Sábado 01 febrero de 2020 | Publicado a las 06:50
· Actualizado a las 07:53
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Desde que el Ministerio de Transporte modificó en 2012 el reglamento a la Ley de Tránsito, que flexibiliza los requisitos de postulación para trabajar en el transporte público, cada vez son más las mujeres interesadas en este oficio tradicionalmente ejercido por hombres.
“La primera vez que entré al taller del terminal habían puros viejitos. Me dijeron que esperara afuera, porque eso era para hombres, no para mujeres, mientras ellos conversaban sobre mecánica y se tomaban unas bebidas”.
Así recuerda Paola Rojas, de 45 años, sus primeros días de trabajo en la línea 14 de microbuses Chiguayante Sur, que recorre las comunas de Chiguayante, Concepción y Talcahuano.
Paola se convirtió en la primera conductora mujer de esta empresa. Dice que por necesidad llegó al mundo de la locomoción colectiva, para sacar adelante a sus tres hijas.
“Este trabajo es una competencia. Al principio no me aceptaban. Si me pasaba una luz roja era tonta, pero si los hombres lo hacían, entonces era una prueba de masculinidad. Ahora las cosas cambiaron. Somos más mujeres y todas hemos demostrado que podemos”, asegura.
Según cifras del Registro Civil, el número de mujeres para obtener licencia profesional sigue siendo bajo respecto a los hombres. La última estimación data de 2017. En Santiago, por ejemplo, 411 mujeres adquirieron la licencia A3, documento que permite manejar en el transporte público, a diferencia de los 2.631 licencias obtenidas por hombres.
Paola lleva 17 años como conductora de microbuses. Hace tres años se unió al equipo de conductores de la línea Las Galaxias, que recorre comunas como Hualqui, Chiguayante, Concepción y Talcahuano.
“Me costó ser parte de este trabajo. En más de una ocasión quise tirar la toalla, porque no quería pasar por esto. Después llegaron otras mujeres y se empezó a adaptar todo. Da lo mismo si eres hombre o mujer, porque todos hacemos el mismo trabajo”, sostiene.
Paciencia al volante
Quien también trabaja hace 3 años en la línea Las Galaxias es Betsy Rivas Palma, de 40 años. Sus compañeros de trabajo aseguran que se ganó el cariño de todos por su constante sonrisa y buen sentido del humor.
Según un estudio de inclusión laboral femenina en el rubro de la locomoción colectiva, realizado en Santiago por el Ministerio de Transporte en 2019, las principales motivaciones para algunas empresas, al momento de contratar mujeres, serían la escasez de mano de obra y también ciertas cualidades bien valoradas por los gremios, como el buen trato hacia el pasajero, capacidad de trabajo en equipo y paciencia frente al volante.
El padre de Betsy fue chofer de la misma línea por más de 25 años. “Aprendí a manejar como a las 13 años y siempre me gustó. Recuerdo que ayudaba a mi papá a cortar boletos, pero nunca pensé en dedicarme a esto. Mi papá se enfermó y quedó un puesto en la línea y me ofrecí para ser parte. Fue difícil entonces, porque no había aceptación”, dice.
Al momento de entrar a trabajar, tuvieron que pasar varios meses para que en el terminal de la empresa Las Galaxias construyeran un baño para mujeres.
Las nuevas conductoras debieron sacar licencias tipo A3 y capacitarse en mecánica y primeros auxilios. La inclusión de mujeres al sistema de locomoción colectiva se enmarca en un programa del Servicio Nacional de Capacitaciones y Empleo (SENCE), el que ofrece más de 1.000 becas al año y en el que las mujeres alcanzan una participación del 30%.
Quien también pasó por todo el proceso de inducción fue Eduviges Cabrera Reyes de 51 años. “Vicky”, como le llaman sus pares en la línea Chiguayante Sur, lleva 10 años como conductora de microbuses. Cuenta que ingresó al rubro para vencer su miedo a la conducción.
“Una amiga me ofreció trabajar una de sus máquinas. Al principio dije que no, pero después lo pensé e hice los cursos y aquí estoy (…) Somos seis mujeres en Chiguayante Sur y todas tenemos nuestro lugar”, cuenta.
Horarios limitados
Tanto Vicky, Paola como Betsy deben compatibilizar los turnos con las responsabilidades familiares.
Para Paola Rojas no es fácil trabajar y cuidar, al mismo tiempo, a sus hijas. Cuando eran más pequeñas tenía que llevarlas en sus recorridos, debido a que no tenía con quién dejarlas a cargo.
“Afortunadamente tuve el apoyo de mi mamá quien las cuidaba cuando tenía que trabajar. Mi hija menor sufre ataques de epilepsia. Dejarla para ir a trabajar es un sacrificio enorme para mí”, confiesa.
Para Betsy Rivas dejar a su hijo de 12 años a cargo de sus padres tampoco fue fácil. Tanto ella como su esposo son choferes de locomoción colectiva, por lo que los horarios son muy limitados.
“Por suerte mi hijo entiende que es por un bien mayor y que nos beneficia a todos este trabajo”, señala.
Y si de bien mayor se trata, Eduviges “Vicky” Cabrera es un buen ejemplo. Hace 16 años que enviudó. En ese entonces tuvo que asumir con toda la responsabilidad del hogar y sus tres hijos. Trabajó en varios oficios antes de conducir microbuses. Desde comerciante ambulante, vendedora de astillas hasta carretonera.
“En carretón llevaba a mis tres hijos a la escuela”, recuerda.
Un oficio de dos caras
Además de contar con cansadoras y estresantes jornadas laborales, los conductores de la locomoción colectiva deben soportar congestiones vehiculares, a veces el enojo de los pasajeros y, en peores casos, ser testigos y víctimas de la delincuencia.
“Me asaltaron en Talcahuano y me quitaron todo. Me pusieron un cuchillo en el cuello y se llevaron la plata. Estuve más de un mes en la casa sin poder salir, solo por miedo”, cuenta Vicky Cabrera.
“En una oportunidad vi cómo a una colega le pegaron en su cara, rompieron su ropa y le quitaron la plata. Es impactante ver cómo dos niños, que pueden ser tus hijos, te golpeen y te dejen así de vulnerable”, dice Paola.
Pese a las dificultades y episodios traumáticos a los que estas conductoras están expuestas día a día, no todo es negativo.
“Un día llegó una señora mayor y me preguntó si la podía llevar por menos plata, porque no le habían depositado la pensión. Le dije que subiera y que no se preocupara. Cuando se bajó le pasé un papel con un poco de plata. La miré por el espejo y vi su cara de emoción (…). Como a los dos días llegó al terminal a buscarme y me llevó unos monederos de regalo, muy agradecida porque ese día que le pasé unos pesitos, ella no tenía ni para comprar el pan”, concluye.