Un día como hoy, 28 de noviembre, pero hace 198 años atrás, el checogermano Josef Ressel solicitó en Austria una patente para un innovador aparato que describió como un tornillo sin fin, diseñado para propulsar barcos tanto en el mar como en los ríos.
Una botella de vino, un sacacorchos, una hélice y un gran engaño
Nacido en Chrudim, República Checa, Ressel enfrentó dificultades desde joven, ya que la muerte de su padre lo obligó a abandonar sus estudios para mantener a su familia. Trabajó para el gobierno austro-húngaro, donde se encargó de inventariar la producción de madera en los astilleros de Trieste, un importante centro naval. En 1825, realizó una travesía entre Trieste y Venecia a bordo de un vapor de ruedas, lo que lo llevó a reflexionar sobre la necesidad de un nuevo sistema de propulsión.
Inspirado por un hecho cotidiano al abrir una botella de vino, se preguntó si el principio del sacacorchos podría adaptarse para crear un aparato que tirara del agua. Buscando financiamiento, se reunió con un armador llamado Morgan, quien, temiendo por su propio negocio de vapores de ruedas, se negó a apoyarlo. A pesar de este obstáculo, Ressel continuó perfeccionando su idea y, utilizando un pequeño tornillo de Arquímedes, logró hacer avanzar una embarcación en el río Krka, Eslovenia. Este éxito lo llevó a registrar su sistema de propulsión, y en febrero de 1827, recibió la patente por la primera hélice para propulsar un buque. Junto a Octavio Fontana, fundó una sociedad para establecer una nueva línea marítima entre Trieste y Venecia.
Sin embargo, la competencia de Morgan no tardó en manifestarse, presentando demandas que resultaron en un decreto real que impedía la operación de la nueva compañía. A pesar de este revés, Ressel se trasladó a Viena, donde logró revertir la prohibición y realizó un ensayo en el puerto de Trieste en 1829. El ensayo fue considerado un fracaso debido a un fallo en el motor, por lo que no recibió más permisos para realizar pruebas. En un acto de ingenuidad, compartió los detalles de su invento con un hombre de negocios francés, quien copió sus planos y los vendió a un grupo de británicos. Tras numerosos juicios, la paternidad de la hélice fue otorgada a este grupo, dejando a Ressel sin reconocimiento ni beneficios.
En este video, Nibaldo Mosciatti nos cuenta los detalles de este acontecimiento histórico.