Simón Ismael es el nombre de nuestro primer hijo. Nació el 28 de enero de 2010 después de 14 años de amor con Carola, su madre. Cuando ella estaba en 6to básico y yo en 7mo nos dimos el primer beso. Éramos unos niños jugando a ser grandes, a pololear y pelearnos, para luego reconciliarnos, en los recreos del colegio (escondidos de las monjas), en los paraderos de las micros, en diversas plazas, en el centro, en todas partes nos paseábamos y extrapolábamos amor, puro y sincero… desde ahí somos eternos, somos amor.
El 9 de abril de este año Simón falleció, después de haber luchado cuerpo a cuerpo contra el cáncer en tres oportunidades.
En el mareo de su muerte reciente, en la confusión de la vida, en el dolor de no tenerlo, en la rabia de no poder hacer nada, en la incredulidad de que nunca más estará con nosotros, gritamos fuerte hacia adentro: “Por qué vivió tan poco, solo 8 años, por qué”. Esa pregunta en nuestras mentes desata todas las emociones antes descritas: dolor, rabia y tristeza y desencadena el duelo que nunca quieres vivir, menos el de un hijo.
Lo común y para lo que se supone estamos relativamente preparados, es que primero se mueran los más ancianos: los abuelos, luego los padres y tíos, después los hermanos y amigos, es ahí cuando empiezas a ser consiente de tu propia muerte y sabes que serán tus hijos quienes te entierren, te despidan de este mundo, no al revés.
¿Cómo se llama cuando pierdes a un hijo? Cómo se le dice. Nadie se ha atrevido a ponerle un nombre, porque cuando pierdes a tus padres te llaman huérfano, pero cuando pierdes a un hijo, cómo se llama. Nadie ni nada está preparado para aquello. Nosotros no somos la excepción.
Desde niños con Carola nacimos en el amor, vivimos en él, formamos un hogar. Nació Simón primero y María Jesús después, y a pesar de los eventos que nos tocó vivir, siempre la esperanza y el optimismo reinaba nuestros pensamientos y desencadenaban emociones positivas en nosotros que nos permitían ser felices aunque la vida nos hubiera tirado al suelo y nos pegara patadas en las costillas.
Así fue como enfrentamos el 2011 el primer cáncer de Simón, del cual después de quimioterapias y operaciones, nos volvíamos de Santiago tranquilos de haber superado una etapa negra de nuestra historia. Un par de meses después, en el primer control pos tratamiento, los exámenes indicaban que el cáncer seguía en su cuerpo y ahora más fuerte y agresivo, con “pocas probabilidades de éxito”.
Volvimos a caer al suelo, pero pronto nos secamos las lágrimas y decidimos seguir la batalla, con esperanza y optimismo, pero sobretodo con amor. Simón solo tenía 2 años, no sabía nada y si bien no podíamos evitar el dolor del pinchazo o la molestia de la anestesia, si podíamos evitar que aquello se transformara en sufrimiento, con besos, abrazos, juegos y compañía. Y así fue como después de varios meses, entre quimios y radioterapias, sin pelo él, sin pelo yo, volvíamos a ganar, volvíamos a casa, tranquilos pero nerviosos, con interrogantes que no queríamos preguntar:
¿Por qué Simón nació con cáncer?
¿Por qué le dio nuevamente cáncer?
Todos los seres humanos tenemos un sistema inmunológico (o inmunitario) que en palabras simples se puede definir como el defensor natural de nuestro cuerpo, el que está alerta a la presencia de “invasores”, de “cuerpos extraños” que nos puedan provocar daños. No solo está alerta, también los ataca para que no generen los efectos negativos en las personas.
Al parecer, el sistema inmunológico de Simón no funcionaba bien. Claro, nació con cáncer, pero después se recuperó. Entonces, ¿por qué volvió? Su sistema inmunológico no hizo la pega, no fue capaz de detectar esas células cancerígenas que habían quedado y menos matarlas. Se reprodujeron en miles y así fue como volvió a tener cáncer, ahora en sus pulmones.
Pero el tratamiento ya había terminado. Ya no recibía quimios ni radioterapias. ¿Por qué no volvió a tener un tercer cáncer si su sistema inmunológico no funcionaba bien? A meses de cumplir tres años, Simón dejo de recibir tratamiento oncológico y el cáncer que finalmente lo mató volvió cuando ya tenía ocho. ¿Qué hizo que viviera bien y muy bien esos cinco años? Y la pregunta que en el lecho de su muerte nos perturbaba (¿por qué vivió tan poco tiempo?), ahora, en la racionalidad de las cosas, cambia: ¿Por qué vivió tanto?
Por amor es nuestra respuesta. ¿Es este un consuelo iluso?, ¿es una respuesta esotérica?, ¿nos estaremos volviendo locos con Carola?: No, un fuerte, claro y científico NO ¿Cómo?
Desde mediados del siglo XIX, diversos científicos de todo el mundo vienen investigando las relaciones mente-cuerpo y sus implicaciones clínicas, desarrollando hallazgos científicos que han permitido generar una disciplina llamada “psiconeuroimunología” la cual, en palabras de Ader, Felten y Cohen en 1991, “…pone de manifiesto la influencia de factores psicosociales sobre la respuesta inmunológica…”
En otras palabras quizá un poco más simples, ha quedado demostrado científicamente que el sistema inmunológico de la persona se fortalece si recibe emociones positivas.
Entonces si Simón tenía “fallas” en su sistema, ¿por qué vivió tanto con el cáncer dando vueltas? Por el amor y las emociones positivas que derivan de él, que nosotros como padres le entregamos minuto a minuto, que su hermanita le regalaba en cada caricia, preguntas y admiración, que sus padrinos y abuelas le entregaban en cada acción malcriadora, que sus tíos e hijos le dedicaban en nuestro refugio en la montaña; que sus primos, amigos, vecinos, entre tantos, le regalaban con una sonrisa.
Simón vivió en amor y eso fortaleció su sistema inmunológico (que venía fallado de fábrica) para regalarnos los mejores 8 años de nuestras vidas.
Con el objetivo de entregar esperanza, ser inspiración para no rendirse a los eventos propios que la vida nos entrega, en 2016 publique el libro ¿Y si digo que no?. Muchas personas de Chile y de algunas partes del mundo lo leyeron y el objetivo se cumplió. Me escribieron esperanzados, dispuestos a dar diversas batallas que sin haber empezado, las habían dado por vencidas, y claro, el libro es un relato de la vida con Simón y su enfermedad, pero lleno de perseverancia, optimismo y amor, y lo más importante, con un final feliz, que el 2018 se desploma, se enluta con la muerte del protagonista.
Simón no ha muerto, vive en nuestras mentes, en nuestros corazones. No decaigan porque a pesar de toda la vida es bella, depende de nosotros que así lo sea, nada ganamos sumidos en el suelo, atrapados en la desesperación que proviene de la explicación que le damos a lo que vivimos.
Simón vivió 8 años, cuando su cuerpo solo estaba “programado” para tres. Esa es nuestra explicación que nos da vida, para el día a día, para seguir teniendo emociones positivas que fortalezcan nuestro sistema y el de nuestros cercanos.
Usted probablemente venga programado para varios años más, no los disminuya, porque la ciencia también demostró que las emociones negativas deprimen el sistema inmunológico.
No existe guía, líder, políticas, políticos que le den felicidad si usted no decide ser feliz.
Álvaro Acuña Hormazábal