Pocas actividades pueden contribuir más a la evolución de una sociedad sostenible que la plantación de árboles en gran escala. Así lo han comprendido muchos países después de constatar que la deforestación de extensas superficies y el uso equivocado de sus recursos naturales, afectaba la vida social y económica de sus comunidades.

Recordemos que la civilización maya desapareció por la deforestación de sus bosques, una agricultura que erosionó los suelos, el abuso de sus recursos naturales y por el aumento desmesurado de su población. Algo parecido sucedió con las civilizaciones instaladas entre el Tigris y el Eufrates y, yendo menos lejos en el tiempo, el norte de Africa (Libia, Argelia) fue una vez el granero del imperio romano.

Varios países emprendieron durante el siglo pasado la tarea de recuperar los suelos sin cubierta forestal, especialmente para controlar la erosión y para satisfacer la demanda de combustible de las poblaciones rurales. Otros, además de controlar la erosión, han aprovechado la reforestación para crear una poderosa actividad industrial y solucionar problemas ambientales y sociales derivados de la pobreza.

Corea del Sur en la década del ‘70, emprendió un programa de reforestación con pinos para rescatar los suelos gravemente erosionados que habían perdido su capacidad de retención del agua y, por lo tanto, eran sujetos a frecuentes inundaciones (hola, Santiago), logrando recuperar más de 600 mil hectáreas, equiparando a la superficie cultivada con arroz. Conocido es también el éxito de Israel en la recuperación de terrenos desérticos.

En la India se emprendió un programa de plantación de árboles a lo largo de caminos, carreteras y cursos de agua con la cooperación de campesinos y habitantes locales, cubriendo más de 17 mil km, lo que cambió enormemente la fisonomía y el valor escénico del paisaje, amén de proporcionar combustible para las necesidades de las comunidades.

En la China, según algunos expertos, el área reforestada alcanzó a los 60 millones de hectáreas, durante los años ‘70, en plantaciones efectuadas para controlar las inundaciones y la erosión de los suelos, abastecer de combustible a la población y madera para las construcciones y otros usos industriales.

En otras regiones de Asia, plantaciones de leguminosas realizadas para controlar la erosión, abastecer de combustible a las ciudades y solucionar aspectos ambientales y sociales, han tenido gran éxito. La especie Callindar callothyrsus plantada en Java, produce de 35 a 60 m3 de material leñoso por hectárea anualmente y en Filipinas las plantaciones de ipil ipil (Leucaena leucocephala) pueden producir de 30 a 50 m3 de madera por hectárea al año. Además de fijar nitrógeno, sus hojas sirven como forraje para el ganado.

En Nueva Zelandia existe más de un millón de hectáreas plantadas con pino radiata lo que, junto con la agricultura, constituyen la base más importante de la economía del país. Las exportaciones de productos forestales hacia Australia y países asiáticos, son en gran parte responsables del elevado standard de vida de los neozelandeses.

El pino radiata ha sido plantado también en Australia, África del Sur, España y Chile, amén de otros países como Ecuador y Uruguay donde, debido a las características ecológicas de esas regiones, no ha tenido el éxito buscado.

En Chile se han plantado ya más de dos millones de hectáreas en terrenos abandonados, y empobrecidos por la agricultura, utilizando pino radiata por la rapidez de su crecimiento, su rusticidad y calidad de su madera. Esta plantación que en algunos años alcanzó a las 100 mil hectáreas anuales, ha permitido, crear una poderosa actividad industrial, generar fuentes de trabajo, sacar de la pobreza a varias regiones y recuperar terrenos fuertemente erosionados. Con ello, de paso, se eliminó la presión sobre el bosque nativo.

La plantación con otras especies, mayoritariamente de eucaliptos, alcanza alrededor del 30 % del total reforestado, lo que significa que casi más de 3 millones de hectáreas han sido recuperadas del descalabro, mediante el esfuerzo de empresarios, profesionales y trabajadores, convirtiendo al país en una potencia exportadora en productos forestales, transformando positivamente el ambiente social, ambiental y económico de varias regiones del país.

Esta acción digna de admiración y envidiada por otros países, sin embargo, se ha recibido con indiferencia y hasta con antagonismo por la opinión pública y con poco interés por autoridades, legisladores y políticos, más preocupados por otros problemas más inmediatos que ocupan su atención.

La campaña sostenida de parte de grupos ambientalistas en contra de las plantaciones forestales, ha condicionado la opinión de mucha gente, de todos los niveles, al punto de difundir ideas peregrinas y, por supuesto, erradas en torno a esta actividad, en contraste con la actitud de otros países, que admiran el esfuerzo que los chilenos han hecho en este sentido.

Además de hacer creer que las plantaciones son fomes, que destruyen el suelo, que hacen desaparecer la vida silvestre, que dejan sin agua al ecosistema y tantas otras lindezas, han agregado últimamente, como ocurrió en España hace algún tiempo, que las plantaciones serían responsables de generar incendios. Afirmación sin ningún asidero que, por sorpresa, conmueve a las autoridades y se organizan reuniones para estudiar el problema. ¡No hay salud!

La recuperación de terrenos degradados por medio de plantaciones ha sido un éxito, pero ahora se debe reponer el bosque nativo en forma seria y organizada, de modo de repoblar anualmente superficies importantes, invirtiendo fondos económicos, esfuerzos, conocimientos y voluntades, como programa del Estado, para lograr los objetivos buscados.

Encargar la tarea a voluntarios, especialmente estudiantes que, en un afán de aventuras van, por ejemplo, a Torres del Paine a reconstituir el bosque dañado, con una plantación de 50 mil plantas, lo que apenas cubre un poco más de 50 hectáreas, es ‘tapar el sol’ con el dedo.

Los Defensores del Bosque Nativo y otros ambientalistas, en vez de atacar las plantaciones, deberían luchar para convencer a las autoridades y a la opinión pública, de la conveniencia de reforestar masivamente con plantas del bosque chileno. Un programa de por lo menos unos dos millones de hectáreas en un plazo relativamente corto, sería digno de sus afanes conservacionistas.

Por supuesto que ello costaría mucho dinero, pero se crearían muchos puestos de trabajos (directos e indirectos), además de las consecuencias positivas para la salud económica, social y ambiental de todo el país. ¿Cuál candidato a la Presidencia pondrá en su programa la reforestación de Chile?

Por Fernando Garrido
Exdecano de la Facultad de Ciencias Forestales Universidad de Chile

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