—Había muchas habitaciones, como un cité, muchas personas, todos venezolanos. Me llevaron hasta una habitación pequeña que existía al fondo, donde había una cama de una plaza. Todas las paredes estaban manchadas con sangre. Entre dos sujetos me asfixiaron con una toalla, provocando que perdiera el conocimiento.
Así relató José Zambrano, ante la PDI, una pesadilla que se prolongó por más de 50 horas. Era el miércoles 15 de junio de 2022. Salió de su departamento —el que compartía con su pareja en Santiago Centro— a eso de las 20:30 horas. Y al poco andar fue secuestrado. No pudo volver hasta el sábado 18, pasada la 01:00 de la madrugada.
Cayó en las “redes” del crimen organizado de una forma poco ortodoxa. Si bien es ecuatoriano, un mes antes conoció a una mujer venezolana en el Gold Club, una disco ubicada en el corazón del Barrio Bellavista, frecuentada por la diáspora del país caribeño.
Ella dijo que su nombre era Sofía. A él le gustó, simpatizaron e intercambiaron números de teléfono. Hablaron por WhatsApp. Se vieron un par de veces. En ocasiones, probablemente para impresionarla, asistía al club con sus joyas: una cadena, una pulsera y dos anillos. Todas de oro y, según la investigación, avaluadas en $6,8 millones.
Ese miércoles acordaron pasar la noche juntos. Le compartió su ubicación y él fue a su encuentro.
El expediente judicial, al que accedió BBCL Investiga, revela testimonios e informes que reconstruyen el amargo episodio. La víctima fue trasladada a distintos lugares de cautiverio en el proceso. Más aún, el primer recinto coincide con otro caso de similares características que —por ese entonces— ya indagaba la Fiscalía Metropolitana Centro Norte.
Todos los caminos llevan a Asunción 230, en Recoleta, entre las calles Loreto y Río de Janeiro. A sólo un par de cuadras del local nocturno donde comenzó la tragedia de Zambrano.
“¡Bájate, mamahuevo, bájate!”
En base al relato de la víctima y los registros de las cámaras de seguridad que arrojó la indagatoria, la dinámica transcurrió en diferentes lugares y arterias de las comunas de Independencia, Recoleta y Santiago.
Tal como Sofía le pidió, esa noche acudió a la ubicación que le compartió. Ella estaba en Almirante Blanco Encalada, en Santiago Centro, frente al histórico ex edificio Arsenales de Guerra del Ejército.
Allí llegó en su SUV, un Peugeot 3008 blanco, año 2017, por ese entonces valorado en $18 millones. Estaba acompañada por otra mujer, que nunca había visto.
—Cuando observé que Sofía estaba con una mujer, me pareció extraño porque habíamos quedado en pasar la noche juntos, esa era la idea de vernos ese día.
Una vez allí, le pidió si podían acercar a su acompañante a donde su “amiga del alma”, una colombiana que él conoció en ocasiones anteriores. Había ido antes, así que conocía el camino. Enfiló hacia Belisario Prats 1850, en Independencia, a unas cuadras del Hospital San José.
Allí comenzó todo. Sofía y su amiga se bajaron. Acto seguido, por delante se puso un Kia Morning gris.
—Se bajaron cerca de cuatro hombres, todos con armas de fuego cortas, como pistolas. Por el acento de todos, eran de nacionalidad venezolana.
—¡Bájate mamahuevo, bájate! —le gritaron.
Al mismo tiempo, detrás se le cruzó otro vehículo. Según la investigación, un Hyundai Verna.
—Aparecieron por mi costado derecho, rompiendo la ventana de atrás del copiloto de mi vehículo. Intenté retroceder, pero ya había entrado un sujeto por la ventana rota. Comenzó a asfixiarme con sus brazos, para que no me arrancara y así poder ingresar al vehículo los otros sujetos.
“¡Dame las prendas, dónde tienes las prendas!”
José Zambrano fue rápidamente reducido. Le quitaron su iPhone y lo bajaron del auto. Lo subieron en los asientos traseros del Kia Morning. Viajó custodiado por tres sujetos, más el piloto y copiloto. En todo momento lo llevaron con la cabeza gacha. Perdió todo sentido de orientación.
—¡Dame las prendas, dónde tienes las prendas! —le recriminaron en el trayecto.
Se referían a sus joyas, pero ese día había salido sin ellas.
Estuvieron en movimiento unos 10 minutos. No lo sabía en ese momento, pero iban hasta la sala de tortura en Recoleta. Intuyó que no habían ido muy lejos, porque en ningún momento escuchó el sonido del tag.
Lo llevaron al fondo del pasillo, a una habitación con las paredes ensangrentadas.
—En el lugar, entre dos sujetos me asfixiaron con una toalla, tirándola cada uno de ellos desde un extremo, provocando que perdiera el conocimiento. También me dieron golpes de puño en el abdomen, patadas, me pegaron con las pistolas en la frente.
Acto seguido, lo amedrentaron diciendo que tenían presencia en “todos lados”. En Santiago, Chile e incluso en Perú.
Luego, por videollamada, se comunicaron con el líder de su banda. Del otro lado había un tipo mayor, de 45 o 50 años, gordo, calvo, con fusil en mano y acento venezolano, al que los captores llamaban “Viejo”. Supuestamente estaba en una cárcel en Venezuela.
A distancia le explicó las condiciones: debía pagar $100 millones para ser liberado.
—Los sujetos que me tenían secuestrado habían tomado mi celular, y observaron unas fotos que me había enviado mi papá desde Ecuador, pensando que mi papá era millonario, diciéndome que lo llamarían para que pagara él por mí.
“Venezolano que entraba, me pegaba”
Después de tres horas de cautiverio lo trasladaron a otro recinto. El trayecto duró 10 o 12 minutos. No pudo ver mucho, pero escuchó el sonido del tag y luego ingresaron a un túnel.
—Vamos por Matta —se decían entre ellos, por lo que la víctima intuyó que se trataba de Santiago Centro.
—Al ingresar, me percaté que había muchos materiales de construcción y una lavadora. A los costados existían habitaciones que se notaba habían construido de forma artesanal.
Igual que en el primer lugar, vivían muchas familias. Y, según declaró, eran todos venezolanos. Asimismo, los secuestradores parecían tener control sobre todo el recinto. Los escuchó decir que iban a pedir un monto de dinero por persona para seguir construyendo.
—Me hicieron ir a una habitación también ubicada al fondo, pero esta tenía una especie de segundo piso, lugar al que ingresé por medio de una escalera. Se turnaban cada dos o tres horas para cuidarme entre dos, acción en la que participaban todos los sujetos que vivían ahí. Es más, venezolano que entraba a esta habitación me pegaba.
La videollamada
En el intertanto, la banda irrumpió en su departamento. Ya pasada la medianoche, entraron dos hombres y una mujer con llave en mano. En el domicilio estaba su concuñado, un cuñado y el hijo de su mujer, de cinco años.
En el acto amenazaron a los presentes y los pusieron al día de la situación: Zambrano estaba secuestrado y querían llevarse las joyas. Tanto así, que los atracadores realizaron una videollamada a los secuestradores.
—Entre estos sujetos que habían ido a mi casa estaba la amiga de Sofía, la venezolana que estaba con ella cuando me secuestraron. Me dijeron que les indicara donde estaban mis joyas, pero como no quería entregárselas les dije que había discutido con mi mujer y que quizás ella se las había llevado. Pero yo las tenía escondidas en el departamento.
Revolvieron toda la casa, se llevaron algunas cosas, pero no encontraron los objetos de oro y prometieron volver. A los cinco minutos llegaron hasta donde lo tenían retenido, por lo que intuyó que estaba cerca de su casa.
Bajo amenaza
Pasadas las 1:00 de la madrugada, el jueves 16 siguieron presionando a la familia. El concuñado puso al tanto a la mujer de la víctima, que no estaba en el departamento cuando los delincuentes irrumpieron.
Cuando ella volvió a casa, le explicó lo sucedido y las “andanzas” de su pareja. Minutos después, a las 1:16 horas, ella recibió una videollamada vía WhatsApp desde un número con prefijo peruano.
Al otro lado, venezolanos a rostro cubierto pedían un rescate y las joyas. Le mostraron a su marido, quien lucía golpeado y atado. En el acto, él le dijo que accediera a lo que pedían.
—En un principio yo no acepté por miedo a que no lo soltaran luego de darles lo que ellos querían. Pero ellos insistieron con las llamadas, por lo que acepté dicho trato. A las 02:13 me llamaron e indicaron que estaban afuera de mi edificio.
Bajó junto a su cuñado. Allí estaban los captores a bordo del Kia Morning gris. Uno de ellos recibió las joyas. Sin éxito, pidieron la liberación de su pareja y se fueron. Dijeron que debían esperar.
Nuevamente por WhatsApp, a las 02:40 horas, llamaron pidiendo tranquilidad y que no llamaran a la policía.
No volvieron a contactarse, pero tampoco liberaron a la víctima esa noche. Ante eso, bien entrado el día jueves, a las 13:55 horas, la esposa recién denunció el caso a la PDI.
—No lo realizamos antes por miedo a que le sucediera algo más grave —admitió ella.
Horas después, durante la madrugada del viernes, lo volvieron a la sala de torturas de Recoleta. Desde allí, casi 24 horas más tarde, lo llevaron hasta un punto desconocido. Lo abandonaron cerca de su auto y le lanzaron las llaves. Condujo sin rumbo hasta que preguntó en la calle dónde estaba la Alameda, lo que le sirvió de punto de referencia para llegar a casa.
Ese sábado 18 de junio de 2022, a la 1:20 de la madrugada, su esposa reportó a la PDI su regreso.
Sin embargo, la pesadilla no acabó ahí. Debieron mudarse de departamento. Según dijo a la PDI, con su familia decidió irse del país a raíz de lo sucedido.
—Estos sujetos me dejaron amenazado. Dijeron que debía vender mi auto y pagarles $10 millones, si no ellos me matarían a mí y a mi familia. Me dijeron que nos tenían vigilados.
¿Procedimiento abreviado?
Tras la respectiva denuncia e investigación, a fines de julio la Brigada de Investigaciones Especiales de la PDI irrumpió en Asunción 230, en el recinto donde la víctima estuvo secuestrada.
A inicios de agosto, cinco venezolanos fueron detenidos y formalizados por tráfico de pequeñas cantidades, pues en el allanamiento encontraron marihuana, cocaína y ketamina. Entre ellos, Miguel Suárez González, Robert Imparato Piñero, José Osorio Pimentel, Kervif Torres Castillo y Jayson Flores Falcon. Sólo este último fue formalizado como autor de secuestro extorsivo.
Todos quedaron en prisión preventiva en Santiago 1, excepto Osorio, quien quedó con arresto domiciliario nocturno, firma semanal y arraigo nacional.
Inicialmente se decretaron 120 días de investigación, pero el caso se ha extendido. Los dos primeros fueron condenados en un procedimiento abreviado y expulsados del país con prohibición de ingreso por diez años. Osorio, por su parte, se encuentra prófugo y con orden de detención.
En septiembre de 2023, Torres y Flores solicitaron revocar la prisión preventiva, aunque sin éxito.
En octubre, fiscalía siguió el proceso contra los tres últimos.
Sin embargo, en noviembre, el día de la audiencia de preparación de juicio oral, se volvió a abrir la investigación para realizar diligencias pendientes.
En dicha instancia, la defensa de Flores desistió de intentar revertir la prisión preventiva, pues sobre la mesa estaría la opción de un procedimiento abreviado.
Por su parte, el Ministerio Público admitió en ese momento que habría posibilidad de procedimiento abreviado con penas desde los 5 años, aunque aquello dependería del resultado de las diligencias pendientes.
Consultada la Fiscalía Metropolitana Centro Norte sobre el caso, detallaron a BBCL Investiga que la acusación fue presentada la semana pasada contra los imputados. Flores como autor material de secuestro y Torres por la facilitación del lugar de secuestro, además del hallazgo de droga en el lugar al momento del allanamiento.
Con todo, fuentes conocedoras del caso explican que existe opción de un procedimiento abreviado, aunque es un camino largo que requiere primero un informe favorable de la Fiscalía Nacional. Y si así fuera, en cualquier caso consideraría pena efectiva para el secuestrador y al menos una pena de expulsión para el coimputado.
*El nombre de la víctima fue cambiado para proteger su identidad. Así como tampoco fueron identificados los integrantes de su familia.