M. conoció el taekwondo cuando tenía 11 años. La ex pareja de su madre, el padre de sus dos hermanas pequeñas, se lo impuso como una forma de revertir su personalidad introvertida. M. era tímida. Era silenciosa. Y a su corta edad ya cargaba el peso del bullying.
Poco y nada le interesaba el deporte, pero la academia Newen quedaba a tres cuadras de su casa en Peñalolén y aprovechó la oportunidad. En 2016 dio sus primeras patadas y golpes de mano. Creó nuevas amistades y compitió en torneos. Entrenaba cinco días a la semana. Martes y jueves estaban destinados exclusivamente para sacar fuerza física.
Su talento era innato y así lo demostraba el color de su cinturón que evolucionaba con sus logros. En dos años ya exhibía una vida deportiva prominente que su familia admiraba. El respaldo de su madre le permitía asistir a clases extracurriculares y quedarse a almorzar con su profesor, Marcel Soto.
M., por ese entonces, era feliz y confiaba ciegamente en su tutor: una eminencia en el mundo del taekwondo.
—Me quería mucho. Él decía que yo era como la ahijada de él —recuerda M. a BioBioChile.
Pero la confianza se esfumó un domingo, un 24 de junio de 2018. M. quedó sola con Marcel, quien -de acuerdo a la declaración judicial que prestaría más tarde- la invitó al segundo piso de la academia transformada en su casa. Le ofreció un masaje descontracturante porque la vio adolorida. Ella tenía 13 años. Él 43.
—Dijo que me sacara la polera porque así me podía hacer mejor el masaje. Me dijo: ‘Para la otra trae calzas cortas porque así se me hace más fácil lo del masaje’ —cuenta M.
Inició en la espalda y siguió hasta las piernas.
—Después me empezó a rozar mi trasero y yo igual me sentí incómoda porque él me estaba tocando ahí. Entonces, era raro porque yo no quería asimilar lo que estaba pasando. Yo decía que tal vez me estaba pasando rollos.
Le pidió que se diera vuelta.
—Empezó a sobarme el estómago. Me decía cosas que no recuerdo en estos momentos. Me hacía cariño en el estómago y yo intentaba mirar para el lado porque ya me estaba poniendo demasiado incómoda. Siento que levanta mi sostén y me lame el pezón izquierdo. Yo me di vuelta y miré, su cara era completamente otra.
Prohibido comer
Mientras Carol (51), escucha el relato de su hija llora en silencio. Es asistente de párvulos y llegó a su casa hace unos minutos. Es casi fin de año y es viernes. Está cansada. Le cuesta creer que la historia que ya ha oído cientos de veces sea real. Siente culpa. Ella misma lo admite. Ahora M., su hija mayor, tiene 17 años. Ha cumplido casi cinco meses sin autolesionarse.
—Yo tenía una hija en el 2018 antes, y después del 2018 es otra. Cuando sucede esto se me vino el mundo abajo, abajo, porque yo sentí que había sido culpable de no haber puesto atención, de no haber visto las señales —declara Carol.
Ambas saben que los problemas no comenzaron ese domingo en la academia. Durante dos años, M. debió tolerar comentarios sexuales, el control de su alimentación y de su peso junto a un excesivo acercamiento físico. Que, hasta ese momento, pretendían que era normal.
Y Marcel Soto, el gran educador de Peñalolén, se sabía muy bien las reglas del juego. Taekwondo es un deporte que divide categorías por el peso y parte de los requisitos de Soto era controlar cada kilogramo subido o bajado.
—Yo medía 1,60 metros y estaba pesando 45 kilos porque él me hacía estar en esa categoría. Yo no comía normal, yo comía como en platitos de té.
En ese momento, y sin saberlo ni asimilarlo, comenzaron los problemas de alimentación de M. La mayor parte del tiempo no se alimentaba o se saltaba las comidas. Otro tanto, ingería menos del rango normal. Un día subió de 47 kilos a 52. Le contó a su profesor y le pidió estar en otra categoría para una competencia.
—Era una presión grande tener que bajar de peso todo el rato. Y él se enojó cuando le dije el peso. Nos aconsejaba que nos envolviéramos en bolsas y trotáramos con muchos polerones, con mucha ropa encima y así supuestamente íbamos a dar el peso.
La alimentación era reducida: solo ensaladas.
—En una sentí que me iba a desmayar porque había bajado 5 kilos en menos de una semana.
Clases extras los días sábado
M. es la víctima más pequeña, pero no la única. A la fecha, Marcel Soto Calistro (48) ya suma seis denuncias de abuso sexual contra menores. Las edades de las niñas van entre 13 y 17 años, al menos las que figuran en la causa que se sustancia ante el 13 Juzgado de Garantía de Santiago, por la que fue formalizado en 2021.
Todas tenían algo en común: eran sus alumnas favoritas, tenían personalidades más retraídas, problemas familiares y a todas quiso hacerles un masaje. Con algunas niñas, la situación llegó mucho más lejos que un tocamiento, como fue el caso de B. que llegó a la academia de Marcel Soto en 2000, con 13 años.
El deporte le encantó, sobre todo el combate deportivo. Y funcionó bien. Iba a campeonatos, entrenaba casi todos los días, y apostaba su futuro en el taekwondo. Cuando tuvo 14 años fue invitada a una actividad extraprogramática del día sábado. Fue la primera vez que vio algo que hasta el día de hoy -dice- no puede borrar.
—A mí y a mi compañera nos dijo que fuéramos a dormir a su pieza que era la parte de atrás del segundo piso (de la academia). Yo me quedé dormida pero un momento desperté porque escuché un cierre y cuando abrí los ojos vi cómo este entrenador estaba besando y manoseando a esta compañera —detalla B. casi 21 años después.
Los acontecimientos posteriores que vinieron le afectaron a ella en primera persona. Cuenta que un día, mientras entrenaba, Marcel proyectó escenas pornográficas y le preguntó si le gustaba.
—Empezó a sexualizar todos los comportamientos que yo hacía. Tengo clarísimo una vez que íbamos a una escuela a entrenar. Mi mamá me hizo una colación de frutas y yo decidí comérmela en el camino, en la micro, y estaba comiendo y me dice algo así como “oye B. que comes sexy, podrías meter otra cosa a tu boca”.
“Lo hago porque te quiero”
Lo peor llegó cuando tuvo que competir por primera vez fuera de Chile. El encuentro era en Argentina y B. ya tenía 17 años. Marcel sugirió pagar por una habitación grande para ahorrar. El cuarto tenía dos camas matrimoniales y un camarote. Eran tres adultos y ella. Eligió acostarse en la litera de arriba. Cuando llegó la noche fue al baño a ponerse pijama. Lista para dormirse, Marcel la llamó para hacerle un masaje:
—En algún momento empezó a pasar las manos por mi trasero y yo lo sentía como encima mío. Yo no lo veía porque estaba de espalda, pero sí podía escuchar su respiración jadeante, muy agitada, y empezó a frotar su cuerpo con mi trasero y yo estaba inmóvil. No sabía cómo salir de esa situación.
Pero no se detuvo:
—Me dijo que me acostara debajo porque me iba a resfriar y yo simplemente, ni siquiera sé por qué le hice caso. Me acosté debajo y al cabo de un tiempo muy corto él se acercó e intentó besarme. Le dije que no, que nosotros éramos como hermanos. Y él se contuvo y luego se subió sobre mí y me violó.
Marcel -dice hoy B. con 35 años- le tapaba la boca mientras eso ocurría. Repetía que era para no despertar a sus otros compañeros que dormían en las camas del lado. Cuando Marcel la dejó se fue al baño para llorar hasta que perdió todas sus fuerzas.
La mañana siguiente compitió. Un entrenador juvenil nacional la estaba observando y B. ganó. De hecho la llamaron para integrar la selección de taekwondo. Asegura que estaba en shock y que no pensó en nada más que en ganar.
—Decidí preguntarle a este entrenador por qué me había hecho eso y su respuesta fue que gracias a eso yo había ganado la competencia, que él me quería mucho y que esa era su forma de demostrarme lo mucho que él me quería.
22 años de diferencia
La conexión entre la vida profesional y personal de Marcel Soto, al parecer, tienen los mismos objetivos. En 2013 contrajo matrimonio cuando tenía 38 años. Su certificado dice que fue con separación de bienes y que su esposa, Camila, en ese entonces era menor de edad: tenía 16 años. Aunque claro, la historia no comenzó ahí, sino cuando ella tenía 14.
Camila vivió en Peñalolén con su familia hasta que su padre se fue de la casa. La depresión que le provocó su ausencia hizo que su mamá la inscribiera en 2011 en la escuela de taekwondo Newen. Entonces conoció a Marcel, el anfitrión y dueño de la academia que la invitaba a entrenar cada vez más.
—Yo iba porque igual lo empecé a ver como un papá. El papá que no tenía —cuenta hoy Camila a sus 26 años— Y empezamos a salir a trotar. Me empezó a invitar a sus clases. Él siempre ofrecía masajes a los cuales no sabía qué decir, si igual era chica. No entendía por qué un masaje. Siempre pedía permiso pero a la vez siempre me manoseaba entera.
Pasados seis meses, recuerda, perdió la virginidad con él y le contó a su mamá. Se enojó mucho. Encontró que era una falta de respeto y habló con Marcel. Lo amenazó y le dijo que si no se casaba con su hija iba a caer detenido. Autorizó a su hija a contraer matrimonio.
—Igual dentro de todo fue mi escape. Me veía bien. Me empezó a ir superbién en el deporte. Yo cuando me casé empecé a mandar a la mierda a todos. A todos los que me decían ‘estai mal, te pasa algo’. No los pescaba, porque en verdad sentía que ya me habían cagado la vida.
“Lo destruyó todo”
Los 22 años de diferencia se dejaron ver. En todo el tiempo que estuvieron juntos, Camila fue controlada en todo ámbito de su vida. Así lo describe ella misma.
—No me dejaba vestirme como yo quería. No me dejaba arreglarme como yo quería. Me bajaba el autoestima. Me decía que no iba a ser nadie. Dependía mucho de él emocionalmente, en todo sentido. Constantemente me hacía sentir fea, tonta, que no iba a encontrar a nadie más.
Nunca encontró normal que las menores de edad se le colgaran a su cuello o que se acostaran en su cama. Cada vez que le preguntaba a su esposo por qué proyectaba tanta cercanía con los niños él respondía que les tenía mucho cariño. Reconoce que en más de una vez lo sorprendió en una situación sospechosa:
—Pillé varias conversaciones con niñas hablando casi lo mismo que yo. Pero pucha, era pendeja y en verdad no quería perderlo.
Su relación duró seis años según los cálculos de Camila. Cuenta que un día se enteró que le gustaba otra niña de la academia y se fue de la casa. A los meses descubrió los abusos sexuales, incluido el de la niña que ella pensaba que a Marcel le atraía.
Lo dejó todo, hasta el taekwondo. Revela que ahora, a sus 26 años, no ha podido tener una pareja estable. Que sufre crisis de pánico y que sueña que la violan y que ella conoce al violador. Legalmente, todavía está casada con Marcel.
—Todo lo que hacía era porque él me lo decía. Él destruyó todo —concluye Camila.
Del podio a la comisaría
En 2015, medios locales coronaban a Marcel Soto como un semillero de talentos. No era para menos. Su alumna Gabriela ganó una medalla de plata en un Sudamericano de taekwondo.
Gabriela se mantuvo en el podio durante dos años. Fue campeona nacional y también de un Open G1. Al año siguiente la eligieron para ser la representante del taekwondo en un programa que se transmitiría por TVN.
Cinco años después, su madre se presentaba ante la PDI de Peñalolén para hacer una denuncia. El informe policial con fecha 5 de junio de 2020 da cuenta que Gabriela, con 18 años, le confesaba que había sido abusada por Marcel Soto.
Parte de lo que describe el informe es que los hechos habrían ocurrido cuando su hija tenía 16 años.
“Fue en ese instante que la víctima decidió cambiarse de academia de taekwondo, academia que queda ubicada en calle Amanecer, de nombre Newen, sin motivo aparente, señalando la adolescente que el profesor había perdido interés deportivo por ella”.
Libre de pecados
El 30 de marzo de 2021 se formalizó la investigación contra Marcel Soto en una audiencia ante el 13 Juzgado de Garantía de Santiago. En la carpeta investigativa -a la que accedió BBCL Investiga- se agrupan seis testimonios que describen las vivencias de menores de edad contra el profesor, a quien se le imputan los delitos de abuso sexual a menor y mayor de 14 años.
El caso de B. y Camila no forman parte de la denuncia colectiva contra Marcel. B. lo intentó denunciar a la PDI cuando tenía 19 años pero el funcionario le dijo que eso no era violación porque ella durmió con él. A la fecha, el delito ya está prescrito. Ahora es testigo en contexto.
Originalmente la indagatoria tuvo un plazo de 90 días, pero de eso, ya va casi un año y medio y la causa todavía se sigue dilatando por peritajes pendientes. En la audiencia que estuvo a cargo de la magistrada Natacha Ruz, el Ministerio Público solicitó la prisión preventiva, pero la defensa se opuso y la jueza lo dejó en libertad. No solo eso: tampoco dio alguna orden de alejamiento.
El abogado penalista Jorge Cabargas, que ejerce desde 2008 en la Corporación de Asistencia Judicial Metropolitana, quien además lleva la causa de M. y su madre Carol, explica:
—No solo negó conceder la prisión preventiva, sino que negó dar cualquier tipo de medida cautelar. Ni siquiera dio prohibición de acercamiento. Eso, según el acta, es porque se aceptó la postura de la defensa que argumentaba que no existían peritajes psicológicos que pudieran permitir corroborar el relato de las víctimas.
El abogado defiende que en este caso las menores tenían todas más de 13 años y su relato era coherente. Cada declaración permitía corroborarse entre sí. Por ahora, el proceso sigue en su etapa investigativa, aunque Fiscalía Oriente no tiene intenciones de cerrar la causa. Están en búsqueda de posibles nuevas víctimas.
—¿Puede seguir haciendo clases?
—Él judicialmente no tiene una prohibición de hacer las clases, pero el Comité de Ética de la Federación Deportiva de Taekwondo adoptó -conforme a sus atribuciones legales- medidas de protección que consisten en que le prohibieron asistir o participar de cualquier forma en eventos o actividades deportivas patrocinadas por la federación por el tiempo que dure el proceso judicial.
Consecuencias de un abuso
El 13 de octubre de este año el Comité de Ética de la Federación de Taekwondo (FDNT) le prohibió a Marcel Soto participar de cualquier forma en eventos deportivos, cambiarse de lugar de trabajo u obtener algún patrocinio deportivo. Todo esto hasta que exista una resolución, aunque después de seis meses podrían volver a revisarse sus sanciones.
Al presente, la mayoría de las víctimas ya no practica el deporte, siendo que era parte de sus sueños. La mayoría buscó otras academias pero sentían miedo de volver a caer en lo mismo.
M. tuvo que pasar por todo un peritaje psicológico y sexual en el Servicio Médico Legal. Tiene anorexia y se autolesiona, aunque en los últimos cinco meses dice que ha estado tranquila. Suma y suma y calcula que ha tenido más de cuatro intentos de suicidio: dos veces terminó internada en un centro psiquiátrico. La última vez rogó que por favor la sacaran.
Parte de su informe de la Unidad de Psiquiatría y Salud Mental del C.R.S de Peñalolén, expone que tuvo “ideación suicida y con sintomatología que podría corresponder a un Trastorno por Estrés Post Traumático, causado por experiencia de Abuso Sexual”.
Carol rememora ese tiempo. Cuando iba a verla competir, cuando la dejaba en sus entrenamientos y lo manipulador que era Marcel.
—Me sobaba el hombro, yo lo recuerdo, y me decía “no te preocupes, ella es mi ahijada, esta vez va a salir, y ella va a ser una super deportista”. Y yo creí en todo eso, creí en su palabra de que mi hija iba a hacer el deporte que a ella le gustaba e iba a ser la mejor.
Dice que está preparada para cuidar a su hija. Han probado diferentes alternativas para mejorar. Hasta incursionaron en el veganismo. Económicamente es difícil, pero dice que puede sobrellevarlo.
—Voy a seguir luchando porque se haga justicia, aunque esa culpa no me la voy a sacar nunca —concluye Carol.
Los nombres de las víctimas han sido cambiados u omitidos por ser menores de edad y existir una investigación judicial en curso.
El abogado defensor Rodrigo Vivanco, respondió a este medio que Marcel Soto niega todos los hechos; que jamás se ha escondido y nunca lo hará, por el contrario, ha colaborado permanentemente con la Justicia. Pese a los dichos del jurista que lo patrocina, el imputado no atendió las consultas de BBCL Investiga
El 29 de agosto de 2023 se condenó a Marcel Soto Calistro a la pena de tres años y un día de libertad vigilada por el delito de abuso sexual. También a la prohibición perpetua de trabajar con menores de edad. Sólo fue sentenciado por los hechos de M. El tribunal lo absolvió de las otras acusaciones.