Los cafés de Viena: cultura y política

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Viena era una ciudad maravillosa en la época que precedió a la Primera Guerra Mundial. En ella existía una verdadera ebullición cultural, en la música y la literatura; también fue un tiempo de gran desarrollo de las ciencias en diferentes disciplinas; algunos de sus genios dieron vida a corrientes diversas en la sicología, la sociología y el derecho. Además, no cabe duda que era una ciudad que reflejaba tradiciones políticas y militares, considerando que Viena era una de las capitales del Imperio Austro-Húngaro, símbolo de toda una historia.

En aquellos tiempos, la política se hacía en los más diversos lugares: en la corte, en los partidos, en la calles, en los periódicos; lo mismo ocurría con la cultura, presente en los establecimientos educacionales, en las casas y en los teatros. En ambos casos, se podía decir que también cobraban vida en los cafés, aquellos locales donde la gente se reunía a tomar y comer algo, pero por sobre todo a conversar. Como expresa William M. Johnston en El genio austrohúngaro, “a lo largo y ancho del Imperio de los Habsburgo, los cafés llegaron a convertirse en verdaderas instituciones culturales, una especie de salones públicos donde hombres y mujeres de todas las clases sociales se reunían para leer, soñar despiertos o charlar”.

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Viena era una ciudad maravillosa en la época que precedió a la Primera Guerra Mundial. En ella existía una verdadera ebullición cultural, en la música y la literatura; también fue un tiempo de gran desarrollo de las ciencias en diferentes disciplinas; algunos de sus genios dieron vida a corrientes diversas en la sicología, la sociología y el derecho. Además, no cabe duda que era una ciudad que reflejaba tradiciones políticas y militares, considerando que Viena era una de las capitales del Imperio Austro-Húngaro, símbolo de toda una historia.

En aquellos tiempos, la política se hacía en los más diversos lugares: en la corte, en los partidos, en la calles, en los periódicos; lo mismo ocurría con la cultura, presente en los establecimientos educacionales, en las casas y en los teatros. En ambos casos, se podía decir que también cobraban vida en los cafés, aquellos locales donde la gente se reunía a tomar y comer algo, pero por sobre todo a conversar. Como expresa William M. Johnston en El genio austrohúngaro, “a lo largo y ancho del Imperio de los Habsburgo, los cafés llegaron a convertirse en verdaderas instituciones culturales, una especie de salones públicos donde hombres y mujeres de todas las clases sociales se reunían para leer, soñar despiertos o charlar”.