Un estudio científico estadounidense determinó que la contención física a los bebés mientras lloran, en forma de abrazos y caricias, permite un desarrollo integral de su personalidad para el futuro.
La investigación, desarrollada por el Departamento de Psicología de la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos) determinó que dejar que los niños lloren por largos intervalos de tiempo tiene consecuencias negativas para su salud, ya que los convierte en personas con algunos problemas de personalidad.
En este trabajo participaron 600 adultos con sus respectivas madres, quienes fueron consultados por el equipo de psicólogos respecto a sus formas de contención en su etapa infantil y las maneras cómo desarrollaban su vida tras haber crecido.
En una primera instancia, y tras realizar 600 entrevistas, las investigadoras resolvieron que: “aquellos que fueron abrazados cuando eran niños ahora son personas mucho más adaptables, con menor ansiedad y mejor salud mental”.
“Hay que mantenerlos tranquilos, porque durante esa etapa, todo tipo de factores están interviniendo en la forma en que van a desarrollarse. Si se les deja llorar mucho, su sistema se activará fácilmente ante el estrés”, indicó la psicóloga Darcia Narváez, autora del documento.
Narvaez agregó que todos los estímulos positivos ayudan al desarrollo de un cerebro más tranquilo por parte de los bebés, ya que desde pequeños ellos son ayudados por sus padres (el llanto es una señal que el menor necesita ayuda).
“Lo que hacen los padres en esos primeros meses y años está realmente afectando para el resto de su vida la forma en que el cerebro del bebé va a crecer. Los besos, abrazos, caricias y arrullos es lo que esperan los pequeños. Crecen mejor de esta manera”, indicó.
En este sentido, la profesional relató que todas las experiencias que tiene una persona en su infancia tienen relación con su desarrollo de adulto, por lo que “es necesario estar atentos a las señales de los bebés”.
“Como cualquier cría de mamífero que está lejos de la protección de su madre, el bebé se siente un peligro de vida, y como reacción a esa amenaza el cerebro del bebé aumenta la secreción de cortisol, la hormona del estrés”, concluyó el artículo.