buena experiencia con el medicamento. No fue de uso tan recurrente, porque es caro y porque era el tratamiento de mi pareja, entonces no le iba a tomar todas las pastillas (…) Me ayudó mucho. Yo creo que saqué la carrera gracias a que pude utilizar estos fármacos para optimizar mis tiempos —afirma.
Eso sí, reconoce que hay riesgo de uso inadecuado, como quienes lo usan para “carretear”. En el ámbito del estudio, dice que nunca vio a compañeros vendiendo la pastilla, si no que la compartían.
—Casi siempre era porque a alguien se lo habían indicado con receta médica para estudiar y esa persona nos convidaba al resto.
Es más, señala que actualmente tiene colegas que están estudiando una especialidad, contexto en el que también es normal consumir Samexid. Plantea que en esta etapa de la vida, a la carga académica y a los turnos, se suma el sobrellevar una naciente vida familiar.
Con todo, al igual que Isidora, vio cómo los médicos le entregaban recetas cheques a sus compañeros.
—Era súper común también ver en la carrera, cuando uno rotaba por las especialidades de neurología o neurocirugía, conocer doctores especialistas que te daban la receta (…) No todos. Compañeros que tenían más perso para ir y hablar con ellos, iban y los doctores les dejaban recetas, de Aradix (metilfenidato) sobre todo, para poder estudiar.
Respecto al uso de estas drogas, el psiquiatra Carlos Ibáñez explica que en el ámbito de la educación superior es importante recordar que el principal problema sigue siendo el consumo de alcohol y marihuana. Sin embargo, indica que muchas veces son estos mismos los que se mezclan con estimulantes.
—La salud mental en los universitarios no está buena y es parte, probablemente, de esta autoexigencia y esto de tener que rendir y hacerse rendir farmacológicamente (…) En el fondo, esto se traduce en ciertos problemas que van más allá del consumo, de cómo afronto yo mis estudios, mi carrera, mi estilo de vida y ahí se mezcla con problemas de salud mental y consumo de sustancias. Es amplio. El consumo de esto es sintomático, muchas veces, de estas otras dificultades —reflexiona.
En el mismo punto coincide el neurólogo Pedro Chana. El también director de Postgrados de la Usach sostiene que el consumo de medicamentos para la concentración sin prescripción médica es un problema multidimensional.
—Es complejo y debe ser abordado con la complejidad que merece (…) Se produce una concentración de actividades con una cantidad de horas que son mayor de lo que los alumnos realmente pueden rendir adecuadamente. Esto es un arrastre histórico. Ponte tú, Medicina y Arquitectura se sabe que son las carreras que tienen más exceso de horas.
“Nada más que hacer”
Karina (25), también estudiante de Medicina, adquirió Samexid de la mano de un amigo que recibió el diagnóstico de déficit atencional. Estima que fue en 2019. Antes sólo había tomado metilfenidato para estudiar. ¿Su vía de acceso? Compañeros de carrera. Lo aceptaba cuando le ofrecían para “mantenerse despiertos”. Pero a ella no le hacía ese efecto, sólo le ayudaba a concentrarse.
En su caso, sentía problemas de concentración y no necesariamente ligados al cansancio, por lo que se auto-diagnosticó déficit atencional. Ya más tarde efectivamente un médico arrojó la misma evaluación. Hoy consume metilfenidato diariamente (Aradix), exceptuando sábado y domingo. En tanto, usa Samexid sólo en periodos que le demandan un nivel muy alto de concentración, por ejemplo, cuando tiene ronda de exámenes.
—El doctor me dijo que le dijera cuando lo requiriera —explica.
A lo largo de su testimonio, Karina reitera que el uso de los medicamentos dependen de cada caso y del grado de déficit atencional que se tenga. Particularmente, ella y su médico evalúan cada 14 o 21 días las cantidades a ingerir. Todo sujeto a efectos secundarios.
—Tienes que ir todo el rato regulando dosis, es bien delicado —advierte.
Pese a que comenzó a ingerirlos sin diagnóstico, actualmente la estudiante dice estar en desacuerdo con el uso indiscriminado de los comprimidos. Su opinión la fundamenta en dos razones:
—Al aumentar la demanda, ha aumentado el precio. Los medicamentos son muy caros ahora y para alguien que realmente los requiera es difícil comprarlos —argumenta— No es el fin del medicamento mantener a alguien despierto (…) los efectos secundarios que traen son que dan mucha ansiedad, incluso puede desatar crisis de pánico.
—Hay ciertas carreras que son tan demandantes que la verdad es que uno en la desesperación recurre a esas cosas. En teoría, no está bien el uso indiscriminado, pero también comparto que en el fondo hay veces que era necesario. No había nada más que hacer —lamenta.
Sobre cómo sus compañeros se conseguían los fármacos, Karina recuerda que algunos con diagnóstico lo compartían gratuitamente, mientras que otros vendían algunos comprimidos u obtenían las recetas cheques con conocidos. También dijo ver que algunos médicos de los internados entregaban recetas. Sin embargo, a su juicio, eran “cautelosos” y sólo entregaban la prescripción a quienes les aseguraban tener el diagnóstico.
“Un grito desesperado”
El doctor Ibáñez, también vocero de la Sociedad Chilena de Neurología, Psiquiatría y Neurocirugía, explica que si bien el modafinilo, el metilfenidato y la lisdexanfetamina ayudan a aumentar la concentración, estos tienen distintos mecanismos de acción.
El primero, estrictamente, no es un estimulante, y tiene un potencial adictivo menor. Mientras, los dos últimos aumentan principalmente la actividad de la noradrenalina y dopamina en el cerebro. De estas puntualiza:
—(Tienen) un mecanismo muy similar al que tiene la cocaína. La cocaína tiene un efecto a nivel de las neuronas bastante parecido a las anfetaminas, no es exactamente igual, pero es muy parecido.
Por su parte, el doctor Chana afirma que la sobrestimulación puede llegar a “agotar” el cerebro.
—Se produce un desequilibrio en los neurotransmisores y que puede incluso, en un abuso crónico y constante, llevar a la psicósis. Especialmente en aquellas personas predispuestas. O sea, si tienes una persona con una problemática previa de salud mental, claro que le puede complicar.
Sobre el modafinilo, Ibáñez opina que aún cuando tiene un potencial adictivo menor en comparación a los otros compuestos, cree que debiese venderse con algún tipo de restricción. Esto, porque actualmente se vende bajo receta simple, y al igual que los otros fármacos mencionados, puede traer diversos efectos adversos.
En relación a las recetas cheques, el facultativo considera:
—Dentro de todo, es bastante estricto el manejo de los recetarios y de los medicamentos cheques en el comercio formal.
A su parecer, la forma de adquirir estos medicamentos, probablemente, pasa más por el comercio ilegal. No obstante, señala que otra vía de acceso puede ser el descuido. A modo de ejemplo, plantea que los escolares y adolescentes generalmente acceden a la benzodiacepina (clonazepam, diazepam, triazolam) porque un familiar consume el medicamento y no lo guarda donde debería.
—Hay un consumo de un 9% en el último año, que es muy alto (…) no podría decir estrictamente que ocurre con estos fármacos, pero no me sorprendería que sea parecido —advierte.
Por su parte, Chana puntualiza en lo preocupante de la situación. Con todo, apunta una vez más a la salud mental, no sólo universitaria sino también como sociedad.
—La pregunta que tendría que uno hacerse es ¿conocemos el mal social que nos está llevando a usar aumentadores cognitivos para poder dar la talla? Es una locura, es una locura esto (…) Es un grito desesperado a una sociedad que está tomando un camino difícil, yo no sé si hay tanta conciencia de esto.
A modo de anécdota, recuerda cómo él mismo -durante sus estudios de medicina- vio a un compañero sufrir graves efectos secundarios por el consumo inadecuado de psicotrópicos. El problema, indica, data de la década del 60.
—Yo vi personalmente, cuando era alumno, a un compañero psicotizarse por el estar días despierto consumiendo anfetaminas para poder estudiar, para poder adquirir la materia. Tiene severos efectos negativos —rememora— Ahora, va a haber algún grupo al que le beneficie, pero a un costo emocional y de salud mental que no se condice.
No obstante, enfatiza en que efectivamente hay personas que necesitan los medicamentos desde el punto de vista farmacológico. La supervisión médica, una vez más, es clave.
—Debiera ser una alternativa que no venga sola, tiene que ser acompañada (…) Hay un montón de medidas previas al fármaco, que deben ser puestas sobre la mesa —argumenta el especialista.
Suma que al momento de dar el tratamiento, se deben considerar los componentes sociales. Por ejemplo, la concentración muchas veces depende del entorno de quien solicita la ayuda.
—Si tú vives en un barrio donde hay metralletas de los narcos al lado, uno entiende que no es fácil concentrarse. O sea también hay que dar con estas dimensiones. Los ajustes no deben ir desde una perspectiva, tienen que ser “problema complejo, soluciones complejas”.
—Las recetas son personales y se entregan según las características y necesidades de quién va a consumir el medicamento. Si alguien usa algún medicamento sin receta médica, se expone a graves daños a la salud, como sobredosis, enfermedades o que el efecto no sea el buscado —argumentan en un comunicado entregado a este medio.
En esa línea, llaman a no comprar medicamentos en lugares no autorizados. De igual forma, advierten a padres, madres y cuidadores a ser cuidadosos con los medicamentos dispuestos en casa. En tanto, para quienes sí tienen receta médica con diagnóstico de rigor, sugieren seguir la pauta entregada por el profesional de la salud y no consumir el fármaco con otras sustancias. Además, nunca compartirlo con otras personas.
Respecto a los estimulantes, señalan:
—Si bien no parece ser uno de los problemas de mayor presentación hoy, el fenómeno debe monitorearse regularmente y es importante fortalecer el trabajo entre las instituciones del Estado, para este fin.
Con todo, adelantaron que este 2023 pondrán a disposición de distintas casas de estudio un modelo de prevención de consumo de alcohol y otras drogas, elaborado en conjunto a los planteles del Consejo de Universidades Estatales (CUECH).
Consultado el Minsal particularmente por las recetas cheques entregadas sin un diagnóstico previo, este medio no obtuvo respuesta.