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Desde hace años se tiene conocimiento de que Brasil contribuyó con la dictadura chilena, sobre todo en lo que se refiere a métodos de tortura e intercambio de información. Pero, una investigación realizada por el periodista brasileño Roberto Simon, y publicada en el libro "El Brasil de Pinochet", sostiene que esta colaboración fue más allá de lo que se sabía y la intervención brasileña fue una política de Estado. A BioBioChile, Simon detalló cómo se dio la actuación de Brasil en el derrocamiento del presidente Salvador Allende, en la implementación del golpe de 1973 y cómo los dos países se relacionaron en los años siguientes.
“Ganamos”, dijo al teléfono el embajador brasileño, Antônio Cândido da Câmara Canto, quien celebraba el Chile que nacía en medio de una jornada de destrucción y violencia. En la tarde del mismo 11 de septiembre de 1973, mientras el cuerpo del presidente Salvador Allende llegaba al hospital, Canto subió a un Mercedes-Benz negro y se dirigió hasta la Escuela Militar, donde los líderes del golpe festejaban conmocionados. Para la diplomacia, este gesto del embajador tuvo un significado bastante importante: Brasil, tácitamente, reconocía al nuevo gobierno chileno.
Diplomático de carrera, anticomunista y muy hábil en sus labores, Câmara Canto, quien residía en Santiago desde 1969, se convirtió en unos de los protagonistas del derrocamiento de Allende y un símbolo de la efectiva contribución brasileña al golpe militar chileno. Además de exportar técnicas de tortura y enviar agentes de la represión para Chile, la implementación de la dictadura en el país andino fue una política del gobierno brasileño, que actuó de acuerdo con sus propios intereses, pues se sentía amenazado por el socialismo chileno del inicio de los 70′. Brasil vivía bajo una dictadura desde 1964 y quería distancia de un régimen de izquierda.
Este papel fundamental que Brasil tuvo en Chile está detallado en el libro “El Brasil de Pinochet“, escrito por Roberto Simon y publicado por LOM Ediciones. El extenso trabajo, que tuvo inicio cuando el periodista y analista político internacional publicó una serie de reportajes en el diario O Estado de São Paulo, en 2013, en el marco de los 40 años del golpe, llevó siete años y fueron analizados documentos de Brasil, Chile y Estados Unidos. Durante la investigación, el brasileño también obtuvo relatos de agentes represores y de víctimas de las dos dictaduras.
En conversación con BioBioChile, Simon afirmó que el régimen autoritario brasileño era considerado un modelo para los militares chilenos, era un soft power en gestión de país y en la aplicación de métodos de tortura. Estos, que fueron utilizados en varios recintos de Chile, como el Estadio Nacional, donde agentes de Brasil también actuaron y, de acuerdo con algunas víctimas, las torturaron y violentaron sexualmente.
El periodista también contó cómo se dio la relación entre los dos países en los años siguientes y destacó la importancia de que el actual gobierno brasileño reconozca su responsabilidad en el ataque a la democracia chilena. “Los 50 años del golpe son una gran oportunidad para que el gobierno Lula, electo bajo la sombra de la amenaza directa a la democracia que Bolsonaro representaba, reconozca que nuestra dictadura brasileña, de hecho, tuvo un rol nefasto en Chile”, destacó Simon.
— ¿Por qué Brasil tenía tanto interés en derrocar a Salvador Allende?
La llegada de Salvador Allende a la presidencia, en 1970, fue considerada una amenaza directa al régimen dictatorial iniciado en 1964, en Brasil. Se creía que un gobierno socialista en Chile, que comenzaba a hacer una revolución, sería un gran exponente del comunismo internacional en Sudamérica. Vale recordar que en la época Brasil vivía el llamado “milagro económico”, con un crecimiento de 10% al año, y el auge de la represión.
Además, Santiago era la capital del exilio brasileño. Había entre tres y cinco mil exiliados que vivían en la capital chilena. Era una comunidad bastante organizada, que denunciaba casos de torturas en Brasil, violaciones de los derechos humanos y que estaba muy incorporada en la política chilena también. Muchos de ellos trabajaban en el gobierno, en universidades…
— ¿Podemos considerar que la participación de Estados Unidos en el Golpe Militar fue más discreta en comparación con la participación de Brasil?
No sé si más discreta o no porque, de inicio, la intervención brasileña estuvo relacionada con contactos con posibles líderes de un golpe y con una política que intentó aislar a Chile y trasmitir la imagen de que el país tenía varios campos de entrenamiento de terroristas. En pocos momentos, ese antagonismo brasileño fue explícito. En 1973, cuando hubo el golpe militar en Chile, sí, el apoyo brasileño fue mucho más ostensivo que el estadounidense.
Esta misma época, en Washington DC., Henry Kissinger se convertía en secretario de Estado de Estados Unidos. Para él, su país había cometido un error al reconocer rápidamente el golpe militar contra João Goulart en Brasil, y decía que en el caso de Chile se podría esperar que Brasil se adelantara en tomar un posicionamiento. Y de hecho fue lo que sucedió. Brasil fue el primer país en reconocer el golpe chileno y luego el embajador brasileño se reunió con la recién creada junta militar. Además, Brasil envió a Chile ayuda humanitaria, agentes de la represión que trabajaron en el Estadio Nacional y después Brasil recibió agentes de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) que hicieron un curso de “inteligencia” en la Escuela de Servicio Nacional de Informaciones.
— Antônio Cândido da Câmara Canto, embajador brasileño en la época, tuvo un rol muy importante en la implementación de la dictadura en Chile. ¿Quién fue esa figura y cómo logró ser tan cercano al gobierno chileno?
Câmara Canto era un diplomático de carrera muy hábil, un sujeto que conocía muy bien cómo funcionaba el Itamaraty (Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil). Además, era un aferrado anticomunista y en Chile creó rápidamente una red de contactos que tenía militares; integrantes de varios partidos políticos, incluso de la Democracia Cristiana y de la extrema derecha; miembros de la élite empresarial; de la prensa, como el diario El Mercurio; de grandes gremios patronales. Antes de la elección de Allende, Câmara Canto ya tenía una red de contactos e informaciones muy poderosa.
Tenía también una mirada analítica y precisa de la situación política chilena. Después de que Allende asumiera como presidente, por ejemplo, Câmara Canto afirmó para el ministro de Relaciones Exteriores brasileño que en algún momento los militares chilenos intervendrían en el nuevo gobierno.
Cabe destacar que Itamaraty no trabajó sin el consentimiento del SNI (Servicio Nacional de Informaciones), de los Centros de Inteligencia de las tres Fuerzas Armadas o de la presidencia. Así que la intervención de Brasil en el golpe militar chileno fue una política estatal brasileña.
— El Estadio Nacional fue el mayor centro de tortura de Santiago. ¿Agentes de la represión brasileña estuvieron allá? En caso de que hayan estado, ¿cómo ellos actuaron?
Esa historia es bastante conocida y documentada. Fueron cerca de 50 brasileños detenidos en el Estadio Nacional y ellos reconocieron a estos agentes. Varios chilenos también vieron a los brasileños, que no usaban ningún tipo de uniforme. Los agentes de Brasil tenían la misión de asesorar a los agentes chilenos en interrogatorios e identificar compatriotas. Algunos de ellos utilizaban nombres falsos en Chile.
Entrevisté a uno de estos agentes enviados a Chile, quien me contó que solamente acompañaba los interrogatorios de brasileños y enviaba informaciones a los colegas chilenos para que estos procedieran con el interrogatorio. Además, relató que fue testigo de mucha violencia, pero los agentes de Brasil no torturaron a nadie.
— ¿Y las víctimas?
Cuando conversé con brasileños y chilenos detenidos en el Estadio Nacional, ellos contradijeron esta versión. Muchos aseveran que sí, fueron torturados por brasileños o en presencia de ellos. Osni Geraldo Gomes, por ejemplo, me relató que fue llevado para una sala pequeña donde fue recibido por agentes de Brasil y de Chile. El sitio era una copia de las salas de tortura brasileñas y había varios aparatos utilizados para torturar.
— Durante tu investigación, ¿escuchaste relatos o encontraste documentos que comprueban que hubo violencia sexual por parte de militares chilenos y brasileños? ¿Qué descubriste?
Bueno, escuché varios relatos de testigos de que sí, hubo violaciones y estupros en el Estadio Nacional, incluso por parte de agentes de Brasil. Además, existe toda la documentación chilena sobre los casos cometidos contra mujeres que estaban en el velódromo y fueron víctimas de violencia sexual.
— ¿Crees que habría existido un Golpe de Estado tan exitoso en Chile sin el fuerte apoyo de Brasil?
Pienso que es necesario evitar una narrativa como ‘Brasil provocó el golpe en Chile o Estados Unidos provocaron el golpe’. Son varios los factores que llevaron a eso y uno de ellos es que parte de la sociedad chilena optó por la violencia de Estado, por el quiebre de la democracia.
No sé si el golpe militar habría sido diferente sin la participación de Brasil. Es importante destacar que Brasil ejercía un doble papel en Chile. Daba apoyo material y político, pero también había un aspecto de soft power. Brasil era un modelo para Chile, pues tenía un gobierno militar anticomunista que colocaría ‘orden en el país’, pondría la nación en la ruta del crecimiento económico y, en algún momento, devolvería el poder a los civiles, pero después de arreglar todo.
Los años siguientes
— ¿Por qué a partir del gobierno Ernesto Geisel, en 1974, Augusto Pinochet dejó de ser una figura bienvenida en Brasil? ¿La actitud de Brasil no era paradojal, ya que siguió apoyando la dictadura chilena en el nuevo gobierno?
Esa actitud fue resultado de un nuevo equilibrio político que se formaba. Desde el punto de vista del gobierno brasileño, el problema chileno ya estaba resuelto con el golpe de Pinochet y la brutal represión a la izquierda. Estaba claro que la izquierda no volvería más al poder. Así que, de manera irónica, se redujo la importancia de Chile para la política externa brasileña en la región.
Además, Brasil iniciaba un cambio importante en la dictadura porque Geisel llega al poder con el objetivo de comenzar una transición lenta y segura rumbo a un gobierno civil, no necesariamente a una democracia. Eso incluiría abrir un poco más el régimen, controlar mejor las violaciones a los derechos humanos y, en ese sentido, Pinochet era un problema, pues era la encarnación de la violación a estos derechos en Sudamérica para estadounidenses y europeos. Era una figura incómoda y el hecho de haber ido al cambio de mando presidencial generó un malestar. Antes de la ceremonia, el equipo de Geisel, envió un telegrama y solicitó de manera explícita al embajador chileno en Brasil que Pinochet no asistiera al evento, pero el presidente de Chile estuvo allá porque era una forma de mostrar que no estaba aislado internacionalmente y que también tenía el poder absoluto sobre Chile.
Pero toda esa incomodidad por parte del gobierno brasileño solo era expuesta públicamente porque tras las bambalinas Brasil tenía total interés que el régimen de Pinochet tuviera éxito, que lograra controlar la situación económica en su país, que era muy complicada en aquel momento, y que no se hiciera una campaña internacional de denuncias a la represión en Chile porque Brasil podría ser denunciado igualmente.
Fue un viaje emblemático. Durante los años de dictadura brasileña, esa fue la primera vez que Brasilia abrió sus puertas a los amigos del régimen. Asistieron, por ejemplo, el general boliviano Hugo Banzer, el dictador uruguayo Juan María Bordaberry y Pat Nixon, pareja de Richard Nixon, presidente de Estados Unidos. Pinochet llegó sin haber sido invitado y, una vez allá, llevó consigo un catálogo de brasileños detenidos en Chile y lo regaló a la División de Seguridad e Información de Itamaraty y a los órganos de represión brasileños, señalando que había llegado el momento de compartir informaciones sobre el tema. Pinochet vivió ese momento de alta política internacional, lo que era importante para él, ya que era su primera experiencia como presidente en el extranjero.
— ¿Cómo fue la relación entre Brasil y Chile durante el gobierno de João Baptista Figueiredo, último dictador brasileño?
Como jefe de la Casa Militar durante el gobierno Médici y después, como jefe del SNI, Figueiredo tuvo un rol fundamental en la represión chilena. Así que cuando fue electo presidente de Brasil, tenía una relación muy particular con el país y quiso abandonar la posición de Geisel, quien se negó irse a Chile en su gobierno, por ejemplo. Figueiredo luego dijo que quería ser el primer presidente de un país de importancia internacional a visitar el vecino sudamericano. Y de hecho, el viaje sucedió, aunque bajo demasiada presión de varios sectores en Brasil. Vale recordar que en el inicio de los 80′, la dictadura brasileña estaba más abierta y existía una fuerte oposición en el Congreso.
Figueiredo viajó a Chile en 1980 y la situación todavía estaba muy complicada en el país. En un dado momento, el presidente brasileño fue cuestionado sobre porqué no hablaba sobre democracia en Chile, y el presidente no contestó nada. Por su vez, al lado de Pinochet hizo un brindis y dijo ‘viva la democracia’, lo que fue un momento inusitado.
Muchos aseveran que sí, fueron torturados por brasileños o en presencia de ellos. Osni Geraldo Gomes, por ejemplo, me relató que fue llevado para una sala pequeña donde fue recibido por agentes de Brasil y de Chile. El sitio era una copia de las salas de tortura brasileñas y había varios aparatos utilizados para torturar.
- Roberto Simon, escritor y periodista
50 años después
— Hasta el momento de nuestra entrevista, Brasil no ha pedido perdón de manera formal por su actuación en el golpe militar chileno. ¿Por qué?
Primero, creo que debería. No sé si perdón es la mejor palabra, pero Brasil debería reconocer su responsabilidad en el ataque a la democracia chilena en los años 70 y en el apoyo a la construcción de uno de los regímenes más horribles que América del Sur testificó. ¿Por qué todavía no lo hizo? El país tiene una tradición diplomática de no reconocer ese tipo de cosa, pero a veces es bueno romper tradiciones y creo que en este caso, eso es imperativo. Los 50 años del golpe son una gran oportunidad para que el gobierno Lula, electo bajo la sombra de la amenaza directa a la democracia que Bolsonaro representaba, reconozca que nuestra dictadura brasileña, de hecho, tuvo un papel nefasto en Chile.
Y hacerlo es fortalecer las democracias brasileña y chilena. Permitir el acceso a información sobre el pasado y colaborar también con las investigaciones que se han desarrollado en Chile sobre violaciones a los derechos humanos es muy importante. Brasil tiene documentos que pueden interesar, incluso, a fiscales y a otras personas que investigan casos en Chile. Así que veo como un paso fundamental y tenemos ahora una oportunidad de oro.
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