Cientos de enjambres han desaparecido en los últimos años en Quindío, un departamento del oeste colombiano, donde las investigaciones oficiales apuntan al fipronil, un pesticida vetado en Europa y de uso restringido en Estados Unidos y China.
Más al norte, en el departamento de Antioquía, Urrego tiene una empresa de miel cerca de cultivos de maracuyá. En 2019 perdió 10 de sus 19 enjambres.
“Quizá no han hecho un buen manejo de los agroquímicos”, sostuvo este apicultor de 38 años en conversación con la agencia AFP.
Esta vez fueron cuatro las colmenas que desaparecieron, cada una albergaba unas 50.000 abejas.
En la última década apicultores de Estados Unidos, Canadá, Uruguay, Francia, Rusia, Australia, entre otros, han denunciado mortandad de abejas por los agrotóxicos.
Urrego no identifica el pesticida que mató a las suyas, pero a 280 kilómetros de ahí, en Quindío, Abdón Salazar lleva el cálculo de los daños en su empresa Apícola de Oro, y acusa al fipronil como el veneno responsable.
“En los últimos dos años se pueden calcular más de 80 millones de abejas muertas”, lamentó este apicultor, mientras trescientas colmenas vibraban a sus espaldas.
Otros apicultores como él se han acostumbrado a remover montañas de insectos muertos en esta zona donde, alrededor de los enjambres, reverdecen las plantaciones de paltas y cítricos, en uno de los países más megadiversos del planeta.
Vecino tóxico
El fipronil es altamente tóxico para las abejas. Su uso en cultivos de maíz y girasol – que atraen a estos insectos – fue prohibido en 2013 por la Unión Europea (UE), que también decidió no renovar las licencias para su empleo en otras plantaciones.
En Quindío la destrucción de las colmenas coincide con la expansión de los monocultivos, aseguró Faber Sabogal, presidente de Asoproabejas, la organización que reúne a los apicultores.
Según el gobierno local, entre 2016 y 2019 cinco empresas multinacionales compraron grandes extensiones de tierra en el segundo departamento más pequeño de Colombia para unirse al “boom aguacatero”.
Las exportaciones saltaron de 1,7 toneladas en 2014 a 44,5 toneladas en 2019. A principios de 2021, el gobierno celebró haberse convertido en el mayor proveedor de paltas de Europa.
Según los campesinos, estos cultivos son muy vulnerables a las plagas y requieren fumigaciones intensas. Así, las abejas son rociadas con fipronil mientras vuelan entre el verde.
“Ellas traen este veneno a la colmena y mata completamente a todo el resto”, apunta Salazar.
Veda en discusión ante mortandad de abejas
Los apicultores de Asoproabejas han registrado en video decenas de mortandades en varias regiones, principalmente en el oeste de Colombia.
Según ellos, la pérdida va más allá de su industria, pues las abejas son un polinizador crucial para la reproducción de muchas plantas silvestres y de un tercio de las cosechas agrícolas.
Estudios recopilados por la UE han alertado del declive de la población de estos animales a nivel global.
En 2020, el estatal Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) fue notificado por los apicultores de 256 envenenamientos en colmenas solo en Quindío. Diez millones de abejas murieron. El ICA tomó muestras en seis apiarios afectados.
Las investigaciones “han arrojado que la molécula fipronil es una de las causantes de la mortalidad”, detalló a la AFP Jorge García, gerente regional del ICA.
García envío una “alerta” a las oficinas del ICA en Bogotá y en la actualidad el instituto trabaja en una normativa para “la suspensión de la molécula”. Mientras, el fipronil se sigue comercializando.
Retirar el producto como sucedió en Europa “no ha sido posible porque las empresas productoras de agroquímicos se van a ver afectadas económicamente”, explicó Salazar.
Los fabricantes se defienden. Una veda del fipronil implicaría “una situación muy negativa para la estructura productiva” de los 33 cultivos que lo usan por su “eficacia”, advirtió María Latorre, portavoz del gremio agroquímico en Colombia.
Aunque niega que el fipronil sea dañino para las abejas, “el gremio ve con buenos ojos” una “revisión” de su uso “en los cultivos que han tenido incidentes”.
Fernando Montoya, de la Asociación Hortifrutícola de Colombia, sostuvo que el químico puede ser reemplazado por “bioproductos a base de hongos”, trampas para insectos y operaciones manuales.
“No satanizar”
El ICA niega que haya un vínculo entre la expansión de los cultivos de palta en el Quindío y la desaparición de colmenas.
“Han tratado de decir que es el culpa de los cítricos, del aguacate o del café, sencillamente no se puede satanizar ningún cultivo”, enfatizó García.
Pero ante la destrucción de los enjambres, la Apícola de Oro, que produce 36 toneladas de miel al año, decidió moverse.
Salazar se llevó del Quindío a la mayor parte de sus abejas – unas 1.200 colmenas – hacia un terreno recóndito a 400 kilómetros de allí.
Aunque por ahora logró salvar su negocio, reflexionó sobre el avance de los agrotóxicos.
“La abeja es un bioindicador. Si una abeja se muere ¿qué otros insectos benéficos para el medioambiente (…) se están muriendo?”, inquirió.