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Los testimonios secretos que delatan a Venturino: chocó ebrio, a 170 kms/hr y dejó dos jóvenes muertas

02 octubre 2024 | 06:01

Un nuevo informe de la SIAT reveló las causas por las que José Ignacio Venturino chocó su BMW: exceso de velocidad y manejo en estado de ebriedad. A él no le pasó nada, fueron Trinidad y Agustina quienes murieron esa noche bajo su conducción. El documento se complementa con los testimonios de quienes estuvieron esa noche, los que vieron y escucharon cómo Venturino negaba conocer a ambas chicas que iban en su auto y que se morían en la berma. Esa noche él gritaba: “¡Mira como quedó el auto hueón, mi papá me va a matar!

David tenía un compromiso la noche del 31 de marzo: estar a las 00:30 horas estacionado afuera de la portería del Condominio Las Brisas de Santo Domingo. Cinco horas antes lo habían llamado para una “carrera” que partiría desde ese punto hasta la disco Macanudo. Un recorrido que le tomaría poco más de 15 minutos si manejaba por la Ruta 66.

Llegó puntual a su compromiso. Cuatro jóvenes se subieron a su taxi y partieron rumbo a la fiesta. Ni él los conocía ni ellos lo conocían a él. Lo único que tuvieron en común esa noche fue que a mitad de camino todos se bajaron para ayudar en un accidente de tránsito. Uno grave.

De ese momento, David recordó que a quien primero vio —además del vehículo destruido— fue a Trinidad Bunster (20). Así lo relató el 22 de mayo frente a la SIP de Carabineros.

—Estaba tendida en la mitad de la calzada. Pedía auxilio ya que no sentía sus piernas.

Después miró a Agustina Espinoza (19) tirada en la calle, cubierta de sangre, pidiendo ayuda. Volvió a observar el auto pero no había nadie dentro. Los otros dos involucrados en el choque aparecieron caminando. Se notaban exaltados, o eso pudo apreciar David:

—Uno de ellos, de contextura delgada, tez blanca, pelo castaño, polerón oscuro, señala textualmente: “Yo soy el chofer. No puedo estar aquí metido en problemas porque soy empresario”. Mostraba claras intenciones de huir del lugar y presentaba un fuerte olor a alcohol.

Ese chico, que según David y otros testigos nunca prestó ayuda, es José Ignacio Venturino Saporta. Tenía 25 años cuando chocó su BMW con 1,24 gramos de alcohol en su cuerpo. Estaba ebrio según la ley. Él es quien esa noche gritaba que un animal se la había atravesado en el camino. Él es quien acusó estrés agudo luego de que Agustina y Trinidad murieran bajo su conducción.

Aunque apeló que no alcanzó a reaccionar por el animal, un reciente informe de la SIAT —que hoy revela BBCL Investiga— demuestra lo contrario. El verdadero desencadenante del siniestro fue su exceso de velocidad y consumo de alcohol.

Venturino manejaba a más de 170 km/h.

Con todos los nuevos antecedentes, las familias de las víctimas interpusieron una ampliación de querella. El nuevo delito que se le imputa, además de la conducción en estado de ebriedad, es la omisión de auxilio en caso de accidente.

“Mi papá me va a matar”

Esteban fue otro testigo que estuvo la madrugada del 31 de marzo. Iba a recoger a su hijo al condominio Las Brisas, el mismo al que fue David. En su caso, no alcanzó a llegar. Venía manejando desde el otro lado del camino, del oriente, cuando se topó con el accidente. Fue justo en la curva cerrada que hay después de una bajada recta. Aunque se sabía el trayecto de memoria, le costó frenar. Lo hizo de golpe. La tierra que flotaba después del choque le impidió tener visibilidad completa.

A las 00:42 llamó a su esposa y en 39 segundos le explicó lo que veía. Sólo le pidió que llamara a una ambulancia, a Bomberos, Carabineros y Seguridad Ciudadana. Cortó diciéndole que se bajaría a ayudar.

—A mi derecha había un cuerpo en la berma. Al principio pensé que era un atropello por lo lejos que estaba del auto —detalló.

Siguió avanzando y se encontró a Venturino.

—Vi al conductor del auto al lado de este, agarrándose la cabeza, diciendo: “¡Mira como quedó el auto, hueón. Mi papá me va a matar!

Esteban intentó ayudar a Agustina. En ese momento la estaban bajando del auto para ponerla sobre la berma. Sacó un pisapies para usarlo de almohada y notó que en los asientos delanteros, o lo que quedaba de ellos, habían latas de cerveza vacías. Tuvo que volver a marcarle a su esposa para relatarle que el accidente era horroroso. Ella le confirmó que las ambulancias iban en camino.

—Mientras volvía hacia el cuerpo que estaba en la berma, vi y oí al conductor con su acompañante (Javier Avilés Palma) que discutían entre ellos a gritos. ¡Di que se te atravesó un animal, hueón!¡Arráncate!. A ambos no se les veía ninguna lesión mínima, salvo un pequeño corte en la cara al conductor. Caminaban perfectamente en todo momento.

Le preguntó a Agustina cómo se llamaba ella y su amiga. Esteban creyó que estaban en el colegio pero Agustina le retrucó que iban en la universidad. Eran estudiantes de Derecho de la Universidad del Desarrollo. Iban en segundo año. El hombre le pidió que no se moviera porque le sangraba la cabeza. La tranquilizó lo más que pudo hasta que se la llevaron.

—Luego volví por el conductor y le pregunté por las niñitas, asumiendo si era la polola o algo así de alguno de ellos. El conductor me contestó de muy mala forma y con mucho hálito a alcohol: “¡No las conozco hueón, no sé quién son!”. Yo no podía creer eso.

Cuando la ambulancia fue por Venturino y lo puso en una camilla, Esteban escuchó que gritaba sarcásticamente: “¡Oye mátame, mátenme por favor!”.

No llames a Carabineros

Los cuatro jóvenes que llevó David en su taxi también declararon en la SIP de Carabineros. Uno de ellos llamó a la ambulancia y a Carabineros a las 00:35. Todos coinciden en que fue su grupo de amigos el que calmó a Trinidad y Agustina. También que José Venturino y su copiloto, Javier Avilés, estaban alterados, nerviosos y gritando.

—El copiloto sólo presentaba un dolor en su oreja, e intentaba tranquilizar a su amigo haciéndole ver que el consumo de alcohol había sido mínimo y no reciente —manifestó uno.

Trinidad falleció mientras pasaba todo eso. El informe de la SIAT indicó que salió eyectada varios metros. El golpe la mató minutos después. Paralelamente, uno de los chicos escuchó a Venturino quejándose de lo que le había pasado. Amenazaba con matarse.

—En primera instancia, el piloto nos rogó que por favor no llamásemos a los Carabineros debido a que no quería perder su título universitario. También se notaba muy nervioso por el tema del alcohol, diciendo que por esa misma razón no obtendría su diploma. El copiloto lo trataba de calmar diciendo que, pese a que sí había tomado, eso había sido hace ya varias horas y que no le iba a marcar cuando le hicieron el alcotest —expuso otro testigo.

Pero la prueba respiratoria que le aplicaron 28 minutos después del siniestro arrojó 1,24 gramos de alcohol por litro en la sangre. Ebrio en todas sus letras, según la Ley Tolerancia Cero —o Ley Emilia—. Su consumo no era menor. Días después del choque se divulgaron videos de Venturino bebiendo litros de cerveza antes de poner un pie en el acelerador.

El informe de Carabineros manifestó que esa fue una de las causas por las que se produjo el choque. Esa y la velocidad a la que iba. Ambos factores provocaron que cuando llegó a la curva y giró a la derecha, perdiera el control de su BMW deportivo e impactara con la señalización de la pista contraria. También con los árboles plantados a un costado de la carretera.

“Una condición etílica manifestada le produce al participante una reducción cualitativa de sus capacidades psicomotoras”, señala el escrito.

Atribuible sólo al conductor

Lo primero que determinó el peritaje fue que Venturino no pudo ir a menos de 170,40 km/h antes de enfrentar la curva. Dicha velocidad se calculó bajo un estudio físico matemático. Analizaron las huellas de ronceo, el estado de la calzada, la aceleración de gravedad y las cámaras de seguridad. En este último registro ni el video lo captó bien. Pasó tan rápido que sólo quedó su luz delantera difuminada.

“Se estableció técnicamente la velocidad a la cual se desplazaba el móvil durante y momentos antes del accidente, superando en 120,4 km/h la velocidad máxima permitida para esa zona, que es de 50 km/h”, la que se encuentra correctamente señalizada unos metros antes del sitio del suceso”, detalla.

Según su huella de ronceo, cuando pasó por la curva donde perdió el control lo hizo a 140,26 km/h. Era imposible que no se estrellara. La velocidad mínima que necesitaba para no chocar era de 111,78 km/m, pero la superó con creces.

En conjunto con el exceso de velocidad, el alcohol que llevaba en la sangre generó que sus capacidades psicomotoras disminuyeran. Eso alteró su comportamiento, su nivel motriz, su tiempo de reacción y su nivel sensorial.

“Se produce en él una falsa seguridad en sí mismo y un sentimiento subjetivo de creer que tiene una mejor capacidad para conducir. El alcohol disminuye también el sentido de la responsabilidad y la prudencia, mientras que aumenta las conductas más primitivas, agresivas y descorteses”.

El documento es tajante. Las condiciones de la carretera ese día eran óptimas, por lo que cualquier persona en un estado normal habría evitado el accidente. Asimismo, descartaron que un animal se le haya atravesado porque no existen huellas de frenado, hay ausencia de maniobras evasivas y su auto no tenía evidencias de impactos.

“Quedó establecido que el accidente se generó por factores ubicados dentro de la esfera de control interno del propio conductor”, liquidan.

Omisión de auxilio

Un artículo previo de BBCL Investiga reveló que la defensa de José Ignacio Venturino apeló que tenía un estrés agudo tras el accidente. Pidieron que quedara hospitalizado en la Unidad Psiquiátrica de la Clínica Universidad Católica San Carlos, en Las Condes.

Si bien Fiscalía pidió la prisión preventiva, sólo le dieron arresto domiciliario total en su casa, arraigo nacional y le quitaron la licencia. El arresto, estrictamente, lo pasó en la clínica los primeros días. Actualmente lo hace en un departamento de Las Condes.

Consultado por BBCL Investiga, el abogado de Venturino, Matías Balmaceda, aseguró que se encuentran analizando el informe de la SIAT. “Acaba de llegar, por ende vamos a trabajar en los supuestos que este utiliza”, aseveró.

En relación al estado de ebriedad del imputado, el defensor dijo que “el dato más relevante y fidedigno es que la alcoholemia marca 1.21 (el marco legal es 0.8), que dentro del marco de alcohol en la sangre es bastante menor”. “Eso si tú lo ves a nivel de médico legal, hombre medio, equivale a 4 o 5 cervezas, situación que en muchas oportunidades la gente se desplaza en condiciones similares, lo cual no deja de ser incorrecto pero la argumentación anterior es para despejar un estado etílico muy por fuera de lo común”, lanzó.

Ahora, las familias de Trinidad y Agustina interpusieron una ampliación de querella por un nuevo delito: omisión de auxilio en caso de accidente. En simple, lo acusan de no haber prestado ayuda ese día del choque.

Las pruebas que recolectaron son los testimonios de los testigos que estuvieron esa noche. También, que de las tres llamadas que registró la Central de Comunicaciones de Carabineros de personas solicitando su presencia, ninguna es de José Ignacio Venturino o de Javier Avilés. Quedó expuesto que ninguno de los dos se molestó en pedir ayuda, pese a que vieron cómo ambas mujeres se morían en la calle.

“Resulta lamentablemente evidente la omisión de auxilio en la que incurrió el Sr. Venturino, quien en todo momento superpuso sus propias preocupaciones e intereses en concomitancia con el copiloto Sr. Avilés, al socorro que debían brindar a Trinidad y Agustina”, remata la nueva querella.

Todos los nombres de los testigos han sido cambiados por ser una investigación en curso y para proteger su identidad.