Si revisamos las portadas diarias en los medios durante el 2024, la palabra corrupción se repite muchísimo, con su centro en el caso Audios, una crisis sin precedentes que remeció hasta la esfera más alta del Poder Judicial. Esto sumado a un aumento de la inseguridad, el crimen organizado, acusaciones de delitos sexuales a figuras públicas y formalizaciones a múltiples alcaldes, ha significado que gran parte de las noticias del país se desarrollen con miras a los tribunales, en una mediatización de las causas judiciales nunca antes vista en nuestro país.
Y es que hay un abogado que no hemos dejado de ver en las pantallas, defendiendo a algunos de los rostros más polémicos del año, sin perjuicio de que pertenezcan a las fuerzas armadas o al Partido Comunista.
Es así cómo el penalista Juan Carlos Manríquez (57) se ha destacado este año por formar parte de la defensa de algunas de las más importantes figuras implicadas en casos de corrupción, quienes incluso dejaron su cargo a raíz de estas acusaciones, como: Sergio Muñoz Yáñez, ex director de la PDI acusado de filtrar información a Luis Hermosilla; Daniel Jadue Jadue, ex alcalde de Recoleta acusado de una serie de delitos económicos relacionados a su administración durante la pandemia y; Ángela Vivanco, ex ministra de la Corte Suprema, acusada de revertir un fallo a favor de una empresa por tráfico de influencias en contexto del caso “Muñeca Bielorrusa”.
Manríquez también se ha ocupado de la defensa en uno de los casos recientes más importantes vinculados al crimen organizado en nuestro país, asesorando a la familia de Ronald Ojeda Moreno, exmilitar venezolano refugiado en Chile que fue secuestrado y asesinado el pasado 21 de febrero. Así mismo, ha sido parte de las denuncias ante la Corte Penal Internacional (CPI) por los delitos de genocidio, crímenes de guerra y de lesa humanidad en contra de Benjamín Netanyahu y otras autoridades israelíes en contexto de la guerra en medio oriente. Y actualmente representa a la familia de María Ercira Contreras, mujer de 85 años que desapareció durante una celebración del pasado Día de la Madre en Limache.
En entrevista con Radio Bío Bío, Manríquez habló sobre su trayectoria, la esencia del abogado, la crisis del Poder Judicial y sus causas más destacadas de este año, reflexionando sobre el abanico de defendidos, que incluso podrían verse como seres contrarios entre sí, y el derecho a la justa defensa de los “villanos” de la opinión pública.
“Yo creo que si pones en una pieza a conversar a Jadue, Muñoz y la viuda de Ojeda, hablarían de lo mismo: todos quieren la atención mínima del sistema, para ser juzgados proporcionalmente y que se les de lo que corresponde”, reflexionó.
Una trayectoria sin pausa
“El abogado de 9 a 6 no funciona, tu tienes que funcionar 24/7”, comenta Juan Carlos Manríquez, dándole un sorbo al vaso de agua mineral frente a él, dejando ver en sus mangas los elegantes gemelos azules y dorados, que hacen juego con el pañuelo que sobresale del bolsillo su camisa. Un detalle no casual. Habla pausado, de forma cortés, pero segura, y utiliza las palabras con meticulosidad. Esta está lejos de ser la primera vez que habla con una periodista.
“Empecé a trabajar en tercer año y ahí no he parado nunca. Desde entonces, nunca he tenido más de tres semanas de vacaciones en toda mi vida”, relata, recordando con una sonrisa contagiosa su época universitaria, cuando conoció a varios de los maestros que lo formaron en el abogado que es hoy.
Nació en Chillán, estudió en un colegio jesuita y vivió su educación en medio de un complejo contexto político-social, graduándose el año 1984. Su primer acercamiento al sistema penal fue a los 16 años, cuando lo detuvieron por primera vez. “Se nos ocurrió hacer una protesta para llamar la atención de los colegios particulares por un dirigente poblacional que había muerto”, cuenta. “Ahí decidí presentarme al centro de alumnos y tuve mi segunda detención en la vida, porque estaban prohibidas las elecciones. Las hicimos utilizando el libro de clases como registro electoral, con el libro en el patio, y a algunos no les gustó, nos denunciaron y vinieron desde la gobernación. Pero igual ganamos”.
Con su etapa escolar concluyendo, las dudas sobre qué hacer con su vida se venían cada vez más encima, con las opciones abiertas sobre si estudiar derecho, filosofía o literatura y traducción en lengua inglesa. “Mis papás eran comerciantes, mis abuelos venían del campo y yo no tenía muy claro lo que era ser abogado”, explica.
Así, siguiendo el ejemplo de un amigo que había ingresado a la Universidad de Valparaíso y le había comentado sobre la diversidad y las interesantes discusiones que se llevaban ahí dentro, se mudó a la quinta región. La ciudad lo enamoró y hasta el día de hoy mantiene ahí la sede de su firma fundada en 1991 junto a Sandra Benavides Schiller, tratando de pasar la mayor cantidad de fines de semana posibles en la “joya del Pacífico”.
Fue el primero en titularse de los 13 que se convirtieron en abogados –de una generación en la cual ingresaron 77 alumnos–, tras solicitar directamente una reunión con el presidente de la Corte Suprema ante la urgencia de obtener su título y poder avanzar en su carrera. Así, juró un viernes con un pleno para él solo, biblia en mano y sin discurso.
En 2016 pasó por una de las etapas que más fuertemente lo han moldeado en el abogado que es hoy: el magíster de litigación oral en la California Western School of Law, ubicada en San Diego.
“Postulé y estuve ahí dos años, lo pasé fantástico, creo que ha sido de las mejores inversiones de mi vida. Ahí aprendí a litigar, me cambiaron el eje completamente, me cambiaron la manera de pensar”, comenta. “Aprendí lo que realmente es una teoría del caso como herramienta de litigación, a generar mapas prácticos, cómo citar a un testigo o perito, qué preguntar, qué objeto se quiere lograr… una estructura muy interesante. Y que a veces, la mejor regla es no seguir las reglas. Y ahí decidí que lo mío era la litigación y desarrollé mi modelo de litigación”.
¿Cómo es el modelo de Juan Carlos Manríquez?
Es una amalgama de mucho que he logrado sintetizar. Una mirada que tenga un efecto práctico, eficiente. Que sea terriblemente honesta, con esa dimensión ética tanto en la estructura como en la teoría del caso. Hay que ser muy honesto con el cliente y con el caso, y para eso hay cinco reglas muy sencillas.
Primero, responder a todos los llamados. Tú tienes que entender que la persona que te confía su defensa está en una situación súper lábil y muy complejizada, entonces tienes que ser empático, ponerte en sus zapatos. Segundo, es que uno tiene que ser extremadamente claro con el cliente. Hablarle en simple, con lenguaje claro. Abandonar las palabrejas y el exceso de academicismo. Lo tercero, ser extremadamente claro con el tema de los honorarios, que no haya problemas con eso.
Lo cuarto, que si uno toma una causa, incluso cuando cree que se ha equivocado y no debería haberla tomado, tiene que terminarla como si fueran todas las causas de un millón de dólares. Y lo quinto, tienes que estar dispuesto a lo que en la oficina de nosotros le hemos puesto el nombre de “CCA”: comprensión, contención y apoyo.
¿Qué es lo que hace a un buen abogado?
Hay que ser extremadamente responsable con la causa, nadie debe conocer mejor que tú la carpeta. Nadie. Las improvisaciones se notan y un error por tratar de improvisar es terrible: una víctima puede quedar sin amparo, un tipo termina preso…
Lo otro que nunca puede hacer un abogado es darse por vencido. Como decía Etcheverry, las causas no terminan sino hasta cuando terminan. Es como en el tenis, tú muchas veces tienes que sacar la pelota de la raya, siempre hay una manera de mirar la cuestión. También hay que evitar la mirada polarizante, evitar ver el caso solo desde un punto de vista que tenga un sesgo confirmatorio con lo que tú piensas. Y un abogado no puede dejar nunca de estudiar, es como si un médico cirujano dejara de entrenarse.
Este año ha participado en la defensa a muchos “villanos”, personajes repudiados por la opinión pública ¿qué particularidades tienen estos casos?
Los “villanos” son en general sujetos difíciles de defender, pero la esencia de la abogacía penal está justamente en la defensa. Hay que soportar la presión mediática del personaje y tratar de que se vea a la persona que a lo mejor no es tan villano como se cree, o no lo ha sido nunca. Que son personas que tienen el derecho a ser respetados, de reconocerles que están en igual posición, da lo mismo su orientación sexual, raza, credo o pensamiento político.
Cuesta imaginarse a figuras como Daniel Jadue, Sergio Muñoz y la viuda de Ronald Ojeda en la misma habitación. ¿Qué tan relevante cree que es para un abogado tener una transversalidad en las causas que cubre?
Es muy importante, sobre todo si uno se va a dedicar al ejercicio libre de la profesión. Hay que tener la capacidad de escuchar mucho, hablar menos, tratar de encontrar esos puntos comunes donde están sus afectaciones, y ver dónde puede uno apoyar. Y por otro lado, hacerlo te da más libertad, más amplitud, no quedar marcado con una bandera determinada que te limite.
En el fondo, en todos esos casos hay un compromiso común: el deber de que el sistema reconozca al otro, ya sea víctima, imputado o alguien que ha caído en desgracia por una decisión cuestionable. Es una persona que, no por eso, tenga que ser destruída o tachada de algo sin saber realmente de quién estamos hablando. La regla, dice Francesco Carrara, uno de los grandes maestros del derecho penal, es que si vas a juzgar a alguien, trata de saber primero quién es.
La viuda de Ojeda busca claridad en la medida de lo posible. Sabe que no va a recuperar a su marido, pero quiere una verdad de quién y cómo vulneró el estatus de refugio que tenía, lo secuestró y lo asesinó en Chile.
Y es lo mismo que busca Jadue, un personaje enérgico, que siempre ha sido un líder polémico, pero que en el fondo es una persona convencida de que su visión de la justicia social tiene que tener un espacio en el mundo. Y él quiere despejar una duda: ¿Lo están tirando para el lado por sus ideas? Lo que busca es que lo juzguen por lo que realmente pudo haber hecho.
Y lo de Sergio Muñoz… yo creo que Sergio ha sido extremadamente valiente en reconocer que se equivocó, que tomó una decisión espantosa que terminó con una vida brillante de un detective que partió en la calle y llegó por su propia capacidad a ese nivel en su carrera. ¿Qué espera? Que se le trate con justicia. Que se le asigne lo que corresponde, pero no más.
Entonces esas tres personas hablarían de lo mismo. La gente lo único que pide es que le den un trato de consideración, como dice Aretha Franklin, a little bit of respect.
¿Qué le llamó la atención del caso de Daniel Jadue para ingresar a la defensa con la causa ya comenzada?
Daniel Jadue es una figura del sector político completamente antagónica al último de mis defendidos del mundo político y yo puedo decir que hoy en día he defendido a personas desde el Partido Republicano hasta el PC. Literalmente.
Pero más allá de eso, la causa en sí tiene un interés técnico muy relevante, y es que es tal el número de hechos y delitos que se le atribuyen a Jadue como cometidos que sería muy curioso, y prácticamente excepcional, que alguien haya cometido esa colección de hechos.
Y segundo, porque me interesa mucho la nueva interpretación que se le está dando de nuevas derivadas de fraude al fisco versus este delito de administración desleal. Lo que se le imputa a Jadue es que, porque quería estar en todas, con una falta de control, le generó al fisco una pérdida. No es que se haya llevado la plata. Me interesa porque son casos muy excepcionales, poco tratados, que si uno le mete cabeza normalmente o no son fraude al fisco, o no son nada.
¿Y cómo llegó a defender a la familia de Ronald Ojeda?
Se comunicaron conmigo personas vinculadas al sistema internacional de justicia, también algunos actores sociales y políticos en Chile a los cuales la viuda había recurrido. Y el caso acá era extremadamente violento, duro, con un secuestro selectivo, apoyo material carísimo, un número significativo de personas, que hace dudar que se tratara simplemente de la ejecución de un sujeto terciario o secundario. Es el primero de los casos más excepcionales, espeluznantes, de la nueva realidad que enfrentamos contra un crimen organizado profesional.
¿Suele tomar, al igual que hizo en este caso, causas pro bono?
No es inusual. A mí en el caso de Ronald lo que más me ha impactado es su hijo. Un niñito, que pierde a su padre de esa manera… y a veces he pensado, ¿qué pasaría con alguno de nosotros si estuviéramos en una condición similar en un tercer país, si nosotros fuéramos los refugiados, si nosotros fuéramos los que están huyendo? Yo tendría la esperanza de que alguien me tienda la mano.
Yo creo que es una elección muy personal. El pro bono requiere un nivel de compromiso alto, no puedes trabajarlo con un estándar distinto a una causa remunerada y no puede convertirse en una línea de merchandising por “buenismo”.
¿Qué especificidades hay al enfrentar casos de alto interés mediático como estos?
En los casos de alta connotación la prensa no solo tiene el derecho, sino que tiene el deber de investigar e informar. Yo no tengo ninguna duda que los hechos de la vida de una persona pública, por ejemplo, un político, siempre van a ser de interés periodístico, porque sus decisiones nos impactan a todos.
Un abogado tiene que tener las cosas bien claras. Soportar la presión de la prensa significa aprender a no enojarse con la prensa, porque puedes caer en la trampa de responder la comunicación de un hecho que va a terminar, queramos o no, impactando tu causa. Lo que deben hacer los abogados modernos es aprender a relacionarse con la prensa, aprender lenguaje de comunicación estratégica, y cuando les den la oportunidad de explicar, no irse simplemente a hablar en negativo, sino que explicar.
¿Cuánta presión cree que hacen los medios de comunicación en las decisiones de los tribunales?
Innegablemente han ejercido un rol preponderante, y muchas veces decisivo. El hecho de que los procesos de remoción de tres ministros de la Corte Suprema hayan replicado en las primeras páginas de todas sus investigaciones los artículos publicados en medios de investigación, te dice mucho. Te dice que el poder de la prensa es real.
A nivel de medidas cautelares y prisión preventiva creo que la prensa le pone una presión adicional y muy fuerte a los jueces. Porque por mucho que sean profesionales estudiosos, yo he pensado, y creo no equivocarme, que muchas veces cuando un juez o jueza está resolviendo está pensando en la portada del diario del día siguiente: ¿Qué aparece? ¿Un sujeto que ha quedado preso porque la mayor cantidad de gente estima que debiera estar preso, o yo, que no lo dejé preso por buenas razones, pero incomprendidas?
¿Cómo ha afectado la crisis del Poder Judicial a la profesión?
Estos sucesos bien lamentables que estamos viviendo, como por ejemplo con el caso Audio, son súper tristes, porque siento que muchos chiquillos jóvenes se pueden ver afectados y pueden pensar que la profesión legal no merece su vida, su tiempo. Para la Corte Suprema estos procesos de destitución de dos ministros han sido dolorosos. Los cuestionamientos hacia el Ministerio Público, las policías, los tribunales, los abogados… no hay institución que no esté sometida a duda.
Me parece dramático, pero no es malo, porque cuando uno asume que todo está bien, que todo funciona perfecto, que no hay nada que rectificar, eso ya es una muestra de que las cosas que no andan tan bien.
Lo valoro como una oportunidad inmensa, de que estas cosas efectivamente nos ayuden a cambiar. Es una herida que hay que dejar abierta y que sangre lo que más pueda, hasta que se recupere.
¿Es esa la reflexión general entre los abogados?
En algunos, pero hay un nivel de agnosticismo alto, medio pesimista, que dicen que después de un tiempo la cuestión va a volver a lo mismo, porque el lugar que unos dejaron lo van a ocupar otros. Yo espero que no.
Se nos está dando una oportunidad para rectificar conductas y que ninguno lo haga sería realmente horrible. Sería una muestra de indolencia. Yo creo que va a significar mucho.
¿Cómo se evita caer en malas prácticas en el ejercicio del derecho?
Antes que las malas prácticas relacionadas al cohecho o tráfico de favores, creo que la principal mala práctica es anteponer el interés del abogado por sobre el cliente.
Si tú quieres que te vaya bien a toda costa, ya sea por el monto de honorario, el aprecio, la figuración pública o el ego, ya partes mal, porque el principal interés de un abogado debe ser entregarse lealmente con empeño a defender los intereses de su cliente.
También hay que tener cuidado en no confundirnos con el cliente y su estilo de vida, hay que mantener distancia. Uno puede tenerle cariño, afecto, pero no puede ser su amigo.
En esa línea, ¿qué opinión tiene de abogados que defienden a acusados de narcotráfico, con dudas sobre la proveniencia de la plata con la que se pagan sus honorarios?
Esa es una discusión que se lleva dando hace mucho tiempo. La opinión mayoritaria es que si el abogado no participa de la ideación, ejecución o apoyo de la estructura criminal en la que se desempeña su cliente, no tiene una objeción ética para percibir de ese dinero ni el deber de denunciar si tiene la duda de dónde provienen los ingresos.
Si alguien elige libremente entrar en esa área del ejercicio profesional y llega hasta donde se recomienda que llegue, no debiese haber problema. Porque de lo contrario, quiere decir que los traficantes no tienen derecho a defensa, y eso no se puede.