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Víctor Abarca Díaz tiene dos muertos a su haber. La primera víctima fue una escolar, a quien violó y luego mató. La segunda es "Vicho", un joven trans que llegó a Valdivia por amor. Ambos crímenes ocurrieron con más de 30 años de diferencia, pero las similitudes entre los casos fueron claves para lograr la reciente condena en contra del hombre apodado "El Bendiciones". ¿La sentencia? Presidio perpetuo calificado.
Mismo modus operandi. 39 años de diferencia. Una nueva condena.
La madrugada del 31 de octubre de 2020 todo cambió para Víctor Abarca Díaz y Vicente González Lorca. Lo que ante cámaras de seguridad parecía un encuentro entre dos conocidos, terminó en el homicidio de “Vicho”, un joven trans oriundo de Cartagena que llegó a Valdivia por amor.
A dos años del crimen, el caso pasó a ser la primera condena con enfoque de género en la región de Los Ríos. La forma en la que se encontró el cadáver, desnudo desde la cintura para abajo y mostrando los genitales de la víctima, sumado a declaraciones de Abarca, donde él mismo dijo haber visto el cuerpo de una “mujer” en el sitio eriazo del asesinato, dieron pie a que el Ministerio Público considerara el ataque como una agresión transfóbica.
Mientras que a Vicente lo mataron a los 25 años, a sus 60, Abarca sumó una nueva condena: la máxima sanción que contempla el Código Penal en nuestro país, el presidio perpetuo calificado. Pero esta no es la primera sentencia dictada en su contra, pues casi la mitad de su vida la ha pasado tras las rejas.
“Eli”
Vicente nació como Elizabeth Francesca Paz González Lorca. A sus 17 años, cuando cumplía condena por tráfico de drogas en la cárcel de Melipilla, tuvo a su único hijo. A los 23, tras salir de prisión, lo hizo “siendo hombre”.
Así lo explicaría más tarde su madre, Paulina, en medio del proceso judicial tras la muerte de a quien nunca dejó de llamar su “hija”.
En su testimonio, junto con definirla como una persona “divertida y chistosa”, afirmó que siempre mantuvieron el contacto y que fue al egresar del colegio que empezó a tener malas influencias de amistades.
“Se metió en problemas, quedó embarazada y estuvo presa en Melipilla, teniendo el bebé en la cárcel”, contó la mujer. Fue a los 23, comentó, que recuperó su libertad tras cumplir condena “por pasar cocaína líquida desde Perú a Chile”. La pillaron en la costa, cerca de El Quisco.
En su declaración, la madre confesó que siempre le costó entender el proceso de transición de “Vicho”. Para ella, siempre sería su “Eli”. Fue en la cárcel donde se produjo el cambio: “‘Eli’ entró siendo mujer y salió siendo hombre”, recordó.
Justamente, en su paso tras las rejas conoció a quien sería su último amor: Karen, una interna oriunda de Valdivia, quien se convertiría en la única razón para llegar a vivir a la capital de Los Ríos.
Pese a mantener una relación al interior de la cárcel de Rancagua, en libertad los problemas llegaron a un punto de no retorno: Vicente no fue aceptado en casa de Karen y la relación finalmente se quebró.
Lo ocurrido terminó por dejar a “Vicho” sin un domicilio estable y deambuló entre quienes podían ofrecerle un techo de manera esporádica.
La última vez que ambos se vieron fue el día previo a la tragedia. Él llegó a casa de Karen para ofrecer a la madre de esta última un tablet. Lo tenía a la venta, pero ella no se lo compró.
“Un total desprecio”
Justo el día del homicidio, Vicente no tenía donde pasar la noche. Fue así como cerca de las 02:50 horas del 31 de octubre, caminó junto a Víctor Abarca a un sitio eriazo. La indagatoria no pudo establecer cómo se conocieron, pero cámaras de seguridad revelaron que esa noche ambos pasaron por las calles Don Bosco, Patricio Lynch y Simpson. Ya en el lugar, cercado y utilizado con frecuencia por personas en situación de calle, bebieron alcohol y consumieron cigarros y cocaína.
La investigación determinó que en algún momento de la noche, el hombre mayor se abalanzó sobre “Vicho” y lo ahorcó hasta quitarle la vida.
Si bien inicialmente la hipótesis planteaba un intento de agresión sexual, por la forma en la que se encontró el cuerpo, tiempo después se descartó. La Policía de Investigaciones estableció que el agresor desvistió a la víctima después de asesinarla.
El peritaje a la polera negra de Vicente, dio como prueba una muestra de ADN correspondiente a Abarca. Era una mancha blanquecina, que para los investigadores podría haberse tratado de “sudor o sebo”, lo que se condecía con la poca higiene del agresor. La prenda de vestir fue enrollada, por lo que no fue hasta que se desenvolvió, que los forenses encontraron la evidencia.
Además, fue por la ausencia de lesiones en piernas o glúteos -indicadores de oposición o resistencia- que se determinó que el agresor manipuló el cuerpo cuando ya estaba inerte. Otro punto que se descartó fue la injerencia de la droga y el alcohol en la muerte de Vicente. La cantidad consumida fue de 107,22 nanogramos por milímetro, cifra dentro del rango “aceptable” para un consumidor habitual, según el perito del SML.
“Con ese nivel de cocaína indicado la persona no se halla inconsciente”, zanjó el informe.
Con todo, en vista de los antecedentes expuestos, la Fiscalía de Valdivia apuntó a un crimen transfóbico.
“El hecho de desvestirla tuvo únicamente una motivación ignominiosa, injuriosa, de vergüenza y humillación, con el fin de destacar su sexo biológico en contraposición a su condición de joven trans masculino (…) No existe indicio alguno que sugiera que dicha acción haya estado destinada para ejecutar una violación, aun en etapa de tentada u otro delito sexual”, consta en la sentencia del pasado 5 de diciembre.
En otras palabras, al exhibir los genitales, según acusó el Ministerio Público, Abarca evidenció “una acción de odio, denigración y/o rechazo a la opción de género de Vicente”.
Además, tras el crimen, el hombre volvió en dos ocasiones al sitio eriazo. Por esto, el ente persecutor apuntó a que hubo “un total desprecio hacia Vicente”, argumentando que se logró descartar “el ingreso de otras personas en aquel tiempo intermedio”. Además del homicidio, Abarca robó una pinza cosmética y una cadena a la víctima. La primera de ellas fue reconocida por Karen: había sido un regalo.
El “Bendiciones”
En las calles de Valdivia, Víctor Abarca trabajaba como cuidador de autos. Según la fiscalía, vivía en situación de calle “permanente”. Pese a que su perfil es más bien desconocido, porque casi la mitad de su vida la ha vivido tras las rejas, BBCL Investiga constató que el hombre es oriundo de La Pintana y ha sido condenado siete veces, contando la sentencia de 2022.
Un dato relevante para la indagatoria, lo aportó una mujer. La misma que alertó a Carabineros de la presencia de “un cuerpo sin vida” en el sitio eriazo de la calle Lynch. Se trata de Cecilia Muñoz, quien si bien primero negó conocer a Abarca, en una segunda declaración confesó saber quién era: ambos compartieron en un Centro de Educación y Trabajo (CET) de Gendarmería.
Según narró la mujer, a más de 10 horas del crimen, Abarca se acercó a su casa para conversar y comprarle pasta base, a lo que ella respondió que ya no vendía. Sin embargo, en ese mismo intercambio él le dijo que vio el cuerpo de “una mujer” en el sitio abandonado, pero que no llamaría a Carabineros porque no quería meterse en problemas.
Muñoz también dijo que conocía a Abarca bajo los apodos de “Bendiciones” y “Hermanito”. Esto se relaciona a antecedentes entregados por Gendarmería, que aseguraban que el hombre profesaba la religión evangélica.
Adicionalmente, Cecilia aseguró que nunca le escuchó emitir “comentarios de odio hacia mujeres y transgéneros”, pese a que en el CET sí había personas que se identificaban como tal. Un argumento que finalmente no fue considerado como relevante en la investigación, puesto que la testigo mintió en su primer testimonio.
Un año en libertad
El historial judicial de “El Bendiciones” lo conforman otras seis condenas previas, donde confluyen principalmente robos. Sin embargo, la primera sentencia de su vida, además de incluir el hurto, fue por homicidio y violación. Esto, en 1981.
Tras pasar 10 años en la cárcel, el 29 de octubre de 1991 se le concedió el beneficio de libertad condicional. Pero no duró mucho. El 11 de marzo de 1993 se le revocó la medida.
Fue el 30 septiembre de ese mismo año que volvió a ser condenado a cumplir una década tras las rejas. Esta vez, por un robo con intimidación ejecutado en Santiago.
Ya en Valdivia, el 9 de agosto de 2013, Abarca cayó por un robo con sorpresa. ¿La pena? Tres años de presidio menor en su grado medio.
Cuatro años más tarde, el 8 de mayo de 2017, se le condenó nuevamente a tres años de cárcel por el robo de un lugar no habitado en Valdivia.
Con todo, en octubre de 2020 -cuando ocurrió el homicidio de Vicente- Víctor Abarca llevaba tan sólo un año en libertad.
Mismo modus operandi
El primer homicidio de Abarca fue hace 39 años. ¿La víctima? Una escolar que conoció en un autobús, a quien el hombre además violó. En 1981 el Juzgado del Crimen de Caupolicán lo sentenció a 16 años y cerca de 8 meses de cárcel.
Precisamente, ese homicidio con violación se convirtió en un antecedente clave para la Fiscalía de Valdivia. La víctima, al igual que Vicente, fue llevada a un sitio eriazo.
En el terreno, el hombre la atacó sexualmente y le propinó heridas cortopunzantes. Tras matarla, según antecedentes planteados por el Ministerio Público, su cuerpo fue encontrado “sin sus prendas inferiores y las superiores recorridas”.
Por todo esto, en el reciente proceso judicial, el subcomisario de la Policía de Investigaciones, Pablo Reinaguel Andrades, advirtió “un mismo modus operandi” entre el homicidio de 1981 y el de Vicho: “Esto es, estrangulación, golpe de la cabeza, sitio eriazo sin iluminación, posición de las vestimentas y del cuerpo de la víctima sin vida”, detalló.
A Víctor Abarca Díaz se le condenó a presidio perpetuo calificado. Una sentencia de por vida, considerando que será recién a 40 años de cumplida la pena, que podría optar al beneficio de libertad condicional. En otras palabras, cuando tenga 100 años.