Miércoles 09 marzo de 2022 | Publicado a las 08:00
· Actualizado a las 14:26
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La cosificación de las mujeres, los roles que tradicionalmente se le asocian como labores de cuidado y de limpieza; y los estereotipos sexistas, entre otras, son las formas en que se manifiesta la violencia simbólica, la que por su carácter de invisible y naturalizada es la base de toda la violencia de género.
Está presente en todas las relaciones sociales en las que existe asimetría y jerarquía. No usa la fuerza, pero ataca y excluye a través de mensajes, imágenes y la conducta con la que se reproducen esquemas de subordinación, desigualdad y discriminación. Se trata de la llamada violencia simbólica.
¿Qué es la violencia simbólica?
La violencia simbólica es entendida como aquella que está a la base de la sociedad y es el resultado de una relación de dominación. Su gran complejidad, al ser reforzada por la costumbre, las tradiciones y las prácticas cotidianas, es que se normaliza y se va reactualizando por sobre el momento histórico.
En su libro Dominación Masculina, el sociólogo Pierre Bourdieu la define como una “violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término, del sentimiento”.
Agrega que esa relación social responde a una lógica de dominación, que es admitida por el dominador y el dominado, y donde el primero lo hace parecer como algo natural.
La académica del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile y coordinadora del Núcleo de Género, Sandra Navarrete Barría, afirmó que el concepto nace para explicar “un tipo de violencia que se arraiga en relaciones desiguales, asimétricas y jerárquicas de la sociedad y que están soterradas y subyacentes en la práctica”.
En la aceptación se va normalizando y es la que ampara las otras violencias hacia las mujeres como los femicidios y las violaciones, agregó.
Por su parte, Sonia Romero Pérez, académica del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Tecnológica Metropolitana, explicó que “tiene que ver con cosas tan cotidianas como definir de forma previa que es lo que se espera de un hombre y una mujer (…) está inmersa en eventos naturalizados y que, por tanto, creemos como propios y no cuestionamos”.
De ahí surge la vinculación histórica de la mujer a los espacios domésticos, a las labores de crianza y cuidado; la subordinación y la discriminación por su género.
Al abarcar lo cultural, su gran problema es que “está en todos los lugares posibles, en las prácticas cotidianas de manera constante y permanente, incluso en los espacios que se abren a una mayor igualdad. Por ejemplo, cuando se anula o mide diferente una opinión por sobre otras”, complementó.
Otra característica es que, al estar naturalizada, en la mayoría de las veces la violencia simbólica ocurre sin que nos demos cuenta, aseguró Priscila González Badilla, feminista e integrante de la Coordinación Nacional de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, ya que “tiene un mecanismo de funcionamiento casi automático, dado que de manera simple se envían mensajes que condicionan a las mujeres en una inferioridad, en una subordinación”.
Destacó que existen diferentes manifestaciones, siendo la más ilustrativa la publicidad, pero también “se produce en otros tipos de discursos como los posicionamientos políticos, en aspectos culturales y en la educación. Se trata de una violencia que está en la base de la sociedad y se manifiesta sin mayores barreras”.
Otro factor importante, es su perpetuidad porque, pese a los cambios históricos, se va reactualizando. Eso, a juicio de la docente de la USACh, “comprueba que es una de las violencias más difíciles de corroer, de desarmar”.
“Detrás de la violencia explícita, como el caso de la violación grupal en Palermo y la cesárea que debieron hacerle a una niña indígenas tras negarle el aborto, está la simbólica, que cimenta el camino para que eso pase”, explicó Navarrete.
Por lo mismo comparte la visión de varios antropólogos al considerar que la violencia de género provoca todas las otras violencias, como la infantil, la animal y al medio ambiente. “Hay que entender que estas violencias son inseparables, que actúan como un gran entramado y no se puede comprender la una sin la otra”, aseveró.
Por ello es que el trabajo de las feministas es visibilizar esas conductas, a fin de que se vuelvan más conscientes y de esa forma atacarlas. “Sabemos que la violencia simbólica hacia las mujeres seguirá estando presente, pero podemos ocuparla para ejemplificar de qué manera tenemos internalizada esa subordinación”, dijo la integrante de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres.
Ejemplos de violencia simbólica:
Usar el feminismo con fines comerciales
Real Whopper 8M
Polémica generó la campaña ‘Real Whopper 8M’ de Burger King Chile, que consistía en una hamburguesa cuyo envoltorio tendría “mensajes reales, de mujeres reales”. Además, la empresa anunció que repartiría 10 mil productos por un valor a $8 pesos cada uno.
Para Priscila González ese es un claro ejemplo de violencia simbólica porque “toma unos conceptos acerca de igualdad de género, de feminismo, y los transforma para fines comerciales, pese a que nuestra lucha nunca ha sido con esos fines sino más bien la búsqueda de una profunda justicia. Simplificar esos valores hace que se esté frente a un tipo de violencia simbólica”.
MAC y la línea de maquillaje “inspirada” en femicidios de Juárez
En 2010, la marca MAC en México debió pedir disculpas y donar 100 mil dólares a una organización que vela por el derecho de las mujeres de Ciudad de Juárez, tras lanzar una línea presuntamente inspirada en los femicidios que ocurrieron en la localidad fronteriza y que quedó al descubierto en 1993 cuando comenzaron a aparecer los cuerpos de las víctimas.
A diferencia de otras manifestaciones que son más sutiles y sofisticadas, lo de MAC representa un caso extremo de la violencia simbólica, ya que se toma la lucha de las familias y de organizaciones que buscan justicia con un propósito comercial, precisó Navarrete.
La publicidad y rol de la mujer
El cuerpo
Previamente se indicó que la publicidad es la más ilustrativa al momento de ejemplificar la violencia simbólica, ya que reproduce estereotipos de cómo debe verse una mujer, cómo debe actuar y la imposición de roles.
“A través de la violencia simbólica, la publicidad ha generado un daño tremendo que consiste en estar con conflicto constante con nuestro cuerpo al mostrar parámetros que son imposibles de alcanzar. Entonces, actúa con una mirada castigadora y sancionatoria a quienes no cumplen con esos estándares. Todo esto, con el propósito de vender más productos”, afirmó González.
Empresas como DOVE y Flores han impulsado anuncios que presentan distintos cuerpos de mujeres, resaltando el valor de la diversidad y de las etapas de la vida. Ese es un ejemplo del avance y los giros que ha realizado la publicidad para evitar repetir estereotipos de género.
Labores domésticas
Si bien actualmente los trabajos publicitarios han incluido la distribución de las tareas domésticas, por décadas estuvo enfocado exclusivamente a las mujeres. Por ello, era habitual verlas a ellas en spots para vender artículos de aseo y electrodomésticos, entre otros.
González destacó que eso cambiara, “ya no es aceptable una publicidad donde son las mujeres las que se encargan de las labores domésticas. Eso ya está instalado como un malestar, por eso se han registrados diferentes giros publicitarios donde ahora se muestra que las tareas son compartidas”.
En esa misma línea recordó que “hace 10 años eso no era así y nos trataban de exageradas por hablar de violencia simbólica. Hay mucho camino por recorrer, mucho por trabajar, pero también hay que destacar lo avanzado”.
Sandra Navarrete indicó estar de acuerdo en que estamos mejor que hace una década y que es optimista para la siguiente, pero enfatizó en lo interiorizado que están estos conceptos. “Un ejemplo es que las ofertas laborales para servicios de limpieza siguen siendo dirigidas a las mujeres”.
Misma opinión compartió Romero: “Se habla que las mujeres tienen múltiples actividades por el tema del trabajo doméstico, sin embargo, no hay ninguna política pública que impulse el reconocimiento del cuidado para que sea remunerado. Se habla de algo, pero en el fondo se mantienen las lógicas dominantes”.
Con contraste, en tanto, “se distingue y celebra cuando los hombres ejercen el rol de la parentalidad, aun cuando es parte de sus funciones. En el caso de ellos se ve como un tremendo aporte, cuando es lo que deben hacer”, criticó.
Respecto a los cambios en la publicidad, lo tildó de “limitado” porque no hay normativas que permitan regular, quedando al árbitro y conciencia de quienes se desempeñan en el área.
Rosado y celeste
La docente de la UTEM recordó que hace unos años la Comunidad Mujer invitó a unos talleres de capacitación, pero el afiche mantenía el rosado y el celeste. Eso es “en la práctica cotidiana seguir reproduciendo los estereotipos de géneros y los sesgos sobre ellos. El mensaje es darles visibilidad y espacios a las mujeres en distintos ámbitos, pero el afiche se mantiene el rosado y el celeste”, cuestionó.
Hombres y disidencias
Tal como se explicó al comienzo, la violencia simbólica es una desigualdad estructural que impone un dominador. Por tanto, la profesional aclaró que no solo las mujeres se ven afectadas, sino también algunos hombres y las diversidades. En resumen, es todo aquel que no cumpla con lo establecido en la sociedad patriarcal.
“Un ejemplo es que se utilice la ironía para atacar al Presidente Gabriel Boric por no usar corbata. Eso se genera porque él no está respondiendo a una tradición, a una forma de cómo deben ser los hombres”, detalló.
Todas las consultadas concuerdan en que la violencia simbólica no va a desaparecer, pero sí se debe avanzar en que se torne más consciente.
“Tengo esperanza en las nuevas generaciones. No es una violencia que se va a erradicar, pero a nivel de conciencia está mejorando. Hay que tener este trabajo de educación y mantenerlo en el tiempo para proyectar con mayor solidez el cambio”, afirmó Sandra Navarrete.
También para Sonia Romero es importante la educación, aunque agrega que igual de relevante es cómo las personas nos cuestionamos de manera constante y permanente sus propias prácticas. Cómo hacemos el ejercicio de mirar hacia afuera y hacia adentro para saber cómo reproducimos y erradicamos esos conceptos.
“Para avanzar debemos desmárcanos de esas lógicas de lo esperable de unos y otros”, reforzó.
Priscila González, de la Red Contra la Violencia Hacia las Mujeres, es más crítica al asegurar que como feministas “nunca hemos tenido la esperanza que la institucionalidad cambie las cosas. El Estado siempre ha llegado tarde a las demandas de las mujeres y los cambios surgen primero en los social, luego es institucional para finalmente abarcar lo cultural”.
La profesora de la USACh agregó que ante el avance de las demandas “siempre hay una resistencia. Hay momentos de crisis de explosión de esta resistencia y es justamente cuando los movimientos feministas tienen más visibilidad y se logran derechos que antes no teníamos”.
“Es un trabajo de largo aliento, donde se deben pensar nuevas maneras de relacionarse, crear nuevos conceptos que permitan dar respuesta a lo que las personas requieran. El primer paso es develarlo para visibilizarlo”, cerró Romero.