Su padre nunca quiso que fuera pescador como él. Decía que tenía que estudiar, pero desde muy pequeño Patricio Maldonado sintió que su destino estaba trazado. Había crecido en una familia de pescadores nómadas que deambulaba de caleta en caleta por el sur de Chile, siguiendo los cardúmenes de peces, así que él solo imaginaba su futuro en el mar.
A Puerto Gala llegó con sus padres en 1991. En esa apartada zona de la región de Aysén, un sacerdote se había empeñado en construir un pueblo y una escuela para los hijos de las familias pescadoras que, hasta ese momento, solo se quedaban el tiempo que durara la faena pesquera.
Con ocho años, Patricio Maldonado aún no sabía leer ni escribir, así es que decidieron quedarse allí, motivados también por el boom de la merluza austral, el principal recurso pesquero de la zona sur de Chile, que se extrae en las regiones de Los Lagos, Aysén y Magallanes.
Un amigo de su padre, Abraham Chaparro, lo llevó a pescar. “Le dicen ‘El Laucha’, él fue mi maestro mentor”, cuenta Maldonado, que a los 11 años empezó en el oficio.
Según recuerda, en los años gloriosos de la pesca artesanal en Puerto Gala, donde solo habitan unas 300 personas, llegaron a haber varias decenas de embarcaciones pescando merluza austral. De hecho, de acuerdo con datos de la Subsecretaría de Pesca, 50 embarcaciones están inscritas y autorizadas en Puerto Gala para capturar este recurso. Sin embargo, ese registro no se renueva desde el año 2000 y la realidad es que apenas operan unos 15 botes, aseguran los habitantes de esa localidad.
Los años dorados de la merluza austral quedaron atrás, al menos, para los pescadores artesanales que, como Maldonado, siguen yendo al mar.
Ellos sobreviven a un sistema que creó —a partir de una decisión política de 2012— un universo de pescadores artesanales de papel, que solo existen en los registros, pero que ya no pescan y que venden, cada año, sus cuotas de pesca a las grandes empresas.
El mecanismo, no sólo no ha logrado que la merluza austral se recupere del estado de sobreexplotación en el que entró en 2013, sino que ha concentrado la extracción y comercialización de este recurso en el sector pesquero industrial, alimentando un negocio que mueve millones de dólares, pero del cuál los pescadores artesanales que continúan en el oficio permanecen al margen.
Con el negocio concentrado en la industria, los artesanales “no tenemos poder comprador, no hay oferta-demanda”, asegura Maldonado.
Miles de pescadores han tenido que abandonar la pesca en busca de otros trabajos que les generen los ingresos que necesitan para costearse la vida. Al hacerlo, el círculo se estrecha aún más en torno a la industria que vuelve a expulsar a más pescadores del mar y concentra aún más el mercado. Este ciclo se repite y se transforma en un espiral que amenaza con borrar por completo a la pesca artesanal.
Un dato muestra uno de los efectos de ese ciclo: de las más de 30 plantas que en el año 2013 procesaban pescado artesanal, hoy solo quedan ocho, según datos del Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura.
“Vamos para el exterminio si no hay algo que se mejore”, dice José Alvarado, presidente de la federación de pescadores de Hualaihué, en la región de Los Lagos.
La ley que benefició a la industria
El origen del ciclo que hoy tiene en riesgo a la pesca artesanal se encuentra en una decisión adoptada hace más de 10 años.
Para asegurar que la merluza austral continúe existiendo en los mares del sur del país, cada año se establece una cuota anual de pesca, es decir, un máximo de toneladas que pueden ser extraídas.
En 2011, pescadores artesanales e industriales acordaron que los primeros extraerían el 60% de la cuota anual y que el restante 40% sería para los industriales. Sin embargo, en el 2012, una indicación ingresada a la actual ley de pesca estableció que artesanales e industriales podrían traspasarse, unos a otros, hasta el 100% de su cuota asignada.
Así, por ejemplo, si una asociación de pescadores tiene una cuota de 15.000 kilos de merluza austral, si quiere, puede venderle a la industria la totalidad de esa cuota para que sea ella quien la extraiga.
La indicación fue una excepción a la regla, puesto que si bien los traspasos de cuotas están autorizados en otras pesquerías, en todos los casos, menos en este, existen restricciones y de ninguna manera se permite la transferencia del 100%.
A partir de la indicación, miles de toneladas comenzaron a ser traspasadas desde el sector artesanal hacia el industrial, favoreciendo principalmente a las empresas agrupadas en la Federación de Industriales Pesqueros del Sur Austral (FIPES).
El asunto no pasó desapercibido y cobró relevancia sobre todo cuando salieron a la luz los pagos irregulares que grandes pesqueras realizaron a políticos para verse beneficiadas con la actual ley de pesca que, en ese momento, estaba siendo tramitada. Ese ha sido uno de los mayores escándalos de corrupción en el país.
Más de una década después, ningún análisis se ha hecho sobre las consecuencias sociales, económicas y ecológicas de esa decisión que sigue vigente.
Según datos de la Subsecretaría de Pesca (Subpesca), en 2023, la industria compró el 74% de la cuota de merluza austral asignada a la pesca artesanal en la región de Aysén y el 98% de la de Magallanes. En la región de Los Lagos, el porcentaje de compra fue menor: un 23%. Aún así, los artesanales de Hualaihué, la caleta que tiene la mayor asignación de merluza austral en esta región, están preocupados. “Había 649 naves operando, hoy día nos quedan 300 y se van perdiendo”, asegura Alvarado.
En la práctica, actualmente la industria pesca más del 70% de la cuota global en lugar del 40% como se había establecido.
Las razones para traspasar la cuota
Desde que la merluza austral fue declarada sobreexplotada en 2013, las cuotas de captura han disminuído. “Antes, yo tenía una cuota de 5.000 kilos para todo el año”, cuenta Maldonado. Este 2024, de las 11.535 toneladas adjudicadas al sector artesanal, solo le tocaron 3.200 kilos.
Considerando que por cada kilo de pescado recibe unos 1.600 pesos (1,73 dólares), Maldonado gana aproximadamente 465.000 pesos mensuales (503 dólares). De ese monto, debe descontar sus gastos de operaciones que, en gasolina y carnada, rondan los 100.000 pesos (108 dólares). Además, lo poco que le queda, debe repartirlo con su compañero de embarcación. Al final, solo le queda un poco más de 180.000 pesos (195 dólares), y “con eso yo no vivo”, dice el pescador, porque “los gastos que tengo entre luz, agua, mi casa y víveres son entre 450.000 y 500.000 pesos (entre 480 y 540 dólares). Y eso que yo vivo solo”.
Según los pescadores entrevistados, las bajas cuotas son una de las razones por las que deciden “vender sus papeles”. Así es como se refieren a la venta de sus cuotas, porque en la práctica, lo que comercializan es el derecho a que otro extraiga la cantidad de pescado que les fue asignado.
Además, la pesquería de merluza austral mantiene su registro cerrado desde el 2012, lo que quiere decir que no pueden inscribirse nuevos pescadores para capturar ese recurso. Con el paso del tiempo, los pescadores autorizados para extraer merluza austral han envejecido y ven en la venta de su cuota de pesca la oportunidad de recibir “una especie de jubilación”, explica Maldonado.
“Yo tengo pescadores de 83 años que están haciendo el esfuerzo”, asegura Antonio Vargas, presidente del primer sindicato de pescadores de la comuna de Hualaihué. “Pero a ellos pescar les queda cerca, a 10 minutos”, dice. “Hay gente, en cambio, que tiene que ir más lejos y, con esa edad, no les da. Por lo tanto es mejor para ellos vender”.
Los lobos marinos complican el escenario. “Llegan manadas de hasta 10 o 12 lobos y cuando estás subiendo tu pescado se lo comen todo. La gente está obligada a darle casi el 50% de lo que sacan. Eso es lo que te quita el lobo cada vez que vas a pescar”, asegura Alvarado, presidente de la federación de pescadores de Hualaihué.
Por todas estas razones, “en mi organización somos 65 socios de los cuales 30 estamos pescando y los otros 35 ya no pescan”, asegura Maldonado. De hecho, según un informe de la Subsecretaría de Pesca, de las 1027 embarcaciones autorizadas en toda la región de Aysén para pescar merluza austral, solo el 8% se encuentra operando.
Comprar papeles para sobrevivir
Maldonado aprendió rápidamente a leer cuando ingresó a la escuela que fundó el sacerdote. Le cogió el gusto a los cuadernos y cuando terminó la enseñanza básica, estudió para convertirse en tripulante de marina mercante con mención en máquinas. “Mi sueño era ser infante de marina, pero siempre continué pescando”, cuenta.
De hecho, “con la pesca pagaba mi colegiatura y la mitad lo aportaba a mi familia. La verdad es que ganaba bien”, dice. Fueron los años de 2001 al 2005. “Los profes me decían: ‘llévame a pescar, ganas más que yo’, pero la plata nunca me volvió loco, porque sabía que la pesca no era para siempre, venía en decadencia y sabía que de alguna forma iba a valer la pena estudiar”.
Fue una decisión acertada, porque en los meses de invierno, que es cuando los lobos marinos más complican la faena pesquera, Maldonado trabaja en el área de máquinas de la barcaza que navega dos veces a la semana entre Puerto Gala y Quellón, la ciudad más al sur de la isla grande de Chiloé, y que es la única vía de conectividad entre los puerto galenses y el resto del país.
De todos modos, el resto del año, con los 3.200 kilos de cuota que tiene asignados no le alcanza, así es que la fórmula que encontró para lograr vivir de la pesca es extrayendo la cuota de los pescadores que estén dispuestos a venderla. ”Uno termina viviendo gracias a que le saca la cuota a los otros compañeros que ya no están en el agua”, dice.
Así también le pasa a Héctor Zuñiga, otro pescador de Puerto Gala. “A mí no me sirve mi cuota para vivir todo el año”, asegura. “Entonces tengo que buscar alguna alternativa si es que quiero seguir en el mar. De lo contrario, no me queda otra que retirarme para ir a trabajar a alguna salmonera como se ha estado dando en Chiloé, donde a los pescadores los han ido sacando del mar, desarraigando de su historia, de su gente, de su localidad”.
Para que el traspaso de las cuotas sea legal, Maldonado y Zuñiga deben formalizarlo ante las autoridades en la ciudad de Puerto Aysén. Pero “a nosotros nos queda a trasmano”, dicen. “Tendríamos que viajar con el que nos va a vender su cuota, ir a una notaría, hacer todo un tema protocolar lo que significa un costo operacional de mínimo 300.000 pesos. Entonces mejor lo hacemos a lo compadre y evitamos esos gastos extras”, explican.
Eso sí, asegura Zúñiga, “por ese pescado ya no recibes 1.600 pesos por kilo, sino menos”, aproximadamente unos 600 pesos.
Este año, las cosas se complicaron aún más para Patricio Maldonado: los pescadores a los que él siempre le sacaba el pescado, decidieron venderle su cuota a la industria por un mejor precio.
Según datos proporcionados por el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca), la industria paga hasta 9,8 Unidades Tributarias Mensuales por cada tonelada de cuota artesanal, es decir, unos 645 pesos el kilo. “Un pescador no podría llegar en ningún momento a pagar ese precio”, asegura César Astete, director de pesquerías de la ONG Oceana, porque es más del 40% de lo que recibirá luego, cuando venda ese kilo de pescado, sin contar que deberá descontar, además, los costos en carnada y gasolina para el bote. “En términos de precio no hay posibilidad de que (los artesanales) puedan competir (con la industria por la compra de las cuotas)”, sostiene Astete. Así es que Maldonado se quedó sin esos kilos que, normalmente, le ayudaban a salvar el año.
En definitiva, en el sistema de traspaso de cuotas, “el negocio es para la industria”, asegura Manuel Martínez, especialista pesquero de Sustainable Fisheries Partnership, una ONG registrada en Estados Unidos que opera a nivel mundial para recuperar las poblaciones de peces agotadas. También “es negocio para el que no pesca”, agrega Alvarado, “porque ese pescador, estando en su casa, agarra más de dos millones de pesos por año” si es que vende una cuota de unos 3000 kilos.
“La mayoría hoy día está en esa vereda”, dice Maldonado, “pero en la otra estamos los que vamos al agua, que somos minoría”.
Las plantas que quebraron
“Para nosotros el traspaso de cuotas ha sido catastrófico”, dice José Montt Letelier, el dueño de Los Elefantes, una de las pocas plantas que aún quedan dedicadas al procesamiento y comercialización de la merluza austral artesanal. “De todas las empresas que antes compraban, que eran del orden de 25, hoy día quedamos principalmente cuatro: Los Elefantes, Cutter, Chaicas y Santa Marta”, asegura el empresario.
La concentración de las cuotas de pesca en el sector industrial ha sido la ruina de los pequeños y medianos comerciantes, puesto que con menos pescadores en el agua la posibilidad de surtir los mercados se ha reducido.
La producción de Los Elefantes apenas equivale a un cuarto de lo que producían antes de que la industria comenzara a comprar las cuotas de pesca de los artesanales, asegura Montt. En Mercamadrid, el mercado mayorista más grande de Europa, la merluza proveniente de la pesca industrial ha desplazado “casi por completo” a la artesanal y aunque esta última se mantiene posicionada en otros nichos como Mercadona, el principal supermercadista de España y Portugal, “llegamos a ese mercado con muy poco pescado porque nos cuesta mucho abastecernos”, explica el empresario.
La FIPES posicionó su pescado en el mercado internacional con el apoyo de ProChile, la institución pública encargada de promover las exportaciones del país, y que subsidió al gremio en la creación de la marca Merluza Austral Chile que es la que ha venido promocionando desde entonces.
En 2022, de los más de 50 millones de dólares que se exportaron en merluza austral, más de 37 millones fueron de cinco grandes pesqueras, principalmente de aquellas afiliadas a la FIPES. Friosur lideró la lista con más de 14 millones de dólares, seguido de Emdepes S.A., con casi 12 millones.
La participación de las empresas pequeñas y medianas “es realmente marginal en comparación con las plantas que tienen suministro industrial cada vez más asegurado”, destaca Renato Gozzer, especialista pesquero internacional en Sustainable Fisheries Partnership. La planta procesadora Los Elefantes, de hecho, ha visto reducida su participación en las exportaciones en prácticamente la mitad desde el 2018, según muestran los datos del Servicio Nacional de Aduanas.
Las oportunidades de la industria para insertarse exitosamente en el mercado no solo tiene que ver con la gran cantidad de volumen de pesca que mueven, sino también con un asunto de precio. Y es que el pescado de la industria es más barato, aseguran los expertos, porque los costos de operación, comparados a la pesca artesanal, “son mucho más bajos”, dice Astete.
Según el Instituto de Fomento Pesquero, cinco son las embarcaciones industriales que pescan merluza austral principalmente con redes de arrastre y también con palangre, un aparejo de pesca formado por una línea madre de la cuelgan miles de anzuelos. De los cinco barcos, cuatro son fábricas, es decir, que en ellos no solo se extrae el pescado, sino que también se procesa. “Lo filetean y congelan ahí mismo, por lo que el costo de producción es mínimo”, explica Vargas.
Además, “la tripulación es pequeña, mientras que en la pesca artesanal son muchos pescadores sacando el pescado que tienen que exportarlo a través de un tercero”, agrega el dirigente. Con todo, las grandes pesqueras pueden llegar al mercado con un precio más barato, pero “es una competencia súper desleal”, dice Vargas. De hecho, según confirma Montt, “un pescado de arrastre se vende en España en seis euros (el kilo) y nosotros pretendemos sacarle ojalá más de siete para no perder dinero”.
En esa arena, la carta que juegan comerciantes como José Montt es que el pescado que extraen los artesanales es de mejor calidad. La razón, explican los pescadores, es que es capturado con espinel, un arte de pesca como el palangre pero más pequeño y que no maltrata el pescado. Además, se trata de un método que prácticamente no tiene impactos ambientales, a diferencia del arrastre de fondo que a nivel mundial es criticado por ser un método altamente destructivo.
A pesar de estas ventajas, “en la parte comercial (la industria) nos ha dejado prácticamente fuera del escenario y hemos sobrevivido a mucho esfuerzo con la gente leal a la pesca artesanal”, asegura Montt.
El problema es que la crisis de las pequeñas y medianas plantas procesadoras alimenta a su vez la de los pescadores y viceversa en “un círculo vicioso tóxico”, destaca Martínez. “Al tener cautivo el mercado español, que es el que más se abastece de este recurso, se cierran las puertas para que los chicos puedan mantener su comercialización. Esto hace que el problema recaiga nuevamente sobre aquellos pescadores que desean seguir pescando, porque al haber menos compradores los precios de compra bajan, lo que motiva aún más la desesperación a transferir cuota a la industria que sigue acaparando y sigue monopolizando el mercado internacional”.
Para Astete, se trata de un asunto “peligroso”, “porque la regulación tiene que permitir la competencia, la participación de todos y las reglas claras para todos”. Sin embargo, en este caso, “parece ser que la regulación tiene más bien incentivos para que uno de los actores se transforme en el actor principal. En la merluza austral, el negocio está hecho para un actor sin decirlo”, sostiene.
Patricio Maldonado no critica a los pescadores artesanales que venden su cuota. “Es un negocio en libertad de acción y el pescador que quiere vender está en su derecho”, dice. El problema, agrega, es que “nadie defiende los intereses o la protección del oficio, de la pesca artesanal y las personas que están viviendo del recurso. No tenemos poder comprador, no hay oferta-demanda, no hay un proyecto de mejoramiento hacia la comercialización, las caletas están botadas estructuralmente y nadie quiere luchar por los que están en el agua”.
Mongabay Latam contactó dos veces por correo electrónico a la FIPES para tener su versión, sin embargo, hasta la publicación de este reportaje el gremio no respondió.
“Se olvidaron de los que estamos en el agua”
Héctor Zúñiga nota la sobreexplotación de la merluza austral cada vez que va a pescar. ”Al pasar los años cada vez cuesta más. Hemos tenido que aumentar la cantidad de anzuelos y nos sale más caro porque hay que tirar más material al agua”, explica.
La pesca ilegal, que de acuerdo con datos del Sernapesca es realizada por el sector artesanal, también es parte del problema. En 2023, más de 35 toneladas de merluza austral fueron decomisadas y en el 100% de los casos, el pescado, según la información oficial, provenía de la flota artesanal.
Según Esteban Donoso, subdirector nacional del Sernapesca, son varias las causas que motivan la pesca ilegal de la merluza austral, aunque todas convergen en el incentivo económico. “La pesca ilegal no se factura y por lo tanto el margen de ganancia es mayor porque se paga más barata y además no se tributa”, explica. Por otro lado, “existe una alta demanda interna del recurso en ferias, hoteles, casinos, etcétera”, donde la merluza ilegal puede ser comercializada.
“Otro factor importante”, reconoce Donoso, “tiene que ver con la vulnerabilidad del sector”. La pesca de la merluza austral se realiza en sectores alejados, donde incluso existe poca capacidad de abastecerse, menciona el funcionario. “Esa vulnerabilidad es aprovechada por agentes que han formado la logística necesaria para llegar donde están los pescadores y poder darle movimiento a la pesca ilegal”. Además, “cuando hay pocas cuotas, cuando existe el incentivo económico, cuando tengo que subsistir, una de las formas es pescar merluza y vendérsela a un comercializador ilegal”, explica.
En ese sentido, según Martínez, existen casos en que pescadores que necesitan dinero, venden su cuotas y después, de una u otra forma, siguen pescando pero de forma irregular.
Los esfuerzos de Sernapesca para combatir la pesca ilegal podrían estar mostrando resultados. En 2021, hasta 75 304 kilos de merluza austral fueron decomisados y en los años posteriores las cantidades decomisadas han ido a la baja, aunque la fiscalización no disminuyó y, por el contrario, se fortaleció la capacidad de inteligencia. “Ese es un indicador importante para nosotros”, asegura Donoso.
Sin embargo, para Martínez, comprender cuál es el rol que juega el sistema de traspasos de cuota en la vulnerabilidad que, entre otras cosas, incentiva la pesca ilegal, es un pendiente del cuál las autoridades no se han hecho cargo.
Pero además, hay otro aspecto que preocupa a los expertos. La cuota anual de pesca fue calculada considerando que el 60% de ella sería extraída con espinel, el arte de pesca que utilizan los pescadores artesanales, y que el 40% se extraería con arrastre. ¿Qué pasa cuando más del 70% se extrae con arrastre y solo el 30% con espinel? ¿Son los mismos impactos? “Yo me imagino que no”, dice Astete.
Consultada la Subpesca sobre el traspaso de cuotas y las críticas al sistema, el organismo respondió a Mongabay Latam que “ha sido un mecanismo que, en general, ha funcionado bien y ha permitido resolver situaciones particulares que se dan en zonas donde se extrae este recurso y temas relacionados a mercados”.
Las soluciones, sin embargo, no han sido para quienes efectivamente pescan. Quienes venden su cuota, la mayoría de ellos, ya tienen otro trabajo, asegura Maldonado. “Están sentados detrás de la cocina y reciben su platita sin mover un dedo. Nosotros, que vamos al agua y que somos minoría, no tenemos un peso político ni siquiera social, porque no somos de interés. Todo el mundo se olvidó de los que estamos en el agua y los que estamos en el agua hoy día estamos siendo perjudicados”.
Una nueva ley de pesca se discute
Los pescadores que continúan pescando merluza austral, ven con impotencia cómo el sistema de venta de cuotas va carcomiendo el pequeño margen donde aún tienen la posibilidad de vivir de la pesca.
Aún así, pescadores como Maldonado, Zúñiga, o los dirigentes de Hualaihué se resisten a vender sus cuotas. “Acá una vez vinieron algunos a vendernos a la cancha, a los muchachos que estaban jugando fútbol, quisieron conversar. Pero justo andaba la gente que pescaba. No les fue bien”, cuenta José Alvarado, el presidente de la federación de pescadores de Hualaihué.
Y es que “el no vender a la industria significa que tú también le das trabajo a la gente acá, en cambio, cuando tú vendes tu cuota, esa plata queda solo para ti, no le das a la gente. Por eso no hemos querido vender”, asegura el dirigente.
Hace cuatro años, Maldonado creó un proyecto turístico. “Hago una charla teórica de cómo es el arte de pesca y después vamos al agua. La idea es que la persona viva la experiencia de calar un espinel, después venimos a la casa y disfrutamos el esfuerzo, ya sea frito o estofado”.
El tiempo en el que aprendió a pescar y recorrió las islas del sur buscando la merluza austral, han quedado muy atrás. Recién cumplió los 40 años, pero esos recuerdos parecen ser demasiado viejos. Así es que imaginó el proyecto turístico en un intento por revivir la pesca artesanal, por “traspasarla a otras generaciones, motivar a la gente a que vuelva”.
Actualmente, Chile tramita una nueva ley de pesca. El proyecto legislativo, por ahora, incluye cambios que podrían mejorar la situación de los pescadores artesanales, aunque ya existen indicios de que el sector privado intenta influir en el texto final.
El proyecto de ley comenzó su tramitación en el Congreso con la misma excepción que, en la norma actual, permite el traspaso del 100% de las cuotas de pesca de merluza austral. En mayo pasado, sin embargo, fue ingresada una indicación que permite ir rebajando los traspasos. La indicación señala que para el primer año, desde la entrada en vigencia de la ley, solo se podrá ceder hasta el 85% de cuota asignada. Para el segundo, el porcentaje se reduce a un 70% y para el tercer, el límite será de un 50%. De esa manera, la indicación busca que en el tema de los traspasos de cuota, la pesquería de merluza austral tenga las mismas reglas que el resto de las pesquerías.
Actores del sector pesquero industrial han pedido retirar el proyecto de la nueva ley de pesca, y diputados de la comisión de pesca han denunciado obstrucción por parte de algunos parlamentarios para que el proyecto avance.
El escepticismo y la desconfianza reina entre los pescadores. “Uno entiende que hay poderes que mueven esos hilos, pero son inalcanzables para uno. Uno está fuera de eso, ni a un centímetro de poder solucionar el tema”, dice Zúñiga.
“Nosotros que tenemos sistemas de vida que tienen que ver con la pesca, una pesca sustentable, amable con el medio ambiente, que tenemos nuestros hijos, nuestras hijas que tenemos que educar con el dinero que ganamos. El sistema, este diseño, no se preocupa de eso”.
*Ilustraciones: Tobias Arboleda
Este reportaje fue publicado originalmente por Michelle Carrere en Mongabay Latam