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A Rubén Terán no sólo le bastó con apuñalar a Ariel en el cuello. También le azotó una mancuerna de 12 kilos en la cabeza mientras agonizaba. Después arrojó su cuerpo llegando a Curiñanco y se fue a dormir a la casa de sus padres. 48 horas más tarde la Policía de Investigaciones lo detuvo. Confesó voluntariamente. Las pruebas lo tenían contra las cuerdas. En su testimonio dijo que tuvieron dos citas a través de Grindr. En la última, lo terminó asesinando.
Un día antes de que apareciera el cuerpo de Ariel Millar en la costanera de Curiñanco, su padre interpuso una denuncia por presunta desgracia en la Policía de Investigaciones de Valdivia. Eran cerca de las 12:30 horas. Era 18 de marzo.
Explicó que desde el sábado 16, su hijo no había vuelto a la casa y su celular sonaba apagado. Que había salido desde el supermercado Teja Market, donde trabajaba los fines de semana, y que nunca más tuvo noticias de él.
Por eso fueron inmediatamente a entrevistar a una compañera de labores, quien contó que después del turno, Ariel se iba a juntar con un hombre al que conoció por la aplicación Grindr. Que había visto los mensajes entre ambos y que un tal Rubén le insistía en que se vieran.
—He estado practicando cosas nuevas —leyó que le escribía.
En su foto aparecía un chico moreno, joven y de pantalones apitillados.
—Vestido como flaite —describió.
Su testimonio fue esencial para las 24 horas siguientes. No sólo llegaron hasta la cabaña donde vivía Rubén. También encontraron el cuerpo de Ariel semienterrado. Tenía ocho heridas cortopunzantes y un golpe en la cabeza.
En menos de 24 horas, Rubén estaba sentado frente a la PDI confesando el crimen.
Primer encuentro
Cuando Rubén Terán conoció a Ariel Millar fue en el péndulo de la costanera de Valdivia. Pura coincidencia. Ambos estaban con grupos de amigos distintos hasta que se unieron en uno solo. Todos fumando marihuana y bebiendo alcohol.
Conversaron. Ariel le contó un poco de él: que tenía 26 años, que estudió kinesiología en la Universidad Austral y que por si no era obvio, ambos usaban frenillos.
—Yo noté que él esa noche me tiró los ‘palos’, como coqueteándome— confesó Rubén cuando declaró en la PDI.
Al rato se dispersaron. Ninguno se entregó números o intercambiaron datos para contactarse.
La segunda vez que se toparon fue en Grindr. Rubén se excusó. Dijo que aunque sabía que era una aplicación para homosexuales, él la usaba sólo para comprar drogas.
—Mi amigo, como broma, subió una foto mía a mi perfil —se justificó.
Eso no le impidió que coquetearan. Tampoco que lo invitara a la cabaña que arrendaba por $345 mil pesos desde el 7 de marzo en calle Errázuriz. Sin documentación y con 18 años recién cumplidos.
—Yo me considero heterosexual. Sin embargo, le seguí el juego a lo que me decía.
Le envió la ubicación por WhatsApp. Ariel llegó a los 15 minutos en un Suzuki celeste. Fumaron, bebieron y conversaron. Según Rubén, hubo insinuaciones, pero no pasó nada. Él, supuestamente, no quería. Aclaró que Ariel se fue cerca de las dos de la madrugada. Molesto o decepcionado.
“Nos quedó algo pendiente”
El tercer encuentro fue el 16 de marzo. De nuevo, en el mismo lugar. Ariel estaba trabajando cuando le llegó un mensaje de Rubén.
“Nos quedó algo pendiente. He aprendido cosas nuevas”, decía el texto.
Terminó de trabajar y llegó casi a las 23:00 horas. Vestía pantalón de mezclilla claro, polerón morado y unas zapatillas Converse. Se pusieron a beber una Cristal de litro mientras conversaban.
La versión de Rubén —y la única— es que mientras estaban en el comedor, Ariel se acercó y se besaron por primera vez. Él lo empujó. Le dijo que no. Eso lo enojó. Le vociferó que había ido a perder el tiempo.
—Gracias a ti me di cuenta de que no soy maricón como voh —le respondió Rubén empujándolo.
Encima de la mesa había un cuchillo de mango negro. Estaba sucio. Lo usó el día anterior y no lo lavó. En el lavaplatos había otro de mango rosado. También tenía restos de comida. El primero que agarró uno fue Ariel. Eso es lo que declaró Rubén en la PDI. Por eso es que él tomó el otro, porque sintió, según sus palabras, que tenía que defenderse.
El único que terminó con ocho heridas cortopunzantes fue Ariel. Una mortal. Le atravesó la carótida.
“Me mandé mansa cagá”
Después de apuñalarlo lo empujó hasta la habitación. Estaba débil. Se desplomó entre la pared y la cama. Intentó ponerse de pie. Rubén explicó que Ariel quiso agarrar una daga que tenía encima del colchón, así que le dio otra puñalada.
—Yo notaba que estaba sufriendo —señaló.
Fue hasta el comedor y tomó una pesa de 12 kilos que estaba al lado del refrigerador. Ariel tenía la mitad de su cuerpo sobre la cama. Estaba agonizando.
—Levanté la pesa y le pegué de lleno en su cabeza.
Le subió el polerón y le tapó la cara. Puso una almohada en el suelo para evitar que escurriera la sangre. Se sentó en la cama media hora y les escribió a sus amigos: “me mandé mansa cagá”. También les envió un audio:
“Hermano. Conchetumadre. Hueón. Estaba haciendo un trance en mi casa, charlando una hueá, me mandaron a un hueón, así como a dar cara, cachai, y la cagá… Hueón. Terminó mal“.
Las 24 horas siguientes fueron una osadía. Mientras el cuerpo de Ariel yacía en el suelo, muerto, Rubén le habló a su amigo Joaquín Sanhueza por Instagram que estaba de fiesta. Le contó poco. Le pidió que se juntaran porque necesitaba ayuda. Concretaron un punto de encuentro en un servicentro donde llegó en el Suzuki celeste. El auto de Ariel.
Le fue soltando todo con un contexto diferente. Que nunca se trató de un encuentro sexual, sino que fue un intercambio de drogas que había salido mal.
Joaquín no le creyó. Para demostrárselo le pidió que lo acompañara hasta la cabaña y lo viera él mismo. Se subieron al vehículo otra vez e hicieron una parada extra para estacionar afuera de la casa de otro conocido. Les entregó unos guantes de lana y bolsas de basura. Siguieron hasta la calle Errázuriz.
—Joaquín quedó pa’ la cagá —recordó Rubén.
El cuerpo
La habitación era una escena del terror. Todo estaba cubierto de sangre. El piso, las paredes, la cama. El olor a lo mismo les llegó de golpe, sobre todo a Joaquín que no se esperaba ver un cadáver.
Rubén se puso a limpiar y le pidió que lo ayudara a subir el cuerpo al auto. Dijo que lo quería ir a tirar a Curiñanco.
—Le dije a Rubén que me dejara ir, que él se fuera a entregar a la policía, pero me decía que la condena iba a ser muy grande y que él era joven —confesó el amigo a la PDI.
Les costó, pero lograron subirlo de madrugada. Manejaron por el Puente Cau Cau hasta Isla Teja para evitar las cámaras. En el camino lanzó dos bolsas con pertenencias de Ariel. No alcanzó a llegar hasta Curiñanco pero estacionó cerca, por la costanera.
Rubén dijo que sólo lo lanzó por el despeñadero y que no notó si se arrastró hasta el mar o se atrapó en los matorrales. Joaquín aseguró que le puso basura y escombros encima para ocultar el cuerpo.
Al rato se dispersaron. En todo el trayecto Rubén seguía utilizando el Suzuki celeste. Terminó en un servicio de urgencias por un corte que tenía el dedo de la mano. Le pusieron algunos puntos.
Para la mañana del domingo llegó hasta la casa de sus padres en Niebla, a 17 kilómetros de Valdivia. Estacionó más lejos para que no divisaran el auto. Ya había amanecido. Cuando lo vieron les contó que se cortó cocinando y se fue a dormir hasta las 14:00 horas.
El lunes intentó vender el Iphone y el vehículo de Ariel por tres millones de pesos. Siguió limpiando. Sus amigos le aconcejaron que tenía que irse de Valdivia. Poco pudo hacer, porque la Policía de Investigaciones llegó hasta la puerta de la cabaña.
Orientación sexual
Una de las primeras incongruencias que detectó la PDI fue cuando Rubén declaró que lanzó el cuerpo por la quebrada. Al momento del hallazgo, el cadáver estaba bajo escombros, una frazada y basura. Toda su parte superior estaba enterrada. Por lo que resultaba improbable que sólo lo hubiese dejado ahí.
Acreditaron que entre Ariel y Rubén hubo una relación —o una sugerencia— de un encuentro sexual.
En la audiencia de formalización, la fiscal Claudia Baeza apuntó que el homicidio imputado tiene relación con la orientación sexual de la víctima, ya que sintió rechazo por su sexualidad.
La defensa apunta a lo contrario. Que la agravante no es el “género” porque hubo una intención de “exploración”. También a que Ariel tenía 8 años más. Que Rubén era “menor de tamaño y cuerpo físico”.
—Él (Rubén) se siente invadido en su espacio personal, se siente temeroso —manifestó el abogado Cristóbal Carvajal.
Por último, expresa que Rubén le pegó con la mancuerna para evitar que Ariel siguiera sufriendo, ya que la ambulancia tampoco habría podido salvarlo. Por tanto, rechazan la intención de alevosía. La justicia deberá dilucidar.
Hasta la fecha, Rubén y Joaquín son los únicos imputados por el crimen. El primero quedó en prisión preventiva y el segundo, con arresto domiciliario total.