El 28 de abril de 1828 se restituyó en España el garrote vil como medio de ejecución.
Fue usado desde el siglo XVI en España, también se usó en Iberoamérica durante la conquista.
En un principio, la ejecución era un “garrotazo limpio” en la cabeza o en la nuca.
El calificativo “vil” se debe a que esta pena se le aplicaba al pueblo, a los villanos. Es decir, a los provenientes de las villas.
¿El motivo? Las diferencias siempre han existido.
Los nobles tenían una forma más digna de morir ejecutados, ya que simplemente eran decapitados con una espada.
Más tarde, este invento se perfeccionó convirtiéndose en un collar de hierro que, por medio de un tornillo, retrocedía produciendo la muerte al acusado, aplastándole la tráquea y rompiéndole el cuello.
Incluso hubo una variante catalana del garrote vil, que incluía un punzón de hierro que penetraba por la parte posterior del cuerpo, destruyendo las vértebras del condenado.
Fue el rey Fernando VII quien el 28 de abril abolió la ejecución en la horca, debido al mayor sufrimiento y agonía que producía en el condenado.
Desde entonces todos, nobles o no, serían ejecutados mediante el garrote.
Eso sí, con una diferencia: en garrote ordinario los reos pertenecientes al estado llano; en garrote vil, los castigados por delitos infamantes; y en garrote noble, los hijodalgo, o sea los nobles.
La única diferencia consistía en la manera de llevarlos al patíbulo, no en la manera de matarlos.
La ejecución se anunciaba con unos tambores con el parche flojos, es decir no tirantes, que se llamaban cajas destempladas.
En España la pena de muerte y la muerte con el garrote vil recién fueron abolidas en 1974. Incluso el 2 de marzo de ese año, mientras ya terminaba la dictadura de Francisco Franco, fueron ejecutados en distintas cárceles los últimos reos.