Halloween es el periodo del año donde el terror está permitido y mientras más escalofriantes sean los disfraces, mucho mejor. Fantasmas, demonios, brujas, muertos y payasos asesinos están a la orden día, sin embargo, hubo una época donde todo esto parecería sólo un juego de niños.
Tal como explicó BioBioChile, Halloween tiene su origen en la Samhain, una festividad celta que celebraba el final de la temporada de cosechas. En ella los ancestros familiares de los campesinos eran invitados y homenajeados, mientras que los espíritus malignos eran alejados.
Precisamente, para ahuyentarlos, las personas usaban trajes y máscaras con el fin de adoptar la apariencia de un espíritu maligno y, así, evitar ser dañados.
Con el tiempo la fiesta fue evolucionando, y por supuesto, también lo hicieron los disfraces. Usando como inspiración las máscaras demoníacas del pasado, las personas utilizaron el terror como su principal tema para celebrar la noche del 31 de octubre.
Pero si hubo un momento donde realmente se alcanzó el esplendor de lo escalofriante, fue durante las primeras décadas del siglo XX. Y es que al parecer las habilidades manuales no eran de las mejores e ideas tan inocentes como un elefante, terminaba convirtiéndose en un monstruo de pesadilla.
Tal como explica el diario británico Metro, los padres vestían a niños pequeños con su ropa normal y máscaras de diferentes tipos que iban desde calabazas hasta demonios que parecían salidos directamente del infierno.
Estas máscaras también solían ser mucho más grandes de lo necesario, además de no tener rasgos definidos, lo que las volvía aún más aterradoras.
Como la mayoría de ellos vivían en sectores rurales o pequeñas comunidades sin recursos, sus disfraces se mezclaban con sus propias historias y mitos.
Tampoco ayudaba que las fotos fueran tomadas en blanco y negro.
Mira a continuación algunos ejemplos