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"Nano, quiero que mates a mi papá": la confesión de un asesino a sueldo

"Nano, quiero que mates a mi papá": la confesión de un asesino a sueldo

Viernes 30 agosto de 2024 | 06:01

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BBCL

Dos balas que no salieron. Un amigo que lo dejó tirado. Y un "sueldo" que llegó a la mitad. A Brayan Monsalve nada le salió como quería. Cuando los hermanos Guzmán Cuevas lo contrataron para asesinar a su padre, un comerciante de Concepción, sus mentes idearon otros escenarios. En ninguno de esos estaba que terminara vivo. Tenía 122 balas en su poder y con ninguna logró su horrible cometido. Todos cayeron a prisión preventiva por parricidio y homicidio frustrado. Fue el sicario contratado quien abrió la boca. Lo hizo después que no le pagaran lo pactado.

—Le disparé la primera vez, la bala no salió. Le apreté la segunda vez el gatillo y la bala tampoco salió. La volví a cargar y apuntarle en la cabeza, y en eso el Cucho me dice “no lo haga, qué está haciendo, no lo haga, mijo”.

A Brayan Andrés Monsalve Giraldo no le salió el plan como esperaba. Por más que fingió actuar como un sicario profesional, su boceto se desmoronó mucho antes de empezar. En su mente, su cronograma calzaba a la perfección: Uber, robo, homicidio, pago. Así, en ese orden. Pero de su imaginario a la realidad hubo dos balas fallidas, un sobreviviente y sólo la mitad de la plata en su bolsillo.

La víctima era un comerciante de 51 años con negocios en una de las avenidas más transitadas de Concepción. El caso no pasó desapercibido. Menos cuando se conoció públicamente que sus tres hijos —según la indagatoria— lo mandaron a asesinar.

La declaración ante fiscalía de Monsalve —que hoy publica BBCL Investiga— fue clave para la captura de todos los implicados. En su alocución, el improvisado sicario contó todo: cómo la familia del vendedor gestó el plan para matarlo, el móvil del ataque y los nexos al bajo mundo narco de Concepción.

Mata a mi papá

Ese jueves 18 de julio no fue la primera vez que Bryan tomó un pistola. En Colombia, donde nació y vivió la mayor parte de su vida, se convirtió en soldado del Ejército y pasaron por sus manos armas y municiones. Así al menos lo manifestó en su testimonio que fue leído en la audiencia de formalización en su contra.

Nunca se metió en ningún delito según él. Su único crimen fue fugarse del Ejército colombiano, motivo por el que lo detuvieron en su propio país.

Llegó a Chile en 2023 por un paso no habilitado de Colchane y, aunque estuvo todo este tiempo, recién hace dos meses se autodenunció a la Policía de Investigaciones. Fue en Concepción donde conoció a Maximiliano Guzmán Cuevas. Era julio del año pasado cuando ambos estaban en Alpha Club. Una discoteca cerca de Barrio Estación.

—Ese día solo hablamos de trabajo, pero como sabían que yo era de Colombia, me ofreció mover droga. Yo le moví harta droga, marihuana, hasta que me tomaron detenido en Coronel. Ahí ya dejé de trabajarle, me separé de ellos —confesó.

Con ellos se refiere a uno de los dos hermanos de Maximiliano, Luciano Guzmán, y a la polola de este, a quien conocía como La Mona.

Fue Luciano quien lo volvió a llamar casi un año después, en junio de 2024. Le ofreció un “trabajito bueno”. Lo único que le pidió era que se vieran en persona porque no era algo que se podía conversar por teléfono. Al día siguiente, cerca de las 23:00 horas, llegó en un auto gris al que Brayan se subió.

—Nano, quiero que mates a mi papá —le soltó Maximiliano sin rodeos.

Luciano manejaba y La Mona iba en el asiento trasero. Entre los tres se miraban.

—Yo le dije ¡¿En serio quieres que mate a tu papá?! Me dice sí, quiero que mates a mi papá, no confío en nadie más, solo puedo confiar en usted.

Bryan ni lo pensó. Se justificó con su hija que estaba por nacer y no tenía dinero. Preguntó cuánto le pagarían y fue La Mona quien con una mano levantó tres dedos. Tres millones de pesos.

—Quedamos en que me iban a pasar la pistola, un celular para hablar de esto solamente y luego botarlo, y (parte de la) plata —detalló quien, en ese momento, se convertía en un sicario.

Líos de platas

Los tres millones se pactaron en dos pagos. La mitad antes de la ejecución. Lo restante, una vez muerto.

Brayan les pidió todos los detalles de su padre a quien sólo ubicaba como Cucho. Dijo que no lo conocía aunque un par de veces almorzó en su local de comida instalado en la galería Hermanos Carrera. Cucho, era Mauricio Guzmán.

—En ese momento me dicen que lo querían matar por temas de plata, y porque el mismo señor Don Mauricio, el padre, había mandado a Maximiliano a cana por unos problemas, que lo había demandado y se había ido a cana los días previos.

Por eso los hermanos optaron por esperar. Pensaban que hacerlo después de meter en cana a uno de sus hermanos iba a ser muy sospechoso. Pero Brayan se impacientó a los 20 días de no tener respuesta. Su hija iba a nacer y necesitaba el dinero. Fue él quien esta vez llamó a Luciano.

—Le pregunté cuándo íbamos a hacer el trabajo y me dice que después pues la yuta estaba cerca de ellos.

Monsalve se tranquilizó. Llamó a su amigo, el Pelao, y le pidió ayuda para su “trabajito”. El objetivo era hacerlo pasar todo por un robo. Mientras el Pelao robaba la camioneta para fingir un asalto, Brayan le pegaba un balazo. Por ese extra su amigo se llevaría $200 mil pesos.

Pero ese, junto a otros planes, fue uno más de los que fracasaron.

Deuda pendiente

Los primeros días de julio Luciano le entregó una pistola Taurus. 16 tiros podía soportar el cargador. También recibió una caja llena de balas y terminó con 122 tiros en su poder. Una muestra más del fácil acceso a las armas. Y peor aún:

—Yo conocía esos tiros acá en Chile, les dicen cabeza hueca para untarle cosas, como veneno o cianuro —recordó.

Junto con la pistola, le enviaron fotos de la camioneta y cara de su padre. También le pagaron $390 mil pesos. Brayan alegó que eran $500 mil. Los hermanos retrucaron que irían saldando la deuda de a poco.

—Lo único que me pidieron es que lo hiciera bien, que no disparara varias veces. Que lo hiciera bien.

Así que Brayan se tomó en serio su misión. Comenzó a seguir a Mauricio durante dos días completos y analizó su recorrido. Su hora de entrada y salida. Decidió que el día que lo mataría sería el 18 de julio.

—Esa noche del día jueves me acosté en la casa con mi pareja, puse la alarma a las 3:00 AM y al sonar la alarma me levanté y le dije que iba a ir a trabajar, a hacerle un mandado a mi primo.

Tuvo que pedir un Uber que contactó antes. Su amigo, el Pelao, no llegó esa noche. Lo dejó tirado. Dijo que había viajado. Justo después de transferirle los $200 mil pesos. El Uber lo dejó en calle Angol, a dos cuadras de la galería Hermanos Carrera. Eran las 4:30 horas. Antes de irse le pidió al chofer que lo volviera a buscar a las 5:40. Le respondió que si no estaba ahí a esa hora, se iría.

—Recorrí un par de calles y veo llegar la camioneta del Cucho. Cruzo calle Carrera y mientras él se estacionaba yo paso por atrás de la camioneta, mientras llevaba la pistola en mi mano izquierda. La pistola que me había pasado Luciano, pues soy zurdo y le apunto con ella en la cabeza al Cucho.

“Pensé que estaba muerto”

La escena entre ambos quedó registrada en un cámara. Partió a las 5:35.

—Le disparé la primera vez, la bala no salió. Le apreté la segunda vez el gatillo y la bala tampoco salió. La volví a cargar y apuntarle en la cabeza, y en eso el Cucho me dice “no lo haga, qué está haciendo, no lo haga, mijo”.

10 segundos después volvió a levantar el arma. Por inexperiencia o alguna extraña razón, Monsalve le pidió:

—Yo le dije no me mire, no se me acerque. Echó una sonrisa y yo le disparé ya la tercera vez, y ahora sí salió la bala y le pegué en la cabeza y me fui corriendo.

Para Brayan el encargo terminó a las 5:36 de la madrugada del 18 de julio.

—Yo pensé que Cucho estaba muerto pues se cae al suelo y ahí mismo blanqueó los ojos.

Se fue a su casa y se durmió. La pesadilla se le vino ese mismo día en la tarde cuando pidió la mitad del dinero restante y a cambio se enteró que el Cucho, al que él daba por muerto, estaba internado en el Hospital Regional de Concepción. Vivo.

Borrando huellas

Esa misma tarde le escribió a Luciano avisándole que el “trabajito” estaba listo y que fuera a buscar su pistola. Este le pidió que la guardara unos días, que no le escribiera ni lo llamara porque su papá estaba internado con riesgo vital.

—Al cuarto día, luego de yo haberle insistido tanto por la plata, llega en el mismo auto plomo Luciano con Mauricio y me pasan $500.000 en efectivo. Y me piden la pistola.

Al principio Brayan se negó a pasársela. Quería que le pagaran los 3 millones antes de entregársela. Los hermanos Guzmán inventaron que, una vez que la vendieran, podrían saldar la deuda. Argumentaron también que debían hacer desaparecer la pistola porque era “lo único que comprobaba el homicidio”. Terminó devolviéndoselas con el resto de las balas.

Los días posteriores recibió transferencias a la cuenta Rut de su polola por montos pequeños. $20 mil o $ 50 mil pesos. Un par de veces le entregaron unos billetes en efectivo.

—Nunca me pagaron todo. Me decían que no podían trabajar con la marihuana, que la yuta estaba encima y que como su padre no estaba muerto solo me iban a dar la mitad.

La policía los detuvo a los todos. Adicional a Maximiliano y Luciano, el tercer hermano, Mauricio Guzmán Cuevas, también quedó en prisión preventiva por parricidio frustrado.

El fiscal Matías Arellano, del equipo de Crimen Organizado y Homicidios (ECOH), quien lidera la investigación, reveló que en un intercambio de imágenes se aprecia todo lo que Brayan confesó.

Junto con su celular, entregó capturas de conversaciones con Luciano que tuvo por Telegram. Admitió que lo hizo luego de que no le pagaran.

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