La Columna de Hierro de Roma

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Una cuestión que distingue a los clásicos es que a pesar del paso del tiempo siempre hay que volver a ellos. Por eso Grecia y Roma no sólo son formadores de la cultura occidental, sino que también son claves permanentes para el conocimiento histórico, político, filosófico y ético. Y, por supuesto, una fuente riquísima para la literatura, base de inspiración de muchas obras hasta el presente.
Cuando el gran orador, político y escritor Marco Tulio Cicerón (106-43 antes de Cristo) se preguntaba cuál era la mejor organización política conocida, la respuesta no le merecía duda alguna: era aquella que sus padres habían recibido de los antepasados y les transmitieron a los romanos de su tiempo. El problema, como él mismo reconocía en su libro Sobre la República, era que ese régimen estaba en franca decadencia, tanto por la crisis de las instituciones como por la descomposición moral que se produjo en Roma después de la victoria sobre Cartago.

Ese es el escenario donde transcurre la obra de Taylor Caldwell, La columna de Hierro (Barcelona, Grijalbo, 1988), 765 páginas. La obra es una magistral novela histórica de la escritora británica, nacida en 1900 y fallecida en 1985, hace exactamente 40 años. El subtítulo de esta edición es El gran tribuno. Novela sobre Cicerón y Roma, pues utiliza precisamente la vida del senador y cónsul de Roma, además quien fue el hombre más culto de su tiempo y el mejor orador, para describir las grandezas y miserias de la República Romana en un momento en que se había ido convirtiendo en un creciente imperio. La obra comienza con un epígrafe del propio Cicerón, que es un símbolo de toda una época: “El poder y la ley no son sinónimos. La verdad es que con frecuencia se encuentran en irreductible oposición”.

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Una cuestión que distingue a los clásicos es que a pesar del paso del tiempo siempre hay que volver a ellos. Por eso Grecia y Roma no sólo son formadores de la cultura occidental, sino que también son claves permanentes para el conocimiento histórico, político, filosófico y ético. Y, por supuesto, una fuente riquísima para la literatura, base de inspiración de muchas obras hasta el presente.
Cuando el gran orador, político y escritor Marco Tulio Cicerón (106-43 antes de Cristo) se preguntaba cuál era la mejor organización política conocida, la respuesta no le merecía duda alguna: era aquella que sus padres habían recibido de los antepasados y les transmitieron a los romanos de su tiempo. El problema, como él mismo reconocía en su libro Sobre la República, era que ese régimen estaba en franca decadencia, tanto por la crisis de las instituciones como por la descomposición moral que se produjo en Roma después de la victoria sobre Cartago.

Ese es el escenario donde transcurre la obra de Taylor Caldwell, La columna de Hierro (Barcelona, Grijalbo, 1988), 765 páginas. La obra es una magistral novela histórica de la escritora británica, nacida en 1900 y fallecida en 1985, hace exactamente 40 años. El subtítulo de esta edición es El gran tribuno. Novela sobre Cicerón y Roma, pues utiliza precisamente la vida del senador y cónsul de Roma, además quien fue el hombre más culto de su tiempo y el mejor orador, para describir las grandezas y miserias de la República Romana en un momento en que se había ido convirtiendo en un creciente imperio. La obra comienza con un epígrafe del propio Cicerón, que es un símbolo de toda una época: “El poder y la ley no son sinónimos. La verdad es que con frecuencia se encuentran en irreductible oposición”.