Hace algunas semanas Jennifer Aniston disfrutaba de unas merecidas vacaciones junto a su marido Justin Theroux, cuando fueron descubiertos por los paparazzi. La tranquilidad se desvaneció y la pareja tuvo que hacer frente una serie de rumores.
Los fotógrafos captaron a Aniston con una abdomen sobresaliente que de inmediato relacionaron con un embarazo. Cientos de medios de comunicación replicaron la información, asegurando que la actriz de Friends esperaba gemelos e incluso que el bebé habría salvado su matrimonio.
A los pocos días el manager de la artista salió a desmentir la información, pero eso no bastó para detener la ola de especulaciones que se expandieron rápidamente por internet.
Cansada de esto, pues no es la primera vez que algo así ocurre, Jennifer decidió escribir una carta abierta en el diario electrónico The Huffington Post para mostrar su molestia con los medios de espectáculos.
Lee aquí su testimonio
Para que quede constancia“Voy a empezar diciendo que rebatir un cotilleo es algo que nunca he hecho. No me gusta gastar energía en mentiras, pero quería formar parte de una amplia conversación que ya se ha entablado y que debe continuar. Ya que no estoy en redes sociales, he decidido dejar por escrito aquí mis pensamientos.
Para que conste: no estoy embarazada. Lo que estoy es harta. Harta de ese escrutinio y de ese afán por hacer sentir mal a alguien por su cuerpo con el pretexto de estar haciendo periodismo, el primer artículo de la Constitución de las noticias de famosos.
A diario mi marido y yo somos acosados por decenas de fotógrafos agresivos apuntalados a las puertas de casa, que traspasarán cualquier frontera para obtener una foto, aunque esto suponga ponernos en peligro a nosotros o a los pobres peatones que por casualidad pasan por ahí. Dejando aparte el aspecto de la seguridad pública, quiero centrarme en un tema más amplio: lo que este ritual loco de los tabloides representa para todos nosotros.
Si para alguien soy algún tipo de símbolo, entonces soy un ejemplo de cómo nosotros, como sociedad, vemos a nuestras madres, hijas, hermanas, esposas, amigas y compañeras.
La cosificación y el escrutinio a los que sometemos a las mujeres es absurdo y alarmante. La forma en que los medios me muestran es simplemente un reflejo de cómo vemos y describimos a las mujeres en general, con la medida de unos retorcidos estándares de belleza.
A veces los patrones culturales necesitan una perspectiva diferente para que los podamos ver por lo que realmente son: una aceptación colectiva… un acuerdo inconsciente. Somos responsables de este acuerdo. Las niñas de todo el mundo absorben este acuerdo, de forma pasiva o no. Todo empieza a una temprana edad.
El mensaje de que las niñas no son guapas a menos que estén súper delgadas, de que no merecen nuestra atención a menos que tengan el aspecto de una supermodelo o una actriz de portada de revista es algo en lo que todos estamos implicados.
Esta forma de condicionarlas es algo que las chicas llevarán consigo hasta la edad adulta. Usamos estas noticias de celebridades para perpetuar esta visión deshumanizadora de las mujeres que se centra sólo en la apariencia física, y que se ha convertido en el deporte favorito de los tabloides en cuanto a especulación. ¿Está embarazada? ¿Está comiendo demasiado? ¿Ha dejado de cuidarse? ¿Está su matrimonio contra las cuerdas porque la cámara detecta algún tipo de imperfección física?
Antes solía decirme que los tabloides eran como cómics, algo que no te tienes que tomar muy en serio, como una serie de televisión que la gente sigue para entretenerse. Pero la verdad es que ya no puedo seguir diciéndomelo, porque la realidad es que el acoso y la cosificación que he experimentado de primera mano desde hace décadas refleja la forma retorcida en que calculamos el valor de una mujer.
El mes pasado me di cuenta de hasta qué punto definimos la validez de una mujer en base a su estado civil y familiar. La enorme cantidad de recursos que gasta la prensa simplemente para intentar dilucidar si estoy o no embarazada (por enésima vez) señala la perpetuación de esta noción de que las mujeres están de algún modo incompletas, son unas fracasadas o unas infelices si no están casadas y tienen hijos. En medio de este aburrido ciclo sobre mi vida personal ha habido tiroteos, incendios, importantes sentencias del Tribunal Supremo, unas próximas elecciones y un sinfín de cuestiones dignas de ocupar los recursos de los periodistas.
A lo que voy con este tema: somos completas con o sin pareja, con o sin hijos. Tenemos que decidir por nosotras mismas qué es bello en lo que a nuestro cuerpo se refiere. Esta decisión es nuestra y sólo nuestra. Tomemos esta decisión por nosotras mismas y por las chicas que nos miran como un ejemplo a seguir. Tomemos esta decisión de forma consciente, lejos del ruido de los tabloides. No tenemos que estar casadas o ser madres para estar completas. Tenemos que definir nuestro propio y fue feliz y comió perdiz.
Me molesta que me hagan sentir inferior porque mi cuerpo esté cambiando y/o me haya comido una hamburguesa y me hagan una foto desde un ángulo raro.
Me he cansado de ser parte de esta historia. Sí, puede que sea madre algún día y, como pasa siempre, si lo soy, seréis los primeros en enteraros. Pero no estoy buscándolo porque me sienta incompleta, como nuestra cultura quiere hacernos creer. Me molesta que me hagan sentir inferior porque mi cuerpo esté cambiando y/o me haya comido una hamburguesa y me hagan una foto desde un ángulo raro. Entonces, sólo hay dos opciones: o estoy embarazada o gorda. Por no hablar de lo molesto que es que tus amigos, compañeros o desconocidos te feliciten por un embarazo ficticio (y suelen ser más de diez veces al día).
Por mis años de experiencia, he aprendido que las prácticas de los tabloides (por mucho que sean peligrosas) no cambiarán, al menos no en poco tiempo. Lo que puede cambiar es nuestra conciencia y nuestra reacción a los mensajes tóxicos envueltos en estas aparentemente inofensivas historias que se presentan como una certeza y que moldean nuestra idea de quién somos.
Tenemos que decidir hasta qué punto nos tragamos lo que nos venden (y hasta qué punto contribuimos a ello) y quizá algún día los tabloides se vean obligados a ver el mundo a través de unas lentes diferentes, más humanas, porque los consumidores simplemente han dejado de comprar esta mierda.