No aguantó más. La abanderada chilena de los próximos Juegos Olímpicos, Érika Olivera, reveló a la revista El Sábado de El Mercurio el mayor dolor de su vida: un presunto abuso sexual al que habría sido sometida durante más de diez años durante su infancia.
Olivera, que el pasado 21 de junio recibió el símbolo patrio de manos de la Presidenta Michelle Bachelet para lucirlo en Río de Janeiro, dos días después concurrió hasta el cuartel de la PDI en Recoleta para denunciar los hechos, pese a que podrían estar preescritos.
¿Quién es el acusado por la destacada deportista? Nada menos que su padrastro -que justamente es por quien Érika lleva su apellido-, Ricardo Olivera, pastor evangélico argentino que vivió largos años con ella, sus hermanos y su madre, en la población Carol Uzúa de Puente Alto.
“Debo haber tenido 5 años la primera vez que me abusó en el campamento. El dormitorio estaba empapelado con un mural rojo tipo kraft. Él mismo lo había forrado. El empezó mostrándomelo como un juego, con caricias y después fue avanzando”, es parte del crudo relato de la atleta, en un reportaje titulado como ‘Sobreviviendo a Olivera’.
En la misma publicación, Olivera cuenta detalles de lo ocurrido, una situación con la que en la actualidad debe convivir en sus sueños: “Esa primera vez no entendí lo que pasó. Era una niña. No cachaba nada. Él siempre decía que eso nadie lo tenía que saber. Pasó varias veces más”.
“Los lunes era el día más horrible (su madre iba a una clase de mujeres en la iglesia). Me acuerdo caminando hacia la puerta. Estaba sonada nomás. Tenía que llegar y aceptar. Tenía que pasarlo con él. Apenas tenía la oportunidad era llegar y llevar para él. Mientras yo no me pude defender, él hacía lo que quería conmigo”, expresó.
Pero no fue todo. El ‘desahogo’ de Érika continuó: “A veces, en la noche, él iba al dormitorio nuestro y ahí molestaba un poco. Me tocaba cuando estaban mis hermanos. Pero generalmente la cosas se daban en el día, cuando mi mamá no estaba… Mi mamá llegaba en la noche y yo había estado llorando todo el día. Me demoré mucho en contarle”.
El día que le contó a su madre
En la entrevista la atleta además recordó lo acontecido cuando le contó por primera vez a su madre, a sus 12 años, el escenario complejo que estaba viviendo en casa.
“Ella me dijo que ojalá que fuera mentira, porque si era verdad que él me abusaba nadie me iba a querer, no iba a poder tener hijos ni familia”, rememora.
En tanto, lo peor vino de parte de su padrastro, según Olivera: “Al otro día, este señor me dice: ‘le contaste a tu mamá, tienes que decir que es mentira lo que dijiste. Si no lo haces no vas a ver más a tus hermanos, ni tu mamá, te vas a ir a un internado"”.
“Yo me asusté, creía que si lo seguía me iba a pasar todo eso y le dije a mi mamá que había dicho una mentira”, explica.
El deporte: De la ‘autoayuda’ al chantaje
Con el paso de los años el deporte comenzó a cambiar su vida. “El trote me sirvió harto. Daba vueltas a la población repitiéndome: no quiero vivir aquí, quiero ser alguien”, contó la medallista panamericana.
Eso sí, lo que parecía como un modo de ‘escape’ a su sufrimiento cotidiano, terminó convirtiéndose un ‘arma’ más para su padrastro. “Más grande, cuando ya no podía forzarme físicamente tan fácil, comenzó a funcionar como un chantaje”.
“Viví chantajeada mucho tiempo. Esto fue por once años, no había una semana que no pasara nada. Para ir a una carrera o un entrenamiento tenía que aceptar lo que él me decía: ‘¿Quieres esto? Sabes lo que tienes que hacer’. Él hacía una señal con el dedo, indicándome lo que iba a pasar, lo que íbamos a tener que hacer”.
¿Y si Érika Olivera se negaba? “Si alguna vez ponía resistencia, no había plata para nada en la casa, no le pasaba plata a mi mamá. Vivía obligada”, aseguró, en una versión que fue confirmada por su hermano Felipe: “Si la Érika no se dejaba, nosotros no comíamos. Así crecimos… Yo viví en al calle, estuve perdido en la droga mucho tiempo”.
Pude terminar muerta o en la cárcel
La deportista cree que estos acontecimientos pudieron desencadenar una tragedia. O, incluso, pudo acabar con ella en la cárcel.
“Muchas veces pienso que pude terminar en la cárcel, porque llegué a ese punto (de querer matarlo) y hubiera sido una delincuente, porque no me hubiesen condenado por defenderme de un violador, si no por asesinato. Esas cosas llegué a pensar: lo mataba a él o me mataba yo”, sostuvo en la entrevista.
Incluso, Olivera reveló que hubo una ocasión que atentó contra su vida, un día que el hombre la trató de fracasada por no ganar una competencia. Tras ello se tomó un frasco de pastillas diazepam, las que afortunadamente no causaron el efecto que esperaba.
“Por su culpa le agarré mucho odio a la religión. Me enviaban a retiros en Las Vizcachas, me enseñaban la palabra de Dios y tenía que ver a este hombre predicando y actuando completamente distinto conmigo. Me llegué a convencer de que él era el demonio”.
La mayoría de edad: un escape a tiempo
Las cosas parecían empeorar. Sin embargo, días antes de cumplir la mayoría de edad se presentó el que sería el último conflicto.
“Me levantó la mano, yo se la sostuve y él me forzó más. Me puse chora, me defendí y le dije que no me volviera a hacer eso nunca más. De la calle le grité: viejo de mierda. Mi mamá vio todo esto, para mi fue un gran paso. Él no volvió a violarme”, rememora de manera perfecta Érika, como también recuerda que 6 días después de cumplir 18 se fue de la casa.
Con el paso de los años la abanderada dejó de ir de a poco a su antigua casa, pese a que, como dice Felipe, en los tiempos de gloria deportiva su hermana siguió aportando al hogar. “Cuando le empezó a ir bien nos ayudó harto. Regalaba cosas a la casa pese a todo”, manifestó.
¿Y cómo continuó la relación con su madre? “Ella me pidió perdón”, admite Érika, que de todos modos cuenta que “le dije que la quería mucho pero que me hizo mucha falta. Que falló en lo más importante, que era protegerme y haber tomado las medidas necesarias cuando le conté la primera vez”.
“Hablé con mi mamá. Le dije que se fuera conmigo, que no le iba a faltar nada, pero que tenía que dejar a su esposo. Que no había otro camino, sino no iba a ayudarla. Ella dijo que no podía, que estaba muy viejito”.
Ahora, Érika Olivera mantiene su preparación a los Juegos Olímpicos, instancia donde asegura que “es un orgullo representar a todas las mujeres”. Sin embargo, hay una herida que sigue abierta y sufriendo: “Le hago el honor con el apellido a un hombre que fue lo peor que pudo haberme tocado en la vida”. Por ello la denuncia. Por eso espera que se haga justicia.