El nombre de Josefa fue modificado por ser menor de edad.
Doris tenía 39 semanas de embarazo cuando ingresó a la Clínica de la Mujer del Sanatorio Alemán en Concepción. Era 24 de abril de 2015. Su plan, y el de César, su esposo, era tener a su primera hija por medio de un parto natural. Como nunca presentó ningún problema en sus controles, todo apuntaba que así sería.
A las 9:34 Doris se registró. Firmó el consentimiento, una declaración y se la llevaron a la sala donde le administraron 100 gramos de misotrol para inducirle las contracciones. El objetivo era que el medicamento le hiciera madurar el cuello uterino, la dilatara y diera pie al trabajo de parto. Pero eso nunca pasó. Pasadas las 17:00 horas el ginecólogo rompió la bolsa manualmente. Y eso, tampoco sirvió.
Rápidamente decidieron hacer una cesárea. Le entregaron un nuevo consentimiento a Doris que firmó junto a unos papeles de anestesiología. Según la ficha clínica, ese procedimiento no duró más 20 minutos. A las 18:22 horas del 25 de abril, Josefa nació: una bebé de 49 centímetros y 3.240 gramos.
A César la felicidad lo desbordaba, sobre todo cuando sostuvo en sus brazos a su hija por primera vez. El equipo médico, mientras seguían atendiendo a Doris, le daba palmadas en la espalda.
—Me decían: “Lo felicito, padre. Este es un momento muy importante para su vida” —recuerda hoy, a casi 10 años de ese momento.
Salió por una ventanilla y se la presentó a sus abuelos. Todos sonreían y la fotografiaban. El momento, que duró unos minutos, fue mágico. Se terminó cuando una enfermera se acercó para pedirle a Josefa de vuelta, le explicó que debía hacer un apego con su madre. Lo mandaron a beberse un café y le pidieron que volviera en 40 minutos. César lo hizo. Entre tanto recibió llamados, abrazos y muchas otras felicitaciones.
A la hora siguiente volvió a la sala. Mientras más se acercaba, los murmullos que escuchaba en los pasillos del personal se acrecentaban. Cuando abrió la puerta se dio cuenta que ni Doris ni Josefa estaban adentro. Nadie le explicaba qué pasaba. La desesperación lo invadía.
—Entonces sale un médico que yo nunca había visto y me dice: “Sabes que tu hija tuvo un paro cardiorrespiratorio y está metida en la UCI”.
Josefa tuvo una muerte súbita, pero lograron reanimarla. Las secuelas neurológicas que dejó ese paro fueron permanentes y se demoraron años en saber qué había ocurrido el día del nacimiento. Cuando los padres iniciaron una demanda contra el Sanatorio Alemán, el único objetivo era que les entregaran la ficha clínica. Hoy, Josefa tiene 9 años y está conectada a un ventilador mecánico. No puede caminar, ni hablar, ni moverse por sí sola. Necesita atención 24/7. Esa cantidad de años, en la que Josefa no ha mostrado ningún avance, es casi la misma que debió esperar la familia para que la justicia le diera la razón.
Al principio, la versión de los hechos era que la madre se había quedado dormida y no se fijó que su hija sufría un paro. La verdad, es que dejaron a una recién nacida junto a una mujer anestesiada sin cuidado médico por más de 40 minutos.
La demanda ante el Segundo Juzgado Civil de Concepción concluyó con una victoria para la familia: el tribunal ordenó el pago de indemnizaciones, al estimar que la clínica actuó de manera “negligente”.
Sin respuestas oficiales
La siguiente imagen horas después del parto fue ver a Josefa hospitalizada en la Unidad de Terapia Intensiva (UTI) de Neonatología. César y Doris no comprendían nada. Fue él quien tuvo que contarle a su esposa lo que había ocurrido, a grandes rasgos, porque tampoco lo entendía. Había cargado a su hija sana, llorando, y ahora estaba internada.
—Queríamos saber qué es lo que estaba pasando en ese momento con nuestra hija porque no la podíamos ver. Queríamos explicaciones sobre qué era lo que efectivamente había ocurrido. Nadie te las daba. Nos sentimos absolutamente vulnerados como persona, como familia, totalmente desprotegidos del sistema y siendo nosotros padres primerizos, no sabiendo qué hacer —cuenta hoy César.
Ambos lloraron, se abrazaron y se pasaron un mes viendo a su hija intubada, a la espera de alguna mejora. El 1 de junio de 2015, Josefa fue trasladada a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) Pediátrica, donde se pasó casi un año completo. Doris, durante ese tiempo, prácticamente vivió en la clínica. César, que trabajaba en Puerto Montt, viajaba todos los fines de semana. Eso significó gastos médicos altísimos que nunca estuvieron presupuestados, pese a que activaron la cobertura para enfermedades catastróficas.
Hasta entonces, poco sabían del porqué Josefa había sufrido un paro. La Hoja de Enfermería no tenía ninguna anotación de las primeras horas. La de la matrona, menos. Según la sentencia del tribunal a la que accedió este medio, sólo existen en la ficha clínica “anotaciones parciales, inciertas y varias de ellas son ilegibles”. Esto se traduce en que desde las 18:22 horas, momento en que fue el parto, no existe ningún registro médico hasta las 19:50, que es cuando Doris hizo el apego. Recién cuando ingresó a Neonatología comenzaron a controlar a Josefa.
Más tarde se enteraron que durante el apego, que se extendió por más de 40 minutos, no hubo ninguna supervisión médica. Ni para Doris ni para Josefa. Y fue en ese momento donde sufrió el paro, cuando Doris se durmió después de amamantar a su hija.
—¿Cuánto tiempo pasó hasta que ustedes supieron lo que le pasó a Josefa o que les dieron una respuesta oficial del Sanatorio Alemán?
—Nunca hubo una respuesta oficial. La respuesta oficial que tenemos es lo que está saliendo en tribunales.
Un daño irreversible
Cuando Josefa cumplió 10 meses ya era verano de 2016. El jefe de la UCI Pediátrica les informó a los padres que podían seguir con el tratamiento desde su casa, en Puerto Montt. A través de Medical Hilfe contrataron la hospitalización domiciliaria que se ha extendido hasta el día de hoy. El mismo escenario que tenían en la clínica, ahora lo viven en su hogar con un sistema de monitoreo, una cama especializada y profesionales con turnos de 24 horas al día los 365 días del año.
—¿Eso qué implica? Además de cuidar, nuestra casa no tiene mayor intimidad. Siempre está lleno de gente, de terceros. Yo llego, me siento almorzar y almuerzo con los técnicos en enfermería —revela César.
Y eso trae otra consecuencia. Además de vivir sin privacidad, ambos tienen un trastorno ansioso depresivo que tratan con un psiquiatra, fármacos y con terapia de por vida. No saber cómo estará Josefa “les provoca miedo permanente, incertidumbre, angustia, agotamiento y desesperanza”, según se lee en la denuncia. También se suma el gasto monetario: mantener a Josefa con vida cuesta en promedio $15 millones de pesos mensuales. Pero lo peor, admiten, es ver que Josefa vive con dolor constante.
—¿Ha notado algún avance en Josefa?
—El daño es absolutamente irreversible.
La primera vez que le preguntaron a ambos si querían dejar ir a Josefa fue a los 20 días de haber nacido. Los sentaron junto a un equipo médico, entre los que estaba metido un profesor de ética de la Escuela de Medicina de la Universidad de Concepción. Les explicaron lo que era el esfuerzo terapéutico (no aplicar medidas extraordinarias). En Puerto Montt también se lo han planteado. La respuesta siempre es la misma: no firmar nada y salvarla.
—¿Y qué quieres que diga? ¿Qué firme? ¿Qué no hagan nada por ella? —cuestiona.
Asumen que ese nudo en la tripa, como le llama César, es un escenario que les seguirá pasando. Sus cercanos son los únicos que lo entienden. El resto, incluido profesionales, de vez en cuando lo juzgan.
—Por lo menos, dos veces ya los médicos se han acercado y han dicho: “¿Ustedes qué pretenden?”. El médico no conocía nuestra historia, simplemente vio una paciente conectada y nos dice ¿y usted qué pretende? Entonces yo le digo: “¿Y qué pretende con esa pregunta, doctor? ¿Quiere desconectarla?”.
Josefa tiene encefalopatía hipóxica isquémica Sarnat III, el nivel más grave. Es decir, no tiene movilidad en ninguna de sus cuatro extremidades. Tiene parálisis facial completa al punto de no poder parpadear. También tiene epilepsia y escoliosis neuromuscular. Está gastrostomizada (se alimenta por sonda) y traquerostomizada (respira por ventilador).
Sin vigilancia ni evaluación médica
Cuando Doris y César decidieron demandar a la clínica fue porque se negaban a entregarles la ficha médica. El objetivo principal era saber qué había pasado con su hija y pensaban que ahí estaría la verdad. Hasta entonces, la culpa les pesaba a ambos. Se cuestionaban qué habían hecho mal. Doris, sobre todo, que fue la última en verla sana.
La abogada Carola Ortiz, quien junto a Remberto Valdés tomaron la causa, explican que el Sanatorio Alemán tomó una postura indolente desde un principio, que el recinto sólo se dignó a entregar los antecedentes porque un juez lo ordenó.
—Y aún así la empezaron a acompañar de manera parcializada, desordenada. O sea, aquí durante el juicio hay un evidente actuar de mala fe, tanto de la clínica como de sus defensas, porque ellos durante toda su actuación fueron tendientes a ocultar y a entorpecer el esclarecimiento de la verdad —recalca.
Si bien en la hoja de Josefa la clínica no registró todo, en la de Doris tampoco. El anestesiólogo ni siquiera registró las dosis y forma en que se aplicaron los medicamentos durante la anestesia raquídea. Hay anotaciones parciales, y con eso en mano, y otros antecedentes médicos, el perito Luis Ravanal Zepeda elaboró un informe que detalló lo que ocurrió ese día.
“Se ha podido comprobar fehacientemente que la historia clínica de la recién nacida estaba plagada de deficiencias y de omisiones en lo que respecta a la descripción del examen físico de la menor al momento del nacimiento (…) Estamos ante una historia clínica irregular, mal confeccionada, que dan cuenta de una deficiente e incompleta valoración médica”, expone el documento.
Para el perito, la responsabilidad es netamente del Sanatorio Alemán porque no hubo una evaluación médica ni vigilancia adecuada durante el periodo de nacimiento. Esto se reduce a que cuando sufrió el paro cardiorrespiratorio, no se pudo advertir inmediatamente. Esa falta de vigilancia y evaluación adecuada, “revelan un fallo en la organización de los servicios”. En otras palabras, si Josefa hubiese sido atendida a tiempo y adecuadamente, su vida hoy sería diferente.
“La demora en la atención del paro y las condiciones de riesgo a los que fue expuesta al dejarla sin vigilancia con su madre, quien se encontraba bajo los efectos de fármacos que producen somnolencia, aunado a la previsible fatiga típica postparto y cirugía, constituyen diversos factores de riesgo que hacían previsible el riesgo de asfixia durante el periodo de apego. La demora en el tratamiento del paro, redujo prácticamente a cero las posibilidades de recuperación sin secuelas”, concluye Ravanal.
Este peritaje fue clave para la sentencia que emitió el juzgado. También para Doris y César, quienes se enteraron de una vez por todas qué había ocurrido con su hija.
—Aquí hubo una falta de cuidado de parte del Sanatorio Alemán. O sea, dígame que esto pasa y que se le quedó dormida la guagua en una casa particular… pero estábamos en un recinto especializado en el tema. Ese es el punto. Esto no ocurrió en mi casa, en un hogar particular, no, ocurrió en una clínica, ocurrió en la Clínica de la Mujer donde ellos son especialistas en bebés y en neonatología.
Una industria sin corazón
El abogado de la clínica, Bernardo Buscaglione, alegó frente a tribunales que el “parto se realizó con completa normalidad” y que tuvo una duración “normal” de ocho horas. Para él, “no implicó ningún esfuerzo clínico mayor, ni menos un mayor grado de estrés físico por parte de la madre”.
“En cuanto al apego, ellas estaban vigiladas en la pieza de post operados, la cual es una sala abierta donde las pacientes se encuentran continuamente vigiladas, controladas y a cargo de un grupo de profesionales de la salud”, apeló.
Para ellos, como Josefa salió bien en el test de Apgar, “no era exigible que la recién nacida hubiera sido monitoreada permanentemente por medio de técnicas dotadas de instrumentos”. Argumentaron también que dentro de la demanda civil, César debería estar excluido y no recibir el pago de una indemnización. Según dicen, el padre, quien además pagaba todos los gastos, “era un afectado por rebote”.
—Esa hipótesis quedó absolutamente invalidada y por el suelo con la sentencia, y con todos los medios de prueba que presentamos nosotros —refuta la abogada querellante, Carola Ortiz—. Y hubo otra hipótesis también que fue súper indolente y casi grosera, que es básicamente acusar a la madre de haberse quedado dormida y de que ella era la principal garante de la seguridad de Josefa, y que ella falló.
Remberto Valdés, también abogado querellante, pone el acento en que “esta es una industria que no tiene corazón”.
—Y lo digo con vehemencia. El negocio de la salud, el negocio del seguro, la falta de ética en el cumplimiento de las obligaciones…
El Segundo Juzgado Civil de Concepción acogió la demanda de César y Doris y condenó al Sanatorio Alemán a pagar las indemnizaciones por daño moral y material. Para el tribunal, quedó acreditado que hubo incumplimiento. El peritaje de Luis Ravanal fue un respaldo de aquello.
“Se acoge parcialmente la demanda, solo en cuanto se declara la responsabilidad contractual de la demandada por haber actuado negligentemente en la etapa de apego precoz o seguro”, sentenciaron.
En consecuencia, a César le tocó el pago de $93 millones por daño moral y material. $75 millones a Doris por daño moral. A Josefa le tocaron $100 por daño moral.
—La parte económica es un número, es un guarismo que se puede discutir si es más o menos. Yo lo que quiero como padre sinceramente es esa sed de justicia por mi hija, y que la gente se entere de lo que ocurrió y cuál fue la actitud que tomó el Sanatorio Alemán, entre comillas, el recinto clínico más importante del sur de Chile frente a un caso como este —remata César.
El Sanatorio Alemán de Concepción se negó a emitir una declaración para este artículo.