Todos los días tras salir del colegio, Alexander pasaba a la casa de sus abuelitos a tomar once. Como le quedaba de camino a la casa, era parte de la rutina diaria. Allí lo encontró su papá, Eric, quien también pasaba a la casa de su familia luego del trabajo, en la comuna de San Joaquín.
Ya había oscurecido cuando salieron a pie rumbo a su casa, por calle Progreso en dirección a Salomón Sumar. Pero casi al llegar a Avenida Las Industrias, se encontraron con un grupo de jóvenes que corrían despavoridos en dirección a ellos, mientras se escuchaban disparos y un “zorrillo” pasaba a toda velocidad por la avenida.
Como era 11 de septiembre, un grupo de muchachos pintaba un mural de Salvador Allende, y se habían encendido unas fogatas en la calle, lo que motivó la presencia policial en ese sector de la población La Legua.
Instintivamente, Eric tomó a su pequeño en brazos para escapar. Sin embargo, mientras comenzaban a correr, se dio cuenta que su hijo lloraba mientras su cara comenzaba a llenarse de sangre.
Los perdigones disparados desde el carro policial le dieron de lleno en su ojo derecho, en un brazo y una de sus piernas, casi a la altura de la ingle.
Los impactos habían alcanzado a otras cuatro personas más, que resultaron con heridas en sus glúteos y pies. Sin embargo, al ver al pequeño con su rostro ensangrentado, rápidamente unos vecinos lo metieron a un auto y partieron a un hospital.
Una larga espera
Javiera, la mamá de Alexander, estaba en su casa junto a su pequeña de apenas veinte días. Sabía que su esposo y su hijo estaban donde su suegra, pero ya había empezado a preocuparse porque pasaban las horas y no llegaban.
Finalmente, ya avanzada la noche, recibió una llamada de su esposo desde el hospital. Visiblemente afectado, apenas pudo decirle que al pequeño los carabineros le habían “pegado” (NDLR: dar un disparo) en un pómulo y que estaban en el Hospital Exequiel González Cortés.
En un primer minuto Eric no quiso preocupar demasiado a su mujer, por eso evitó decirle que el impacto le había dado de lleno a Alexander en uno de sus ojitos. Pero el nudo en la garganta y el llanto no lo dejaron seguir hablando y un médico tuvo que tomar el teléfono para conversar con Javiera, pero sin especificar el grave diagnóstico: herida penetrante ocular corneal con prolapso uveal. En términos simples, había perdido su ojo derecho para siempre.
Futbolista de pequeño, a Alexander le encantaba ir a la cancha a jugar los domingos, pero esta vez tendría que perderse el partido del fin de semana. De forma paulatina, sus papás le fueron explicando que había perdido la visión del ojo, mientras ellos mismos intentaban asimilar la tragedia que les había ocurrido.
No hubo ayuda por parte del Ministerio Público o algún organismo del Estado, por lo que tuvieron que arreglárselas para llevarlo a un sicólogo, aunque el niño se mostró reticente.
A los cuatro meses, el profesional le dio el alta asegurando que Alexander se sentía bien, pero luego se dieron cuenta que en realidad escondía su pena para evitar ir al especialista, porque consideraba que siempre era lo mismo y realmente no lo estaba ayudando.
A veces lloraba, preguntándose por qué a él. Estuvo casi un mes con un parche en su ojo y no pudo ir a clases, lo que le pasó la cuenta en sus notas, pasando de tener un rendimiento de 6,5 a 5,3.
Pese a todo, Alexander no se ha mostrado decaído y aún sueña en convertirse en futbolista.
Su padre, Eric, es el que más ha sufrido, incluso cayó en depresión ante la impotencia por lo sucedido y la dura lucha por tener justicia. Una pugna que comenzó a vivir desde el primer día cuando se acercó a los carabineros que se encontraban de guardia en el hospital, para interponer la denuncia.
Con el dolor de lo sucedido, tuvo un duro altercado con los funcionarios policiales quienes le cuestionaron su versión. “Cómo pudo haber sido Carabineros, no puedes poner eso”, le reclamaban una y otra vez, intentando evitar que culpara a la institución de los disparos.
“Un delincuente debió haber sido, fue una bala loca”, le rebatían a un afligido Eric, quien había visto a carabineros disparando desde el vehículo. De hecho, un video grabado por un vecino, registra el momento exacto en que pasó el vehículo J-532, y los sonidos de disparos.
En medio del entrevero, tuvo que intervenir el médico que había recibido a Alexander para dejar en el documento la versión de Eric, que quedó respaldada además con los proyectiles de goma que se le extrajeron al pequeño de 9 años.
El balín de goma y caucho que le impactó en su ojo no pudo ser extraído y aún lo mantiene alojado en la órbita del mismo, y para poder extraerlo se necesitaría una cirugía mayor que implicaría romper los huesos de la cara. Por lo mismo, la recomendación médica fue mantenerlo monitoreado para evitar que se mueva hacia el cerebro.
Lo peor, es que a propósito del estallido social, se comprobó que esos tipos de balines contenían plomo.
De hecho, su familia asegura que si el caso se hubiera resuelto antes de la revuelta de octubre de 2019, quizá no habrían tantas personas con heridas oculares producto de los disparos de funcionarios de Carabineros.
La investigación lenta: los vínculos del fiscal con Carabineros
Si bien este caso sucedió en 2014, a siete años de lo sucedido en La Legua, recién este viernes será formalizado el mayor Jorge Araya Parodi, quien estaba a cargo del vehículo J-532.
En un primer momento, el fiscal que recibió la causa, Patricio Pérez, la derivó a la justicia militar donde pasó al olvido en el Segundo Juzgado Militar de Santiago. Cuatro años después, por orden de la Corte Suprema, la causa volvió a los tribunales civiles en 2018, donde otra vez llegó a manos del fiscal Pérez.
Tanto la familia como el abogado de Alexander, Cristián Cruz, le cuestionan que durante más de un año nunca le tomó declaración a la víctima, en una desidia que podría tener una explicación por los vínculos que se conocieron durante la investigación, entre el persecutor y Carabineros.
Y es que según consta en documentos oficiales obtenidos por el abogado querellante, Pérez es oficial en retiro de la policía uniformada. Pero además, se comprobó que fue contratado por la institución como profesor de la Academia de Ciencias de Policiales, donde dictó cursos de Táctica Policial y Derecho Procesal, entre otros.
Pese al vínculo, Pérez jamás se inhabilitó, ni tampoco dio aviso a la parte querellante de ese hecho, como tampoco que es parte del Club Aéreo de Carabineros de Chile.
Finalmente el caso quedó en manos de la fiscal Paulina Díaz, con lo cual la causa ha logrado avances. Así las cosas, después de 7 años y tras un fallo de la Suprema, recién este viernes será formalizado Araya Parodi.
Este último está acusado de ser quien disparó contra el menor. A la época del incidente, era Mayor y Comisario de la 50ª Comisaría de San Joaquín, y actualmente es coronel y Jefe del Departamento de Operaciones Santiago Oeste.
También, es piloto de aeronave policial y presta servicios para una empresa particular de aeronaves y helicópteros.
Si bien no se ha podido establecer un vínculo directo, Araya fue alumno de la Academia de Ciencias Policiales, donde el fiscal Pérez dictó clases.
En paralelo, al interior de Carabineros, se abrió una investigación interna donde intervino el fiscal institucional, coronel Renato Avello, sin embargo nunca citó a declarar a Araya Parodi para tomar su declaración, pese a ser el principal sospechoso.
Avello también estuvo involucrado en el caso del joven Gustavo Gatica, quien perdió la vista producto de perdigones disparados por Carabineros. Y también en un primer sumario evitó incluir al capitán Claudio Crespo, formalizado por ser el autor del disparo, evitando tomarle declaración.
Una impunidad y discriminación que duele
Javiera hasta el día de hoy sufre, porque diariamente debe limpiar la prótesis ocular de Alexander, un proceso que les sigue generando dolor en el alma e impotencia por la impunidad que rodea el caso.
Su hijo se convirtió en un chico solitario, no sale de su casa, ni siquiera para ir a comprar ropa a alguna tienda. Actualmente es un adolescente de 16 años que cursa tercero medio, y a pesar de su limitación visual, se las ha arreglado para pasar de curso.
De todas maneras, siempre se ha mostrado reacio a acudir a la Fiscalía a declarar, desencantado con el sistema judicial. Y desde el momento que supo que un carabinero le había disparado, su desazón fue mayor.
“Cuando nos llegó la citación que iban a formalizar al carabinero, fue un poquito de alivio de tanto dolor, por fin el abogado consiguió algo”, relata Javiera a BioBioChile.
Pero según le ha confesado a su familia, Alexander no está mayormente interesado en la investigación, ni menos en la indemnización que debería recibir por parte del Estado. “El dice que la plata que le den por su indemnización no le va a devolver su ojo, su visión”, nos cuenta.
Por lo mismo, quieren cerrar este capítulo de sus vidas, pero para eso quieren una condena contra el responsable de los disparos.
“Para decir ya descansamos de este tema, sería que condenaran al carabinero, que hubiera justicia por lo que hicieron, quiero que esté preso porque no me sirve que lo condenen y se vaya para su casa”, señala Javiera.
“Para qué esperar tanto, siete años de ir al Juzgado, de papeleo, si él pudiera haber sido más hombre y decir “yo fui, fue un error, no lo quise hacer”, pero esperar siete años para poder condenarlo”, agrega.
En ese sentido, reconoce que han sido discriminados por el sistema, por vivir en una población en riesgo social, como La Legua.
“Te discriminan porque eres de población, porque si hubiera ocurrido en el barrio alto, no hubiésemos esperado siente años”, sentencia.