Su voz, proveniente del comando de Hillary Clinton, fue una de las que, a través de la radio, hizo a miles de chilenos testigos de una jornada que aún el mundo no logra comprender del todo. El enviado especial de Radio Bío Bío en Estados Unidos, José María Del Pino, repasa los entretelones que vivió -in situ- durante una de las madrugadas más noticiosa del último tiempo.
La sala de prensa comenzaba a mostrar espacios vacíos. Me senté por primera vez en toda la noche, ya era las 01:00 del miércoles en la costa este de Estados Unidos. A un costado, una periodista belga redactaba a toda velocidad para el sitio web de su diario. Al otro, un periodista alemán bebía agua y se secaba el sudor de la frente.
Horas antes, en un ejercicio de paciencia que llegó a límites casi intolerables, el encargado de prensa del comando presidencial de Hillary Clinton, en su buena voluntad, me había autorizado a ingresar al Centro de Convenciones Jacob Jevitz de Nueva York, a pesar de haber quedado excluido por falta de espacio: la televisión tenía prioridad.
Durante el descanso en esa mesa de prensa, las miradas de mis compañeros de pupitre se cruzaron, buscando también mi interés. La corresponsal del diario ‘Le soir’ de Bruselas rompió el silencio y se atrevió a preguntar lo que a esa hora era evidente, pero nadie se atrevía a decidir:
“¿Nos vamos donde Trump?”
Veinte minutos después, los tres compartíamos un taxi rumbo al Hilton Midtown Hotel, a los pies del Central Park. Ahí estaba preparada la fiesta de Donald Trump: menos apoteósica, con menor cantidad de gente –pero más extravagante- y más improvisada.
Eran las 21:00 horas y ya había comenzado el programa especial de Radio Bío Bío. En estudios Nibaldo Mosciatti y Roberto Munita analizaron las cifras de las primeras mesas que cerraban en la noche. Yo estaba trabajando de pie, no habían mesas disponibles ni mucho espacio donde estar, pero había logrado entrar a las inmensas instalaciones de prensa que el Partido Demócrata dispuso para los más de 1.500 periodistas acreditados.
De pronto, los cinco mil asistentes estallaron en un grito. Estaba al aire haciendo el primer contacto de la noche. Mientras hablaba, en la pantalla de mi celular emergían las notificaciones de whatsapp. Meses antes, habíamos creado un grupo con distintos periodistas, expertos y aficionados a la política norteamericana. Cuando leí uno de los mensajes, entendí el estruendo que se producía a mi espalda: “Hillary lidera Florida”, decía.
Las mesas computadas eran pocas, sólo el 21%, pero se condecía con la leve ventaja –dentro del margen de error- que las encuestas otorgaban a la candidata demócrata los días previos. Hasta ahí, en el centro de convenciones todo era expectación. Para nosotros, los reporteros de distintos medios, era el comienzo de la concreción de la noticia más probable: la primera presidenta mujer de la historia de Estado Unidos.
Remontada de Trump
La primera señal de que vendría una larga noche llegó sólo pocos minutos después. En el comando demócrata había comenzado el acto oficial, con distintos oradores, por lo que ya no se proyectaban resultados en tiempo real a través de las pantallas desplegadas. Pasé a depender de la información que me proveía la radio, los medios norteamericanos en la web y Twitter.
En el tercer contacto que realicé con Santiago, BioBioChile y Radio Bío Bío informaban que Donald Trump pasaba arriba en Florida y Carolina del Norte. También a esa hora daba la sorpresa en New Hampshire, aunque no terminó ganando ese estado al final de la noche. Comenzaba a configurarse así el único escenario en el que el multimillonarios podía ganar. Para hacerlo, el candidato republicano debía conquistar todos los estados que llegaron con empate técnico en las encuestas al día de la elección y, además, robarle un estado demócrata a Hillary Clinton.
Los rostros en el Jacob Jevitz comenzaron a cambiar. Terminados los discursos volvió la señal de los noticieros a la pantalla gigante y, con ello, un silencio incómodo se tomó las galerías colmadas de adherentes. En el pasillo me crucé nuevamente con el encargado de prensa de la campaña. Cruzamos un par de palabras y terminó diciendo:
“Las noticias que nos llegan no son buenas”. No sonreía, no era ni de cerca el hombre que me había autorizado a entrar unas horas atrás.
A las 23:30 de la noche, hora de Chile, Trump ganaba en Ohio, Florida, Carolina del Norte y peleaba Virginia. En ese instante, mientras hacia un nuevo contacto con los estudios, la cuenta de Twitter oficial de la candidata demócrata publicó un tuit con el primer indicio de la debacle que vendría: “Este equipo tiene mucho por lo cual estar orgulloso. Pase lo que pase esta noche, gracias a todos”. Lo leí al aire. Roberto Munita, máster en Comunicación Política, analista en la transmisión de Bío Bío no lo podía creer.
En el frontis de la Torre Trump, en plena quinta avenida, a pocas cuadras del Hotel Hilton, la policía de Nueva York instalaba una fila de camiones tolva blancos, uno pegado a otro, para aislar el edificio de eventuales manifestaciones.
En los días previos, decenas de partidarios y detractores del republicano habían dado vida a las más variopintas escenas fuera del edificio ícono de su imperio inmobiliario. Los canales se turnaban para obtener imágenes que permitían graficar la efervescencia que despertó el magnate en una parte del electorado norteamericano.
Fue ahí donde el día anterior a la elección entrevisté a un mexicano que defendía la construcción del muro, con cobro al gobierno azteca. Su padre había ingresado de manera ilegal, pero él ya había normalizado su situación migratoria. Fue, francamente, un episodio difícil de entender, pero que me permitió seguir teniendo luces respecto a un eventual triunfo del republicano.
De hecho los días previos a la elección, mediante un mensaje en whatsapp, un amigo periodista me sugería “dejar de otorgarle oportunidades a Donald Trump”. A su juicio, corría el riesgo de perder credibilidad, porque los números no se condecían. Insistí en que él estaba equivocado. Las encuestas nacionales no permitían prever un triunfo de Hillary, quien de hecho ganó en voto popular. Lo que se debía hacer era analizar las encuestas en cada estado como requisito esencial, pues el sistema electoral del país del norte es por sumatoria de delegados en el colegio electoral y estos son otorgados por cada territorio.
A la medianoche de Chile, el New York Times le entregaba un 67% de probabilidades de triunfo al candidato republicano. Saliendo desde el baño vi a dos mujeres que se secaron las lágrimas. Fue la primera vez que la derrota cobró forma humana en el Jacob Jevitz.
¿Debía partir al centro de Manhattan? ¿Sería acaso Donald Trump el nuevo presidente de Estados Unidos? La decisión de ir donde Hillary Clinton tuvo una lógica periodística: por más opciones reales que pudiese tener su contrincante, la balanza se inclinaba, en cualquier pronóstico, siempre a favor de la ex primera dama. Pero la contundencia de los hechos que acontecían demostraba que ahí ya no estaba la noticia.
Cuarenta minutos después, un error técnico se encargó de sepultar las esperanzas de los asistentes al centro de convenciones. Desde que Trump comenzó a liderar Ohio, el estado predictor por excelencia del resultado final, cada vez más videoclips promocionales de Hillary se proyectaba en las pantallas y menos los canales noticiosos. Aún así, de pronto apareció en la pantalla la transmisión de MSNBC. Los periodistas comentaban las distintas sumas de estados que llevarían a Trump a la victoria. Ya daban por asegurado Florida, Carolina del Norte, Ohio y ¡sorpresa! Pensilvania.
Cortaron la transmisión rápidamente, pero un murmullo cómplice comenzó a recorrer el lugar. Se multiplicaron los abrazos de consuelo y las lágrimas. Un voluntario de Hillary en el hall de prensa me miró buscando explicación. “Estamos perdidos”, me dijo.
Por la puerta del edificio ya salían familias con hijos pequeños y algunos jóvenes. Se retiraban a sus hogares con resignación. El comando de Hillary tenía un carácter familiar, con mucha juventud y alta presencia de mujeres. Algo muy distinto a lo que vería donde Trump. A las 3:30 AM hora de Chile, John Podesta, jefe de campaña demócrata, habló al público y los envió a sus hogares. A esa altura, yo ya no estaba en el imponente centro de convenciones. La ex Senadora Clinton no iba a hablar.
Con los periodistas de Bélgica y Alemania que habíamos compartido el taxi intentamos ingresar rápidamente al hotel, epicentro de la noticia más sorpresiva del último tiempo. Ninguno tenía credencial del equipo de campaña republicano, pero la convicción con la que caminamos, sosteniendo nuestros micrófonos en la mano, nos abrió las puertas de par en par. En pocos minutos estábamos dentro.
Trump celebra
En la radio, ya en el Trasnoche, Rodolfo Hanh y Cristián Arriagada conducían la transmisión con los pormenores. Por los pasillos del Hotel Hilton desfilaban mujeres en trajes de alta costura y personas disfrazadas con los colores de Estados Unidos y trajes de vaquero. El video que grabé de esa escena lo publicó Biobiochile.cl en sus redes sociales.
A las 03:47 –siempre en horario chileno- Real Clear Politics lo proclamaba Presidente electo. Diez minutos después el Washington Post, tras otorgarle el estado de Wisconsin en la segunda sorpresa de la noche en un estado presumiblemente demócrata, confirmaba la noticia. Estaba en línea con la radio y di el titular. La repitió Rodolfo y Cristián. Quizás, a mis 28 años, la información de mayor peso periodístico que me ha tocado dar.
A las 4 de la mañana, sentado en el pasillo con el celular enchufado para recargar la batería, noté que las miradas se orientaron a un tragaluz que permitía ver el hall del tercer piso. Una mujer abrió los ojos y gritó fuertemente. Estalló un aplauso de los adherentes que habían salido del auditorio principal a tomar aire en el sector de trabajo de la prensa. Era una larga comitiva, donde divisé integrantes de la nueva familia presidencial.
A los dos minutos, escoltado por seis agentes del servicio secreto, vi caminando por ese mismo lugar a Donald Trump. Sonreía y saludaba a sus colaboradores, mientras fijaba el tranco decidido hacia una puerta de madera donde esperaría el momento más importante de su vida pública. Minutos antes, el magnate había recibido el llamado de
Hillary Clinton, para felicitarlo, en su oficina. Tras cortar el teléfono, se había dirigido al hotel. La comitiva estaba completa.
En cosa de minutos, Mike Pence, su candidato a Vicepresidente, subió al escenario para presentar al nuevo líder del país más gravitante en la política internacional. Era el momento de Donald Trump, el hombre que contra todos derrotó al establishment y dio la mayor sorpresa política de la historia reciente de Estados Unidos. Entré al auditorio. El republicano inhaló y comenzó a hablar. La radio completaba 8 horas de transmisión especial. El resto es historia conocida.